Cabezas cortadas y 99.000 mujeres capturadas: el mito de las 56 razzias de Almanzor contra los reinos cristianos
Las crónicas de la época señalaban que «los cristianos llegaron a temerle como a la muerte»
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El obispo Sampiro, nacido en el siglo XI, no se mordió la lengua al hacer referencia a los desmanes perpetrados por Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí, más conocido por estos lares como Almanzor. El religioso explicó que, «con todo el pueblo ismaelita entró en los confines de los cristianos» y que «comenzó a devastar muchos de sus reinos» y asesinr a golpe de espada. Y eso, sin contar con que «devastó ciudades y castillos y despobló toda la tierra hasta que llegó a las zonas marítimas de la España Occidental y destruyó la ciudad de Galicia». Y no es raro que la Crónica Sielense se deshiciera en aleluyas cuando «murió Almanzor y fue sepultado en el infierno».
Almanzor, un caudillo venido a más que usó al joven califa de Córdoba como una mera marioneta a través de la que poder cumplir sus deseos, protagonizó entre los años 977 y 1002 nada menos que cincuenta y seis campañas militares perpetradas, en su mayoría, contra los reinos cristianos del norte peninsular. El culmen de su barbarie llegó en el 997, cuando arrasó y saqueó Santiago de Compostela. «Destruyó iglesias, monasterios y palacios y los quemó con fuego», desvelaba el propio Sampiro. Sus huestes solo respetaron el sepulcro del apóstol, y por una razón que, a día de hoy, sigue siendo un enigma. ¿Miedo o respeto? Nunca lo sabremos.
Tácticas del terror
Pero aquel no fue su mayor desmán. Poco antes, durante el año 982, Almanzor ya era conocido como uno de los caudillos más belicosos del Islam tras haber conquistado Zamora y después de que uno de sus acólitos perpetrara una gran matanza contra sus habitantes. «Dicen que Almanzor entró en Córdoba precedido de más de nueve mil cautivos que iban en cuerdas de a cincuenta hombres, y que el Walí de Toledo, Abdalá ben Abdelaziz, llevó a aquella ciudad cuatro mil, después de haber hecho cortar en el camino igual número de cabezas cristianas», afirma el número 16 de la ‘Revista histórica’ (editada en abril de 1852).
Ibn Abi Amir comenzó una larga lista de campañas contra los reinos vecinos que no detuvo hasta poco antes de su muerte. Según fuentes como el historiador musulmán del siglo X Ibn Hayyan, jamás dejó «durante toda su vida» de «atacar a los cristianos, asolar su país y saquear sus bienes». Así lo corrobora María Isabel Pérez de Tudela, profesora titular del Departamento de Historia Medieval, en su dossier ‘Guerra, violencia y terror La destrucción de Santiago de Compostela por Almanzor hace mil años’. La experta, además, sentencia que sus continuos asaltos no buscaban solo acabar con el contrario, sino «someter y humillar a sus enemigos».
Por entonces, el poder de un cristianismo dividido no podía equiparase al del nuevo caudillo del Islam. De hecho, los cronistas de la época se resignaban y se limitaban a señalar que «los cristianos llegaron a temerle como a la muerte» y que tuvieron que aprender a soportar «las cosas más viles para su religión». Pérez de Tudela es de la misma opinión: «El saqueo metódico y dirigido trataba no sólo de empobrecer a los enemigos, sino de humillarles en lo que hasta el momento había sido el soporte de la resistencia: la confianza en el Credo religioso».
En palabras de Pérez de Tudela, Almanzor protagonizó medio centenar de campañas de castigo contra los reinos cristianos desde el año 977, cuando obtuvo su primera victoria en tierras de León. «La mayoría de los investigadores cifraban en más de cincuenta las expediciones realizadas por Almanzor a lo largo de su vida. Pero el Dikr hilad al Andalus elevó esa cifra a cincuenta y seis», afirma. A su vez, la experta es partidaria de que, en la mayoría de asaltos, apostaba por las «devastaciones sistemáticas» en lugar de ocupar o colonizar los territorios.
Según el Dikr, la popular obra historiográfica sobre Al-Andalus de un autor musulmán anónimo que vivió entre los siglos XIV y XV, sabemos que Almanzor conquistó y destruyó ciudades o enclaves destacados de la Península Ibérica como Zamora, los arrabales de León, Simancas, Sepúlveda (la cual fue incendiada), Coimbra, Astorga o Pamplona (esta última, en dos ocasiones). «Del rigor de los cercos a que fueron sometidas algunas de estas posiciones dan cuenta ciertas frases contenidas en el Dikr, frases que no por escuetas dejan de sobrecogernos mil años después de ser consignadas por escrito», añade la experta en su dossier.
Entre las ciudades que fueron conquistadas y destruidas destacan Sepúlveda y Barcelona. En ambas Almanzor utilizó almajaneques, gigantescas catapultas que lanzaban piedras de hasta quinientos kilogramos para destruir las murallas enemigas, y, en el caso de la ciudad catalana, disparó una munición muy tétrica. «Las máquinas que atacaron Barcelona el año 985 lo hicieron disparando cabezas de cristianos a un ritmo de mil por día», añade la experta. La barbarie contra esta urbe fue total ya que, después de traspasar sus muros, Almanzor pasó a cuchillo a la mayoría de los hombres que la defendían y esclavizó a una buena parte de las mujeres y los niños. A continuación quemó las viviendas.
En sus palabras, que este hecho se dejase claro en un texto histórico tan escueto como este pone de manifiesto que la política de terror fue «un recurso sistemático por parte del amirita». Una estrategia que pretendía acongojar a sus enemigos y en las que influían de forma directa la devastación de las urbes que pisaba su ejército.
Prisioneros
Mención a parte requieren las cifras de muertos que Ibn Abi Amir dejó a su paso en ciudades como Simancas o Toro. «En algún caso el autor reseña el número de los muertos: 20.000 en Aguilar; 10.000 en Montemayor, y en otro precisa que Almanzor dio muerte a todos los hombres (Sacramenia)», añade la profesora. El experto arabista Luis Molina afirma en su obra magna ‘Las campañas de Almanzor’ que dos de las más llamativas fueron la decimoséptima (la de León, donde volvió con mil cautivos tras asesinar a cientos de soldados) y la decimoctava (la de Simancas, en la que «las aguas del río se tiñeron de rojo por la sangre cristiana vertida»).
«En junio del 987 Coimbra sufrió un ataque que a la larga conseguiría su abandono durante siete años. Era el tercero consecutivo que Almanzor lanzaba sus tropas contra la ciudad del Mondego. La primera de esas expediciones tiene lugar entre septiembre y octubre del 986 y en ella ataca Condeixa y Coimbra, la segunda se inicia en marzo del 987 y la tercera ese mismo año en el mes de junio, al decir de la crónica la ciudad fue asediada durante dos días y cayó al tercero. Sus habitantes fueron hechos prisioneros y su solar destruido. El año 990, un nuevo ataque dirigido contra Montemayor obligó a desalojar toda la zona al sur del Duero», añade la experta.
El Dikr, según la autora de ‘Guerra, violencia y terror La destrucción de Santiago de Compostela por Almanzor hace mil años’, también deja constancia de la ingente cantidad de prisioneros que hacía Almanzor tras conquistar, saquear y quemar las ciudades cristianas. Del medio centenar de contiendas que protagonizó este caudillo, en una treintena regresó con un «abultado número de cautivos». Una buena parte de ellos, mujeres y niños. «En siete de ellas se especifica que las apresadas eran mujeres, y en dos más, que la captura fue de mujeres y niños. En las incursiones contra Cuéllar y Calatayud, nuestro informante apunta que fueron hechos prisioneros todos los habitantes de la población», desvela la autora.
A pesar de que es casi imposible calcular el número concreto de cristianos a los que Almanzor privó de su libertad, la profesora, basándose siempre en el Dikr, intenta hacer una aproximación en su obra. Según sus cálculos, los botines humanos más cruentos habrían consistido en 40.000 mujeres durante las campañas de Zamora y Toro; 70.000 más (cifra en la que también contabiliza niños) en su ataque contra Barcelona y 50.000 en Aguilar de Sausa. «Por los datos que aporta el Dikr entre el 977 y el 1002, el amirita aprisionó sólo en las campañas más sobresalientes a 99.000 mujeres», añade. ¿Qué sucedía, entonces, con los hombres que se rendían ante el poder del musulmán? La mayoría eran sacrificados.