Así vivió un oficial de la Segunda República en Marruecos el inicio de la Guerra Civil el 18 de julio
El teniente coronel Romero, destinado en Alcazarquivir, no se percató hasta bien entrada la jornada de lo que sucedía a pocos kilómetros de su ubicación
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El Alzamiento fue una sorpresa para muchos militares republicanos. Para otros, su materialización era un secreto a voces que se venía pergeñando desde el fallido golpe de estado del general José Sanjurjo en agosto de 1932. En el primer grupo se halló el teniente coronel Romero, entonces destinado en una localidad cercana a Larache (una de las pocas ciudades del norte de Marruecos que se mantuvo fiel a la Segunda República). Quizá por ello tardó algunas horas en percatarse de lo que sucedía y, a la postre, se vio también obligado a protagonizar una huida propia de una película de Hollywood.
La historia de Romero, al que la fortuna y la imaginación le permitieron regresar vivo a la Península, se dio a conocer ese agosto en el ABC. Él mismo, ya a salvo, la narró de forma pormenorizada al periódico. Hoy, además de ser curiosas, sus palabras suponen un testimonio único de cómo vivieron los soldados del bando gubernamental los momentos en los que se empezó a gestar la Guerra Civil. El teniente coronel, que desconocía de forma absoluta la sublevación, recibió varios avisos velados de lo que estaba por sucederse. Casi le pedían que abandonase la zona, aunque siempre con la misma coletilla: «No te puedo decir más».
Hacia el 18 de julio
Corría por entonces 1936, fecha clave en el porvenir de España. Aquel año, la tensión merodeaba por las calles de las ciudades hispanas después de que el Frente Popular lograra ponerse al frente de la Segunda República. Este resultado no convenció a determinados militares del país, los cuales iniciaron los preparativos de lo que, en un futuro, sería una sublevación para hacer caer al Gobierno central ubicado en Madrid.
Poco a poco se fue gestando en el protectorado español de Marruecos un golpe de Estado de manos de Emilio Mola (apodado «el Director») y otros oficiales como el general Francisco Franco. La idea estaba clara: cruzar las aguas y plantarse en España para llegar hasta la capital con unidades formadas principalmente por tropas indígenas. No obstante, los Nacionales debían primero triunfar en las diferentes plazas del protectorado marroquí para poder luego reforzar los levantamientos de los territorios peninsulares con el llamado «Ejército de África».
Por su parte, las altas cúpulas del gobierno de la República no eran ajenas a la sublevación. Pero la sombra de la duda no fue suficiente motivo para que el jefe del Ejército de Marruecos, Agustín Gómez Morato, tomara cartas en el asunto. Lo mismo sucedió a oficiales como el teniente coronel Romero -destinado en Alcazarquivir, una ciudad del norte de Marruecos ubicada cerca de Larache-, el cual pensó que, en caso de producirse un golpe de estado, podría ser aplacado.
La revuelta se inició el 17 de julio de 1936 en Melilla a eso de las cinco de la tarde de la mano de las unidades aficandas en la ciudad. En menos de cuatro horas fue detenido el general Romerales, comandante de la plaza, y, poco después, el movimiento ya se había extendido a Ceuta y Tetuán. El 18, el único emplazamiento de importancia leal a la Segunda República era Larache, apenas a unos kilómetros de Alcazarquivir, donde nuestro protagonista comandaba una unidad de Regulares. Esa misma jornada cayó en manos de los Nacionales.
Comienza la tensión
Según explicó a ABC Romero, la tensión empezó a palparse en la tarde del 17 de julio. «El comisario superior, general Gómez Morato, indudablemente de buena fe, procuró convencerme de que la oficialidad estaba tranquila. No pude hablar un momento con los soldados de otras guarniciones». Aquel mismo día, aunque a las dos y media de la madrugada, le avisaron de que su superior había llegado a Larache en avión y que deseaba verle. No parecía que la situación estuviese calmada. Él acudió.
«A las dos de la tarde llegó Morato, acompañado de su yerno, capitán de Aviación, y del capitán de Estado Mayor Calvo. En la entrevista, en presencia del teniente coronel Joaquín Vidal, me habló de una historia de sublevación de cabos, añadiendo que la oficialidad no pensaba más que en cobrar la mensualidad y vivir tranquilamente en Marruecos. Para contrarrestar lo que me dijo Morato redacté una proclama […] dirigida a los Jefes, oficiales y suboficiales bajo mi mando, recordándoles la promesa de defender a la República».
Tras visitas al general, Romero se tomó unas horas libres junto a su esposa. «Me dirigí al hotel para comer con mi mujer, con quien comenté la ingenuidad de Gómez Morato. A las cuatro de la tarde regresé al campamento para recibir a las tropas que regresaban de las maniobras y llevaban el propósito de leer y comentar la proclama». En sus palabras, todos los presentes juraron defender a la Segunda República y aseguraron que no se unirían al Alzamiento. Era falso. «Naturalmente, algunos fueron después los más traidores», explica.
La situación quedó en calma. O eso creía el teniente coronel. «Por la noche oficiales de Regulares con otros dos vinieron a decirme de parte del teniente coronel de Cazadores que se había recibido la noticia de la conducta observada por el Estado Mayor de Larache, y que por la noche estallaría un movimiento de cabos, por lo que debía adoptar las disposiciones oportunas. Le contesté que todo estaba muy bien, pero que al primer movimiento que notara toda la oficialidad me fuera a buscar al hotel».
A eso de las ocho y media, Romero acudió a un café junto a su esposa y, de nuevo, sintió que sus compañeros planeaban algo. «En la mesa de al lado estaban el teniente coronel de Cazadores y otros oficiales. Me extrañó ver al comandante Junquera de uniforme. Le dije que sabía lo de los cabos, a lo que no daba importancia, porque a la oficialidad tenía dada la orden de que viniera a mi lado ocurriera lo que ocurriera». A las nueve recibió una llamada en la que «el comisario superior, en Conferencia desde Tetuán», le pidió cautela:
-Esta noche has de tener mucho cuidado.
-¿Qué ocurre?- Le pregunté.
-No te lo puedo decir.
Diversas veces me llamaron por teléfono, pero no pude comunicar, salvo con el gobernador de Cádiz.
Alzamiento
Al salir de la cabina telefónica, Romero fue informado de que todos los oficiales que vivían en el hotel habían «marchado al campamento» de uniforme. «Telefoneé al aeródromo, donde con gran sorpresa vi que estaba un capitán, a quien di la orden de que detuviera a todos los que pasaran por allí. Comuniqué con el coronel Martínez, jefe de Larache, y me dijo que no obedecía más órdenes que las del teniente coronel Alfaro. Poco después se oían descargas y la sublevación había estallado». Luego recibió la llamada desde Tetuán del capitán de Estado Mayor.
-Pero ¿Es usted el teniente coronel Romero? ¿Cómo es posible que esté allí?
-Pues estoy sentado en una silla y con la cabeza sobre los hombros.
-¿Cómo es que no está en Larache, siendo el jefe de todos?
-Porque el general nada me ha comunicado.
-¿Así es que no pasa nada todavía?
-Por ahora no, pero no creo que tarde mucho en pasar algo ¿Y en Larache?
-En Larache hace un momento que estalló el movimiento, y por este motivo no puedo ir, como no sea con tropas nuestras.
Huida
Estas llamadas y otras tantas le dejaron claro que el jefe del Alzamiento era del Estado Mayor, Y es que, aquella jornada tuvo que hacer todas las llamadas a través de un teléfono civil, pues el militar había sido cortado por orden superior.
Me fui con mi mujer a la Casa de Correos. Llamé a las autoridades locales y al interventor. Poco después supe que había orden de detenerme vivo o muerto. (…) Se oyeron (entonces) disparos y algunos españoles (…) me ofrecieron ocultarme en sus casas, lo que no acepté, pues con un moro amigo me interné en un poblado indígena. Me llevó a su casa, donde me ocultó, mientras las patrullas de soldados me buscaban por todas partes.
Más tarde estuve en el domicilio de un caid (gobernador local), teniendo que ocultarme entre las mujeres, pues poco después llegó una patrulla en mi busca, la cual quiso penetrar en la habitación. Las mujeres protestaron, e incluso se ofendieron de que las trataran como a simples mujerzuelas. El escándalo promovido por estas mujeres repercutió en otras, y los que me buscaban tuvieron que marcharse convencidos de que yo no estaba allí. Un teniente apellidado Fernández decía que a toda costa se me tenía que encontrar, porque habían de fusilarme. Al día siguiente de estos hechos, vestido de mujer y acompañado de otras, marché hacia una posición francesa. (…) El jefe de la posición francesa me informó de que iban en mi busca y que los regulares estaban dispuestos a embarcar para España.