21 noviembre, 2024

Armas químicas de Mussolini y Franco en la Guerra Civil española

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Las armas secretas de Mussolini en España. Franco y Mussolini quisieron emplear armas químicas:

Morten Heiberg ha reconstruído con detalle la tentativa del empleo de armas químicas italianas por el bando franquista durante la guerra civil española. Los italianos y los españoles las conocía ya de sobra por haberlas empleado en sus guerras coloniales (Abisinia y Marruecos) y Franco y Mussolini valoraron seriamente a fines de 1936 la posibilidad de usarlas contra los republicanos españoles. Franco  y su aliado concebían la guerra química como una solución barata para sus ambiciosos planes militares, dice Mortenn Heiberg. Franco había pedido al Duce “algo contundente” para responder a un supuesto ataque químico republicano en el frente de Zaragoza en octubre de 1936. El dictador italiano envió gas tóxico a España, pero este se quedó custodiado por el CTV (Corpo Truppe Volontarie) . Su falta de uso obedeció a varias razones, ninguna humanitaria, esencialmente la falta de datos sobre las reservas republicanas por si había represalias rojas y una eventual escalada bélica de Franco, vulnerando el protocolo de Ginebra que prohibía el uso de armas químicas, hubieran disgustado al Comité de Control.

Además había la complejidad de entrega y control del gas tóxico de Mussolini a Franco.

La investigación de periodistas italianos revela que el fascismo desarrolló primero en Abisinia, la guerra química a base de gases letales. Los periodistas antifascistas tenían que guardar silencio o escribirlo fuera de Italia, cosa que ya habían hecho tanto, el escritor sudafricano George L.Steer como el Dr Junod. Al primero en su documentada “Cesar in Abissinia”, se le calificaba de un criminal inglés, corresponsal en la guerra de Etiopía que había difamado a los supervivientes y a los caídos en Africa y el periódico “ Il Reduce d´Africa” (El Veterano de Africa) dedicaba un editorial con el título “Vientos locos de Antipatria” a Steer y Junod. Ya antes el periodista Herbert L. Matthews había pronosticado lo que podía pasar a Italia si se metía en la Guerra Civil del lado de Franco. Son tres autores muy amigos de los vascos y los tres han compartido sus simpatías por la guerra desesperada de los gudaris en los montes de Euskadi como antes Steer en Abisinia y Etiopía.

 Jon Melly, conductor de ambulancia les había servido de testigo, en cuanto a las heridas de armas químicas y gases de los heridos por la aviación legionaria italiana.

En el libro de Veleni di Stato (Venenos de Estado), el periodista Gianluca de Feo, redactor jefe de la revista italiana L’Espresso, se ha encargado de reconstruir una historia terrible y sistemáticamente silenciada por varias generaciones de políticos, historiadores y militares de las grandes potencias. Entre 1935 y 1945, el laboratorio microbiológico romano de Celio, situado en un sótano de apariencia inocente a dos pasos del Coliseo, experimentó y produjo a gran escala armas químicas y bacteriológicas de efectos letales. Gianluca de Feo revela que Benito Mussolini puso en marcha un plan para construir 46 plantas químicas capaces de destilar hasta 30.000 toneladas de gas anuales.

Cotejando decenas de documentos inéditos hallados en el National Archive de Londres -informes de inteligencia, papeles diplomáticos, actas de reuniones de gobierno, intervenciones privadas de Winston Churchill-, el periodista ha calculado que el régimen fascista produjo anualmente entre 12.500 y 23.500 toneladas de gas letal hasta la II Guerra Mundial.

De Feo recuerda que durante la guerra civil española en la zona republicana el tétano llegó a representar una verdadera emergencia. Los documentos hallados apuntan a lo que podría ser único sobre la guerra bacteriológica registrado en Europa después de la guerra europea- 1914-18.

 

«Venenos de Estado» aporta los primeros rastros documentales y testimonios que prueban que el régimen fascista (1922-1942) experimentó y produjo además armas todavía más infames y monstruosas: bacteriológicas. Virus y bacterias transformadas en bombas. Un grupo selecto de científicos fascistas, dirigidos por un veterinario llamado Morselli y apodado El Doctor Germen, incubó decenas de virus raros y de altísima eficacia en el laboratorio militar romano. Un horror concebido con una única misión, explica De Feo: «Diezmar las poblaciones de las ciudades enemigas con pestilencias de todo tipo, ántrax, tifus, peste amarilla, aviaria y otras enfermedades que todavía hoy siguen en el centro de los secretos inconfesables de las grandes potencias».

Entre los documentos hallados por Gianluca De Feo, hay uno muy novedoso que se refiere a España. Se trata de varios escritos a máquina fechados el 3 de agosto de 1944, que muestra que Mussolini durante la guerra civil española no se conformó con hacer experimentos teóricos, sino que probó sus armas bacteriológicas durante la misma Guerra Civil en ayuda de sus 50.000 voluntarios que apoyaban a Franco junto a cientos de aviones, ametralladoras y morteros, bajo el mando del general Mancini. Era la ofensiva para tomar Madrid que se quedó en el fracaso de Guadalajara.

El secreto de la existencia del documento fue revelado por un célebre médico y científico, Ugo Cassinis, a un pequeño grupo de investigadores norteamericanos enviados a Roma en 1944 para interrogar a médicos militares italianos que colaboraban con el III Reich alemán en la invención de las armas letales de Hitler, en el curso de la guerra total. Esos virus se probaban antes sobre cobayas humanos- prisioneros rojos- en la España de Franco para ayudar al Fuhrer.

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En su casa de Roma, Cassinis, máximo responsable del Hospital Militar de Celio y de los laboratorios secretos de Mussolini entre 1939 y 1942, confiesa que el Ejército italiano había llevado a cabo ese ambicioso y macabro programa de armas químicas y bacteriológicas y que durante la guerra civil había lanzado esporas del virus del tétano contra la población republicana.

En su declaración, el profesor no facilitó detalles ni indicaciones precisas de lugar o fecha del ensayo de Franco. Su relato señala que las bacterias se «extendieron sobre el terreno para intentar contagiar el tétano al enemigo», y añade que cree que «los resultados no fueron alentadores -encouraging-, pero admite que no tuvo «un conocimiento numérico» sobre el tema. No hay cifras. Pero sí afirma que las tropas italianas expedicionarias encargadas de la misión habían sido «inmunizadas contra el tétano» antes de salir para España. Y que en España era normal inyectar a los chicos contra el tétano. El tétano, dice De Feo, fue uno de los primeros virus explotado con fines bélicos. Gran parte de los experimentos realizados en esos años partieron de ese microorganismo. «Los imperialistas japoneses lo utilizaron con prisioneros chinos y norteamericanos. Tiene características que hacen fácil su conservación y el empleo y, además, es mimético: la enfermedad puede ser atribuida a las heridas que a menudo la difunden de modo natural», apunta De Feo.

Aparte de citar el bacilo utilizado, Cassinis aportó otros datos desconocidos hasta ahora. Habló de «esporas mezcladas con glass particle, partículas de cristal: un método utilizado todavía hoy, señala Gianluca De Feo, «para alargar la vida de gérmenes y vacunas, que es la aproximación ideal para construir una bomba bacteriológica experimental». El testimonio de Cassinis confirma el único acto de guerra bacteriológica registrado nunca en Europa, y suma puntos tanto a la barbarie insaciable de Mussolini y Franco como al carácter de laboratorio y campo de pruebas del conflicto bélico español.

 Según dice De Feo, la idea era “diezmar las poblaciones de las ciudades enemigas con pestilencias de todo tipo, ántrax, tifus, peste amarilla, aviaria y otras enfermedades como la peste bubónica, nebulizando ratas y pájaros, o la brucelosis humana, no mortal pero fácilmente trasmisible por los animales, o el bacilo de Whitmore, de elevada virulencia, fácil de cultivar y altísima mortalidad humana; igualmente varias formas de antivirus difíciles de producir en gran cantidad como la fiebre de los papagayos, el afta epizoótica o el tifus, que es factible de esparcir a través de parásitos lanzándolo con aviones do difundiéndolo con saboteadores.

En los documentos que encontró De Feo, hay uno que hace referencia a la guerra de España. Se trata de un escrito fechado el 3 de agosto de 1944, que demuestra que Mussolini no se conformó con hacer experimentos teóricos, ni con mandar miles de voluntarios en apoyo al general Franco junto a un potente arsenal bélico, sino que probó sus armas bacteriológicas en la guerra civil española. El secreto fue revelado por un célebre médico y científico, Ugo Cassini, a un pequeño grupo de investigadores americanos enviado a Italia para interrogar a los italianos que colaboraron con el Reich alemán en la intervención de las armas finales de la guerra total.

 El coronel Morselli- el Dr Germen- negó rotundamente ante los científicos aliados que se hubiera usado el tétano en España y consideró las afirmaciones de Cassinis como «ridículas». Tenía sus razones, explica De Feo: «El Doctor Germen no era ningún ingenuo; se había separado de los fascistas en 1944 y se había pasado a la República de Saló. Era prisionero “benévolo” de los aliados. Sabía perfectamente que las armas bacteriológicas estaban vetadas por las convenciones internacionales: experimentar con ellas podía no ser un crimen, pero haberlas impulsado para contaminar a los republicanos españoles, sí: un motivo más para mentir».

Diversos historiadores italianos y españoles consultados por los medios coinciden en dar verosimilitud tanto al documento inédito como al contexto y la interpretación que traza Gianluca De Feo.

 «Sería todo esto una novedad absoluta, pero no hay nada que no sea verdad», afirma Lucio Ceva, historiador de la Universidad de Pavía. «Los fascistas eran capaces de cualquier aberración. Era una banda de delincuentes, sólo mitigada por la gran desorganización paraesconder sus peores intenciones. Ya habían usado ampliamente antes gases tóxicos contra las tropas desnudas y armadas con lanzas del Negus, en Etiopía por ejemplo», como recuerda George L. Steer en “Caesar in Abissinia” lo denunció.

«Los bombardeos del puerto de Barcelona fueron los más feroces de la Guerra Civil, y se sabe además que Mussolini había enviado también a Franco cantidad de armamento químico, aunque no hay pruebas de que finalmente se atreviera a usarlo».

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Julián Casanova, catedrático de la Universidad de Zaragoza, piensa que el hallazgo de documentos secretos en el archivo londinense es «importante y nuevo, y debería ser completado con investigaciones que analicen, por ejemplo, la incidencia del tétano en los lugares donde hubo tropas italianas».

El autor de Venenos de Estado apunta que «las ojivas llenas de esporas debieron ser lanzadas por medio de artillería ligera». Y recuerda que en la zona republicana el tétano llegó a representar una verdadera emergencia. «Hubo incluso recogida de fondos por medio de sindicatosen Irlanda y Francia para comprar sueros protectores.

Gabriel Cardona, especialista en historia militar, explica desde Barcelona que el episodio «tendría muchísima relevancia» porque apoyaría «una tesis bien documentada: Mussolini quería acabar pronto la Guerra Civil española por sí mismo, antes que Franco y lo antes posible, ya que el coste político y monetario era cada vez más alto y veía que Franco no tenía prisa». Tras el desastre de Guadalajara, Franco le gastó «varias bromas pesadas», recuerda Cardona, y que ambos se despreciaban sin disimulo. Las canciones de burla que en el bando español ridiculizaban el valor italiano en la guerra recordando a los italianos que «Guadalajara no es Abisinia» y “Menos canciones y más valor” están ahí. «De hecho, era Mussolini quien mandaba al general  Mola y no a Franco los primeros aviones de bombardeo y pilototos-via Marruecos- y un enorme contingente de voluntarios en trasatlántico hasta Cádiz, aunque no se sabe lo que Franco sabía del tema porque odiaba tanto a Mola como al Duce».

El fantasma de la guerra química y bacteriológica agitó el miedo de mucha gente en los años veinte y treinta. José Andrés Rojo, autor de la biografía del general Rojo y nieto suyo, recuerda haber visto en los archivos de su abuelo papeles sobre armas químicas y el libro de De Feo y los ataques químicos en la guerra española eran vox populi.

El historiador inglés Kim Coleman, en su Historia de la Guerra Química, cita una contraofensiva republicana en Guadarrama, agosto de 1936, con granadas lacrimógenas y una posterior represalia franquista sobre Madrid con proyectiles asfixiantes.

Jan Medema, experto holandés en armas químicas, probó que Italia entregó a los nacionales municiones con cabezas cargadas de gas, extremo que confirmó en los años noventa el propio Alto Estado Mayor italiano (Alberto Rovighi e Filippo Stefani, en La partecipazione italiana alla Guerra civile spagnola, Ufficio storico dello Stato maggiore dell’Esercito, 1992). El libro da carácter oficial a la presencia de diversas compañías químicas entre la masiva expedición de los tres ejércitos y camisas negras (40.000 de ellos voluntarios) enviada por Mussolini a España y el nombre y rencillas entre sus oficiales.

El testimonio de Ugo Cassinis parece en todo caso auténtico por distintas razones. Principalmente, porque el autor era un reputado médico y fisiólogo. Antes y después del fascismo. El galeno sentó las bases de la medicina deportiva italiana y fue el impulsor del riguroso método antidopaje que aún hoy utiliza el Comité Olímpico de su país (CONI). Como tantos jóvenes italianos de esa época, Cassinis se alistó al fascio en 1925 y, escribe de Feo: «Fue un oficial muy bien valorado por los jerarcas hasta 1942, año en que fue apartado del cargo de director del Hospital de Celio por ser», según declaró él mismo a los norteamericanos, «demasiado liberal a la hora de conceder bajas médicas a los atletas destinados al frente como oficiales». Una forma de resistencia humanitaria que le honra, apunta De Feo, porque suponía salvar las vidas de los que debían ir a morir a las trincheras de África, Grecia o Rusia en vez de entrenarse.

Quizá por eso, a los aliados, incluido Churchill, Cassinis les pareció una fuente digna de crédito. «Además de médico y docente, había sido el número uno de las estructuras del Celio, nunca tuvo palabras de crítica hacia Mussolini y no había motivo de sospechar de su fidelidad al Duce. El laboratorio secreto había dependido formalmente de él, y no suena probable que alguien le hubiera mentido sobre el ataque en España dando tantos detalles, incluso de su supuesto fracaso».

La acusación de Cassinis fue rebatida ante los investigadores norteamericanos por los demás responsables del laboratorio secreto; según De Feo, todos temían a esas alturas repercusiones internacionales porque se trataba de armas prohibidas.

El pequeño equipo del FBI que entrevistó a los científicos fascistas en 1944 había llegado a Roma mezclado con las columnas del ejército que el 4 de junio de 1944 liberó la capital que ocuparon los nazis durante diez meses. «Portaban el encargo de frenar el Apocalipsis anunciado por Hitler en sus proclamas gritadas», cuenta De Feo. «Su misión era clara: buscar respuestas en Roma, en los laboratorios de la armada que había usado por última vez el gas en una batalla bombardeando Etiopía, que había colaborado con el Reich facilitando informaciones decisivas sobre las cobayas humanas, y que tenía la primacía indiscutible de la química».

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Un año antes, en mayo de 1943, en Berlín, «antes de la caída del régimen de Mussolini, sus científicos  intercambiaron pareceres en una cumbre con sus colegas alemanes sobre la represalia que debería revertir el conflicto y salvar al Eje de la imparable ofensiva de los soviéticos y los angloamericanos».

En sus declaraciones a un grupo de médicos y policías aliados, llegados a Roma en 1944 para intentar conocer los planes finales desesperados de guerra total de Adolf Hitler para no perder la II guerra mundial, Morselli ofrece la lista de los virus y patógenos en los que se había concentrado el laboratorio secreto del Duce: la peste bubónica («muy letal y aplicable por nebulizador, ratas y pájaros»), la brucelosis humana («no mortal, pero fácilmente transmisible por los animales ovinos y bovinos»), el bacilo de Whitmore («elevada virulencia, fácil de cultivar, altísima mortalidad humana»), y varias formas de ultravirus «difíciles de producir en gran cantidad, como la fiebre de los papagallos, el afta epizoótica, o el tifus, que es posible esparcir a través de parásitos lanzándolo con aviones o difundiéndolo con saboteadores».

«El equipo médico norteamericano recibía sus órdenes directamente de la inteligencia de Washington, y se coordinaba con sus colegas británicos», escribe De Feo. Eran un puñado de oficiales médicos y ex policías al mando del coronel William S. Moore, «con plenos poderes y una lista de nombres a encontrar a toda costa». En lo alto del elenco había cinco personas, consideradas artífices del programa de las armas secretas fascistas. Ugo Reitano, el profesor que desde 1932 dirigió la estrategia de guerra bacteriológica llamada Operación Epidemia; el citado coronel Giuseppe Morselli o Doctor Germen, que desde 1934 había guiado los experimentos sobre el terreno en África; Fausto Vaccaro, el oficial que inventó una maquina para esparcir los virus; el general retirado Loreto Mazzetti, antiguo número uno del hospital del Celio donde se terminaban las investigaciones; y el general Ingravalle, cuyo nombre no se conoce».

Por suerte, el delirio químico de los años treinta acabó. Llegó la paz, y todo el mundo intentó deshacerse de sus arsenales venenosos sin dejar huellas. De Feo revela que todos los mares de Italia están llenos de bombas químicas: italianas, alemanas y americanas. Una planta en Civitavecchia guarda todavía miles de cilindros de cemento con veneno dentro. Esperando un ataúd definitivo.

Sólo en 1966, la revista Stori Illustrada organizó un foro, una mesa redonda de periodistas de periodistas que habían cubierto la campaña de Africa desde 1932 a 1939, por los bandos. Estaba el toscano Alessandro Lessona, el más galardonado de esos días, artífice con Badoglio y el Duce de la conquista de Africa Oriental y también el periodista e historiador Angelo Del Boca que representaba al bando opuesto.

También estaban presentes el historiador franquista De La Cierva, portavoz de Prensa y Propaganda de Franco, mentiroso compulsivo y Vicente Talón, el enemigo número uno del Gernika, de Picasso, la república española, de George L. Steer, etc… enviado por la gaceta del Norte de Bilbao y autor del “Holocausto” de Guernica. Parecía que la tendencia ultraderecha iba a sentar su criterio en el foro organizado por Storia Illustrada, cuando Angelo del Boca sacó unos papeles de su cartera y dijo que iba dar lectura a tres mensajes cruzados entre Mussolini, Badoglio y Macalle, de fecha 29 diciembre de 1935. El primero decía: Segreto.”Massima precenza absoluta. Dati sisi temí nemico di cui a su dispaccio no. 630 autorizzo V.E. al impíego anche su vasta scala di cualqunque gas o dei lanciafamme”.Firmado: Benito Mussolini.( Secreto, máxima precedencia absoluta. Datos tomados al enemigo sobre su despacho nº 630 autorizó a V.E. el empleo en amplia escala de cualquier gas o lanzallamas. Firmado_Benito Mussolini. Otro telegrama de enero 1936 del mismo tenor firmado por la misma persona autorizaba a su Excelencie, Badoglio, a máximo empleo de “ritorsioni” ( represalias) sobre prisioneros capturados al enemigo (que consistían en la decapitación). Y aún pudo leer un tercero que aplaudía los bombardeos de los aviones legionarios italianos en Etiopía.

Ante todo esto, no pudo seguir, porque un veterano exministro de Mussolini del tiempo de la Africa Oriental Italiana, se levantó de su asiento, agitó su brazo acusador contra Del Boca y dijo que bastaba de documentos que seguramente tenían alguna explicación militar secreta de que él no disponía,  aunque dudaba de su veracidad. Luego se armó una trifulca como en un partido de fútbol, teniendo que intervenir los carabinieri uniformados.

 

Origen noticia: do.globedia.com

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