19 marzo, 2024

Un tesoro que resucita sin rastro del visir del faraón Amenhotep III

 

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Excavación en el patio de la tumba del Visir Amen-Hotep Huy. MISIÓN ‘VISIR AMEN-HOTEP HUY’ Vídeo: Francisco Carrión
Durante varios milenios los secretos cortesanos del visir Amenhotep Huy vivieron sepultados bajo toneladas de arena y lascas de caliza. El gobernador del faraón Amenhotep III (1387-1348 a.C.) -que jamás ocultó su lealtad al orden tradicional frente a la revolución monoteísta de Ajenatón, pagó el precio de su desafío con la dolorosa purga de su nombre y más tarde fue venerado como un héroe- vuelve a proyectar las aristas de su poder sobre el perímetro de su tumba, en la necrópolis de Asasif, a un tiro de piedra del templo de Hatshepsut (1478-1458 a.C.).

Es primera hora de la mañana en la orilla occidental de la sureña Luxor. Una cuadrilla de obreros locales recorre sin pausa la polvorienta vereda que conduce al patio del enterramiento, la inmensa oquedad que antecede a la capilla. Son los últimos días de la campaña y el trabajo apremia. Las espuertas cargadas de desechos se abren paso por el sendero mientras el equipo cataloga los hallazgos antes de enviarlos al almacén.

«Todo esto estaba cubierto por la arena. Solo se veía el dintel de la puerta de la capilla y teníamos que entrar agachados porque nos dábamos con el techo. Hemos hecho un trabajo gigantesco», murmura Francisco Martín Valentín, codirector de la misión española que desde 2009 horada el terruño en busca de pesquisas que reescriban la historia.

Entre los montículos de tierra que flanquean el que un día fue el acceso a la tumba, el portón de acceso a la capilla parece un hito lejano. Un destino al que separa la imagen de una sima sobre la que las sucesivas campañas van creando bancales.

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«Un tercio del patio ya ha sido excavado. Es un proceso laborioso porque hay que cavar, cribar y mirar cada piedra», apunta el egiptólogo. «Es -reconoce- un terreno muy revuelto, con pequeños restos de saqueos. Hemos localizado objetos incluso de época romana como una llave, un par de monedas o una lámpara de aceite». Una aventura detectivesca en la que se enrolan 38 españoles; tres especialistas llegados de México, Italia y Andorra y medio centenar de egipcios, entre obreros, arqueólogos, restauradores e inspectores.

El plano del yacimiento -que tras ocho temporadas ha alterado por completo su apariencia inicial- ha hallado en el patio un auténtico filón. Media docena de nichos asoman en los laterales, con la promesa tal vez de nuevas sorpresas. De momento, la región que centra todas las miradas es aquella colindante con la capilla excavada en la piedra. «En estos dos meses hemos bajado hasta siete metros en diferentes cuadrículas. Son 40 metros cuadrados», subraya Teresa Bedman, la «mudira» (directora, en árabe) que comparte mando con Martín Valentín.

«Vamos excavando -detalla- en horizontal en torno a 35 o 40 centímetros dependiendo de la zona y nivelamos a diario». De su contorno ha emergido un pequeño tesoro. «En esta campaña han aparecido unos cuarenta cuerpos y un sinfín de piezas como estupendos ushebtis [figurillas funerarias colocadas en las tumbas del Antiguo Egipto con la creencia de que sus espíritus trabajarían para el difunto en la otra vida] hechos de fayenza [cerámica con un acabado vítreo]; amuletos y cerámica que nos proporcionan una información muy valiosa sobre el yacimiento de Asasif desde el tiempo del visir hasta la época romana», apunta Bedman.

Vestigios de la vida pretérita del páramo de cuyo inventario se ocupa, entre otros, la malagueña Marina Esteve. «Es un privilegio. No hay palabras para describir lo que se siente cuando eres el primero en ver algo que lleva milenios bajo tierra», comenta esta joven historiadora del arte mientras completa la ficha de una vasija rota en pedazos, recuperada a un metro de la roca madre. «Tener objetos de hace tres mil años en tus manos, dibujarlos y estudiarlos impacta», admite Verónica García, otra integrante del equipo.

A su lado, la mexicana Paloma Corona se encarga de la tarea de restaurar los restos del naufragio. «A menudo se encuentran fragmentos de un mismo objeto repartidos por cuadrículas y niveles distintos. Nuestra labor es limpiarlos con alcohol y acetona, consolidar las piezas con hidroxipropil celulosa y unirlas», esboza la experta.La faena de escudriñar el patio no solo ha desenterrado una retahíla de piezas.

También han resucitado algunos de los personajes que, aplacada la tempestad de Ajenatón, confiaron al recinto su descanso eterno. Existencias desconocidas hasta ahora como las de Anj-ef-Jonsu -un escriba de las ofrendas divinas del dios Amon en Karnak que sirvió además como sacerdote Uab (puro) de la dinastía XXII (hacia el 900 a.C.)- o la de una cantora-sacerdotisa de Amón. Sus dos formidables sarcófagos -cuya rehabilitación ha arrancado este año- fueron hallados bajo la fachada de la capilla. «Aquí encontramos a la cantora. La colocaron contra el muro, la recubrieron de piedras y arrojaron arenas y cascotes», relata Martín Valentín.

El ataúd de Anj-ef-Jonsu asomó en uno de los rincones del patio. La decoración del sarcófago -con textos jeroglíficos y escenas en las que el finado aparece orando ante Osiris, Nefertem, Anubis y Hathor- desvelaron, además, los lazos familiares que le unían al enclave. «En el tercer periodo intermedio los libios buscaron emplazamientos de prestigio para hacerse enterrar en ellos.

En virtud de su estatus Anj-ef-Jonsu pidió permiso para descansar aquí y se le concedió porque su hermano Pa-di-Iry Jonsu también yace en este lugar. El patio se convirtió entonces en una necrópolis llena de tumbas de la alta sociedad donde se instaló incluso un taller de momificación», confirma el codirector desde la nueva estructura que el curso de la excavación -como si se tratara de la bajamar- ha hecho aflorar.

«Es un edificio muy interesante para la arquitectura funeraria», arguye Martín Valentín mientras merodea por el interior de una estancia desprovista de techo y acotada por dos muros de adobe. La construcción descansa sobre las paredes de la capilla, en la esquina sur del patio.

«Es un recinto sacro dedicado probablemente a rendir culto a Osiris y a la memoria del visir en época ramésida, unos 200 años después de su muerte», narra el especialista, capaz de reconstruir los pasos de los peregrinos que -derrotada la reforma de Ajenatón- enfilaron el camino hasta la tumba.

«La gente -barrunta- venía a este pequeño recinto. Dejaba cerámica sobre la mesa de ofrendas que hemos encontrado y quizás accedía hasta la primera columna de la capilla, la dedicada a Amenhotep III, de la que nos queda el fuste y en la que se conserva un grafito de un sacerdote de Amon».

Las treinta columnas que una vez poblaron las entrañas de la capilla quedaron reducidas a añicos, víctimas de la cruel desmemoria con la que los secuaces de Ajenatón castigaron a un gobernador tan obstinado como leal a su padre. Desde hace tres años la misión española redime a la sala reconstruyendo parte de su esqueleto.

«Le estamos devolviendo la vida a la tumba del visir», señala feliz el conservador egipcio Ahmed Bagdadi, uno de los artífices del ajuste de cuentas. «Se trata de la primera restauración que se realiza en la necrópolis de unas columnas desde la década de 1930. Son en total cuatro columnas, de Amenhotep III y IV, reconstruidas mediante anastilosis», precisa Bedman. De los armazones -preparados durante todo el año- se encargan los artesanos Mohamed y Mahmud Salem. Padre e hijo esculpen las columnas sobre las que los arqueólogos y restauradores van encajando cientos de piezas.

«Las hay de todos de los tamaños, tan pequeñas a veces como esta barba de una figura», explica Bagdadi. Una tarea faraónica a la que se entrega Alejandro Serrano. «Hay dos mil fragmentos guardados en el almacén. Busco entre las piezas y reúno aquellas que pueden encajar», comenta el joven historiador.

Inscripciones jeroglíficas

Las inscripciones jeroglíficas son, a juicio de Martín Valentín, la joya del complejo. Los textos, rescatados y remendados, ratifican la corregencia de Amenhotep III y su hijo Amenhotep IV, el monarca que convertido en Ajenatón desterró la antigua religión e impuso el culto a una nueva deidad -el dios solar Atón- con la oposición del todopoderoso clero de Amón.

«Estas cuatro columnas son el punto final a una discusión académica que ha durado desde los años 30 del siglo pasado», esboza Martín Valentín a propósito de una de las intrigas pendientes de la egiptología.

«El mayor activo de esta tumba fue encontrarlas y preservarlas», añade. La última campaña, sin embargo, ha arrojado algunas respuestas y abierto nuevos interrogantes acerca del enigma que persigue al yacimiento: la falta de pistas sobre el cuerpo del visir. «Hemos descubierto que los arquitectos encargados de construir la tumba cambiaron el plan diseñado para la ubicación de la cámara funeraria.

Estudiaron la posibilidad de excavarla debajo de la capilla porque en el rincón suroeste había alguna otra tumba interfiriendo en el camino», desliza el egiptólogo.Las mordidas que asoman por el suelo próximo a la capilla delatan un proyecto truncado. «Las obras quedaron interrumpidas súbitamente y el plan no llegó a materializarse.

En época ramésida se termina rellenando la zona», apunta Martín Valentín, consciente de que las opciones de hallar al difunto se agotan. «Es posible que no lo encontremos pero el puzzle se va completando. Y este lugar confirma la violencia que marcó el final de la vida del visir; la terrible persecución que sufrió y la veneración de la que gozó una vez derrotada Amarna».

Origen: ELMUNDO

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