Así batalló Isabel La Católica por que los indios fueran tratados «muy bien y con cariño»
Los demócratas anunciaron este miércoles que retirarán una estatua de mármol que muestra a Cristóbal Colón pidiendo financiación a la Reina Isabel la Católica para su viaje a América
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
La furia iconoclasta del Black Lives Matter que, al menos en apariencia, parecía dirigida contra las élites anglosajonas, blancas y protestantes que llevan décadas perpetuando ciertos comportamientos racistas, se ha dirigido en los últimos días contra los de siempre: contra el legado de los conquistadores españoles en América. Las estatuas de Custer, Jefferson y compañía siguen de momento en su sitio, sin inmutarse, no así las de Cristóbal Colón, Juan de Oñate y hasta Isabel La Católico, una mujer adelantada a su tiempo que hizo todo lo posible para evitar que se hiciera daño a los indios.
Los demócratas anunciaron este miércoles que retirarán una estatua de mármol que muestra a Cristóbal Colón pidiendo financiación a la Reina Isabel la Católica para su viaje a América que llevaba en el Capitolio de California, sede del poder legislativo de ese estado, desde 1883.
Un mundo desconocido
Los Reyes Católicos, como el propio Cristóbal Colón, creyeron en 1492 haber llegado a una isla de Asia y no a un nuevo continente. No obstante, incluso en la incertidumbre tuvieron claro que aquella oportunidad histórica debía guiarse por la evangelización y no por meros intereses económicos. Desde el principio, Isabel La Católica ordenó al navegante «tratar a dichos indios muy bien y con cariño», aunque no siempre se hizo caso a lo que se predicaba desde España.
A su primer regreso a España, Colón fue agasajado por los Reyes, quienes escucharon asombrados los detalles del viaje y conocieron a varios indios de aquellas tierras. Más allá de las posibilidades económicas, se habló en la reunión de las millones de vidas que corrían el riesgo de condenarse si no eran evangelizadas, pues se habían encontrado muestras entre ellos de «idolatría y sacrificios diabólicos para venerar a Satán».
La Reina redactó de cara a los siguientes viajes dieciséis órdenes, cuyo primer punto se refería a la obligación de instruir en la religión cristiana a los indios, a los que «por todos los medios debían esforzarse y empeñarse en convencerlos» para convertirlos a «nuestra sagrada fe católica», además de enseñarlos español para que entendieran a los sacerdotes que envió con Colón. Isabel «La Católica» ordenó, asimismo, «tratar a dichos indios muy bien y con cariño, y abstenerse de hacerles ningún daño, disponiendo que ambos pueblos debían conversar e intimar y servir los unos a los otros en todo lo que puedan». En caso de que Colón conociera algún maltrato, debía «castigarles [a los responsables] con severidad», en virtud de su autoridad como almirante, virrey y gobernador.
La dificultad de reinar en dos orillas del mundo
Cristóbal Colón, como harían muchos conquistadores de espaldas a la Corona, desobedeció las instrucciones de no causar daño a los indios una vez se enfrentó a las dificultades sobre el terreno. Bartolomé Las Casas criticó la crueldad de Colón con los indios y recordó en sus crónicas que contradecía el espíritu «de benevolencia, dulzura y paz cristiana» reclamado por los Reyes Católicos.
Los Monarcas exigían que se tratara bien a los indios, que se enviaran mensajes a los caciques para reunirse con ellos y que se les llevaran regalos a esos encuentros. Pero, en cualquier caso, no fueron el único tipo de críticas que recibió el explorador, que pronto demostró ser un mal administrador y un líder autoritario. El aragonés Mosén Margarit, amigo personal del Rey Fernando, decidió marcharse, sin pedir permiso a nadie, a España con tres barcos para informar en la corte de lo ocurrido.
El colmo de los desafíos a la Corona fue la captura de 1.600 nativos, que, sin capacidad de embarcarlos a todos, obligó a Colón a liberar a 400 de ellos. Las indígenas «para poder escapar mejor de nosotros, como tenían miedo de que volviéramos a apresarlas de nuevo, dejaron a sus hijos en el suelo y huyeron como desesperados» a las montañas, relató Miguel de Cuneo.
En España, la Reina Isabel se puso furiosa por la captura del millar de esclavos y ordenó al marino que devolviera como fuera a aquellos hombres y mujeres al Nuevo Mundo, lo que para muchos de ellos fue demasiado tarde, debido al frío ibérico y la exposición a enfermedades desconocidas.
Entre los indios que pudieron volver a casa, se contó un joven que trabó amistad con Bartolomé de Las Casas, cuyos familiares habían viajado en este segundo viaje a América. Aquel encuentro prendió la chispa a la lucha que de Las Casas acometió a lo largo de su vida en defensa de los derechos de los indígenas. De sus textos, poco precisos en sus cifras, se valieron los enemigos del Imperio español para tejer la llamada Leyenda Negra.
La caída en desgracia del descubridor
Las relaciones entre Colón y la Reina empeoraron a raíz de esta ofensa. Los hijos del italiano fueron insultados en las calles de Granada por las familias de los que habían perdido la vida en América: «¡Ahí van los hijos del almirante de los mosquitos, el que ha descubierto las tierras de la vanidad y la ilusión, la tumba y la ruina de los caballeros castellanos!». Solo después de muchos ruegos aceptó Isabel que el navegante cruzara una tercera vez el charco.
Con la caída en desgracia de Colón en 1500, cuando fue arrestado por representantes de la Corona, la empresa americana entró en una nueva fase más ambiciosa. La Reina castellana tenía claro que quería llevar al Nuevo Mundo la educación castellana, la atención sanitaria, los sistemas políticos y los valores espirituales cristianos a millones de personas, aparte de que, por mucho aprecio que tuviera a Colón, no quería permitir que toda la conquista y evangelización se produjera a través de un solo hombre. Isabel abrió el abanico a otras expediciones a cargo de Alonso de Hojeda, Juan de la Cosa, Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe, Pedro Alonso Niño…
La directriz de tratar bien a los indios y cooperar con ellos pervivió a la muerte de la Reina, aunque no faltaron conquistadores que hicieron oídos sordos y cometieron numerosos abusos, castigados por la Corona siempre que fue posible. La presencia de los representantes reales en un territorio tan extenso fue siempre escasa y condicionada por el poder de los grandes terratenientes.
En los días que precedieron a su muerte, el 26 de noviembre de 1504, una de las pocas preocupaciones que Isabel la Católica plasmó en su testamento estuvo puesta en los «inocentes» del Nuevo Mundo y de las Islas Canarias. La Monarca comprendía que la esclavitud estaba justificada para los «infieles» y los enemigos vencidos, no para los habitantes de la tierra descubierta por Cristóbal Colón. En su lecho escribió: «No consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados».
Origen: Así batalló Isabel La Católica por que los indios fueran tratados «muy bien y con cariño»