Verano de 1936: de Ríotinto a La Pañoleta, una pesadilla hecha realidad (Guerra Civil)
19 de Agosto 1936, una de las masacres y asesinatos colectivos de mayor dimensión social en Andalucía y que, a pesar de la información disponible y esfuerzos por su conocimiento, todavía está relegada a “normal hecho de guerra”. Y no es así, cuando el fratricidio se oculta o disfraza de acción bélica toma el apelativo de cobardía, y cuando la causa por la que se asesina es embadurnada de patriotismo no tiene otro calificativo que el de canalla.
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Y como siempre ocurre en este estío de condena que sufren los pueblos andaluces, los mineros de Nerva escuchaban impávidos cómo el general Queipo de Llano, el “carnicero de Sevilla”, amenazaba desde la requisada ”Unión Radio Sevilla” con la muerte a quien continuara junto a la Constitucional República Española. Era difícil de creer pero el, hasta entonces, Inspector General de Carabineros se había autoproclamado General en Jefe de la 2ª División que iniciaría la toma de Sevilla, Málaga, Cádiz, Córdoba,… por cuenta y encargo del un recién formado Ejército del Sur diseñado para declarar el estado de guerra que el fascismo capitaneado por el general Franco, había dispuesto para derrocar al gobierno democráticamente elegido por el pueblo.
Ríotinto, Nerva y toda la cuenca minera esperaba algo, la gente empezó a reunirse y a prertrecharse. Todo valía, camiones, tractores
Corrían las intranquilas horas del día 17. Nerva, la luchadora, la inquieta, la revolucionaria, la trabajadora, la aguerrida y acostumbrada a las luchas sociales, la que sabe lo que es el sudor desde el interior de la tierra; Nerva, la heredera de más de 2000 años de minería, que conoce bien las entrañas del hambre y la tierra que la calma; esa Nerva de cicatrices, cambió en sus modestos aparatos de radio las coplas que salían de la plisada cretona por los berridos de la intolerancia. La noticia corrió desde la tertulia al patio de las “pilistras”, del casino a los bancos de la plaza… desde Marruecos se iniciaba la rebelión contra el Gobierno, los fascistas marchaban para Sevilla para, desde allí, iniciar el fratricidio.
Las arengas militares de Queipo dieron paso a himnos militares y de muerte. El mismo día 18 por la mañana la cosa estaba clara, muchos trabajadores de la comarca (Nerva, Río Tinto, Valverde, Peña de Hierro, Mesa de los Pinos, San Juan del Puerto, Zalamea la Real, Campillo y toda la cuenca minera) requisaron coches, camiones, maquinaria agrícola y todas las escopetas de caza que pudieron, organizando milicias para defenderse del inminente ataque mil veces anunciado. Para más aprovisionamiento acudieron al cuartel de la Guardia Civil “no os preocupéis por vosotros, sólo queremos las armas para defendernos de los fascistas”; los civiles entregaron todas sus armas con el mensaje “por favor, colaboraremos con lo que queráis”, respiraron tranquilos y marcharon para sus casas. El comandante Gregorio Haro Lumbreras aseguró estar “a su disposición y unirse a la milicia”.
Aquel Sábado 18 Julio de 1936 se hizo eterno, hasta el atardecer de inquietud se convirtió en una negra noche cuyo frescor serrano no consiguió enfriar los sentimientos de rebelión contra los golpistas. Pronto empezaron a organizarse para luchar contra ellos en Sevilla. En la madrugada del domingo, a las cuatro de la mañana, cuando ni siquiera despuntaba el alba, unos 50 hombres con más corazón que cabeza montan en los camiones y vehículos apropiados a la compañía y algunas cajas de dinamita. Unos con pistolas, otros con escopetas y la inmensa mayoría desarmados marchan en caravana al encuentro de una columna de milicianos que se dirigen a Sevilla desde Huelva que se suponía comandaba el Comandante Haro, el mismo, que adelantándose a la capital, se unió a los sublevados, traicionándolos y siendo verdugo y ejecutor del destino que les esperaba. (texto publicado en La Huella de la Memoria en foro de Camas)
Por cada pueblo que pasaban en su ruta hacia la defensa de Sevilla, se sumaban otros osados campesinos y el ruido de los motores era como el aviso o llamada de adhesión. Durante el camino cualquier comida era bien recibida y cuando no la había para eso estaba la “sopa de cardos”, especie de infusión de los “cardos borriqueros” que se ofrecían desde las cunetas o lindes de las trochas o vereas.
El comandante Haro, el mismo que aseguró ponerse a sus órdenes, decidió adelantarse con sus hombres con la excusa de proteger la llegada. Pero antes se vio con Queipo y se cambiaron los papeles. Lo que los mineros creyeron que sería un apoyo a la entrada de Sevilla, fue una vil emboscada en la Pañoleta, donde termina la Cuesta de Castilleja; allí agazapados entre los matorrales le esperaba el traidor Haro y sus leales guardias civiles y carabineros que habían recibido la orden del Gobierno republicano de servir de avanzadilla en apoyo de los onubenses. Más de 26 hombres muertos, el resto, entre heridos y sorprendidos por el fulminante ataque, todos brazos en alto fueron detenidos. Los 78 que no pudieron escapar fueron conducidos directamente a prisión para aplicarles el sumarísimo de un consejo de guerra aplicado por los autodenominados “salvadores de la patria”. Como los improvisados calabozos que inundaban Sevilla (ayuntamientos, cines, teatros,…) estaban repletos, casi todos los detenidos fueron encerrados en el vapor “Cabo Carvoeiro” fondeado en el muelle de La Paja y Las Delicias y desde allí al hacinamiento de la Cárcel Provincial, conocida por Ranilla.
La Cuesta del Caracol o de Castilleja quedó en la memoria de los que pudieron escapar por la zona de Tomares, los vecinos y testigos de la masacre, como lugar maldito, enrojecido de vergüenza y de la sangre de tantos patriotas defensores de la Constitución.
La noticia recorrió las ondas radiofónicas desde la Unión Radio Sevilla con la propia voz del ejecutor Queipo:
“Y aquí, en la inmediaciones de Sevilla acaba de ocurrir un hecho que merece ser publicado. Desgraciadamente es un episodio en el que ha habido muchas victimas, cuya sangre debe caer sobre la conciencia de sus canallas dirigentes”. “El Comandante Haro, que llegó anoche de Huelva con una columna de la Guardia Civil y Asalto, según dije en mis charlas anteriores, recibió orden mía de que a las diez de la mañana volviese a Huelva para que ayudara al sostenimiento de la ley marcial en esa población. Al llegar a la Pañoleta apareció un convoy de camiones, cargados con hombres y dinamita que venían a Sevilla para volarla”.
“El Comandante Haro dispuso sus fuerzas y rompió fuego. Unos de los disparos fue a dar en un camión con dinamita, que salió hecho trizas.”
“En al Pañoleta murieron del resultado de la explosión veintiséis hombres que pertenecían a la columna revolucionaria, entre ellos un diputado cuyo nombre no recuerdo”.
“La Guardia Civil se incautó de todos los camiones y de sesenta y un prisioneros. Como al parecer la situación en Huelva no está muy clara, he ordenado al Comandante Haro y sus Guardias Civiles que se queden hasta nueva orden en Sevilla, pues las organizaciones obreras dominan los pueblos de la carretera Sevilla a Huelva…”
El dolor de la cuenca minera onubense y los pueblos que allí dejaron a sus hijos más osados, pasó al llanto que se convirtió en odio. El atardecer de aquel domingo 19 quedó nublado por los peores sentimientos del ser humano, provocando la otra guerra, la de los ajustes y venganzas entre hermanos, vecinos,… La ruta entre Huelva y Sevilla quedó marcada como una contemporánea Vía Appia de sacrificados por el imperialismo del fascio.
La Columna Minera, que así quedó denominada para el recuerdo, se dirigía a Sevilla para ayudar a combatir el golpe de estado. Se trataba de un grupo de 200 trabajadores voluntarios, desprovistos de banderas o ideologías pero bien cargados de ilusión y solidaridad por el gobierno constitucionalmente elegido. Su final sería formar parte de ese más de un millón de muertos que resume en escalofriante cifra el resultado de tres años de matanzas y pueblos desmembrados en fría y calculada represión y adoctrinamiento contra hombres, mujeres y niños. Aún los más viejos no han podido olvidar el miedo al castigo físico y psíquico provocado por los asalariados “dedos acusadores” de los delatores del sistema, repartidos por barrios y manzanas, y que dejó en la mayoría de los vecinos vencidos y sus familias una huella imborrable. La intensa depuración ideológica que desde un principio pusieron en práctica los adeptos al régimen franquista, recibió el esmerado apoyo sin condiciones del fascismo más visceral y la ejemplarizante dedicación educativa de la iglesia más reaccionaria.
Pero ni nuestra historia y, mucho menos, nuestra memoria han acabado sepultadas en los laureles de aquel régimen franquista o en aquella pretendida reconciliación arbitraria y artificial que supusieron, en plena transición, los Pactos de Toledo y de la Moncloa.
Audiencia Provincial de Sevilla, Plaza de San Francisco. Los supervivientes de la Columna Minera son llevados a un juicio sin esperanza |
Los supervivientes, detenidos y en proceso sumarísimo por “rebelión militar” –no fueron militares ni se rebelaron contra sus mandos-, fueron conducidos a la Audiencia Provincial en la Plaza de San Francisco y, desde allí, a su fusilamiento. Para “escarmiento” público se repartieron los pelotones por distintos lugares de Sevilla: Murallas de La Macarena, descampado en Amate, calle Pagés del Corro; otros en La Pañoleta, San Julián, Plaza del Pumarejo y tapias del cementerio de San Fernando. En total, los onubenses fusilados fueron: 24 de Nerva, 14 de Valverde del Camino, 13 de San Juan del Puerto, 10 de Río Tinto, 6 de Peña del Hierro y uno de Alto de la Mesa… y en todas las ejecuciones se contaba con las bendiciones del Cardenal Segura, “siempre al servicio de los más débiles”.
Camas, Sevilla,… los demócratas no olvidan el suceso. La memoria sigue viva para ejemplo de futuras generaciones |
La vida es la dádiva más preciada del ser humano, y la dignidad el mayor patrimonio del trabajador, pero en aquella madrugada del 31 de Agosto, a sólo 43 días del “delito cometido” no valdría nada. La locura en forma de muerte acabó con lo uno y con lo otro. Que pena de los cuerdos que en su inmensa locura inconsciente se creen jueces y verdugos de sus propios semejantes.
Una vez “liquidados” quienes se atrevieron a venir a Sevilla para defender la democracia y las libertades, la represión se cebó con la Cuenca Minera. Para tal ensañamiento, en Ríotinto tuvieron que habilitar una gran fosa para «echar desde una cubeta» los restos humanos y cadáveres que se iban amontonando sin identificación. La cal viva hizo el resto.
Ahora nuestro deber pasa por no olvidar aquella parte de nuestra historia, sencillamente, para no volver a repetirla, como ejemplo de lo que no debió ocurrir. Ellos murieron por defender esos altos valores de lealtad con un gobierno democráticamente elegido. Ahora nos toca a nosotros defender su memoria y agradecer su sacrificio.
Fuente de Origen Información: Cosas de Andalucia