VIRGILIO LERET, capitán del EJÉRCITO de la 2ª REPÚBLICA ESPAÑOLA, el ingeniero que debió dar nombre a Barajas. FUSILADO por los franquistas el 18 de Julio de 1936 | RecueRda RepúBlica, documento memoria
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Virgilo Leret Ruiz nació en Pamplona el 23 de agosto de 1902. Fue un militar extraordinario, número uno de su promoción, capitán de la II República Española, ingeniero, humano como persona, como pa…
Virgilo Leret Ruiz nació en Pamplona el 23 de agosto de 1902. Fue un militar extraordinario, número uno de su promoción, capitán de la II República Española, ingeniero, humano como persona, como padre y como esposo, violinista, escritor, políglota de cinco lenguas. Leret consiguió 7 medallas por méritos diversos en la guerra colonial de Africa, y el reconocimiento del ejército francés por su colaboración aérea. Fue escritor con el seudónimo de “El Caballero del Azul”. Leret diseñó un revolucionario motor a reacción para aviones muy avanzado para su época, que situaba a la aeronáutica española en un lugar privilegiado.
En 1935, a Leret se le concedió la patente de su invento: el “mototurbocompresor de reacción continua”. El presidente de la República, Manuel Azaña, había ordenado su fabricación en septiembre de 1936 en los talleres de Hispano Suiza de Aviación, pero la guerra lo hizo imposible. Su hija Carlota ha logrado que se exponga por fin en el Museo de Aeronáutica y Astronáutica, en Madrid, 78 años después: “En el museo se entusiasmaron, pero me dijeron que no tenían dinero”. Carlota ha pagado de su bolsillo la maqueta del turbocompresor, 2.674 piezas y 2.500 horas de fabricación. El ingeniero aeronáutico Martín Cuesta tras realizar un pormenorizado estudio de los planos de Leret asegura que el invento era “verdaderamente ingenioso, viable… De no haber sido fusilado, a buen seguro que su motor hubiera sido una realidad, con el consiguiente honor para su autor y para España”. “Era uno de los oficiales más brillantes de las Fuerzas Armadas”, describió Paul Preston en El Holocausto Español.
Leret estaba al frente de la base de hidroaviones de El Atalayón en Melilla, el primer destacamento militar que se opuso con sus escasas armas a los regulares que asaltaron la base el 17 de julio de 1936. Según información original de Carlos Esquembri, la defensa de la base del Atalayón se pudo organizar gracias a que Felipe Aguilar, Presidente de la Unión Republicana de Melilla teniente alcalde de la ciudad, tenía un “topo” inflitrado en Falange, que informó que en la mañana del 17 de julio de 1936 los militares rebeldes estaban repartiendo armas a los falangistas para sublevarse esa misma tarde/noche. La disparidad de fuerzas entre los sublevados que contaban con un Tercio de la Legión y un grupo de Regulares decantó la situación rápidamente hacia su lado incendiando la guerra civil.
Fue la primera batalla de la guerra civil. Los alféreces Luis Calvo Calavia y Armando González Corral, alertaron al capitán Virgilio Leret del levantamiento contra la República, fueron sitiados mediante disparos de un tupido fuego de ametralladoras pesadas. El número de fuerzas atacantes era muy superior, tras 2 horas la munición se les acabó, y Leret rindió la posición asumiendo toda la responsabilidad. Virgilio Leret fue fusilado junto a sus compañeros Armando González y Luis Calvo. No sería cierto que fue encarcelado y fusilado cinco días después tras la celebración de un juicio: El soldado Eduardo Sánchez y el teniente de ingenieros Hermenegildo Gómez de Fabián, testigos de los hechos, cuentan que, tras el enfrentamiento, los soldados de la base les dijeron: “Acabamos de matar al capitán Leret”. Fue el primer oficial fusilado por los golpistas, y el primer desaparecido de la guerra, pues sus restos fueron arrojados a alguna desconocida fosa común.
Su esposa Carlota O’Neill pasó seis años en la cárcel tras un simulacro de juicio, acusada de asociación ilícita y de injurias al Ejército. “Mi madre había nacido 100 años antes de tiempo”, explica su hija Carlota. “Era feminista, progresista… Creía en la igualdad de hombres y mujeres, se casó con mi padre después de que nosotras naciéramos, porque él se lo pidió para que no sufriéramos consecuencias”. A O’Neill le quitaron la patria potestad de sus dos hijas, Carlota y Mariela, y las internaron en un terrible orfanato. En la cárcel, O’Neill temió por su vida cuando un puñado de falangistas entró en la prisión para violar y matar a un grupo de presas. Ella se escondió toda la noche en un tanque de agua, “El agua me llegaba a la boca, era ahogarme o dejarme matar, prefería lo primero”, escribió en sus memorias. Escuchó al director del penal: “Es una barbaridad acabar con todas en montón. Cuando quieran matar mujeres, vengan a buscarlas, una a una!”. Los falangistas “se fueron llevándo las que les cabían en las manos”. Cuando abandonó el penal con libertad condicional rescató los planos de Leret, escondidos durante cinco años, y los entregó a las Fuerzas Aliadas para que no cayeran en manos nazis-fascistas. Después recuperó a sus 2 hijas y se exilió a Venezuela con ellas. Carlota O’Neill da cuenta de estos hechos en su libro “Memorias de una mujer en la guerra de España”.