Tiempos de postguerra: mucho miedo y poco pan
Tiempos de postguerra: mucho miedo y poco pan
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Finalizada la guerra civil española, no sólo hubo vencedores y vencidos. También hubo hambre, escasez y miedo.
Los primeros años de postguerra fueron peores que la misma guerra. Los fascistas ocuparon Madrid el 28 de marzo de 1939 y hasta el 8 de abril no entraron en la capital trenes con alimentos. Muchos ciudadanos se vieron obligados a cambiar monedas o joyas de oro por un chusco de pan negro, otros acudían a los cuarteles a pedir las sobras y muchas mujeres tuvieron que prostituirse por un poco de comida.
Los alimentos se convirtieron en un bien escaso. A los españoles aún les quedaba por soportar una dura etapa, que se vio agravada por el aislamiento internacional del régimen franquista.
La ropa se hacía a mano en cada casa, desde las medias y calcetines de lana hasta la ropa interior, jerséis de punto y los pantalones. Cuando una prenda se dejaba por vieja, de las partes sanas se hacían nuevas prendas para los más pequeños de la familia.
Los fumadores, aparte de recoger colillas, secaban hojas de patatas que luego se fumaban. El tabaco fue también racionado y sólo estaba destinado a los hombres, las mujeres quedaban excluidas, como en tantas cosas. Los niños, los grandes perdedores de las guerras, siempre en la calle, sobrevivían ejerciendo las más variopintas tareas, entre ellas la de buscar colillas para vender luego su exiguo contenido como tabaco picado.
El salvoconducto del hambre o cartilla de racionamiento consistía en un talonario formado por varios cupones, en los que se hacía constar la cantidad y el tipo de mercancía. Las había de primera, segunda y tercera categoría, en función del nivel social, el estado de salud y el tipo de trabajo del cabeza de familia, y además se subdividían en dos tipos: una para la carne y otra para lo demás. Cada persona tenía derecho a la semana a 125 gramos de carne, 1/4 litro de aceite, 250 gramos de pan negro, 100 gramos de arroz, 100 gramos de lentejas rancias con bichos, un trozo de jabón y otros artículos de primera necesidad entre los que se incluía el tabaco. Pero una cosa era el derecho y otra lo que se podía adquirir realmente. Los productos que se entregaban eran básicamente garbanzos, boniatos, bacalao, aceite, azúcar y tocino. Rara vez se repartía carne, leche o huevos, que sólo se encontraban en el mercado negro. El pan, que era negro, porque el blanco era un artículo de lujo, quedó reducido a 150 ó 200 gramos por cartilla. A los niños se les daba además harina y leche y a los que habían pertenecido al ejército franquista se les añadía 250 gramos de pan. Los militares, guardias y curas tenían derecho a 350 gramos de pan blanco, por supuesto.
Con la necesidad, como siempre, apareció la picaresca. Madres y abuelas borraban con miga de pan los sellos que se colocaban como señal de haber entregado los alimentos y mandaban a las niñas más pequeñas otra vez a la cola.
Las cartillas deberían haber asegurado el abastecimiento de lo más imprescindible pero no fue así y como consecuencia de ello surgió un mercado negro (estraperlo) controlado por los grandes jerarcas afines al régimen, y por ese otro tipo de personas que siempre hacen negocio con la miseria humana. Tanto es así que en las tiendas se vendían todo tipo de productos “de lujo” a precios desorbitados. Y ocurrió lo que tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia: las familias con dinero siguieron comiendo bien y los españoles fueron divididos nuevamente en distintas categorías: los ganadores con trabajo y sin carencia, los sobrevivientes, perdedores de la guerra, que tenían un familiar fascista que les surtía de alimentos y por último los desgraciados cuyo destino fueron hospitales y campos de concentración.
El término estraperlo proviene de tres famosos estafadores holandeses llamados Strauss Perlowitz, y Lowann que casi tumbaron a la Segunda República, como consecuencia de la introducción de un juego de ruleta eléctrica de marca “Straperlo”. El pueblo, siempre tan sabio, unió los apellidos y añadió un nuevo vocablo al diccionario que lo define como “Comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado o sujetos a tasa”.
Sin duda esos fueron los inicios de la cocina creativa en España. Se echaban algarrobas en vinagre para que no criaran gorgojos y se comían como lentejas, la cebada tostada se empleaba como sucedáneo de café, con las cáscaras de los plátanos se elaboraban cremas y purés.
El periodista Claudio Grondona describe en un artículo del Diario Sur de Málaga de los años setenta : “Madres y hermanas, esposas e hijas en una paciente, sufrida, dolorosa y desalentadora tarea de hogar y de familia. Llegaron a confeccionar tortillas sin huevo, guisos sin carne, fritos sin aceite, dulces sin azúcar, café con trigo tostado; hicieron pucheros con huesos, cocidos sin semilla ni patatas, embutidos de pescado”.
La prensa del régimen trasmitía a la población la esperanza de que llegaría la comida si resistían, como si al hambre la pudieras decir espera un poco … Y en esa época de tantas injusticias y calamidades la gente ampliaba el refranero: “Cuando Negrín, billetes de mil; con Franco, ni cerillas en los estancos”.
Las cartillas de racionamiento se utilizaron durante 13 largos años y y miles de largas colas. Si algo hacían los españoles en aquella época era esperar.
Juana Doña, militante comunista a quien suprimieron la cartilla de racionamiento cinco años antes, ya que fue detenida y permaneció en la cárcel durante tres lustros contaba: «200 gramos de azúcar por familia, medio kilo de arroz, un cuartillo de aceite, dos kilos de patatas… Y así cada quince días o un mes. Éramos ocho en casa: cinco hermanos, los padres y una tía. Casi todo mujeres, por cierto»En las calles se ofrecía sobre todo pan y tabaco. Es igual que los negros que venden hoy discos». «Había hornos de pan ilegales. En cada portería, en cada esquina, una mujer mayor vendía con una bolsa exponiéndose a 15 días de cárcel –las tristemente célebres quincenas–. Los hombres fumaban guarrerías, así, cuando iban a trabajar a las cinco de la mañana, ya había mujeres vendiéndoles tabaco». «Las falsas embarazadas erán legión: Su vientre ocultaba aceite –carísimo–, harina, judías, carbón…».
“No quería olvidar; olvidar es convertir en cenizas la parte más larga de tu vida, porque el olvido llega cuando casi ya no vives. Olvidar es un despilfarro, es quedarte sin nada, con las manos vacías y la mente vacía”.(Juana Doña, “Gente de Abajo”).
No olvidar. No debemos dejar la historia en el olvido. Olvidar es enterrar defnitivamente a quienes tanto dieron y tanto sufrieron.No olvidar, para recordar siempre.