Tercer Reich: El ocultismo de sus raíces
Antes de que Himmler diera rienda suelta a sus ideas esotéricas, varias sociedades buscaron justificar “científicamente” el supremacismo ario. Algunas de sus creencias serían adoptadas por el nazismo
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Adolf Hitler era un gran lector. Desordenado, fragmentario y sin método, pero leía de todo. Especialmente obras históricas, militares, biografías y… las novelas del Oeste de Karl May. No solía tener en cuenta la calidad de la fuente o lo acertado de la argumentación, tan solo buscaba ratificar sus convicciones. Dar forma a su particular visión del mundo, que podría resumirse en tres ideas: la vida era una lucha continua en la que solo sobrevivía el más fuerte; la raza aria era superior a las demás; y el judaísmo buscaba corromperla.
De los distintos períodos de su existencia, los años juveniles en los que trató de abrirse paso como pintor resultaron cruciales para establecer esa visión. Aunque vio rechazada su admisión en la vienesa Academia de Bellas Artes, permaneció varios años en la capital imperial. Sin oficio fijo, realquilado o durmiendo en sórdidos albergues masculinos, dispuso de mucho tiempo libre para pensar, pasear, oír música y, sobre todo, leer.
Entre sus lecturas favoritas se hallaba la revista Ostara, que solía revisar una y otra vez con fruición. El director de la publicación señalaría después que el joven Hitler le había visitado en la redacción allá por 1909 para pedirle algunos números atrasados. Conmovido por su modestia y evidente carestía, no solo se los había regalado, sino que también le había dado un par de coronas para su sustento. Pero ¿qué se escondía tras Ostara?
La clave de una generación
Fundada en 1905 por Jörg Lanz von Liebenfels, un ariosofista delirante, la revista austríaca Ostara tomaba el nombre de una antigua divinidad germánica de la primavera. Desde una perspectiva racista y antiliberal, no solo criticaba las debilidades de la monarquía de los Habsburgo, sino que advertía del peligro que representaban para los arios las “razas inferiores”. Es decir, casi todas las demás.
Sus titulares no podían ser más explícitos: “¿Es usted rubio? Entonces le acechan grandes peligros”. Estas aserciones aparecían justificadas con todo tipo de teorías ocultistas y sesgadas interpretaciones de textos védicos y bíblicos, así como con los proféticos versos de Nostradamus. Como aderezo, Ostara incluía una rebuscada simbología, en la que no podían faltar ni las runas (las antiguas letras germánicas) ni la esvástica.
Uno de los ganchos de la revista eran los relatos de corte casi pornográfico en los que hermosas germanas rubias caían en las garras de libidinosos “oscuros”. Así se refería Ostara a los negros, a los eslavos y a los judíos, retratados como taimados y simiescos seres que, llevados por su voraz apetito sexual, anhelaban contaminar la pura sangre aria.
Detrás de la publicación se hallaba el Ordo Novi Templi, una secta iniciática de vaga inspiración templaria fundada por el propio Liebenfels. Este antiguo monje cisterciense, cuyo verdadero nombre era Adolf Josef Lanz, había adquirido cierto renombre tras publicar Teozoología, libro en el que abogaba por la esterilización de las razas inferiores y de aquellos que padecieran ciertas enfermedades hereditarias. Del mismo modo, consideraba el devenir humano un permanente combate entre los arios, una raza creadora de cultura, y los oscuros.
Revistas como la descrita no solo florecían en Austria, donde los de etnia germana se sentían amenazados por el creciente número de eslavos y judíos que formaban parte del Imperio. También en Alemania, acunadas por la efervescencia nacionalista producida tras la unificación en 1871.
La influencia de estas publicaciones (no solo en Hitler, sino en toda su generación) no debería infravalorarse. En realidad, servían de medio de expresión a las numerosas sociedades de signo ultranacionalista que crecían en ambos países, y que defendían la unión de todos los germánicos en un solo estado, la denominada Gran Alemania.
En estas publicaciones racistas, vocablos como ario, nórdico, germano o alemán acabarían utilizándose indistintamente
Algunas de estas sociedades eran respetadas, como la Liga Pangermánica, en la que militaban numerosos miembros de las clases dirigentes del II Reich. Pero la mayoría estaban formadas por grupos extremistas que combinaban, a partes iguales, racismo y antisemitismo, teosofía y ocultismo, dando lugar a lo que se ha dado en llamar la ariosofía. Esta corriente propugnaba la vuelta a un supuestamente glorioso y pagano pasado ario, de la mano de líderes carismáticos dotados de poderes ocultos.
Nadie parecía haberse parado a pensar que el término “ario”, desde una perspectiva científica, no encerraba ninguna idea de carácter racial, sino lingüístico, puesto que hacía referencia a un conjunto de lenguas emparentadas. En estas publicaciones, vocablos como ario, nórdico, indogermano, germano o alemán acabarían utilizándose indistintamente. Y, de hecho, así serían entendidos por el común de la ciudadanía.
Oscuras teorías
Más respetado que Lanz era Guido von List, del que el primero se consideraba discípulo. Este ocultista, famoso por sus estudios sobre la adivinación a través de las runas y líder de la Sociedad List, mantenía que la cultura alemana se hallaba amenazada por una conspiración judía internacional, que solo podría superarse con una guerra.
Para prepararse ante la contienda que se avecinaba era necesario estructurar un estado fuerte y racialmente puro, dirigido por un líder que fuese la “encarnación visible de la ley aria divina”. En ese estado, “solo los miembros de raza ariogermánica [tendrían] derecho a la ciudadanía”, los de las razas inferiores quedarían sometidos y excluidos de cualquier cargo.
Para coronar este proyecto, la doctrina cristiana, contaminada por elementos judaicos, aparecía como un obstáculo. De ahí la necesidad de volver al pasado, a un paganismo germánico del que List se consideraría apóstol.
Este tipo de teorías, con todas las matizaciones que se quiera, aparecían también en los textos de prestigiosas figuras de la cultura alemana, como el compositor Richard Wagner (El judaísmo en la música, 1850). Hasta contaban con una supuesta base científica, la que les habían otorgado el conde de Gobineau, un respetado erudito francés, y el pensador británico Houston Stewart Chamberlain.
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La Sociedad de Thule
La derrota de los imperios centrales durante la Primera Guerra Mundial exacerbó todos estos sentimientos. Muchas de aquellas asociaciones desaparecieron, pero las que subsistieron adoptaron una especial virulencia. Deseaban acabar con la República de Weimar, que había sustituido al caído II Reich, y con los “traidores de noviembre, que habían apuñalado al Ejército por la espalda”. Es decir, los socialistas, comunistas y judíos. Uno de aquellos grupos racistas, llamado a tener una importante influencia en el nacimiento del nacionalsocialismo, fue la bávara Sociedad de Thule.
Su nombre hacía referencia a lo que los geógrafos griegos consideraban la tierra más septentrional de todas las existentes, y que para los nacionalistas alemanes simbolizaba el origen nórdico de su raza.
Inicialmente era una agrupación de investigación etnográfica, cuyo objetivo, según el registro de sociedades de Múnich, era el estudio de las antigüedades teutonas, y desde 1912 había publicado varios opúsculos sobre poesía nórdica. Su símbolo era una esvástica que coronaba una espada con hojas de roble, y sus miembros, profesionales de las clases altas y medias.
Entre el millar largo de miembros de la renacida Sociedad de Thule había varios personajes de gran trascendencia en los años posteriores: el aviador y ariosofista Rudolf Hess, más tarde lugarteniente de Hitler; el militar y orientalista Karl Haushofer, ideólogo del Lebensraum («espacio vital»); el abogado Hans Frank, futuro ministro del Reich y jefe del Gobierno General de Polonia; el ingeniero Gottfried Feder, coautor del programa del Partido Nacionalsocialista; el ideólogo Alfred Rosenberg, autor de El mito del siglo XX…
Aunque la Sociedad de Thule inspiraba y apoyaba económicamente a diversos grupos de extrema derecha, no se decidió a intervenir directamente en política hasta principios de 1919. Algunos de sus miembros, como los periodistas Hermann Esser y Karl Harrer o el cerrajero Anton Drexler, unieron entonces sus grupúsculos para fundar el nuevo Partido de los Trabajadores Alemanes (DAP). En él agregaron ciertos elementos de corte socialista a la ideología pangermanista de Thule, con el fin de acercarse al mundo obrero, que les era ajeno. Unos meses después, un joven veterano de la guerra, Adolf Hitler, se afilió al DAP. Pronto se hizo con las riendas del poder, y lo transformó en el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP).
En el DAP conoció a Dietrich Eckart, un destacado miembro de la Sociedad de Thule. Este agudo periodista, poeta, dramaturgo y empedernido bebedor dirigía el semanario antisemita El buen alemán. Eckart se convirtió en el consejero y tutor de Hitler, pulió sus modales y le introdujo en los círculos convenientes, hasta que murió en 1923.
Hitler fue siempre consciente de lo mucho que le debía, y, posiblemente, sin Eckart su carrera política habría tomado distintos derroteros. Poco dado a reconocer influencias, el futuro canciller del Reich dejó escrita en las páginas de su Mein Kampf (Mi lucha) esta muestra de reconocimiento: “Fue uno de los mejores. Dedicó su vida al despertar de nuestro pueblo con su pluma, sus pensamientos y, finalmente, con sus actos”.
No hay constancia de que Heinrich Himmler hubiera pertenecido a la Sociedad de Thule, pero sí se sabe que trabó amistad con algunos de sus miembros. Cada vez más interesado por la astrología y la videncia, el futuro jefe de la Gestapo hizo suyas diversas teorías espiritualistas y neopaganas, y en 1935, ya con el partido nazi en el poder, impulsó su propia institución, la Ahnenerbe, destinada a confirmar sus principios de superioridad racial aria.