«Casi 12.000 sucumbieron al hambre, el dolor y el cuchillo»: la Guerra de Filipinas de los presos españoles
Algunos historiadores defienden que muchos de nuestros soldados prisioneros fueron maltratados por los independentistas tagalos ante la pasividad de sus aliados estadounidenses y a pesar de que la primera Convención de Ginebra había sido firmada más de tres décadas antes. «Los fallecimientos no bajan de 20 a 30 diarios. Me han dicho que había 62 niños y que todos han muerto por deficiencias en la alimentación y por la sarna»
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Las primeras noticias que recibimos en la península sobre prisioneros españoles en la Guerra de Filipinas fueron publicadas, el 1 de mayo de 1898, tras el hundimiento de una de nuestras escuadras en la bahía de Manila. Los independentistas se había hecho con el control de las provincias de Cavite y Manila y la capital aguantó un poco más, pero el conflicto se extendió rápidamente por toda la isla de Luzón. El número de soldados capturados aumentaba sin parar y la prensa se hacía eco de las negociaciones para su liberación. En ocasiones, incluso, se daban hasta los nombres de los que habían tenido la suerte de regresar a España.
Pero lo peor estaba por llegar. Quien primero dio la señal de alarma fue el corresponsal del periódico londinense «The Star», que ya había dejado testimonio en su diario de la barbarie causada por los tagalos: «En Cavite Viejo hay más de 5.000 españoles, a los que han dejado por albergue dos iglesias y algunas casas sin techo ni condiciones de habitabilidad. Viven allí amontonados, durmiendo en el suelo, desnudos, mezclados hombres, mujeres y niños. La atmósfera es irrespirable. Hay muchos enfermos de disentería que no reciben asistencia facultativa. En una iglesia que visité, un médico español prisionero me contó verdaderos horrores respecto a los enfermos. Los tagalos no hacen caso de las peticiones de medicinas y estos mueren sin que se pueda prestar auxilio. En Cavite Viejo había una farmacia, pero el farmacéutico español al que pertenecía fue asesinado y su casa incendiada. Los fallecimientos entre los prisioneros españoles no bajan de 20 a 30 diarios. Me han dicho que había 62 niños y que todos han muerto por deficiencias en la alimentación y por la sarna, que se ha extendido en los prisioneros de una manera atroz. Las prisioneras jóvenes fueron objeto de los mayores atropellos, habiendo muerto tres como consecuencia de las brutalidades de los tagalos. Con frecuencia, estos hacen razzias y roban todo lo que pueden. Por eso la mayor parte de los prisioneros están en cueros vivos. Me han presentado personas respetables, desnudas. Producía vergüenza y sublevaría a los más indiferentes».
Tan indignado estaba que fue a visitar al general estadounidense Elwell S. Otis, gobernador militar de Manila, en busca de un poco de humanidad para estos. La respuesta fue negativa, según el artículo reproducido después por algunos medios de la península: «Los norteamericanos están dando pruebas de la mayor barbaridad al consentir los horrores que cometen los filipinos con nuestros prisioneros. No es posible narrar lo que he visto. La imaginación más calenturienta no podría imaginar toda la realidad. Lleno de indignación fui a visitar al general Otis y le pedí un poco de piedad. El general me escuchó impasible y, al terminar, me respondió: “Todo cuanto usted me dice se lo he comunicado a mi gobierno y tengo órdenes de no hacer nada”. Esta pasividad es infame».
«Cada día muere un puñado de ellos»
El archipiélago era la cuña comercial española en Asia oriental desde que Miguel López de Legazpi sometió Manila y emprendió la ocupación del resto de la isla de Luzón, en 1571, con solo 300 soldados. En 1896, sin embargo, los independentistas tagalos se sublevaron contra España a través de la guerra de guerrillas. Luego llegó el apoyo de Estados Unidos y lo perdimos todo. En el campo de batalla quedaron miles de prisioneros. «Entre los tagalos hay 12.000 españoles. No los hay, los había. Ahora no quedan ni las dos terceras partes, porque han sucumbido ya al cuchillo, al hambre, al dolor o al maltrato. No hay saña comparable a la desarrollada contra aquellos españoles sin ventura. Cada día muere un puñado de ellos. Si no se los rescata pronto, no quedará ni uno en España como ejemplo vivo del odio y de la crueldad de los salvajes de Emilio Aguinaldo», contaba un mando militar entrevistado por el «Heraldo de Madrid», el 9 de diciembre de 1898.
La noticia publicada por este mismo diario debió sobrecoger a las miles de familias españolas que habían visto partir a sus hijos y maridos hacia la otra punta del mundo y no tenían noticias de ellos. «Esta mañana hemos hablado con un jete del Ejército que nos contaba cosas de Filipinas, de donde ha regresado hace muy poco. El relato que hemos escuchado es un horror, un horror verdadero. Creemos conocer algo de lo que ocurre en nuestras excolonias, pero en cuanto hablamos con un testigo, se comprende que lo ignoramos todo, puesto que no se sabe lo más doloroso, lo más triste».
Y es que los datos sobre la guerra en Filipinas son todavía muchos menos si los comparamos con los de Cuba y Puerto Rico, a pesar de las películas y libros que han recreado el sitio de Baler, la batalla naval de Cavite o el sitio de Manila. En este último participaron 8.500 soldados estadounidenses y 12.000 filipinos comandados por el mencionado Aguinaldo, que aceptó el trato de los americanos a cambio de suculentas promesas, hasta convertirse en el primer presidente del país tras la independencia. El Gobierno español, por su parte, nunca supo con exactitud cuántos de ellos permanecían en el archipiélago como prisioneros. Las cifras oscilan entre los 10.000 y los 12.000 apuntados en la prensa.
3.000 muertos
El historiador Jesús Flores Thies aseguró en un estudio de 1999 que no solo fue más larga que Cuba, sino más cruenta. Los listados publicados en el Diario Oficial del Ministerio de Guerra español eran muy confusos. El historiador David F. Trask barajó en «The war with Spain in 1898» (1996) que los soldados españoles muertos en combate allí ascendieron a 3.000, pero solo del Ejército de Tierra, sin contar los que pudieran fallecer en las batallas navales o durante la repatriación por las enfermedades contraídas.
«Ni en el archipiélago ni en Cuba pueden las cosas seguir así. En Filipinas, cada día que pasa cuesta un gran número de vidas de nuestros compatriotas prisioneros, mientras que en Cuba, cada día nuevo se señala con algún nuevo insulto a nuestra dignidad harta de ultrajes», aseguraba otra fuente del Ejército español consultada por el «Heraldo de Madrid», que contestaba a continuación. Todo ello a pesar de que la primera Convención de Ginebra había sido firmada en 1864, más de tres décadas antes, pero el ejército filipino no contaba aún con reconocimiento internacional en la guerra del 98 ni había firmado el convenio.
Luis Moreno Jerez, redactor entonces del «Diario de Manila», publicó un libro en diciembre de 1899, titulado «Los prisioneros españoles en poder de los tagalos», en el que responsabilizaba al capitán general de Filipinas, don Basilio Augustín, de no haber ordenado la reconcentración de todas las tropas del archipiélago en el momento en que se enteró de la ruptura de las relaciones diplomáticas entre España y Estados Unidos. Cuando por fin dio la orden, a finales de mayo de 1898, ya era demasiado tarde. En septiembre, los españoles capturados eran 9.000, según las cifras aportadas por el mencionado periódico madrileño. En Cavite se concentraron tantos que Aguinaldo tuvo que ordenar el traslado de parte de ellos a la provincia de Bulacan.
«Despojados de cuanto poseían»
En su artículo «Los prisioneros españoles en manos de los tagalos en el “Diario de Córdoba” (1898-1899)», la historiadora Patricia Hidalgo recoge diversos testimonios que revelan estos maltratos. «Los españoles eran despojados de cuanto poseían […]. Durante los últimos meses de 1899 escaseaban mucho los socorros, y allí donde se daban, solo ascendían a media chupa de arroz y cuatro cuartos», decía una de las crónicas de este periódico.
Las raciones fueron disminuyeron paulatinamente y los soldados enviaron cartas a sus superiores reclamando, sin éxito, los sueldos retrasados. Los prisioneros tuvieron que ejercer la caridad pública, servir como criados en casas de indígenas, dedicarse a cortar leña o a pescar para vender el producto con el objetivo de sobrevivir. Otros optaron por la huida, pero el gobierno de Aguinaldo decidió entonces concentrarlos en zonas más grandes, sometiéndolos a dolorosas marchas a pie y descalzos.
«Manuel Sastrón, funcionario de la Administración civil en Manila en aquella aciaga época, hace hincapié en los maltratos que recibían los cautivos españoles: escarnecimientos, bofetadas, ingestión de aguas putrefactas y canibalismo, además de trabajos forzados para el arreglo y limpieza de plazas, paseos y calzadas», explica Hidalgo, que menciona otros testimonios alabando el buen trato que recibían. «Bien podían ser dictados desde el miedo o suponer un verdadero ejemplo del síndrome de Estocolmo», aclara.
París, 1898
Parecía que la situación podía mejorar tras la firma en París del tratado de paz el 10 de diciembre de 1898, según el cual España cedía la soberanía de Filipinas a Estados Unidos y los americanos se comprometían a organizar la liberación de los españoles. Pero comenzó la guerra entre estos últimos y los tagalos y todo se complicó de nuevo. El testimonio de uno de los prisioneros así lo refleja: «Era indudable que nuestra situación se había agravado mucho. Los indios más ilustrados así lo reconocían, diciendo que el tratado de París les había cerrado todas las puertas para darnos la libertad, y que si los americanos trataban de conseguirla por las armas, nos exponían a que fuésemos carne de cañón y sirviésemos de barricadas a las fuerzas insurrectas».
Tras la firma del tratado, la administración española en Filipinas se cerró. Comenzaron a realizarse gestiones para liberar a los prisioneros. Por ejemplo, la Cruz Roja y diversas Sociedades Económicas de Amigos del País enviaron diversas instancias al Gobierno solicitando que se atendiera con urgencia a los repatriados heridos y prisioneros de guerra. Los parientes de los cautivos formaron la Asociación de las familias de los Prisioneros en Filipinas e, incluso, editaron un periódico: «Los Prisioneros». Sin embargo, muchos soldados continuaron regresando cautivos hasta 1902, tres años después de que España perdiera la guerra.