De un infierno bélico a otro | Babelia | EL PAÍS
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La Primera Guerra Mundial forjó a líderes de la Segunda como Hitler, De Gaulle, Goering. La serie ‘The World Wars’ lo retrata
De un infierno bélico a otro
Un disparo más alto de un soldado francés el 24 de septiembre de 1914 al oeste de Varennes y no hubiera habido zorro del desierto: el entonces joven y audaz teniente Rommel habría recibido el balazo en la cabeza y no en el muslo. Su luego Némesis en los desiertos norteafricanos, el mariscal Montgomery, tampoco hubiera acudido a la cita del destino en El Alamein de no ser porque un médico en un hospital de campaña se dio cuenta de que el joven oficial al que habían dado por muerto en la batalla de Ypres el 31 de octubre de 1914, atravesado de un disparo, y estaban a punto de echar a la fosa, aún respiraba. Un poquito más de gas en aquel ataque británico nocturno del 13 de octubre de 1918 sobre las posiciones alemanas en el río Lys y, paradójicamente (visto lo del gas), quizá no hubiera existido Auschwitz: en vez de resultar herido, el correo del regimiento List de la 6ª División Bávara de Reserva, Adolf Hitler, hubiera muerto y nunca habría desencadenado –al menos él- la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.
La Primera Guerra Mundial determinó en detalles aparentemente tan nimios en su momento como esos –qué podían importar entonces tres muertos más o menos en aquella masacre- lo que fue la Segunda. Es controvertido el papel decisivo de los individuos concretos en el acontecer de los grandes hechos históricos –posiblemente si no hubiera habido un Hitler la guerra hubiera estallado igual, aunque fuera con matices diferentes-, pero resulta apasionante reseguir, con el determinismo que caracteriza saber lo que pasó, un poco a la manera de «qué fue de» pero al revés, la carrera previa de los grandes personajes de la Segunda Guerra Mundial durante la Primera. Muchos de ellos (De Gaulle, Mussolini, Tojo), pelearon entonces como soldados, y su personalidad se forjó decisivamente para el futuro en aquellos terribles acontecimientos. Sin duda sus decisiones en la guerra de 1939-45 se vieron influidas por lo que vieron en la anterior.
La continuidad biográfica de esos personajes, con idearios y obsesiones acuñados en las experiencias y traumas vividos en la Gran Guerra, contribuye a reforzar esa idea de algunos historiadores de que las dos guerras y su intervalo, de 1914 a 1945, fueron un mismo fenómeno, un sangriento continuum, una nueva Guerra de los Treinta Años incluso. En realidad, como apunta el historiador francés Johann Chapoutot, la idea no es nueva: que la guerra no acabó en 1918 es lo que pensaban los nazis.
Una interesantísima miniserie documental , The World Wars, de Canal Historia, producida con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial, examina las dos guerras mundiales como un todo a través de las experiencias en ambas de varios personajes: Roosevelt, Hitler, Stalin, Patton, Mussolini, Churchill, Tojo, De Gaulle y MacArthur. El acertado leit motif es «la primera guerra los cambió, en la segunda ellos cambiaron el mundo».
Tráiler de la serie documental ‘The World Wars’.
La serie, una gran panorámica, con impactantes reconstrucciones y algunas licencias artísticas que pueden hacer arquear alguna ceja (además de alguna metedura de pata con los uniformes en las dramatizaciones: las insignias de cuello de las SS no casan con la gorra de la Wehrmacht, señores), resulta muy amena y es extraordinaria en sus colaboradores. Entre los que aparecen comentando los acontecimientos figuran el ex primer ministro británico John Major –que habla del mal trago de Churchill en 1915 con Gallipoli, un fracaso que le llevó a cesar como gran lord del Almirantazgo y alistarse para luchar en el frente (lo hizo como teniente coronel de los Royal Scot Fusiliers y se jugó el tipo)-, el general y ex secretario de Estado de EE UU Colin Powell o el ex director de la CIA y ex secretario de Defensa Leon Panetta, además de un plantel de historiadores realmente notable (Max Hastings, Richard Evans, Ron Rosenbaum…). En la serie, que no habla de la Guerra Civil española pese a su clara conexión con el tema («demasiada guerra para seis horas», justifican los responsables), las imágenes documentales se alternan con las de ficción. Los personajes -jóvenes «con mucho que aprender» en la Primera Guerra Mundial y maduros en la Segunda- están recreados con mejor o peor fortuna por actores. la serie es una buen excusa, además, para bucear en las biografías de otros muchos personajes de la Segunda Guerra Mundial a ver qué hicieron en la Primera, y viceversa. Un ejercicio muy interesante.
Hitler –que eligió luchar en el ejército alemán y no el austrohúngaro, que era el que le tocaba, por considerarlo degeneradamente multirracial- se trajo de las trincheras, aparte del gusto por lo militar y el creerse un gran soldado y un elegido por el destino, un bagaje de odio, rencor y afán de revanchismo que marcó el resto de su vida. También la Cruz de Hierro de la que estaba tan orgulloso (aunque se ha apuntado recientemente que la ganó por enchufe –véase La primera guerra de Hitler, de Thomas Weber, 2012-). Hitler reinventó y magnificó su guerra. La serie da crédito, recreándolo en imágenes, a su inverosímil relato de que tras la lucha por Marcoing, en Francia, se encontró desarmado ante el fusil del soldado británico Henry Tandey, héroe de guerra, ganador de la Cruz Victoria, y este decidió no dispararle. La historia se la explicó el propio Hitler, que dijo haber reconocido años después a Tandy por un recorte de prensa, a Chamberlain. Al enterarse, Tandey habría vivido torturado por pensar que podía haber matado a Hitler aquel día de 1914. La serie apunta que el bigotito fue herencia de la Gran Guerra: Hitler habría recortado su mostacho para que le cupiera en la máscara de gas. Menos anecdótico es lo que se ha sugerido de que el envenenamiento por gas le proporcionara la idea años después del método para exterminar a los judíos. Algo que Chapoutot, asesor de The World Wars, me negó taxativamente en una conversación. Según el historiador experto en nazismo, la decisión del genocidio siguió caminos mucho más complejos. Y Hitler, dijo, no hubiera pensado inicialmente en emplear algo que le causó a él tanto daño. Me parece una visión muy optimista de Hitler.
Charles De Gaulle vivió una guerra de aquí te espero. «El huracán me llevaba como una brizna de paja a través de los dramas de la contienda», escribió en sus muy literarias memorias. También él, como tantos, como el Albert de Nos vemos allá arriba, la novela de Pierre Lemaitre, se apuntó a una guerra stendhaliana y se encontró con una salvaje y prosaica matanza. Jefe de pelotón del 33º regimiento que mandaba Pétain (otro que circuló espectacularmente de una guerra a otra y con el que De Gaulle se llevaba muy bien entonces), resultó de los primeros en ser herido. Recibió una citación al valor por su papel haciendo arriesgadísimas escuchas junto a las trincheras enemigas, fue herido de nuevo con bayoneta, metralla, una mina y gas en Verdún y tras capturarlo los alemanes protagonizó cinco intentos de fuga. Ese tesón (y su idea de que Francia no podía ser Francia «sin grandeur” –y sin él-) le permitió aguantar los trances de la Segunda Guerra Mundial y lanzar L’Appel. En la presentación de The World Wars, en París el pasado junio, participó Bernard de Gaulle, el sobrino del general y él mismo ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial –en el maquis de L’Oisans y en el Ejército de la Francia Libre-, que fue de los primeros en entrar en Berlín en 1945. Hombre de gran presencia y muy parecido a su tío, aunque mucho más modesto, recordó cómo influyó en su familia la humillación de la guerra franco-prusiana (en la que su abuelo, capitán, fue herido) y subrayó, alargando aún más la perspectiva de la que hablamos, que la Primera Guerra Mundial «no deja de ser en cierta manera la Segunda Guerra Franco-Prusiana» (la enemistad, dijo, no acabó hasta el entrechocar de manos de De Gaulle y Adenauer, en la misa de Reims en 1962).
Mussolini fue enrolado en el 11º Regimentto Bersaglieri y pasó nueve meses en el frente, hasta ser herido en 1917 en la explosión fortuita de un obús de mortero en su trinchera (se le extrajeron 40 esquirlas de metal del cuerpo). Llegó a sargento y trató de sacar rédito político a su experiencia militar (como hizo Hitler) con la publicación de Il mio diario di guerra.
Resulta curioso que dos de los grandes líderes de EE UU durante la Segunda Guerra Mundial no tuvieran experiencia bélica directa en la Primera. Franklin Delano Roosevelt era secretario de la Marina y trabajó en expandir la fuerza naval. Quiso alistarse pero el mismísimo presidente Wilson se lo impidió. A partir de 1921 se enfrentó a una guerra personal: contra la polio. Eisenhower, que sería el comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, vio cómo, siendo teniente en 1917, se le denegaba la petición de ir a combatir a Francia. Le encargaron adiestrar tripulaciones de tanques en Pennsylvania. Una semana antes de marchar al frente acabó la guerra. Otros militares estadounidenses tuvieron mucho más que contar. MacArthur, oficial de alta graduación, participó en distintas acciones, fue condecorado varias veces por su valor (incluidas siete estrellas de plata) y gaseado en dos ocasiones. En 1918 fue hecho prisionero por uno de sus propios hombres que lo confundió con un general alemán.
El caso del tan desagradable como corajudo Patton es muy singular. En 1915 se encontraba persiguiendo a las tropas de Pancho Villa durante la expedición punitiva de EE UU en México (allí adquirió su icónico revólver con cachas de nácar) y cazó a tres de sus leales desde coches Dodge artillados con ametralladoras. Ató los cadáveres a los parachoques para exhibirlos. Al entrar EE UU en guerra fue de los primeros en desembarcar en Francia, ya todo blood & guts. Especialista en tanques, comandó varios ataques de los Renault F7 franceses tripulados por estadounidenses, fue herido de un balazo en la rodilla en la ofensiva del Meuse-Argonne y lo salvó su ordenanza, el soldado Joe Angelo. Cuando años después este marchó sobre Washington como parte del Bonus Army, el contingente de veteranos descontentos que reclamaban su paga, Patton mandaba las tropas que los reprimieron. Angelo trató de hablar con Patton y este lo rechazó: “No conozco a este hombre, llevároslo de aquí”. Es el Patton que luego abofeteará por cobarde en Sicilia a un soldado afectado de neurosis de guerra.
Escena de la serie ‘World Wars’ sobre el coronel Patton.
Entre los rusos, Stalin, a la sazón preso político, fue llamado a filas pero descartado por la lesión de su brazo (le había pasado un carro por encima de niño). Zhukov sí combatió. Sirvió en un regimiento de dragones, fue herido y condecorado. Varios de los grandes mandos alemanes de la Segunda Guerra Mundial eran veteranos de la Primera. El ya citado Rommel ganó la Pour le Mérite y acuñó con su Gebirgsbatallion sus ideas de guerra móvil, iniciativa personal, intuición, improvisación e ímpetu del ataque que le darían fama con los pánzers. Von Manstein, luchó valientemente y fue herido. Schörner (apodado Ferdinand el Sangriento), que sería uno de los generales alemanes de Hitler más controvertidos –un miserable según algunos por fusilar a los soldados que titubeaban y luego escaparse él disfrazado de campesino tirolés- ganó también la Pour le Mérite en el mismo escenario que Rommel, el monte Matajur, luchando contra los italianos.
Los líderes nazis, en general no tuvieron un gran servicio en la Gran Guerra. El joven Himmler fue rechazado por miope. Goebbels por cojo. Bormann no llegó a ver acción. Las principales excepciones son Röhm, el purgado líder de las SA, que combatió con bravura como capitán y fue herido en la cara gravemente (no es que fuera feo, eran cicatrices), Rudolph Hess, que estuvo en artillería y aviación y fue herido y condecorado, y sobre todo, Hermann Goering, uno de los grandes ases de caza, con 22 derribos, jefe de la escuadrilla Richthofen y ganador también del Blue Max. Karl Doenitz, que mandó la flota de Hitler y fue condenado en Nurenberg, había sido comandante de submarino en la Primera Guerra Mundial. Su sumergible fue hundido y él hecho prisionero. El almirante Canaris, jefe de la inteligencia militar alemana, la Abwehr, vivió muchas aventuras en la Gran Guerra, en el crucero corsario Dresden y también como capitán de U-Boot. Mención especial merece Ernst Udet, el segundo mayor as alemán tras Richthofen (62 victorias, Blue Max, etcétera) y creador con Goering de la Luftwaffe de Hitler. Udet se suicidó en extrañas circunstancias en 1941 –se pegó un tiro mientras hablaba por teléfono con su novia (y luego dicen que los hombres no somos capaces de hacer dos cosas a la vez)-; parece que tenía algunos problemillas con el Reichmarshall.
Otros personajes cuya trayectoria es interesante seguir en las dos guerras son Ernst Jünger, capaz de atravesar ambas como oficial alemán y sin dejar de leer a Ariosto; Tolkien, soldado en la primera en el 11 º de fusileros de Lancashire -véase Tolkien y la Gran Guerra, de John Garth, Minotauro 2014- y al que se quiso reclutar como criptógrafo y descodificador –para aprovechar el dominio del quenya y el sindarin élficos, supongo- en la segunda; o el conde Lászlo Almásy, el personaje real de El paciente inglés, que de húsar austrohúngaro y piloto pasó a realizar operaciones de inteligencia y comandos en el desierto líbico para el Afrika Korps como capitán y agente de la Abwehr. Nos quedamos sin saber qué hubiera hecho Lawrence de Arabia –murió en 1935- en la Segunda Guerra Mundial. Seguramente algo interesante.
Con todo, probablemente uno de los destinos más asombrosos sea el de Martin Niemöller que de tener una larga carrera en los submarinos en la Primera Guerra Mundial –en el U-39 coincidió con Doenitz, fue comandante del UC-67 y ganó la Cruz de Hierro de Primera Clase- pasó a convertirse en pastor protestante (singular transformación que explicó en su libro Del submarino al púlpito) y en opositor al nazismo, lo que pagó con su internamiento en Sachsenhausen y Dachau. Es el autor de aquella famosa sentencia que empieza “Primero vinieron a por los comunistas, pero no dije nada porque yo no era comunista…”, y sigue con los sindicalistas, socialistas, judíos… Hasta concluir “Luego vinieron a por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada”.