21 noviembre, 2024

Así acabó un católico conservador y monárquico al frente de una Segunda República anticlerical y de izquierda

Retrato oficial de Alcalá Zamora como presidente de la República Española. AB
Retrato oficial de Alcalá Zamora como presidente de la República Española. AB

El historiador Javier Arjona García-Borreguero analiza en ‘Niceto Alcalá-Zamora: el hombre que soñó con la República’ (Almuzara) las circunstancias que llevaron al desastre a un sistema lleno de esperanzas

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Niceto Alcalá-Zamora, un católico liberal de raíces conservadoras que había sido ministro monárquico, fue uno de los hombres que más remó para que la Segunda República llegara a buen puerto. Lo hizo convencido de que España necesitaba orden y democracia para superar definitivamente las ataduras del Antiguo Régimen. Y también fue, trágicamente, uno de los primeros en darse cuenta de que el sistema estaba abocado al fracaso. «Pensó que la República tenía un grave problema tras la quema de conventos de mayo del 31. Había dos Españas, una España anticlerical y una España católica, y sabía que el sistema no iba a funcionar», explica el historiador Javier Arjona García-Borreguero, que acaba de publicar la biografía ‘Niceto Alcalá-Zamora: el hombre que soñó con la República’ (Almuzara).

A pesar de ser monárquico de tradición, llegó a la conclusión después del golpe de Estado de Primo de Rivera de que había que caminar hacia ‘una república burguesa centrada’ o, como expresa el autor de la biografía, soñar con «este intento de subirnos al carro del modernismo, de un liberalismo europeo similar al de otros países, lo que derivó en el problema de querer recorrer en cinco años lo que España debía de haber recorrido en varias décadas». «Se le escogió como presidente entre las fuerzas republicanas porque era la persona adecuada para, en un régimen que es muy rompedor, aglutinar a otras sensibilidades y no dejar a media España atrás», considera el que fuera director del Aula de Cultura.

A pesar de sus esfuerzos, el primer y principal problema que advirtió el presidente es que la nueva Constitución se construyó justamente dando las espaldas a una de esas Españas, que en 1931 apenas estaba representada en el Congreso. «La derecha de alguna forma se retrajo, los católicos se asustaron y las primeras elecciones depararon unas cortes sesgadas hacia la izquierda que impidieron hacer una Constitución para todos. Algo de lo que él se quejó amargamente», defiende Arjona.

La historia ha sido cruel con la figura del cordobés, sometido a un ‘damnatio memoriae’ por su enemistad tanto con la izquierda como la derecha. Los primeros le consideraban un católico obsesionado con proteger los intereses de la Iglesia, mientras que los segundos nunca le perdonaron su matrimonio de conveniencia con Azaña y su persistente oposición a que la CEDA, a pesar de su victoria electoral en 1933, lograra la presidencia del país. «No quiso asumir algo que era absolutamente democrático: le tocaba gobernar al centro derecha. Nunca lo reconoció como un error. Pensaba que Gil Robles era muy joven, maleable y que podía acabar estando al servicio de una derecha que, en aquel momento en Europa, empezaba a tener tintes un tanto peligrosos», señala el autor de esta biografía que fue originalmente la tesis de su doctorado.

En sus memorias, personajes como Miguel Maura, José María Gil-Robles, Manuel Azaña o Alejandro Lerroux coincidieron en los esfuerzos por ningunear y maltratar al que fuera presidente de la Segunda República desde su fundación hasta el 7 de abril de 1936, cuando fue desalojado de mala manera del cargo por el Frente Popular. «Su destitución es para muchos historiadores el comienzo de la caída en barrena de la República. Lo sufrió muchísimo porque no se pensaba merecedor de que le echaran así, retorciendo un artículo de la Constitución con engaños, después de todo lo que había hecho por la República. Y especialmente le dolió en el alma, como si le hubiesen pegado una cuchillada, el que el socialista Julián Besteiro, una persona con la que él tuvo muy buen trato, votara en su contra».

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Arjona identifica al cordobés como un representante pionero de lo que se ha venido llamando la Tercera España, alguien que intentó como Adolfo Suárez en la Transición convencer desde el centro de que la moderación era el único camino para superar las heridas del pasado. «Tenía la ilusión de crear un centro político que abanderara el buque de la República, pero las urnas no le fueron nunca favorables», advierte. Precisamente la falta de votantes era una de las pocas cosas que le unía con Azaña, su más íntimo enemigo: «Es un discutir constante con Azaña, que le orillaba y le mantenía completamente al margen de los Consejos de Ministros. Nunca se cayeron bien: Azaña pensaba de él que era un paleto y Alcalá-Zamora que era un ‘cobardón’, un tipo un poco de jeta en el sentido de que permaneció escondido varios meses antes de la proclamación de la República y que incluso entonces fue atemorizado al palacio de la Gobernación».

«Por el lado republicano, renunció a recibir ningún tipo de ayuda, como sí recibieron otros en el exilio; y del nacional, jamás quiso regresar a una España no democrática»

Antes que político monárquico, Alcalá-Zamora era un intelectual de primera fila, miembro destacado de tres academias, autor de 36 libros y un jurista de reconocido prestigio, con uno de los mejores despachos de abogados en Madrid. «Es una persona de una talla intelectual impresionante. No pertenecía a una familia adinerada ni mucho menos y, de hecho, no pudo estudiar una carrera en Granada por falta de dinero. Una persona humilde incluso siendo presidente de la República, tanto como para hacer la cola en el cine y negarse a vivir en el Palacio Real como sí haría luego Azaña», describe el historiador sobre una personalidad repleta de fuerza y de valentía personal.

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Al estallido de la Guerra Civil, Alcalá-Zamora había caído en desgracia y se llevaba tan mal con los grupos de izquierda como los de derecha. El inicio del conflicto le sorprendió en Alemania, donde inició un miserable exilio que siempre mantuvo a pesar de la mediación de su consuegro Queipo de Llano para que Franco aceptara su retorno a España. «No estaba fuera porque hubiera huído o porque supiera que iba a ocurrir, como algunos insinuaron, la prueba es que no se llevó un duro y tenía un buen patrimonio que nunca pudo recuperar. Por el lado republicano, renunció a recibir ningún tipo de ayuda, como sí recibieron otros en el exilio; y del nacional, jamás quiso regresar a una España donde no hubiera una democracia», recuerda Arjona.

Murió en el exilio y no fue hasta 1978, justo cuando se trajeron al Escorial los restos de Alfonso XIII, cuando se le pudo enterrar con mucha discreción en el cementerio de la Almudena.

Origen: Así acabó un católico conservador y monárquico al frente de una Segunda República anticlerical y de izquierda

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