4 diciembre, 2024

Arcabuz español vs arco indígena: ¿cuál era el arma más eficaz de la conquista de América?

Juan de Oñate, en la conquista del Colorado, por Augusto Ferrer-Dalmau ABC
Juan de Oñate, en la conquista del Colorado, por Augusto Ferrer-Dalmau ABC

Los datos recabados por los expertos confirman que, por cada disparo realizado con el arma de fuego, su contraria hacía una veintena

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Los tópicos sobre la conquista de América se cuentan por miles; tantos como libros los han exportado a lo largo de la historia. El mito nos muestra a españoles ataviados con coraza y morrión que avanzan, arma en ristre, por la selva. Pero no se crean que la fotografía fue así. La realidad es que, durante los siglos XV y XVI, los arcabuces eran un ‘rara avis’ en el Nuevo Mundo por culpa de su alto precio y el extenso tiempo que hacía falta para recargarlo. De hecho, los expertos sostienen que, por cada bala disparada por un peninsular, un nativo podía devolver una veintena de flechas contra él.

Corría por entonces la primera década del siglo XVI, una época en la que buena parte del planeta era desconocida para los europeos. Aquellos eran tiempos de verdadera aventura en los que cientos de españoles partieron hacia el Nuevo Mundo acompañados de espadas, alabardas, alguna que otra arma de fuego y, sobre todo, de una valentía que les llevaba a marcharse de la península dejando todo aquello que amaban tras de sí.

El perfil del viajero

Sin embargo, para expertos como Juan Sánchez Galera, coautor de ‘Vamos a contar mentiras. Un repaso por nuestros complejos históricos‘ (Edaf), se ha tendido a deformar la imagen de aquel sujeto que, un día, recogía sus escasos objetos personales y se embarcaba hacia América en un viejo barco destartalado. Para empezar, el escritor considera que se suele creer que al Nuevo Mundo viajaron soldados armados hasta los dientes sufragados por el rey de España, cuando realmente la mayoría de personas que atravesaron el Atlántico no eran más que colonos que pretendían asentarse en Sudamérica e hidalgos de baja estofa con necesidad imperiosa de conseguir algo de efectivo.

«Hay dos perfiles bien diferenciados de personas que viajaron a América. El primero es el hidalgo, alguien de noble cuna que era un segundón porque no iba a heredar nada. Era un sujeto que tenía apellido pero no tenía dinero y necesitaba, por ello, hacerse con un patrimonio y labrarse un futuro. Al mismo tiempo, también viajaron a América los típicos labriegos andaluces, extremeños… que no tenían ni un apellido importante ni dinero y querían trabajar. Pero lo que está claro es que el perfil del conquistador no es el de un soldado al que el rey pagaba para que acudiera al Nuevo Mundo, sino una persona que viajaba libremente y no era un funcionario», afirma, en declaraciones a ABC, Sánchez Galera.

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La realidad es que los soldados preferían quedarse en Europa, donde a los reyes españoles no les importaba abrir la bolsa con asiduidad para remunerar sus servicios. «En esos años, y para ser una nación relativamente pequeña, España tenía dos grandes frentes militares en los que era necesario llevar soldados cualificados. En uno se estaban sucediendo las guerras europeas y en otro se luchaba contra el avance de los musulmanes. Los soldados profesionales luchaban en estas dos contiendas y recibían un buen dinero por ello. Como estaban bien pagados, no tenían necesidad de ir a América. Además, todos los soldados que se pudiesen reunir siempre eran pocos», añade el experto.

Lo usual para ellos era adquirir espadas y alabardas, y no arcabuces, cuyo precio era más que prohibitivo debido a que requerían de maquinaria muy específica para ser construidos. Tampoco ayudaba la gran cantidad de elementos que hacían falta para mantener esta arma de fuego en perfectas condiciones y la ingente cantidad de accesorios con los que había que hacerse para poder disparar: baqueta, tacos, munición…. Algo diferente eran las expediciones armadas –como, por ejemplo, las de Pizarro o Hernán Cortés–, las cuales buscaban la conquista a cualquier precio y no tenían tantos problemas a la hora de soltar las monedas.

Los secretos del arcabuz

Los arcabuces que llegaron hasta América durante los primeros años de la conquista eran, cuanto menos, primitivos. «Estas primeras armas de fuego consistían básicamente en un largo tubo de acero, apoyado sobre un tablón, con un diámetro inferior o calibre de unos quince milímetros. Dicho tubo se encontraba cerrado en el extremo que daba a la parte del tablón que hacía las veces de culata, y, casi al final del tubo, por el lado en el que estaba cerrado, se hallaba un pequeño agujero que atravesaba la pared del tubo (oído) y sobre el cual coincidía el final del recorrido de una palanca que en su extremos sostenía una mecha de algodón. Por simple que parezca la descripción del arma, contiene todo lo que se puede decir de un arcabuz», explican Juan Sánchez Galera y José María Sánchez Galera en su obra.

Aunque su funcionamiento era relativamente sencillo, su recarga requería de cierto tiempo. En primer lugar, el arcabucero debía poner el arma en posición vertical. A continuación, introducía por la boca del cañón una cantidad de pólvora determinada que, a la postre, sería la que explotaría provocando la expulsión de la pelota de plomo que hacía las veces de munición. A continuación, el soldado metía un ‘taco’ de papel en el cañón. Su finalidad era evitar que los gases que iniciaban la ignición de la bala no se escapasen y el tiro fuera más efectivo. Todo ello era después comprimido por varios golpes de un extenso palo de madera llamado ‘baqueta‘.

Para ello, cada conquistador contaba con una mecha encendida enganchada al ‘serpentín‘ –una pieza metálica en forma de ‘S’ ubicada tras el oído– que, cuando era presionada, hacía caer el fuego sobre la polvorilla encendiéndola. El fuego se trasladaba entonces al interior del cañón, donde el explosivo detonaba generando unos gases que, al verse comprimidos, empujaban a la bala hacia el exterior. Ya sólo quedaba volver a empezar. Éste sistema de disparo hacía que el arma se conociera como arcabuz de mecha.

A pesar de su efectividad en manos expertas, el arcabuz perdía facultades si era manejado por un tirador novato. La primera causa de esta falta de eficacia era el tiempo de recarga. Y es que, mientras que un arcabucero versado necesitaba unos sesenta segundos desde que empezaba el proceso de carga del arma hasta que la bala salía despedida del tubo, un hombre que careciera de cualidades podía tardar varios minutos. Este problema podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte al tener enfrente cientos de indios que lanzaban una lluvia incesante de flechas dispuestos a acabar con el blanco y barbudo invasor.

En palabras de los expertos, las escaramuzas duraban pocos minutos y no solía dar tiempo a usar el arcabuz A su vez, Juan Galera señala que su baja cadencia de tiro –la escasa capacidad del arma de disparar multitud de proyectiles en un corto período de tiempo– hacía que fuera inútil en el tipo de combate más usual en América: las pequeñas escaramuzas entre un grupo de indios y uno de españoles. En este tipo de contiendas, al parecer, eran mucho más útiles los arcos de los nativos, los cuales podían ser construidos con menos costes y disparaban una cantidad mucho mayor de flechas por cada tiro realizado con un arcabuz hispano.

«Para corroborar esta teoría comparé las dos armas: el arcabuz y el arco de los indios. Para ello fabriqué una réplica de un mosquete de mecha fiel a las armas de este tipo que hay en el Museo del Ejército y vi cuantas descargas se podían hacer por minuto. Hice lo mismo con un arco. La conclusión es que, en el tiempo en el que un indio disparaba 20 flechas, el español cargaba y disparaba una. Ambas armas tenían más o menos la misma precisión (unos 50 metros). Evidentemente el impacto del mosquete era mucho más fuerte que el de una flecha, pero la cadencia de tiro era mucho mayor. Además, las armaduras de los nativos eran de algodón y no hacía falta un arcabuz para atravesarlas», explica el experto en declaraciones a ABC.

Arcabuz de chispa ABC

Con todo, estos números sólo se alcanzaban cuando el arcabuz ya había sido disparado una vez. Y es que, antes del primer disparo se perdían un mínimo de cinco minutos para preparar el arma. Esto se debía a que, para poder hace fuego, había que prender fuego a la mecha que haría explotar la pólvora. Este proceso, que hoy se haría en cuestión de segundos gracias a un mechero, era muy dificultoso en la época. Y es que, además de los problemas que implicaba la humedad típica de la zona, la única forma de hacer fuego era con un pedernal; una piedra que, al ser frotada, generaba una chispa con la que se creaba una llama.

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«No se podía llevar la mecha encendida porque, en 15 o 20 minutos, el fuego la consumía y había que cambiarla, así que había que llevarla apagada y prenderla cuando veías al enemigo», añade Galera. Así pues, si una partida de conquistadores era atacada por sorpresa por un grupo de nativos, aquellos que llevaban las armas de fuego se encontraban totalmente indefensos durante los primeros minutos hasta que preparaban el arcabuz y, en muchos casos, sólo tenían tiempo de realizar un disparo con su arma antes de caer ensartados por una flecha enemiga. Esto provocaba que, en palabras del experto, este artilugio se acabase utilizando como una cachiporra contra los asaltantes tras llevar a cabo algún que otro arcabuzazo.

Además de la efectividad y la cadencia de disparo, también se ha afirmado a lo largo de los siglos que los arcabuces tenían un contundente efecto psicológico sobre los indígenas. Pero… ¿Es esto real? Para Sánchez Galera no es más que una patraña. «Al principio si pudieron ser efectivas a nivel psicológico, pero, según avanzó la contienda entre españoles y nativos, ese miedo fue desapareciendo. Los indios terminaron sabiendo los efectos que tenían los arcabuces y entendían su funcionamiento. Está documentado que Atahualpa, por ejemplo, envió espías que se hicieron amigos de los españoles para conocer la tecnología que traían a sus espaldas», explica el coautor de ‘Vamos a contar mentiras’.

No opina lo mismo que Galera la arqueóloga clásica nacida en Dinamarca Ada Bruhn de Hoffmeyer quien, en su obra ‘Las armas de los conquistadores’ habla de lo efectiva que eran la pólvora contra los indios a nivel psicológico: «Las armas de fuego no tuvieron una gran importancia militar. Pero estas armas, en las primeras épocas, producían en los indígenas una sorpresa enorme, casi divina. Además causaron heridas hasta entonces desconocidas por ellos. Procuraban la muerte instantáneamente o con rapidez. Los embajadores de Moctezuma, en sus relatos al jefe azteca, le refieren los horrores que presenciaron».

Origen: Arcabuz español vs arco indígena: ¿cuál era el arma más eficaz de la conquista de América?

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