29 marzo, 2024

Tres batallas imposibles que la picaresca del Imperio español convirtió en épicas victorias

Desde lanzar ganado contra el enemigo, hasta disfrazarse para engañar a los musulmanes. Los soldados del siglo XVI usaron, además de la pica y el arcabuz, el ingenio para vencer

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Decía Napoleón Bonaparte que, una vez en el campo de batalla, los ejércitos obtienen la victoria atendiendo a su organización, a la confianza de sus combatientes, al arrojo y a la paciencia. Llevaba razón el sire, pero se le olvidó un factor clave: la picaresca. Esa de la que se hablaba en el lazarillo de Tormes y que, lejos de ser un recurso de ficción, permitió al Imperio español alzarse con victorias imposibles. Durante el reinado de Felipe III, por ejemplo, nuestros soldados demostraron que el ingenio puede dar la vuelta a una derrota segura cuando lanzaron ganado contra una fuerza inglesa muy superior en número, engañaron a los nativos americanos para que se estrellaran contra sus defensas o se disfrazaron

 con ropajes musulmanes para asaltar al contrario por sorpresa.

Así lo explica Eduardo Ruiz de Burgos Moreno en su libro «La difícil herencia» (Edaf). Una obra en la que mantiene que, aunque hegemónica, la situación de España en el siglo XVI no era sencilla debido, entre otras cosas, al «cansancio general de las continuas guerras anteriores en suelo europeo», a la relativa escasez de efectivos para dominar un territorio que se extendía desde las colonias americanas hasta Asia o, como no podía ser de otra forma, a la poca abundancia de recursos.

Factores que le obligaron, según explica a ABC, a favorecer durante años una «política de tintes pacifistas» que duró «hasta que logró cierta recuperación económica». Con ese telón de fondo, los soldados tuvieron que valerse de lo que podían para solventar situaciones peliagudas. «A pesar de la mejor voluntad real, las inmensas posesiones españolas se vieron una y otra vez atacadas y, en sólo diez años, obligaron a sus ejércitos a mantener 162 batallas repartidas por todos los confines terrestres», añade.

Ganado contra ingleses

La primera de estas curiosas batallas se sucedió cuando una flota inglesa trató de atacar la posición española situada en Jamaica (en esos momentos propiedad de la familia de Cristóbal Colón). Sin embargo, se encontraron con unos aguerridos defensores acostumbrados a combatir contra piratas, algo muy usual durante el siglo XVI. «No es infundado el temor a los ataques de bandoleros marítimos que roban y saquean ciudades y puertos, pues durante años trataron de capturar especialmente las mercancías de los buques de transporte españoles en aguas americanas», establece Ruiz de Burgos

En aquellos años, los piratas suponían un auténtico quebradero de cabeza para los enclaves españoles, a los que acosaban sin tener ninguna piedad. Los más temidos eran los francesesgenoveses portugueses. «En el mar Caribe, un lugar ideal por la abundancia de islas en las que pueden refugiarse, sus buques atacaban por lo general desde los apostaderos que tenían en el puerto del Manzanillo en el golfo cubano o desde los puertos de Santa Ana y Guabayara en la Isla de Jamaica».

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Con todo, no fueron piratas los que atacaron aquel 24 de enero del año 1600 la actual ciudad de Spanish Town, sino una flota con una bandera tradicionalmente enemiga de España: 16 buques ingleses al mando de Christopher Newport. No distaban mucho de ser filibusteros, eso sí, pues este capitán había sido formado por Francis Drake, el reconocido corsario anglosajón.

Felipe III
Felipe III

«Afortunadamente para los habitantes, su llegada había sido apercibida con suficiente antelación (…), dando tiempo a que su gobernador (…) organizara las defensas de la villa con los apenas 200 hombres armados con los que podía contar», añade Ruiz de Burgos.

Tan sencilla veían la conquista los ingleses que incluso trataron de convencer a los defensores de que se rindieran antes de comenzar la contienda. «Desembarcaron un emisario enarbolando bandera blanca en una chalupa que se acercaba a la playa […]. Allí, a unos centenares de metros […], los defensores estaban atrincherados y habían situado un cañón para impedir un posible desembarco (…). A estos españoles, el mando inglés, a través del emisario, les exigió la rendición formal bajo amenaza de pasar a cuchillo a todos los defensores», explica el escritor.

Lo primero que hicieron los avispados defensores fue aprovecharse del mal español que hablaba el emisario para dilatar sus respuestas. La estratagema les valió ganar un tiempo precioso para preparar mejor a sus hombres. Cuando los ingleses se dieron cuenta del engaño, ya era tarde.

Poco después comenzó la contienda. «Decidieron atacar y desembarcaron unos 1.500 soldados. Tras reunirse en la playa, donde ya no había españoles, se organizaron en cinco columnas y empezaron a avanzar hacia la villa con la firme intención de conquistarla», añade el experto.

Tercios en Empel
Tercios en Empel – Augusto Ferrer-Dalmau

Pero los dos centenares de españoles ya habían planeado su siguiente movimiento. Para defenderse, usaron una táctica cuanto menos original: ataron antorchas encendidas a los cuernos de todo el ganado que había en la ciudad, lo que enloqueció a los animales. Luego los liberaron y los lanzaron contra sus desprevenidos enemigos. «Los ingleses primero oyeron un terrible estruendo, después, vieron ante sí una inmensa polvareda que no llegaban a entender y, finalmente, sufrieron una imprevista embestida de toros y vacas», explica el escritor.

Confundidos y desorientados por las aterrorizadoras bestias, los soldados de la vanguardia inglesa que no fueron arrollados retrocedieron desorganizadamente y se abalanzaron sobre sus camaradas de las filas posteriores. Como consecuencia se generó una avalancha humana que dejó tras de sí una cincuentena de muertos por aplastamiento.

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Tras reunirse junto a la costa, descubrieron que sus planes habían dado un giro inesperado. «Para el cuerpo expedicionario del almirante Newport era más que suficiente. Los soldados desistieron de avanzar hacia el interior y sólo querían ser embarcados en sus buques. Sin haber logrado disparar un solo tiro, las pérdidas se les antojaron excesivas. No sabían bien lo que había sucedido, pero convencidos de que a los defensores no se les podía derrotar, se hicieron a la mar y abandonaron definitivamente la isla», finaliza el experto.

Disfraces para los Tercios

Otra de las contiendas en la que los españoles demostraron su capacidad de improvisación se sucedió el 18 de julio de 1602, en Túnez. Ese día, una flota católica asaltó por sorpresa el puerto de Hammamet, regentado por piratas turcos. «El ataque corrió a cargo de 350 infantes españoles y caballeros a las órdenes de Malta y de la toscana (…) embarcados en 5 galeras de la escuadra española de Sicilia y 5 fragatas de tres mástiles», añade Ruiz de Burgos.

Los españoles necesitaban tomar la plaza cuanto antes, pues sabían gracias a sus espías que en un breve período de tiempo los turcos recibirían unos considerables refuerzos. En lugar de desesperar, decidieron utilizar esa información a su favor en una estratagema más propia de una novela de fantasía que de la realidad.

«La vanguardia española llegó al puerto en 5 ligeras falúas (pequeña embarcación destinada al transporte de infantería), de dos velas triangulares y un mástil ligeramente inclinado hacia la proa, como las falúas musulmanas», determina el experto.

Soldado de los Tercios
Soldado de los Tercios – Augusto Ferrer-Dalmau

En cada una de las embarcaciones el engaño estaba listo. Los españoles cambiaron sus banderas por las turcas y se disfrazaron con turbantes para hacerse pasar por los refuerzos que los defensores esperaban. Además, y para asegurarse de que no se descubriera su trampa, se ordenó a varios soldados que tocasen bendirescrótalos laúdes, instrumentos usados en la música tradicional árabe.

La mascarada salió a la perfección, y los defensores se creyeron el engaño. «La estrategia española permitió a la escuadra anclar muy cerca de tierra. Incluso la guarnición de Hammamet salió a recibirlos a la playa acompañada por una gran multitud que se agolpaba sobre el muelle del puerto.», explica Ruiz de Burgos. Por desgracia para todos ellos no eran los refuerzos que esperaban, sino los barcos cristianos. Fue demasiado tarde cuando se dieron cuenta del grave error que habían cometido.

Una gran avalancha humana provocó el desconcirto en la posición enemiga

La multitud, sorprendida cuando descubrió el engaño, escapó para refugiarse en la ciudad. Fue un caos en el que los civiles empujaron a los soldados en una gran avalancha humana que costó decenas de vidas. Para entonces los españoles ya habían descargado una salva de disparos sobre los turcos y les atacaban furiosos espada en mano.

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La victoria fue aplastante. Murió casi medio millar de turcos. «Los atacantes, una vez saqueada y destruida completamente la ciudad, se embarcaron de regreso en dirección a Malta, poco después de avistar que se aproximaban por tierra más de 3.000 jinetes e infantes moros que, a toda prisa pero demasiado tarde, llegaban para auxiliar a los defensores de la villa», sentencia Ruiz de Burgos.

Miles contra unos pocos

La última parada de este viaje debe hacerse en la Colombia del siglo XVII, donde la dificultad para transportar tropas españolas provocó que los soldados tuvieran que agudizar el ingenio para sobrevivir. Por aquellos años, los habitantes del lugar (los pijaos) trataban de combatir a los españoles usando la guerra de guerrillas, pues sabían que un enfrentamiento en campo abierto contra ellos supondría una estrepitosa derrota.

Por su parte, la táctica de los españoles para defenderse de los continuos ataques de los nativos se basaba en edificar pequeñas fortificaciones para reducir al máximo el número de bajas. Uno de estos puestos, el de San Lorenzo de Maitó, defendido por apenas 20 españoles al mando de Diego de Ospina, era de los más castigados de la zona.

Por ello, los defensores decidieron un 16 de mayo de 1607 urdir una curiosa treta para atraer a sus enemigos hacia una trampa. En primer lugar, hicieron correr el falso rumor entre los posibles espías indios de que la mayor parte de la guarnición estaba enferma. A continuación, y una vez cumplida esta parte del plan, alentaron a los enemigos para que les atacasen. «El capitán Pedro Marcham penetró en el páramo de Bulica y encendió una falsa fogata para engañar a los guerreros pijaos, ya que era su señal de convocatoria para el ataque», determina Ruiz de Burgos.

Diego de Ospina
Diego de Ospina

Todo estaba dispuesto, y los indios cayeron en la trampa. Confiados por la falsa información y la señal de ataque, centenares de pijaos acudieron a la batalla al mando de uno de sus reconocidos jefes, Kalar-cá. «Cuando llegaron a la empalizada, los españoles les estaban esperando con sus arcabuces y pistolas cargadas y sus picas en ristre», añade el experto.

«Fue el propio capitán Marcham, junto al soldado Juan Bioho, el que consiguió de un certero arcabuzazo acertar en el pecho de Kalar-cá, que cayó muerto, al igual que muchos de sus guerreros, antes de que los sorprendidos supervivientes indios se dieran a la fuga», explica el escritor. Con esta ingeniosa treta, 20 españoles consiguieron resistir el asalto de centenares de indios.

Origen: Tres batallas imposibles que la picaresca del Imperio español convirtió en épicas victorias

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