Tras la ciudad perdida de Ramses II… y el rastro definitivo de Moisés
Miles de siervos bañados en sudor acarrean inmensos sillares y estatuas sobre trineos de madera. El empeño es titánico. Levantan una ciudad que quita el aliento. Tan colosal es la nueva urbe que la ll
Miles de siervos bañados en sudor acarrean inmensos sillares y estatuas sobre trineos de madera. El empeño es titánico. Levantan una ciudad que quita el aliento. Tan colosal es la nueva urbe que la llaman ‘Repetición de la Creación’.
Se trata de la nueva capital de Egipto. El faraón Ramsés II había decidido dejar Tebas y trasladarse al norte, a uno de los brazos por los que el Nilo se desparrama para desembocar en el Mediterráneo. La nueva ubicación de la capital era mejor desde el punto de vista estratégico porque estaba más cerca de la frontera del gran enemigo, el Imperio hitita, y permitía enterarse y responder con más rapidez ante una posible agresión.
La nueva capital se llamó Pi-Ramsés en honor del mítico faraón, uno de los más grandes del Antiguo Egipto: gobernó desde 1279 a 1213 a. de C., conquistó, batalló e impulsó enormes obras de arquitectura e ingeniería. Fue el instigador de aquella capital legendaria que vivió un siglo de esplendor y después desapareció. En los últimos años, nuevas excavaciones desvelan detalles de esa urbe esplendorosa que ha permanecido enterrada durante siglos.
Según dejó escrito uno de sus habitantes, en Pi-Ramsés abundaban los «luminosos aposentos de lapislázuli y malaquita» y el palacio del soberano se asemejaba «al horizonte del cielo». Junto a los estanques ornamentales en los que flotaban flores de loto, se alzaban jaulas para leones y jirafas. Pi-Ramsés, según las alabanzas recogidas en el equivalente a los libros de texto de la XIX Dinastía, era «la residencia donde la vida resulta placentera».
Aquel lujo quedó sepultado. Sus terrenos son ahora campos de cultivo en torno a la ciudad egipcia de Qantir. De los palacios y templos quedan ruinas esparcidas, restos diseminados, porque casi todas las columnas y pilares fueron saqueados en la Antigüedad: se utilizaron como material para nuevas construcciones.
La ciudad era un crisol de culturas. Han hallado hasta un casco como los que llevaban los griegos en ‘La Ilíada’
Hubo que abandonar Pi-Ramsés porque cambió el curso del Nilo: el brazo que la regaba, y que hizo que incluso algunos estudiosos la llamaran ‘la Venecia de Egipto’, se secó por la acumulación de sedimentos. Se abrió un nuevo cauce al oeste, otro brazo del Nilo que se llamó ‘tanítico’ porque en sus orillas se asentó la nueva capital: Tanis.
Ciudad bíblica
Las excavaciones modernas comenzaron por Tanis a finales del siglo XIX. En 1930, Pierre Montet estudió sus ruinas; en 1983, una investigación promovida por el Museo alemán Roemer-Pelizaeus en Hildesheim dio con una sala repleta de bloques con el cartucho de Ramsés II. El interés del hallazgo de la ciudad de Pi-Ramsés se multiplica, además, porque se cree que es de allí desde donde habrían partido los judíos guiados por Moisés en busca de la Tierra Prometida, la epopeya que se relata en el libro del Éxodo de la Biblia.
Algunos investigadores han tomado el Éxodo al pie de la letra. Otros solo han visto en él un relato religioso. Ahora se confía en poder desvelar el misterio. Numerosos arqueólogos se han dado cita en el supuesto punto de salida de aquel gran movimiento migratorio. Un equipo austriaco ha explorado el barrio sur de la desaparecida ciudad de Ramsés. Del resto de las ruinas se viene encargando desde 2015 el equipo del arqueólogo alemán Henning Franzmeier, del University College de Londres.
La gran extensión de la ciudad, que llegó a ocupar entre 15 y 30 kilómetros cuadrados, hace que el trabajo sea muy complicado. Pero ayudan mucho los magnetómetros de cesio, que hacen visible lo que se encuentra bajo la superficie.
El centro de la ciudad, la parte donde se levantaban los palacios, se encontraba repartido entre varias islas del Nilo. A lo largo de la orilla se alineaban las mansiones de los ricos, así como los barrios separados de mercaderes y artesanos, con capacidad para albergar hasta 100.000 personas.
El brazo del río que regaba esta ‘Venecia del Nilo’ cambió su curso y los habitantes tuvieron que huir
Pi-Ramsés fue un crisol de culturas. En las excavaciones han salido a la luz sellos hititas y cascos de embarcaciones de todo el Levante mediterráneo, incluso restos de un casco con colmillos de jabalí como los que en La Ilíada llevaban los griegos lanzados al asalto de Troya.
Esclavos y deportados
Por el momento, la búsqueda de un clan hebreo obligado a fabricar ladrillos a golpe de látigo ha resultado infructuosa; sin embargo, cada vez parece más evidente que el lamento bíblico por aquella servidumbre a orillas del Nilo sí tiene elementos históricos.
«Sabemos que los faraones dirigieron campañas militares hacia Canaán (que abarca el Israel actual), el desierto del Néguev y la Transjordania. Los prisioneros de guerra eran llevados a Egipto en gran número, entre ellos presumiblemente también protoisraelitas», afirma el arqueólogo Manfred Bietak, que conoce la región mejor que nadie.
En sus razias, los esbirros de los egipcios capturaban a pastores nómadas semitas. Hasta 10.000 de ellos fueron deportados al Nilo. Un alto funcionario del Reino Nuevo tenía no menos de 45 servidores procedentes de Oriente Medio.
Sin embargo, muchos extranjeros también llegaban a Egipto voluntariamente. El esplendor económico del reino del faraón atraía a toda clase de mano de obra especializada. Panaderos semitas acudían en gran número, también sastres, viticultores y peleteros.
El arqueólogo Manfred Bietak ve muchas conexiones entre el relato bíblico del Éxodo y la historia real. Incluso ha reconstruido la posible ruta de huida de los judíos. Según sus cálculos, tras abandonar el delta del Nilo, los hebreos se dirigieron primero al lago de Ballah, una región llana y pantanosa en la frontera con el Sinaí. De esta forma consiguieron eludir los controles fronterizos.
Pi-Ramsés sirvió también al joven faraón como enclave militar. Había miles de soldados acantonados en la ciudad. Contaba con cuarteles, explanadas para ejercitarse, pistas de entrenamiento para los caballos de guerra y un puerto para la flota.
Las grandes armerías del reino también se encontraban allí. Los arqueólogos han hallado hornos, crisoles y moldes dispuestos en hileras de 15 metros de largo. Hasta 300 trabajadores se afanaban delante de los calderos llameantes y fabricaban puntas de flechas y lanzas, además de espadas, jabalinas, herrajes y guarniciones.
También han aparecido en las excavaciones las caballerizas de la compañía de carros de guerra. Las instalaciones tenían espacio para unos 500 animales. En los alrededores se han encontrado restos de bridas, piezas metálicas de las ruedas, adornos de bronce… Incluso se han conservado las huellas de los cascos de los caballos en el barro.
Se ha excavado también en lo que en su día fue un campo de cereal. Las imágenes de los magnetómetros indican que bajo la superficie yacen enormes cimientos. Puede que se trate de un granero o de un cuartel. Pero esas ruinas también podrían pertenecer a un palacio donde se oculte el rastro del bíblico Moisés.
Origen: Tras la ciudad perdida de Ramses II… y el rastro definitivo de Moisés