Un Kennedy, un jugador de béisbol… La gesta de los ‘bastardos’ que arruinaron la bomba atómica de Hitler
La hazaña de un grupo de soldados y científicos durante la II Guerra Mundial para evitar el desarrollo de armas nucleares en la Alemania Nazi nos llega ahora con un apasionante libro que se detiene en que cada uno de sus protagonistas.
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Los años previos a la Segunda Guerra Mundial estuvieron marcados por los descubrimientos que diversos científicos realizaron alrededor de la energía nuclear, pero sobre todo por los devastadores usos militares que este tipo de avances podían causar. En La brigada de los bastardos (Ariel), el escritor Sam Kean reconstruye el contexto y las vidas de los protagonistas de una de las maniobras más determinantes de la contienda: la Operación Alsos.
Mientras el fascismo se extendía por Europa, la hija de Marie y Pierre Curie, Irene Curie, conseguía junto con su marido, Jean Frédéric Joliot, avances fundamentales que llevarían más tarde al descubrimiento de los neutrones. En 1935, el físico inglés James Chadwick conseguía el Premio Nobel de Física por sus avances en la creación de nuevos materiales radiactivos.
Así se empezó a generar un caldo de cultivo entre las mentes más dotadas de Europa para poder poner todos sus esfuerzos en domar una energía colosal. De los avances que el matrimonio Curie-Joliot aportó al mundo de la energía nuclear, el más memorable sería el del planteamiento de las primeras reacciones en cadena mediante el uso de agua pesada. Una mezcla en la que el hidrógeno de la composición es sustituido por deuterio, creando un material con una capacidad de absorción mucho mayor de los átomos, un elemento fundamental en el proceso de fisión y por ende de fabricación de las primeras bombas atómicas.
Ciencia nazi
La fisión nuclear se convirtió de esta forma no solo en una realidad para los científicos de todo el mundo, sino en una peligrosa baza para la guerra que se avecinaba primero sobre Europa y más tarde sobre el mundo entero. Los servicios de propaganda nazis empezaron a acosar a los científicos teutones con la idea de la ‘ciencia judía’, eliminando de simposios y cátedras a científicos de la talla de Albert Einstein o Niels Bohr.
La ‘ciencia nazi’ fundó su particular Proyecto Manhattan en el corazón del nazismo, obligando a los científicos que quedaban en el país a participar en una operación que pretendía desarrollar la primera bomba atómica. El Club del Uranio fue el nombre con el que se designó al equipo de investigadores nazis tras las peligrosas pruebas nucleares: Los científicos Werner Heisenberg, Otto Hahn y Carl Friedrich von Weizsäcker.
Agua pesada
Al tiempo que esto ocurría, los nazis centraron su atención en el uso de misiles teledirigidos, los famosos V-2 que durante meses bombardearon sin descanso Londres y sus alrededores. La idea de Hitler era la de desarrollar cabezas nucleares armadas que pudiesen alcanzar Londres o Nueva York en cuestión de horas. Un arma mortífera que podría haber cambiado el curso de la historia.
La comunidad científica y los aliados se inquietaron aún más ante la perspectiva de que los alemanes pudiesen hacerse con la planta de Vemork, un inmenso complejo en Noruega, en la región de Telemark, la única en el mundo dedicada a la fabricación de agua pesada. Una reserva, que además de valiosa, daba una tremenda ventaja al Eje.
El 27 de febrero de 1943, los servicios secretos ingleses y la resistencia noruega pusieron en marcha la Operación Gunnerside. El plan consistía en infiltrar a 10 hombres en la planta, detonar las cargas explosivas en su interior y de esa forma truncar la producción de agua pesada para los nazis. La operación resultó ser todo un éxito y sus protagonistas lograron retrasar, brevemente, la carrera nuclear alemana.
Béisbol y espionaje
Mientras se congratulaba a los héroes de Vemork, las noticias de que la planta había sido reconstruida y devuelta a la producción pusieron en alerta a los estadounidenses. El general Leslie R Groves, al mando de la operación Alsos, recibió órdenes de reunir un grupo de espías con el objetivo de interferir en los planes nucleares del Reich. El principal se encontraba en la destrucción de las reservas de agua pesada de los nazis. Para este cometido se reclutó a un grupo de soldados, científicos e incluso exjugadores de béisbol que actuaron por toda Europa.
De esta forma Groves fue conformando un grupo de ‘bastardos’, sin ninguna vinculación a una brigada o cuerpo en particular, que se movieron de forma tangencial por distintos frentes llevando a cabo operaciones secretas que resultarían de vital importancia en el conflicto.
Sin duda, el más interesante y extravagante de todos fue Moe Berg. Habiendo hecho carrera en el mundo del béisbol donde llegó a jugar en la liga profesional con los Red Sox, Berg desarrolló desde la infancia un gran interés por los idiomas y la ciencia. Durante algunos partidos era posible ver al pitcher estudiar complicados tratados de física.
Berg se convirtió con los años en una figura muy importantes en la sociedad americana. Su popularidad y su aparición en programas radiofónicos de divulgación le convirtieron en una figura clave para la inteligencia americana, que vio en Berg un gran aliado en la empresa que empezaban a tejer.
Antes de que estallase la guerra, durante una gira por Japón junto con otros jugadores, Moe Berg tomó imágenes nunca antes vistas de la ciudad de Tokio, instantáneas que resultaban vitales para la inteligencia americana, en un momento en el que el país nipón resultaba hermético a las potencias extranjeras. Durante ese mismo viaje y en una recepción con el emperador japonés Hirohito, Berg mantuvo una distendida conversación con el dios viviente ante las miradas estupefactas de embajadores y diplomáticos.
En su preparación Berg llegó a recibir clases de física de mano de Albert Einstein, quien se dice que intercambiaba sus conocimientos sobre la relatividad a cambio de clases de béisbol que Berg le impartía gustosamente.
La primera misión del exjugador consistió en la localización de Edoardo Amaldi, colaborador de Enrico Fermi, uno de los cerebros detrás del Proyecto Manhattan. Berg debía localizar al físico en Nápoles para escoltarle hasta Estados Unidos y protegerle de los planes del Reich. Berg resultó ser de gran utilidad cuando a través de una conversación sobre Petrarca y tras varias botellas de vino abrieron a Amaldi que pasó a rebelar tantos secretos sobre la fisión nuclear como conocía.
Un Kennedy en el frente
A medida que la preocupación por el desarrollo de los misiles teledirigidos nazis aumentaba en Washington, los aviones de espionaje aliados descubrieron, durante vuelos rutinarios, búnkeres en los que los alemanes parecían preparar nuevas piezas de artillería. El temor generalizado de que se tratase de armas atómicas y el rumor de posibles ‘bombas sucias’, de explosión menos letal pero con la capacidad de esparcir veneno atómico, aumentaron las suspicacias de Grove y sus hombres.
Joe Kennedy se encontraba en aquella época destinado a Puerto Rico. En los primeros años de la guerra había recibido instrucción aérea y se había encargado del transporte de aviones desde San Diego hasta las bases del sur del continente. Aburrido de las rutas, que le hacían sentir «como un piloto de la Pan-am», buscó un traslado más cerca del frente.
Su primera parada fue en el golfo de Vizcaya donde se encargó del rastreo de submarinos, pero esto también aburrió al joven Kennedy que no dudó cuando el general Grove le ofreció participar en las operaciones de Alsos en el norte de Francia.
De esta forma, el hermano mayor del futuro presidente de los Estados Unidos acabó participando en misiones de bombardeo de búnkeres en la costa norte de Francia. El plan resultaba tremendamente arriesgado, especialmente para el descendiente de una de las sagas políticas más importantes de los Estados Unidos. La razón por la que el joven Kennedy acabó aceptándola fue la misma que sentenció su vida, el mérito militar que ansiaba desde el principio de la guerra.
El 23 de julio de 1944 se desarrolló La Operación Afrodita. El plan consistía en enviar un avión ‘El Mosquito’, previamente cargado con materiales explosivos que debían ser detonados a distancia. El plan consistía en abandonar la nave y mediante un novedoso sistema de detonación remota estrellar la nave contra los búnkeres nazis.
Sin embargo, los continuos fallos en los detonadores, muy susceptibles a las interferencias radiofónicas, así como la falta de preparación de la operación por la mala meteorología de la costa inglesa, precipitaron cada uno de los fallos que se dieron dentro del avión. El detonador actuó dos minutos antes de lo previsto haciendo volar la cabina por los aires. Kennedy, que todavía se encontraba dentro del aeroplano, falleció en el acto.
La brigada de los bastardos
Finalmente, las operaciones llevadas a cabo por los hombres de Grover consiguieron retrasar lo suficiente la carrera nuclear nazi hasta que en la primavera de 1945 Berlin cayó. De no haber interferido en las vías de suministro y captación de científicos, muy probablemente la temida bomba V-3 de Hitler se habría convertido en una realidad.
Albert Speer, el arquitecto de Hitler y considerado por muchos historiadores como el más cabal y sensato de la cúpula del tercer Reich, afirmó al final de la guerra que los últimos experimentos de Hitler en torno al uso de estas armas, lejos de ser concluyentes, mostraban un futuro alentador para la creación de armas nucleares. Un peligro que habría cambiado la balanza de la II Guerra Mundial totalmente.
Sam Kean recupera en La brigada de los bastardos una historia que sin perder un ápice de rigor histórico nos transporta hasta un relato de intrigas y detectives. Personajes misteriosos y cargados de secretos que lejos de surgir de la mano de Raymond Chandler, fueron reales y desviaron el curso de una historia que habría resultado nefasta.
Kean hace un esfuerzo grandioso por dedicar tiempo y espacio a los protagonistas de la Operación Alsos, haciendo también hincapié en el contexto científico que marcaría en los años previos el devenir de sus protagonistas. Un libro apasionante e imprescindible para los amantes de la historia.