Violadas por el ejército ruso | Tiempos Oscuros
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Antony Beevor, autor de «Stalingrado», una novela que causó gran impacto internacional, ha realizado una minuciosa investigación sobre otro episodio de la II Guerra Mundial: la caída de Berlín. Su nuevo libro sacude las conciencias con las revelaciones de barbaridades cometidas por soldados rusos
El diario se descubrió entre las ruinas en llamas de Berlín, totalmente arrasada por el choque de dos ejércitos poderosos y desesperados. No había ningún nombre escrito en la portada, pero entre todas las historias de privaciones y luchas, una revelaba el infierno de una guerra que se acercaba a su apocalíptico final. La autora, una joven alemana, describía cómo había sido violada por los soldados del Ejército Rojo, que avanzaba ávido de tomar la ciudad y de vengarse de los alemanes.
Ha habido que esperar hasta ahora, 60 años después de que se produjera la violación de esta mujer anónima, para que se conozca la verdadera dimensión de la campaña de violaciones perpetrada por el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. El escritor británico Antony Beevor, ex oficial del Ejército cuya reconstrucción de la batalla de Stalingrado se convirtió en un éxito de ventas, está a punto de publicar un libro sobre la caída de Berlín. Al buscar entre archivos soviéticos, cuyo acceso había estado vedado a los historiadores hasta hace poco, Beevor descubrió una tormenta de venganzas que le dejó «totalmente consternado».
Se cree que unos dos millones de mujeres fueron violadas, agredidas o asesinadas por los soldados del Ejército Rojo en su avance sobre Alemania, pero el libro de Beevor revelará horrores aún mayores. «Cuando el Ejército Rojo llegó a Berlín, los soldados ya consideraban a las mujeres una especie de botín carnal», afirma.«Creían que podían hacer lo que quisieran, ya que estaban liberando Europa».
En algunos casos las mujeres de una calle entera fueron violadas: abuelas, embarazadas, incluso mujeres que se encontraban en su lecho de muerte. Según el representante del Vaticano en Berlín, en octubre de 1945, seis meses después del final de la guerra, miles de mujeres permanecieron semanas escondidas en los tejados para eludir los saqueos y registros de los escuadrones del Ejército Rojo quienes, cuando se emborrachaban, avivaban su apetito sexual.
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Pero para comprender los hechos de la caída de Berlín, es necesario conocer lo ocurrido antes. En su avance hacia Stalingrado, los alemanes abrieron una brecha de destrucción a lo largo de Rusia, una de las mayores infamias registradas en los anales de la guerra.
El 30 de marzo de 1941, en un discurso pronunciado ante 200 altos mandos del Ejército alemán, Hitler explicaba a grandes trazos que la Operación Barbarrosa, la ofensiva contra la Unión Soviética, sería totalmente distinta a las guerras anteriores. «Debemos olvidar la camaradería entre combatientes», decretó:
«Los comunistas no son camaradas, ni antes ni después de la batalla. Esta es una guerra de aniquilación. Venceremos al enemigo, pero si no comprendemos esto tendremos que volver a luchar contra los comunistas dentro de 30 años».
A las tres de la madrugada del 22 de junio de 1941 se desató la mayor ofensiva militar de la Historia. Tres millones de soldados cruzaron un frente de casi 1.600 kilómetros. Había comenzado el conflicto que, según Hitler, sería «una guerra sin normas».A finales de ese año, cuatro millones de rusos habían muerto en combate y otros 3,5 millones habían sido hechos prisioneros. El 97% moriría.
En el campo de batalla, los soldados del Ejército Rojo no podían recurrir a la rendición. «No entendíamos cuando sacaban la bandera blanca en Francia, sabe, eso de rendirse», declaró un miembro de la SS de Das Reich durante los juicios celebrados tras la guerra. «En Rusia, cuando la gente se rendía simplemente les pasábamos por encima con los tanques». En la gran Leningrado, los nazis organizaron un asedio que se extendió durante 900 días, se cobró 1,5 millones de vidas y obligó a algunos ciudadanos a practicar el canibalismo. Con razón los rusos sentían un odio profundo hacia «el invasor fascista».
Y cuando la suerte de la batalla de Stalingrado cambió a favor del Ejército Rojo, que comenzó a avanzar, los rusos vivieron una verdadera pesadilla al pasar junto a casas destruidas, ciudades arrasadas y agujeros llenos de cadáveres. Esto avivó el afán de venganza, algo que Stalin fomentó de todas las formas posibles.
Los soldados del Ejército Rojo eran hombres duros mongoles, cosacos, tártaros y siberianos , no eran rusos occidentalizados de Leningrado o Moscú, hombres más moderados por influencia de la educación, o por su participación en el socialismo utópico del partido.
De todos modos, las violaciones no fueron hechos generalizados desde el principio. Cuando entraron en territorio alemán, lo primero que los soldados decían era «Ur», es decir, reloj de pulsera. El saqueo o la destrucción de las posesiones de una burguesía que despreciaban eran para ellos prácticas legítimas. Pero pronto comenzaron a decir «Frau, Komma». Y durante el final apocalíptico del Tercer Reich, las mujeres y los niños tuvieron que pagar por los pecados de las SS, la Gestapo y los «einsaizgruppen», o escuadrones de la muerte.
Anna Seddig, una joven de Prusia oriental que intentaba escapar de la guerra encinta y con su hijo de un año, Siegfried, fue otra víctima de los rusos.
Muchos han intentado ocultar lo ocurrido. Cornelius Ryan, autor de The Last Battle, donde narra la caída de Berlín, descubrió que tras publicarse el libro en 1966 algunos editores lo presionaron para que eliminara pasajes como el siguiente: «Mientras continuaba la batalla, se producía otra ofensiva salvaje. Era encarnizada, personal. Las hordas rusas que llegaban tras los disciplinados veteranos del frente exigían el derecho de los conquistadores: las mujeres de los conquistados».
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Este sacrificio tan sangriento como doloroso, se pudo haber evitado si las tropas alemanas hubieran sabido que su Fuhrer, «el incomparable e infalible líder» les había mentido una vez mas, suicidándose miserablemente el 30 de abril en vez de «luchar hasta el último aliento contra el Bolchevismo» como lo habían hecho los miles de niños de 12 a 16 años que envió a una batalla que los mismos nazis sabían que estaba perdida.
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«Al día siguiente, a eso de las seis de la mañana, Úrsula estaba amamantando a su bebé cuando otros dos soldados rusos entraron en el sótano». «Intentó escapar por la puerta con su bebé en brazos. Pero estaba muy débil. Uno de los rusos le quitó el bebé y lo colocó en su cochecito. El otro la miró y sonrió. Ambos la violaron…»..
El legado de la campaña de violaciones del Ejército Rojo es imperecedero.Para los soldados vencidos de las divisiones nazis, así como para los industriales, los banqueros y los altos cargos del partido que se habían pavoneado durante el apogeo del régimen, la violación de sus mujeres era la máxima humillación. Hanna Gerlitz, esposa de un banquero de Berlín, fue violada por seis soldados rusos delante de su marido. «Cuando terminaron», recuerda, «dispararon sus fusiles al aire. Las otras personas que estaban en casa creían que me habían asesinado, hasta que les grité: «Estoy bien. Ya todo ha acabado»». Después tuve que consolar a mi esposo y ayudarlo a recobrar el valor. Lloraba como un niño».
El viaje hasta este infernal crisol de crueldad ha resultado traumático para Beevor, y le ha hecho pensar: «He llegado a la conclusión de que ante la falta de disciplina militar un hombre armado, deshumanizado tras dos o tres años de guerra, se convierte en la mayoría de los casos en un violador en potencia».
Mientras, Berlín sigue reconstruyéndose con su nueva imagen de ciudad europea y quienes sufrieron llegan al final de sus vidas. Las cicatrices de Alemania van desapareciendo. A los rusos les es más difícil olvidar. En cada punto de las estepas donde los alemanes borraron del mapa una aldea, ahora hay una campana.Aún tocan a la crueldad del hombre cuando el viento bate las tierras sobre las que los alemanes marcharon triunfalmente, las mismas por las que más tarde se replegaron en la ignominia.