Un experto contra las mentiras mil veces contadas de las cruzadas cristianas
Ilustración de Saladino, el caballero musulmán ABC
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Jonathan Phillips no tiene límites cuando se trata de las guerras de religión medievales. El profesor del College Royal Holloway de la Universidad de Londres empezó su carrera como ensayista hace poco más de tres años y, desde entonces, ha publicado ya dos colosales obras sobre el sultán Saladino y la Cuarta Cruzada. «Aquella que horrorizó al mismísimo Papa», según explica a ABC a través de videollamada. Su nueva investigación, no obstante, buscaba ofrecer una perspectiva más general al lector. «En ‘Los guerreros de Dios: una historia moderna de las cruzadas’ (Ático de los Libros) he intentado ofrecer una visión de conjunto y demostrar que el concepto de guerra santa es mucho más amplio de lo que creemos», señala. Eso, y destruir los mitos más recurrentes sobre estas guerras, que vaya si existen. Hoy, nos narra algunos.
–Afirma en su libro que las Cruzadas empezaron antes de Urbano II…
La Primera Cruzada como tal fue la de Urbano II, pero las bases estaban ya en el entorno de la Europa medieval. Él unificó las ideas de peregrinación, de expulsión del Islam, de recuperación de tierras, de remisión de los pecados, de recompensa espiritual… y les añadió la conquista de Jerusalén como elemento central. Sería erróneo decir que hubo cruzadas antes del 1096, pero es cierto que los ingredientes estaban presentes. A su vez, el Papa buscaba dirigir la violencia endémica de Occidente hacia la otra parte y demostrar su autoridad y liderazgo.
–¿Qué llevó a nobles y campesinos a viajar al otro lado del orbe?
La sociedad estaba saturada de religión en esta época. Uno de los motivos principales fue la remisión de los pecados; la posibilidad de viajar a Jerusalén como acto de penitencia para no ir directo al infierno era muy potente. Pero no hubo solo una razón; la clave fue la mezcla de factores. Solemos pensar que los soldados que iban a Tierra Santa eran segundones, pero no, muchos tenían terrenos y querían volver a sus hogares. Es decir, que no solo buscaban enriquecerse y obtener propiedades. También influyó el honor caballeresco; por eso el impulso de los cantares de gesta, que narraban las peripecias de los nobles.
–¿Influían las promesas de riquezas?
Ir a una cruzada era muy caro y peligroso. Debían tener mucho dinero para continuar la expedición y, como no había cajeros automáticos, estaban obligados a llevarlo encima. El público suele pensar que los soldados viajaban con el objetivo de enriquecerse a base de saqueos, pero en las ciudades no había tantas riquezas. Eso solo sucedía en algunos puntos concretos como Ascalón.
–Suena contradictorio…
Una de las cosas que adoro de enseñar las cruzadas es mostrar las complejidades y contradicciones del período. Y te pongo un ejemplo: se dice que la sociedad se movilizó en masa, pero la realidad es que los señores obligaban a sus caballerizos y a sus curas a acompañarles. Es decir, que muchos acudieron para servir a sus nobles.
–Hablaba antes de Jerusalén, ¿cómo es posible que esta ciudad sea centro de conflicto desde hace mil años?
Porque es de una importancia central entre las grandes religiones del mundo. El Santo Sepulcro, la Cúpula de la Roca… La proximidad física de estos lugares es equivalente a la intensidad con la que los viven las diferentes creencias. Hay una gran mezcla allí que provoca división.
–Solemos asociar esa tensión a dos bandos: cristianos y musulmanes. El tercero en discordia, no obstante, era Bizancio… De hecho, la ciudad fue saqueada por los cruzados.
Una de las claves del libro es que habla de las cruzadas como un concepto flexible y muy amplio. La Iglesia la utilizó contra los musulmanes, pero también contra los herejes en el Báltico y contra los ‘moros’ en España. Y otro tanto en la Cuarta Cruzada, cuando el ejército de la cruz saqueó la mayor ciudad cristiana del mundo. Fue algo sorprendente. El papa Inocencio III no entendió jamás lo que había sucedido, no comprendió el porqué Dios había permitido aquella barbaridad. Lo que quiero señalar es que fue una idea que evolucionó de forma constante y que se utilizó en muchísimos contextos.
–Conocemos mucho las cruzadas, pero, ¿dónde queda la yihad en toso este entramado?
En Oriente Próximo la yihad fue un elemento clave desde el principio. La cruzada empezó en el 1095; la guerra santa del Islam era previa y consustancial a esta creencia. Lo que sí es cierto es que, cuando Urbano II clamaba por la guerra en Europa, el mundo musulmán estaba muy dividido. Las élites no sabían por qué combatir y no entendían por qué debían unirse. Fue a partir del siglo XII cuando empezó a crecer poco a poco esta consciencia, y gracias a personajes como Saladino, que buscaba construir un imperio.
–¿Es un error ver los tres siglos de cruzadas de una forma monolítica?
Sí. No fue una época monolítica. Desde el principio hubo una gran cantidad de guerras entre cristianos por motivos políticos. Y lo mismo en el mundo islámico. Saladino tuvo que luchar durante años contra los musulmanes suníes para hacerse con el poder absoluto. Al final todo fue muy gris. Los relatos de predicación de la Primera Cruzada eran muy propagandísticos y dibujaban a los musulmanes como demonios, el mal absoluto. Pero, tras años después de la conquista de Tierra Santa, los nobles europeos no tuvieron rubor en aliarse con líderes locales para combatir contra sus propios hermanos. Pero es normal, había que adaptarse para gobernar en paz.
–En su libro habla de personajes obviados como Melisenda…
Es una figura muy interesante que intento divulgar entre los niños. El mito más extendido sobre los estados cruzados es que la guerra era endémica. El segundo, la idea de que las mujeres no podían gobernar en la Edad Media. No era así. Mira a Urraca de Castilla. Melisenda sigue esa estela histórica. Tenía la sangre de los monarcas de Jerusalén y supo defender sus derechos cuando su marido, un noble galo, intentó ponerse por encima de ella. Era una líder nata que luchó por estar a la misma altura que él. Al final, gobernaron a la par, el uno al lado del otro. Cuando su esposo falleció, gobernó en nombre de su hijo, que era muy pequeño. Y lo cierto es que se manejó bien en aquel entorno.
–¿Por qué hubo que esperar cinco siglos para que se declarase la cruzada en la Península Ibérica, cuando los musulmanes la habían invadido en el 711?
El hecho de ir a Jerusalén fue la espita. El que se garantizase la recompensa última de remisión de los pecados, crucial para la cruzada, hizo estallar todo. A partir de entonces, el Papa llamó a los nobles de España a no viajar a Tierra Santa y a combatir en la península. Sabía que, si se marchaban para obtener ventajas espirituales, los musulmanes avanzarían. También es cierto que, en el siglo XI, los grupos musulmanes del norte de África eran mucho más fundamentalistas y la idea de cruzada se volvió más necesaria que nunca para el papado.
–¿Cuál fue la relación de los cruzados internacionales con la Reconquista?
Muy amplia. Para empezar, las recompensas espirituales que se ofrecieron en España motivaron la llegada de nobles galos de regiones como Toulouse, al sur de Francia. Estos caballeros estaban muy cerca culturalmente del norte de la península. La región era también una escala para ir a Tierra Santa, y de acceso más fácil que Oriente Próximo, lo que favoreció que colaboraran en operaciones como la toma de Lisboa. Por último, órdenes militares como los templarios y los hospitalarios fueron muy bien acogidas allí. Hasta tal punto, que Alfonso I el Batallador les entregó en herencia todas sus posesiones.
–¿Cómo era vista la Reconquista entre los nobles europeos?
La Reconquista era apoyada en Europa. Un ejemplo: el papa Inocencio III obligó a toda la ciudad de Roma a salir en procesión para rezar por la victoria de las Navas de Tolosa. Había apoyo espiritual, desde luego. También había buenas relaciones entre países, matrimonios entre casas reales…
–¿Por qué decayeron las cruzadas?
El establecimiento del poder mameluco hizo imposible para los cruzados reconquistar Jerusalén. Pero los gobernantes de Europa estaban enmarañados también en otras cuestiones: luchar contra revueltas internas, superar a otros nobles europeos… También decayó el liderazgo del papado y se perdieron figuras clave de la guerra. San Luis de Francia fue una de ellas. Cuando fracasó y murió en Túnez, el globo se desinfló. Pero la idea de cruzada continuó en la Península Ibérica o en el Báltico con los caballeros teutónicos. No se puede trazar una línea entre el final de las guerras en Tierra Santa y la evaporación del concepto. No fue así.
Origen: Un experto contra las mentiras mil veces contadas de las cruzadas cristianas