Tánger, más espías que en la Casablanca de Bogart
Tanto durante su período como ciudad internacional como bajo la ocupación española, fue uno de los grandes centros de espionaje occidental
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Imponente, la blanca fachada del hotel El Minzah sigue enseñoreándose del corazón de Tánger. Su interior continúa decorado en un estilo oriental que, desde su inauguración en 1930, ha hecho las delicias de los viajeros ávidos de exotismo. Hay que forzar muy poco la imaginación para respirar en sus estancias el ambiente de intrigas y conspiraciones que se forjó en otros tiempos, en unos años en los que la ciudad norteafricana fue el tablero de un juego de espías que influyó en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
Como señala Leopoldo Ceballos, que pasó en Tánger su infancia y juventud y que rubrica una Historia de Tánger (Almuzara, 2009), “llegó a ser entre los años treinta y sesenta un centro destacado del espionaje internacional”. Y hoteles como El Minzah desempeñaban un papel clave.
Cada grupo de espías tenía su propia base de operaciones en un hotel, que eran los principales focos de actividad social de la ciudad. En ellos se alojaban, se reunían e intentaban confraternizar con aquellos individuos que podían poseer información relevante. Desde El Minzah operaban los ingleses; los agentes alemanes se centraban en su legación y en el hotel Rif; mientras los franceses se movían entre el Continental y el Villa de Francia.
¿Por qué se convirtió la ciudad en un nido de espías? Parte de la respuesta radica en el hecho de que Tánger, además de estar ubicada estratégicamente como puerta de África y llave del estrecho de Gibraltar, gozó durante la primera mitad del siglo XX del estatuto de zona internacional.
Ciudad de consulados
Ese terreno propicio para las intrigas comenzó de hecho a fraguarse ya en el último cuarto del siglo XVIII, cuando el sultán Mohamed III, el primer soberano del planeta que reconoció la independencia de EE.UU., decidió que la ciudad fuera la capital diplomática de Marruecos, forzando a todos los cónsules a instalarse allí.
El hecho de que Marruecos, un reino empobrecido y débil, despertase los apetitos de ocupación de países como Francia, España o Gran Bretaña, había convertido ya Tánger en un hervidero de espías en pos de información. Se afanaban, sobre todo, en conocer los acuerdos comerciales o financieros –esencialmente, préstamos– que esos países alcanzaban con el sultán, así como detalles de las ambiciones de conquista de las potencias rivales. Todo ello en el reducido espacio de aquella ciudad, donde coincidían siete consulados (Francia, España, Portugal, Gran Bretaña, Alemania, EE.UU. e Italia), cada uno con inconfesables intereses e intenciones.
El 30 de marzo de 1912, el sultán fue obligado, bajo la amenaza de invadir el reino, a firmar lo acordado en la Conferencia de Algeciras en 1906, el acuerdo en virtud del cual Francia y España se repartían el país y Tánger se sometía a una administración participada por varios estados. Gracias a su estatuto internacional –rubricado en 1923 por los dos ocupantes de Marruecos más Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Suecia, Italia y Portugal, y en vigor a partir de 1925–, la ciudad y su hinterland dejaban de pertenecer al sultán y adquirían una naturaleza nunca vista.
El estatuto establecía que Tánger era una zona desmilitarizada bajo un régimen de neutralidad permanente. La ciudad tenía las más amplias atribuciones legislativas y administrativas. El sultán estaba representado por el Mendub, que ejercía la autoridad judicial y administrativa sobre los súbditos marroquíes.
Sobre el papel, el Mendub era el máximo poder en la urbe. En realidad no era así. El gobierno de esa ciudad-estado lo ejercía el Comité de Control, que estaba formado por los cónsules de las potencias signatarias del Acta de Algeciras, pero del que se excluyó al representante alemán y al austríaco tras la derrota de sus países en la Primera Guerra Mundial.
Era el Comité de Control el que elegía al administrador de la ciudad, que hasta 1940 fue siempre galo, prueba de la preponderancia de Francia en la gestión de Tánger, con la aquiescencia de Gran Bretaña y para desagrado de España.
La Asamblea Internacional actuaba como Parlamento. La integraban nueve representantes marroquíes (de los que seis eran musulmanes y tres eran judíos), cuatro franceses, cuatro españoles, tres británicos, tres italianos, tres estadounidenses, tres soviéticos (que nunca participaron en las sesiones), un belga, un holandés y un portugués.
Sus resoluciones debían ser refrendadas siempre por el Comité de Control, lo que no era fácil, pues cada cónsul velaba por los intereses de su nación, que solían ser opuestos a los de los otros.
Los países acordaron un reparto de los cargos públicos de mayor relevancia. Así, el jefe de obras públicas del Estado era francés, mientras que el de obras públicas municipales era español; la policía general la mandaban un belga, un holandés, un portugués o un sueco, pero la policía especial la lideraba un comandante español; el encargado de los servicios de higiene, trabajo y beneficencia era español; el encargado de servicios financieros era británico; y el de servicios judiciales, italiano.
Imán de emigrantes
El turbulento inicio del siglo XX no hizo sino incrementar el aura cosmopolita de Tánger, pues sería el destino de numerosos refugiados que escapaban de la Primera Guerra Mundial o de la Revolución Rusa . A polacos y rusos blancos (los opositores a la revolución) se unían los judíos que habían abandonado Marruecos a raíz de la guerra del Rif, que desde 1911 enfrentaba a tribus del norte con los ocupantes llegados de París y Madrid. Y a todos ellos se sumaba la importante población de españoles que intentaban huir de la miseria y el hambre.
Era la más numerosa de la ciudad, solo superada por los marroquíes. “Fue un refugio para hombres y mujeres de las más distintas tendencias políticas, morales e ideológicas, convirtiéndose en una ciudad multicultural en la que convivían individuos de ideas y creencias opuestas entre sí”, dice Ceballos. La ciudad, que era además paraíso fiscal, atrajo capitales y se convirtió en uno de los grandes centros del comercio internacional.
La época dorada del espionaje en Tánger se produjo durante la Segunda Guerra Mundial
España da el paso
La época dorada del espionaje en Tánger, que ha sido recreada en best sellers como El tiempo entre costuras, se produjo durante la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento, la ciudad fue ocupada por las tropas franquistas, pues España consideraba que debía haberle correspondido en el reparto de Marruecos. El propio Franco, en una conversación telefónica previa con el embajador británico en Madrid, a principios de 1940, le hizo saber su convencimiento de que Tánger era geográficamente parte integrante de la zona española y no debía haber sido desgajada de ella.
Así, el 14 de junio de ese año, entre las siete y las nueve de la mañana, 4.000 soldados del ejército español, en su mayor parte tropas marroquíes, tomaron la ciudad. Francia, que hasta entonces ostentaba la posición preponderante en la gestión internacional de Tánger, no pudo responder, puesto que estaba a punto de ser invadida por la Alemania nazi. De hecho, ese mismo día, las tropas de la Wehrmacht, el ejército germano, ocuparon París.
Gran Bretaña, que, tras el ingreso de Italia en la contienda del lado de Hitler, quería evitar a toda costa el de España, prefirió contemporizar con el régimen de Franco y aceptar esa nueva situación en Tánger. Pese a ello, el cónsul británico vio con preocupación el estilo muy “alemán” en que se desarrolló la entrada española en la ciudad, con desfiles militares por las calles. Según el argumento oficial para la ocupación, en un momento en el que Europa caía al abismo de la Segunda Guerra Mundial, era necesario garantizar el orden.
Las nuevas autoridades quisieron tranquilizar a los representantes europeos. En una misiva, el entonces alto comisario, el teniente coronel Carlos Asensio, justificó la maniobra asegurando que España lo había llevado a cabo en previsión de graves altercados entre los nacionales de las distintas potencias europeas residentes en la ciudad. En el mensaje, Asensio se comprometía a mantener la neutralidad de la urbe durante el conflicto.
En este punto, Tánger se erigió en el centro del espionaje del Mediterráneo occidental. Allí estaba en juego la posibilidad de que España se lanzara a conquistar el territorio del Protectorado francés; allí se intrigaba para saber si el régimen de Franco se iba a sumar a las potencias del Eje; y desde allí intentaban los alemanes determinar el movimiento de barcos a través del estrecho de Gibraltar.
Las autoridades españolas permitieron a Alemania tener de nuevo una delegación en Tánger
Tras la ocupación española, la ciudad devino un enclave abiertamente germanófilo. Para empezar, las autoridades españolas permitieron a Alemania tener de nuevo una delegación en Tánger y le cedieron la residencia del Mendub, la misma sede que había tenido antes de la Primera Guerra Mundial. La devolución se llevó a cabo en marzo de 1941 con gran solemnidad, incluyendo el saludo nazi de un batallón de 40 soldados marroquíes de las tropas españolas adiestrados para ello.
Hitler envió como cónsul a Herbert Nöhring, un exaltado nazi. Tanto que, pese a la germanofilia de las autoridades españolas, el comportamiento autoritario y despreciativo del diplomático les generó una profunda irritación y dio lugar a una gran tirantez en las relaciones.
Todo por los barcos
El consulado alemán en Tánger fue el núcleo del espionaje del Tercer Reich en el norte de África. Le seguía el consulado en Tetuán. En esas legaciones, la mayoría del personal lo integraban agentes. También eran espías los responsables de las compañías alemanas que operaban en la zona, como la Sociedad Hispano-Marroquí de Transportes (HISMA) o la empresa Renschhausen, que aprovechaban sus delegaciones en Rabat, Larache y Casablanca para recabar informaciones sensibles.
Los alemanes tenían a sueldo a numerosos funcionarios españoles de Tánger para que les proporcionaran cualquier información relevante. Pero una de las principales misiones de los espías germanos era controlar y avisar del paso de barcos aliados por el Estrecho. Tal era la obsesión por monitorizar esos movimientos que había puntos de vigilancia con agentes apostados las 24 horas del día.
Los españoles incluso autorizaron a los alemanes la construcción de puestos de observación fortificados. En numerosas viviendas de la ciudad se instalaron radares para detectar la posición de los barcos aliados.
La actividad de los espías nazis era tan evidente que el cónsul británico elevó una protesta por lo que consideraba una violación de la neutralidad de Tánger, que Franco se había comprometido a mantener. Para guardar las apariencias, las autoridades españolas realizaron algunos registros que, como es de suponer, resultaron infructuosos.
Para el espionaje aliado, además de para vigilar la actividad de los agentes alemanes, Tánger sirvió como la plataforma desde la que facilitar información clave para la Operación Torch, que es como se bautizó el desembarco angloestadounidense en las costas del Protectorado francés de Marruecos y en Argelia.
Las principales formaciones nacionalistas recibieron, desde Tánger, dinero de los germanos
Los espías se afanaban en determinar si los cerca de sesenta mil soldados que estaban desplegados en el Protectorado francés, y que obedecían al régimen de Vichy (la Francia colaboradora de la Alemania nazi), serían receptivos a una liberación aliada o si presentarían batalla.
Misión panfletaria
En paralelo, en la ciudad se vivía una auténtica guerra de propaganda. Tánger se llenó de propagandistas alemanes e italianos entregados a informar de las bondades de sus regímenes y de los éxitos de sus ejércitos. Desde el consulado alemán en Tánger se contrataba a centenares de niños para que introdujeran panfletos nazis por debajo de las puertas.
Se estaba trabajando para seducir a la población marroquí, a la que los alemanes querían convencer de que una victoria alemana supondría una garantía para la independencia del país. De hecho, las principales formaciones nacionalistas de la época recibieron, desde Tánger, grandes sumas de dinero de los germanos.
Por su parte, los británicos, cuya oficina de propaganda para todo Marruecos estaba, cómo no, en Tánger, intentaban persuadir a los locales de que el discurso racista de los nazis no se dirigía solo hacia los judíos, sino también hacia los musulmanes. Alemanes y británicos llegaron a editar un boletín semanal en árabe.
Las autoridades españolas no eran parciales en esa contienda propagandística. Los censores franquistas mutilaban sin piedad y retrasaban todo lo posible la salida del Tangier Gazette, el diario británico de la urbe. En cambio, el diario italiano (La Vedetta di Tangeri), el francés (La Dépêche Marocaine) y el español (España), abiertamente germanófilos, podían circular sin traba alguna.
La tensión llegó a su punto culminante en Tánger en febrero de 1942, cuando una bomba colocada entre valijas pertenecientes a la legación británica estalló en el puerto, matando a 11 personas y dejando un balance de 40 heridos. La autoría nunca se aclaró, aunque las autoridades españolas culparon de inmediato a los británicos, asegurando que la bomba había sido enviada desde Gibraltar. Se desencadenaron entonces varios días de disturbios y ataques a los intereses británicos en la ciudad.
Atracción fatal
Las intrigas en Tánger dieron para mucho. Fue uno de los escenarios donde los británicos intentaron atraerse a las autoridades franquistas. La intención era garantizar la neutralidad de la ciudad en caso de desembarco en el norte de África. Los aliados pensaban que, si este se producía, Alemania podía empujar a España a entrar en la guerra o tal vez forzarla a un ataque contra Gibraltar que cerrara el Estrecho.
Uno de los objetivos de esa campaña de seducción fue Juan Luis Beigbeder, quien fuera alto comisario en Marruecos y posteriormente ministro de Exteriores de Franco. Aparece vinculada a Beigbeder la figura de Rosalinda Powell Fox, a quien podría bautizarse como la Mata Hari de Tánger. Se sostiene que el propio Winston Churchill dijo de esta espía británica: “La guerra podía haber tenido otro rumbo de no ser por Rosalinda”.
La agente fue enviada a Tánger por Gran Bretaña aprovechando su amistad con Beigbeder, a quien conoció en 1936, durante los Juegos Olímpicos de Berlín, cuando era agregado militar en la embajada de España. Beigbeder acababa de ser nombrado alto comisario del Protectorado español. “Me tomé como tarea personal hacer que Juan Luis viera el punto de vista de Inglaterra en la contienda”, escribió.
Con la derrota del Reich los españoles se vieron obligados a cerrar el consulado alemán en Tánger
El español se enamoró de Powell Fox, que llegó a vivir en su casa en Tetuán. Aprovechaba que Beigbeder llevaba documentos al domicilio y que no tenía reparos en comentar con ella los asuntos más reservados. Los británicos comenzaron a disponer de una vía directa para conocer informaciones de carácter confidencial.
Rosalinda era una mujer de acción. Al principio de la guerra tuvo conocimiento por Beigbeder de que Francia acumulaba tropas en la zona de su protectorado fronteriza con el controlado por España, para invadirlo en caso de que Franco entrara en la contienda del lado de Alemania. La espía no dudó en tomar un vehículo para recorrer el área. Acabó detenida por los franceses, que al final la dejaron ir.
Su actividad continúa cuando Beigbeder es nombrado ministro de Exteriores de Franco. A instancias de su amada, el español mantiene una estrecha relación con el embajador británico. Este, a través de él, se entera de que Ramón Serrano Suñer, ministro de la Gobernación, ha sido invitado a Berlín para participar en un cóctel dado por Hitler para celebrar la victoria sobre Inglaterra. La Alemania nazi no había atacado aún a Gran Bretaña, lo que convertía aquel cóctel en la certificación de los planes del Führer.
El 17 de octubre de 1940, Beigbeder fue cesado como ministro de Exteriores –le sustituiría Serrano Suñer– y puesto bajo arresto domiciliario. Antes, no obstante, pudo avisar a Rosalinda Powell Fox de que figuraba en la lista negra de la Gestapo en España,y le ordenó trasladarse a Portugal, donde la británica se refugió.
Otro de los blancos de aquellas intrigas fue el general Luis Orgaz, nombrado alto comisario en mayo de 1941. El Foreign Office, el Ministerio de Exteriores británico, llegó a creer que Orgaz, partidario de una restauración monárquica en España, “podía decidir actuar por su cuenta y capitanear un movimiento de resistencia antialemán en este lado del Estrecho”. Sin embargo,Orgaz se dejaba querer tanto por los alemanes como por los aliados.
Al final, como señala el historiador Ángel Viñas a partir de documentos británicos desclasificados, Orgaz recibió de Londres importantes sumas de dinero a cambio de una doble promesa: por una parte, garantizar que haría todo lo posible para evitar que las tropas españolas en Marruecos se enfrentaran a los aliados en caso de desembarco; y, por otra, impedir, incluso mediante las armas, que las fuerzas alemanas pasaran por territorio español para atacar a británicos o estadounidenses.
Madrid terminaría retirando a su ejército de la ciudad ante el avance aliado
En 1944, con la derrota del Tercer Reich ya en perspectiva, los españoles se vieron obligados a cerrar el consulado alemán en Tánger. De hecho, Madrid terminaría retirando a su ejército de la ciudad ante el avance aliado, con lo que se restableció en ella su régimen internacional.
Acabada la guerra, Tánger continuó siendo un nido de espías, aunque por motivos muy distintos. Lo que interesaba ahora era conocer los movimientos de los partidos nacionalistas, que reclamaban la salida de Francia y España de territorio marroquí y que tenían su base de operaciones en Tánger.
Finalmente, en 1960, cuatro años después de que el país recuperara su independencia, la ciudad quedó bajo soberanía marroquí. Rabat liquidó toda traza de estatus especial y, con ello, dejó caer el telón sobre un escenario que tan dado había sido a las conspiraciones.