TODOS LOS ROSTROS: Fuga de San Cristóbal: 207 de los nuestros, acribillados a balazos, y 585 apresados para ser maltratados, torturados, vejados, golpeados, juzgados y 20, fusilados: La Memoria al servicio de la Justicia. Día 192
Memoria visual de los presos antifranquistas y de los represaliados por el fascismo y el franquismo en la España de la guerra civil y postguerra
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Han pasado 70 años. He tenido la suerte de vivir mucho desde entonces, pero aquel fue el mejor manjar que he probado en mi vida, el mejor. Un simple plato de sopa… ¡¡con fideos!! Cálido, espeso, sabroso. Sopa con fideos. Aún sueño con el gusto de aquella delicia. Fue en mayo de 1938, creo recordar que el 24, a los dos días de nuestra fuga del penal de San Cristóbal. Picó, comunista él como otros muchos compañeros del presidio, había logrado desarmar a Galán, el guardia que en ese momento se encontraba en la cocina. Amordazado y maniatado el carcelero, Picó le desposeyó de su uniforme y su defensa y se atavió con su vestimenta, aprovechando el subterfugio para hacerse uno por uno con otros guardias en distintas dependencias. Especulaban unos sobre que si rebelión había sido inicialmente ejecutada por 8 presos, mientras que otros alargaban la cifra hasta una veintena de conspiradores. No sé. A mi me gusta pensar que Picó fue el paladín, el héroe de aquella jornada de lucha, pero todos coinciden en que los impulsores redujeron a los guardianes a la hora del rancho y que les arrebataron los uniformes para atravesar el patio, acercarse a los centinelas que estaban en el rastrillo, tomar el cuerpo de guardia y armarse. Fue en ese momento cuando uno de los valientes comenzó a gritar: «»Podéis salir, camaradas, somos libres!», mientras que otro llamaba a la fuga y marcaba el destino «¡A Francia, a Francia!». Y entonces, de a poco, o de muchos en muchos, salimos corriendo buscando el valle y las montañas. Aunque no todos, pues a pesar de ser unos 2.500 los republicanos presos en San Cristóbal, no llegamos al millar los que optamos por marcharnos.
Fuerte Prisión de San Cristóbal. Monte de Ezkaba. Pamplona. Fuente: menudaeslahistoria.com
¿Que por qué lo hicimos? Sencillo. En aquel mayo del 38 bastantes creíamos todavía en la victoria final de la República. Además, y aunque no conocíamos con exactitud como llegar a ella, sí sabíamos que teníamos la frontera francesa a 50 kilómetros. Alguna muga favorable y escondida encontraríamos para atravesarla. Pero la única razón de peso, el motivo fundamental del motín y la fuga era el hambre. HAMBRE. Los fascistas nos estaban matando de hambre. Literalmente. En San Cristóbal, en Ezkaba tal y como la conocen los naturales del país, estábamos 2.500 republicanos prisioneros, 2.500 cadáveres ambulantes destrozados, famélicos, que arrastraban los pies por entre las siniestras mazmorras del castillo, 2.500 hombres dignos que ya estaban muertos, pero que veían aplazada su expiración súbita al convertirla sus torturadores en una lenta agonía. Sí, lenta, pero no perpetua pues cada mañana nos encontrábamos con tres, cuatro o más compañeros que no habían podido resistir, muertos de pura inanición. Tal era nuestra precariedad y nuestro desvalimiento que en los inviernos más duros teníamos que enterrar a los muertos entre la nieve, acumulándolos en pilas hasta que los camiones pudieran llegar a ellos para llevárselos. Pero nuestra hambre era tan horrible y acuciante que por aquel entonces supe, porque así me lo contaron quien lo vio, que más de un desesperado había penetrado subrepticiamente en el repleto cuarto obscuro que nuestros captores habían habilitado como depósito de cadáveres al lado de la enfermería, para arrancar e ingerir tajadas de carne a los cuerpos de los compañeros fallecidos. Hoy, siete décadas después, las gentes que habitan en las modernas ciudades y pueblos de España y que comen dos o tres veces al día creerán descabellado pensar que en un prisión franquista pudieron darse casos de antropofagia, pero yo estuve allí y aunque no dí ese siniestro paso truculento, nuestra desesperanza era tan grande que de habernos sentido aún más débiles, algunos hubiéramos acabado por sobrevivir de esa manera tan drástica y horrenda.
Fuerte Prisión de San Cristóbal. Monte de Ezkaba. Pamplona. Fuente: escapadarural.com
Y por eso, la mañana del 22 de mayo de 1938, más de un millar de presos escapamos a la carrera de San Cristóbal, en la fuga más masiva de la historia y quizás también en la más improvisada y peor preparada. Muchos iban descalzos, la mayoría no llevaban más que una camisa, nadie portaba víveres, sólo una veintena íbamos armados y todos desconocíamos qué hacer. Fue ese desconcierto derrotista tras la euforia inicial la razón por la cual unos 500 presos decidieron volver poco a poco a la prisión y refugiarse en sus celdas, antes de que el castillo fuera retomado por los soldados franquistas. Pero los demás, unos 800, preferíamos morir al raso de un tiro en la espalda, antes de seguir sufriendo tanta penalidad. Por eso, sólo corríamos y corríamos monte abajo como conejos asustados. Atrás, entre los muros de la tétrica fortaleza quedaban los que se sentían sin fuerzas, los incapacitados y los más temerosos, por sí mismos o porque las represalias pudieran llegar con prontitud a sus familias.
Presos de la Nava de Asunción en San Cristóbal. Fuente: lanavadelaasuncion.galeon.com
Collage sobre presos de San Cristóbal. Fuente primaria de la imagen y autora de la misma: Hedy Herrero, administradora de la página FAMILIARES DE PRESOS FUERTE SAN CRISTÓBAL. Fuente secundaria de donde he capturado la imagen: transhistoria.blogspot.com.es.
Mas de repente, un guardián corneta que había conseguido escapar comenzó a dar el toque de alarma a pesar de que los compañeros quisieron abatirlo con sus fusiles, sin conseguirlo. Y así, la fuga que debiera haber quedado secreta hasta el relevo de la guardia a la mañana siguiente, fue rápidamente descubierta en el valle y en Pamplona. Y en Pamplona, en Navarra comenzó la caza del hombre. Algunos de los fugados más ingenuos fueron capturados en la estación de tren de la capital, comprando un billete para alejarse de allí en ferrocarril. Otros de los más despistados, en su errático vagar en busca del norte y de la raya con Francia cayeron prisioneros en Estella, a unos 60 kilómetros al suroeste de Ezkaba. Pero la gran mayoría sólo corríamos, sin rumbo fijo. De manera inmediata, perros, curas, mujeres con fusiles y boinas rojas, requetés, guardias civiles y soldados formaron las patrullas a la caza y captura de los fugados. Al caer la noche poblaron los franquistas la montaña con reflectores y comenzaron a aplicar sumarísimamente la ley de fugas. Ráfagas de metralleta, nutridos disparos de fusil y tiros de gracia rompían el silencio de la noche e informaban a los que aún permanecíamos huidos de la cercanía de nuestros perseguidores y de su letal eficacia. Muchos de los supervivientes, que salimos del penal en nutridos racimos pero que ya estábamos disgregados, preferimos escondernos de día entre las arboledas y caminar silenciosamente de noche siempre hacia el norte, pero en cada recodo nos esperaba una patrulla que las más de las veces nos disparaba entre la negrura, antes incluso de preguntar por nuestra identidad. No es de extrañar que con semejante proceder fuéramos apresados o liquidados con prontitud. 207 de los nuestros, acribillados a balazos, 207 valientes republicanos hambrientos, muertos. Y 585 fuimos aprehendidos vivos, aunque sólo para ser maltratados, torturados, vejados, golpeados, juzgados y una veintena, asesinados por un pelotón. Al mediodía del 25, dos de mis compañeros y yo, cansados de caminar arriesgadamente de noche y escondernos de día, llegamos a un pueblo con la claridad de la mañana sólo para ser descubiertos por una vecina, la cual alertó a las fuerzas para que vinieran en nuestra búsqueda. Pero apiadada de nosotros y de nuestro aspecto esquelético y febril, nos sirvió a cada uno el riquísimo plato de sopa con fideos.
Rutas de fuga hacia Francia. Fuente: losfugadosdeezkaba1938.com
Muchos dicen que cuatro, pero la mayoría piensa que tres presos, sólo tres consiguieron llegar a Francia tras nueve días y diez noches de terrible fuga. De ellos tenemos la certeza de su identidad por el Cuaderno del Registro de la prisión: el minero y albañil Jovino Fernández González, de Santa Marina del Sil, municipio de Toreno (León); el músico segoviano José Marinero Sanz, que acabó por recalar para siempre en Mexico, y el jornalero Valentín Lorenzo Bajo, de Villar del Ciervo (Salamanca). Del cuarto nada sabemos. De ser real y existir, su nombre se ha perdido para siempre entre las nieblas de la Historia, incluso para los que algún día fuimos camaradas suyos en aquel matadero. Porque en 1938 no era otra cosa ese infecto lugar de muerte, y lo siguió siendo hasta 1945. En San Cristóbal, los asesinatos, las torturas, el hambre, los malos tratos y las enfermedades contraídas en la prisión nos aniquilaron sin piedad. Hoy sé que gracias al trabajo del investigador José María Jimeno Jurío y a los trabajos de las asociaciones de Familiares de Fusilados de Navarra y Txinparta, se ha podido hallar el cementerio que se construyó en 1940 en la ladera del propio monte, a 500 metros de distancia del Fuerte para enterrar allí a los muertos a causa del hambre y de las enfermedades contraídas en su estancia en esta prisión-fortaleza entre 1940 y 1945. Además, he leído que se han localizado los lugares de enterramiento de otros 203 compañeros muertos en la prisión y enterrados en 13 cementerios de la zona. Serían así 334 las tumbas de presos del Fuerte de las que conocemos su paradero, pero aún quedan por ubicar las fosas de dos grupos de asesinados, los llamados presos gubernativos de Navarra y sobre todo los 207 compañeros míos abatidos a tiros durante la fuga.
Ficha de entrada de José Marinero en México. 1939. Fuente: losfugadosdeezkaba1938.com
Jovino Fernández González. Fuente: losfugadosdeezkaba1938.com
Valentín Lorenzo. 1942. Fuente: losfugadosdeezkaba1938.com
En homenaje a ellos, nunca dejaré de narrar a quien quiera escucharme cómo conseguimos escapar de aquella cárcel de exterminio y cómo algunos lo lograron para siempre. Y también, ¿por qué no?, cómo mis dos compañeros y yo, cansados de caminar arriesgádamente de noche y escondernos de día, al media mañana del 25 llegamos a un pueblo cercano a la frontera, con la claridad del sol radiante sólo para ser descubiertos por una vecina, la cual alertó a las fuerzas para que vinieran en nuestra búsqueda. No le tengo odio, ni siento rencor alguno por ella. Al contrario, pues tras 70 años los resquemores desaparecieron, mis aristas emocionales se volvieron romas y de aquella bendita mujer sólo recuerdo su gesto ya que apiadada de nosotros y de nuestro aspecto esquelético y febril, nos sirvió a cada uno el más exquisito, celestial y excelso plato de sopa con fideos que hubieran saboreado nunca tres personas al borde de la muerte por hambre. Pura hambre.