Catalina de Erauso, un prodigio barroco transgénero
Pícaro, soldado, trajinante, criminal… la monja alférez, que vivió como hombre durante toda su vida tras renegar de su orden religiosa, fue uno de los personajes más indescifrables del Siglo de Oro.
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La intrigante biografía de Catalina de Erauso (1592-1650), la monja alférez, es una concatenación de incertidumbres, múltiples disfraces y malentendidos. El primero y más importante desmonta su singular apodo: nunca llegó a profesar y, por tanto, nunca fue monja. Trasquilado el pelo y convertidas sus ropas eclesiásticas en los calzones de un labrador plebeyo, huyó a los quince años del convento dominico de San Sebastián para vivir como un hombre, y vivió como un hombre precisamente para salir de esa cárcel a la que muchas mujeres de la época se agarraban para escapar de su única función, la reproductiva.
Erauso, que se llamó Catalina, Antonio, Francisco de Loyola o Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, tuvo múltiples vidas: hija de la hidalguía vasca, novicia desertora, mozo pícaro de muchos amos en España y América, soldado en la guerra del Arauco, la más feroz de las que libró la Monarquía Hispánica en el Nuevo Mundo —por su valor al recuperar la bandera arrebatada por las tropas mapuches en la célebre batalla de Purén (1609) sería recompensado con el cargo de alférez—, marinero, trajinante y criminal —llegaría a matar en desafío, en la ciudad de Concepción, al capitán Miguel de Erauso, su hermano—.
Trató además con rufianes y papas —Urbano VIII, quien le concedió «licencia para andar en hábito de hombre sin escrúpulo de conciencia»— y estuvo a punto de casarse con una hacendera mestiza de Tucumán. Llegó a mostrar, de hecho, sus preferencias afectivas y sexuales por las mujeres.
Pero dice el historiador Miguel Martínez, responsable de la última y novedosa edición de Vida y sucesos de la Monja Alférez (Castalia), una crónica autobiográfica de las trepidantes aventuras de Erauso, que más que lesbiana habría que caracterizar al personaje como hombre transgénero. Teoría que refrendan las palabras del viajero contemporáneo Pietro della Valle: «No tiene pechos, que desde muy muchacha me dijo haber hecho no sé qué remedio para secarlos y quedar llanos como le quedaron», escribió en una carta. «Parece más capón que mujer».
«Yo, el alférez Catalina de Erauso», desnaturalizó las categorías de género y desafió los límites de la gramática castellana alternando las marcas gramaticales masculinas y femeninas. Erauso figuraba en el testamento de su padre, muerto en 1611, como una de sus hijas; mientras que en el de su madre, dado ya en 1622, se contaba entre los varones. El último documento conservado de su mano, de 1639, lo firmó como «don Antonio».
Otra fuente fundacional sobre sus peripecias es una relación elaborada a raíz de una declaración de Erauso en 1617 ante el primer obispo de Guamanga. Confesó al tribunal eclesiástico que no era un hombre y fue sometida a una prueba de virginidad. «Es verdaderamente mujer, y está doncella como el día que nació», dictaminaron. Este capítulo y sus hechos de armas la convirtieron en un prodigio barroco, en sujeto de ficción dramática, como evidencia la comedia La Monja Alférez, que ahora dirige la mexicana Zaide Silvia Gutiérrez en el festival de Clásicos en Alcalá, o las dos películas homónimas dirigidas por el mexicano Emilio Gómez Muriel (1944) y el donostiarra Javier Aguirre (1987).
Erauso volvió a España en 1624, precedida por su fama y convertida en espectáculo público. Solicitó mercedes y pensiones militares en el Consejo de Indias. Tras obtener la bendición papal en su viaje a Roma, regresaría al Nuevo Mundo en 1630, donde pasó cómodamente el resto de su vida gracias a una pensión vitalicia de 500 pesos, concedida por orden de Felipe IV y que se pagaba con los tributos de unos indios de encomienda.
Biografía dramática
La Monja Alférez, obra que hasta fechas recientes estaba atribuida a Juan Pérez de Montalbán, debió estrenarse en 1626. Es muy probable que el autor de la comedia, el dramaturgo novohispano Juan Ruiz de Alarcón, tuviera acceso a algunos de los papeles y servicios que Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, alias Catalina de Erauso, compilaba en Madrid en el invierno de 1625. Sebastián de Ilumbe, el escribano que el 15 de febrero de 1625 firma haber recibido los papeles del alférez Erauso para que se certifiquen, es uno de los personajes clave de la tercera jornada del texto.