«Vigilar a los criados desacomodados» y otras raras funciones que Fernando VII dio a la Policía en 1824
El Rey de España creo este cuerpo para evitar una revolución, pero ordenó también a sus agentes que «observaran a los criados desacomodados», «recogieran a los gitanos sin domicilio» y «expedieran permisos a los saltimbanquis»
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Incluso dando por cierta la pésima reputación de Fernando VII como un monarca cruel, intransigente, hipócrita, hedonista, con una personalidad compleja y obsesionado con lo que los españoles pensaban de él, se le pueden reconocer algunas buenas decisiones durante su reinado en el primer tercio del siglo XIX. «A partir de 1823, puso en marcha diversas medidas de modernización, a pesar de la dura represión política. Intentó crear una administración eficaz en la Hacienda para remediar la desastrosa situación de las finanzas. Y, además, elaboró el primer código de comercio del país y creó el Museo del Prado, la bolsa de Madrid, el Ministerio de Fomento y la Policía»,contaba a ABC, en 2018, Emilio La Parra, catedrático de la Universidad de Alicante y autor de «Fernando VII: Un rey deseado y detestado» (Tusquets Editores).
La última de todas estas creaciones sea quizá la más importante, si tenemos en cuenta que este cuerpo ha cumplió en enero 195 años al servicio de España. Así lo reconocía en enero el delegado del Gobierno de Castilla La Mancha, Manuel González Ramos, en un acto celebrado en la Jefatura Superior de Policía en Toledo: «Fue la necesidad de dotar a las ciudades españolas de una estructura moderna la que determinó que el rey Fernando VII dictase la real cédula en la que se creaba la Policía General del Reino».
Sin embargo, mucho han cambiado los tiempos. La España de entonces no era, obviamente, la misma que la de hoy. Y, por lo tanto, las funciones que actualmente cumplen los más de 68.000 agentes poco tienen que ver con las que tenían que cumplir en aquellos primeros servicios del siglo XIX. Como indicaba Fernando VII en el decreto de creación publicado el 13 de enero de 1824, la función principal de los policías era: «Hacerme saber la opinión y las necesidades de mis pueblos, e indicarme los medios para reprimir el espíritu de sedición, extirpar los elementos de la discordia y desobstruir todos los manantiales de prosperidad». Así nacía la «Policía General del Reino», germen del actual Cuerpo Nacional de Policía.
En la actualidad, algunas de sus obligaciones nos resultarían tan sorprendentes e impensables como «vigilar a los criados desacomodados, a los artesanos sin trabajo, a los individuos que no tengan bienes y ocupaciones capaces de mantenerlos y a los que, aún teniéndolos, se crea prudentemente que no puedan sostenerse con ellos». No serían pocos los partidos políticos de uno y otro signo que levantarían la voz ante estas funciones. Entre ellas, había otras más puntuales como «impedir que se coloquen tiestos, cajas u otros objetos de esta clase en ventanas, azoteas o tejados donde puedan caerse y dañar a los que transiten por ellas».
Es cierto que mantener el «orden público» era el principal objetivo de la Policía en aquellos primeros años y lo sigue siendo hoy. La diferencia es que Fernando VII entendía que para cumplirlo sus agentes debían también «recoger a los gitanos sin domicilio, a los mendigos aptos para trabajar y a los hijos prófugos de la casa paterna». El fin último era controlar y reprimir a la disidencia política, en un momento difícil para el Rey, puesto que el año anterior había abolido el régimen constitucional. Esa es la razón de que viera en peligro a la Monarquía ante una más que posible revolución, pero pensaba, además, que las amenazas contra el orden no procedían sólo de un puñado de liberales irredentos, también de los bandoleros y los grupos armados que sembraban el terror en los caminos y pueblos alejados de la capital.
Hasta entonces, mantener el orden en el territorio nacional había sido una función dividida en tantas manos como corporaciones existían en España. En un artículo publicado en 2009, los historiadores como Marta Lorente y Fernando Martínez citaban a los «migueletes» en Valencia, los «escopeteros» voluntarios en Andalucía, la escuadra de Balaguer, las «rondas volantes» de Cataluña, los serenos de Barcelona o los «celadores reales» de Jaén, Castellón y otras provincias. Fernando VII entendió que unificar y nacionalizar los cuerpos de seguridad era imprescindible para «controlar» también los espacios rurales asolados por el bandolerismo, ya que, efectivamente, eran estos los que constituían la mayor parte de España.
«Cuidar los lavaderos públicos»
El Rey dictó para ello dos reglamentos diferentes, uno para Madrid y otro para las provincias. Estos incluían atribuciones «privativas» de la Policía y otras adicionales que compartía con el Ejército, algunas de las cuales eran tan variadas como «cuidar el orden en los lavaderos públicos», «formar padrones exactos del vecindario de los pueblos», «cuidar de que todos los españoles que vuelven de países extranjeros traigan el competente informe de su conducta política» y, entre otras, «expedir los permisos que necesiten los españoles para ejercer sus profesiones en las calles y plazas, tales como cantarines, saltimbanquis o portadores de linternas mágicas».
Una nueva normativa de corte urbano, centralizado y profesionalizado, con la que el Rey quiso «proyectar» el aparato policial que ya regía en la capital a todos los territorios de la Monarquía. Un total de 42 atribuciones que, aún hoy, y a pasar de las numerosas reformas que ha habido, se las considera la primera piedra de la actual Policía Nacional, aunque en su momento se desarrollara con más dificultades que aciertos por la falta de medios.
Como sugiere en su biografía Emilio La Parra, Fernando VII no fue solo un monarca absolutista con plena autoridad sobre sus súbditos, también un mandatario que no tuvo inconveniente en saltarse las leyes y vigilar hasta los más mínimos detalles de su acción de Gobierno. Sin embargo, no le salió bien, ya que recibió un imperio y le entregó a su hija únicamente una fracción de él. Aproximadamente un 10% de los territorios que lo conformaban en 1808, cuando tuvo lugar la primera de sus sucesivas entronizaciones. El traumático nacimiento de la España contemporánea y de las repúblicas hispanoamericanas, incluidas las guerras civiles y étnicas, se produjo durante su reinado… con algunos efectos letales.
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