Una nueva investigación esclarece la enfermedad que sufrió Fernando VI, el Rey Loco que mordía a la gente
Santiago Fernández Menéndez analiza en el «Estudio de la enfermedad del rey Fernando VI», de la Universidad de Oviedo, el cuadro médico que afectó al hijo de Felipe V en su último año de vida
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Los años finales del reinado de Felipe V estuvieron marcados gravemente por sus problemas psicológicos, probablemente sufría un trastorno bipolar, y la Corte se convirtió en un lugar extraño, donde las reuniones con los ministros se celebraban a altas horas de la madrugada y el Rey se creía a veces una rana. Su definitivo heredero, Fernando VI, no solo continuó con sus locuras, sino que las llevó al siguiente nivel en lo que los historiadores han llamado «El año sin rey», donde el país se sumió en el desgobierno y la salud del monarca Borbón cayó en picado.
Trescientos años después todavía es complicado realizar un diagnóstico completo de la patología que atormentó a un hombre que en su juventud no había dado muestras de sufrir problemas graves. La gran cantidad de síntomas que registró en ese último año, desde ataques de epilepsia a erecciones incontrolables, complican la empresa que se ha planteado abordar en su tesis doctoral Santiago Fernández Menéndez.
Un joven melancólico
Nacido el 23 de septiembre de 1713, el futuro Fernando VI era el cuarto hijo de Felipe V con María Luisa de Saboya, teniendo por delante en la sucesión al reino a Luis, Felipe Pedro y otro hermano que fallecido al poco de nacer. El joven infante creció sin madre, fallecida a los cinco meses de su nacimiento, y con la desconfianza de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, que prefería promocionar a los infantes de su misma sangre.
La educación de Fernando vivió algunos altibajos dados los desprecios de su madrastra y su condición de segundón en la línea sucesoria. Era en esencia un niño melancólico, amante de las artes y la música. El Conde de Salazar ejerció como su tutor, pero ni él ni su camarilla pudo mejorar su posición en la Corte. El ascenso al trono de su hermano Luis I sí lo hizo durante unos meses, pero a su muerte la Corona no pasó a Fernando sino que volvió al Rey, por insistencia de Isabel de Farnesio, ante las críticas de una nobleza que entendía que una abdicación nunca es reversible. Ese mismo año, 1724, las Cortes de Castilla proclamaron a Fernando Príncipe de Asturias, si bien Farnesio bloqueó su derecho a asistir a las reuniones del Consejo de Estado como heredero del reino.
En enero de 1729, Fernando se casó en Badajoz con Bárbara de Braganza, hija del Rey de Portugal y perteneciente a la dinastía que, en tiempos de los Austrias, se había alzado contra el Imperio español para lograr la independencia del país luso. Al igual que él, la princesa portuguesa era culta, de agradable carácter, dominadora de seis idiomas y gran amante de la música desde niña. Su rostro marcado por la viruela y su figura voluminosa no impedían que los encantos de su personalidad causaran una grata impresión.
Fernando y Bárbara se enamoraron profundamente y vivieron aislados de la Corte durante el reinado de Felipe V por voluntad de la madrastra regia. Cuando en 1733 pudieron residir en Madrid se les impuso un férreo marcaje que incluía la limitación de que solo podían ser visitados por cuatro personas al día, y no podían comer en público ni salir de paseo. Tal vez creía Farnesio que si se le ignoraba Fernando simplemente desaparecería en algún momento dado.
«Paz con Inglaterra y guerra con nadie»
A la muerte de Felipe V en 1746 la situación se volteó por completo, de modo que Isabel Farnesio tuvo que abandonar las dependencias palaciegas y quedó aislada del mundo político. Un año después Isabel se quejaría de que el cordón sanitario en torno a ella cada vez era más grande: «Desearía saber si he faltado en algo para enmendarlo». A lo que el nuevo Rey, en una muestra de carácter, contestó: «Lo que yo determino en mis reinos no admite consulta de nadie antes de ser ejecutado y obedecido».
Durante los 13 años que duró su reinado, Fernando siguió con el programa de reformas iniciado por su padre. Su apuesta por la neutralidad en Europa ayudó a dar un respiro a las arcas públicas: «Paz con Inglaterra y guerra con nadie», usó a modo de guía política. Además, en esos años se materializó la recuperación económica tras los años de derrumbe de los últimos Austrias y se creó el Catastro para conocer la realidad del país. Solo la reforma fiscal impulsada durante su reinado se topó con el rechazo directo de la nobleza. No obstante, su medida más polémica fue la gran redada contra los gitanos autorizada en el verano de 1749. En un mismo día fueron apresados unos 9.000 gitanos españoles, que fueron sometidos a todo tipo de abusos.
Así y todo, ningún rey puede dar por acabada su obra hasta que asegura su descendencia, lo cual resultó un fracaso para Fernando puesto que era impotente, como el trastámara Enrique IV o el austria Carlos II. Una afección genital le impedía eyacular y tener hijos. El asunto no era tan grave, en tanto, que contaba con hermanos todavía jóvenes que podían hacerse con las riendas del país, como así fue a través del futuro Carlos III.
Que su hermano heredara la Corona entraba en sus planes, no así el proceso de demencia que vivió en sus últimos años.
Fallece la Reina y el Rey pierde la cabeza
Si bien los Reyes nunca habían gozado de buena salud, no fue hasta 1758 cuando el deterioro en la salud de la Reina Bárbara de Braganza obligó a la pareja a trasladarse al Palacio de Aranjuez en un intento de que mejoraran sus problemas respiratorios. Lejos de este propósito, ese mismo verano falleció la Reina a consecuencia probablemente de un cáncer abdominal y dejó a Fernando solo, con un comportamiento cada vez más errático. A lo largo de su vida había sufrido varios periodos de inactividad con ánimo deprimido, pero ese verano se aceleró su carácter melancólico. Aquello marcó el principio del conocido como el año sin rey.
Pero, ¿qué enfermedad se escondía tras su locura? ¿Alzheimer? ¿Un trastorno bipolar como su padre? Los acercamientos psiquiátricos al caso han planteado tradicionalmente la hipótesis de que lo que empezó como «un trastorno de adaptación con sintomatología depresiva reactivo a la muerte de su mujer» derivó en un trastorno depresivo mayor. En su tesis doctoral «Estudio de la enfermedad del rey Fernando VI», (Universidad de Oviedo) Santiago Fernández Menéndez ha reconstruido el historial clínico del Rey entre agosto de 1758 y agosto de 1759 para dar una respuesta casi definitiva que se aleja de los diagnósticos clásicos.
El mismo día que falleció la Reina, sin esperarse al funeral, Fernando se refugió en el castillo de Villaviciosa de Odón, donde salió a cazar y se mostró contento los primeros días. Sin embargo, a principios de septiembre el Rey empezó a mostrarse agresivo, de ánimo deprimido y surgió en su mente la obsesión por la muerte. Apunta Andrés Piquer, un médico del periodo: «Padecía unos temores sumos, creyendo que cada momento se moría, ya porque se sentía ahogar, ya porque le destrozaban interiormente, ya porque le iba a dar un accidente […]».
Otros síntomas hicieron aparición en las siguientes semanas: apatía, insomnio, abandono en la higiene personal y en las obligaciones religiosas… Compartiendo algunas extravagancias con su padre, Fernando se empecinó en añadir nuevos disparates a la vida cortesana. Le dio por morder a la gente y fingir que estaba muerto o era un fantasma. Sus asistentes eran constantemente agredidos y tenían miedo de su propia integridad física. Sobre esto, Andrés Piquer refiere: «Se enfurecía con vehemencia, airándose hasta el punto de ejecutar cosas muy impropias a su bondad y a su carácter». Además de correr o bailar en ropa interior, dar cabezazos y morder, le gustaba reírse de sus asistentes y se negaba a dormir sobre su cama, de modo que improvisaba cada noche una camilla con dos sillas y un taburete.
« La enfermedad de Fernando VI se caracterizó clínicamente por una desorganización conductual, pérdida de capacidades cognitivas y crisis epilépticas», explica Fernández Menéndez en el mencionado trabajo, entre cuyas páginas analiza concienzudamente los distintos diagnósticos que los autores de entonces y de hoy han dejado escrito. Tras descartar que sufriera síndrome bipolar (como su padre), encefalitis autoinmune, una enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, tuberculosis del sistema nervioso central o Alzheimer, como se suele especular, este doctor cree que su problema fue originado por una «disfunción progresiva del lóbulo frontal derecho. Desde el punto de vista etiológico las posibilidades son múltiples. Una lesión neoplásica parece la más probable».
Si la lesión fue producto de un tumor, de un golpe o de otra cuestión resulta imposible de saber debido a la falta de datos. «No se puede establecer una etiología a la enfermedad de Fernando VI al tratarse de un evento lejano en el tiempo, y la ausencia total de lo que hoy se considera un estudio complementario reglado. No obstante, desde el punto de vista sindrómico sí se puede establecer con un alto nivel de certeza que Fernando VI padeció un trastorno neurológico focal frontal derecho rápidamente progresivo», concluye.
El año sin Rey
Desde Italia, el futuro Carlos III pidió con insistencia utilizar «violencia respetuosa» para reducir al enfermo. He aquí la cuestión, sin respuesta aparente, de qué es exactamente la violencia respetuosa ante a un hombre que te acaba de morder la nariz. No obstante, a principios de 1759 cada vez fue menos necesaria esta «violencia» debido a que el Rey quedó encamado y cada vez más débil. A partir de la primavera la demencia afectó a su habla, hasta el extremo de que apenas era capaz de articular un discurso desordenado.
«La mayor expresividad clínica de los síntomas conductuales se dio en febrero. Desde entonces las alteraciones conductuales en Fernando VI se fueron aplanando, especialmente desde abril de 1759. Desde el punto de vista de la situación cognitiva, por otra parte, se puede concluir que para finales de noviembre de 1758 el Rey no tenía ya una buena capacidad de juicio», apunta Fernández Menéndezen su tesis.
Los problemas digestivos y respiratorios aceleraron su deterioro en poco tiempo. En julio se describió la aparición de sangre en los esputos. «Fernando VI entró en una situación de descompensación epiléptica en agosto de 1759. Finalmente falleció correlacionado por ese motivo el 10 de ese mes», relata Fernández Menéndez sobre esos últimos días. A esas alturas, su larga ausencia había inquietado al pueblo hasta el punto de que unos versos satíricos corrían furiosos por Madrid:
«Si el Rey no tiene cura
¿a qué esperáis o qué hacéis?
Muy presto cumplirá un año
Que sin ver a vuestro rey
Os sujetáis a una ley
Hijo de un continuo engaño».
La salud del Monarca, de 46 años, alcanzó niveles críticos a consecuencia de su desnutrición y sus problemas respiratorios. La falta de afecto humano también resultó clave para acelerar este deterioro. Como aprecia Santiago Fernández Menéndez, «Fernando VI debió de sufrir mucho durante su enfermedad, los médicos solo demostraban su ignorancia diagnóstica y terapéutica, y todo ello empeoró las tensiones políticas que se dieron en el contexto de un rey absolutista, sin descendencia y en una situación de incapacidad para gobernar».
Su hermano Carlos III, hijo de Isabel de Farnesio, heredó el reino. Era el tercer hijo de Felipe V que reinaba en España.