Cómodo: el misterio del loco emperador que se convirtió en el gladiador más letal de la Antigua Roma
Aunque los autores clásicos le definen como un excéntrico y un psicópata, no coinciden a la hora de definir sus habilidades como «secutor» y como arquero cuando combatía en el anfiteatro
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La locura del emperador Marco Aurelio Cómodo Antonino Augusto (nacido en el año 161 d. C.) es casi igual de legendaria que la de Calígula o Nerón. Los cronistas afirmaron que, con él, Roma pasó de vivir un siglo de oro a un siglo de hierro. Y no les faltaba razón. Excéntrico y extravagante hasta la extenuación, el que fuera el último de la dinastía de los Antoninos gustaba de bajar al anfiteatro para combatir, como un gladiador más, contra los «reciarios» más queridos por la sociedad y arrebatar la vida a bestias salvajes. Los textos de la época, sin embargo, difieren a la hora de definir sus habilidades como luchador. El enigma, una vez más, está servido.
Gladiador
Los autores clásicos que escribieron sobre su vida (Dión Casio o Herodiano, ambos entre los siglos II y III) coinciden en que su verdadera pasión, aquella que adoraba desde que compartía poltrona junto a su padre durante la adolescencia, era la arena del anfiteatro. Según se explica en el dossier «Los emperadores y los juegos romanos en la historia Augusta», destacar desde el principio sobre los demás en este tipo de combates le dio alas para involucrarse de lleno en ellos. Así, Cómodo pasó años simulando enfrentamientos en los que sus ayudantes de cámara hacían las veces de gladiadores. De esta guisa, y gracias a un entrenamiento constante, adquirió las habilidades necesarias para dar el siguiente paso: convertirse en uno.
Durante los años en los que reinó su padre (podemos presumir que en la etapa en la que ambos compartieron el poder, entre el 177 y el 180), Cómodo se enfrentó en trescientos sesenta y cinco ocasiones contra otros tantos gladiadores. Zurdo, y orgulloso de ello debido a que manejar el arma con la mano izquierda le otorgaba cierta ventaja en la arena, disfrutaba desafiando a los «retiarius» o reciarios. De hecho, siempre intentaba que su enemigo fuera uno de estos combatientes armados con un tridente, una daga, una red que usaban para atrapar a su oponente y una manga protectora dotada con un ala metálica que les permitía protegerse la cara. Sus gustos no cambiaron cuando fue nombrado emperador.
Tampoco lo hizo su selección de armas para enfrentarse a sus enemigos. Según explica su contemporáneo, Dión Casio, en «Epítomes de la historia romana», Cómodo solía luchar como un «secutor». Así, portaba una espada corta (la característica «gladius»), un escudo rectangular, armadura extra tanto en los tobillos como en el brazo con el que asía el filo, y casco completo. «La forma de lucha que practicaba y las armas que llevaba eran las de los secutores, como se les llama: sujetaba el escudo con su mano derecha y la espada con la izquierda, enorgulleciéndose del hecho de ser zurdo», explica el historiador clásico en su obra.
Para demostrar que era el Emperador portaba, la mayor parte de las veces, un manto púrpura sobre los hombres, algo que ningún otro gladiador podía hacer. En este sentido, Dión Casio hace una descripción pormenorizada de la forma en la que vestía Cómodo cuando luchaba: «Antes de entrar en el anfiteatro se ponía una túnica de seda de manga larga, blanca con bordados en oro, y así ataviado recibía nuestros saludos; pero al entrar se ponía un manto de púrpura con lentejuelas de oro, poniéndose también, a la manera griega, una clámide del mismo color, una corona hecha de gemas de la India y oro, y llevando un caduceo de heraldo a la manera de Mercurio». Poco antes de pisar la arena y comenzar el combate «dejaba sus otras prendas y daba comienzo a la exhibición».
Según recogen las crónicas de la época, durante su etapa como emperador Cómodo logró nada menos que setecientas treinta y cinco victorias en combates singulares contra gladiadores. Por si fuera poco, obtuvo más de seiscientas veces el título de caudillo de los «secutores». Sin embargo, en «Historia del Imperio romano» Herodiano es partidario de que sus contrincantes temían más a su poder que a su «gladius»: «En sus combates de gladiador vencía sin dificultad a sus oponentes y sólo llegaba a herirles al dejarse ganar todos por ver en él no a un gladiador, sino a un emperador». A su vez, explica que los enfrentamientos solían llevarse a cabo con espadas de madera para evitar que corriese un peligro real, y que los «combates de verdad» venían después.
Asesino de fieras
Pero Cómodo no amaba solo enfrentarse a gladiadores. El hombre que se veía a sí mismo como Hércules adoraba también matar bestias salvajes frente a miles de personas. Cuanto más extrañas fueran, más se vanagloriaba el emperador. Sobre sus habilidades a la hora de luchar contra estos animales existen varias versiones. En «Los emperadores y los juegos romanos en la historia Augusta» se especifica que se decía «que era capaz de atravesar a un elefante con una pica o matar a miles de piezas de un solo golpe»; hazañas imposibles, pero que podrían demostrar que era hábil.
Dión Casio es partidario de que, en ocasiones, ejecutaba con su propia espada a las fieras. Sin embargo, también añade que lo más habitual era que se armara de un arco para acometer esta tarea. Herodiano confirma esta última versión. En sus crónicas, el autor clásico desvela que Cómodo había sido agraciado con una puntería envidiable y que, gracias a ella, acababa con las bestias. «Era tema de conversación su excelente puntería y su preocupación por no errar al arrojar un dardo o disparar una flecha. Eran sus maestros los más certeros arqueros partos y los mejores lanceros mauritanos, a todos los cuales aventajaba en destreza».
En sus textos, Herodiano desvela que Cómodo fue aclamado por los ciudadanos en sus primeros años como emperador gracias a su magnífica puntería y a que llevaba hasta Roma todo tipo de animales extraños:
«Llegó el día del espectáculo y el anfiteatro se llenó. Se había dispuesto una barrera circular para protección de Cómodo, de suerte que no corriera peligro al combatir de cerca a las fieras, sino que, disparando desde un lugar elevado y seguro, hiciera una demostración de su puntería más que de su valor. A ciervos y gacelas y a otros animales con cuernos, a excepción de los toros, acosándolos en su carrera, los hostigaba cortándoles el paso y les daba muerte con certera puntería. A los leones, panteras y otros nobles animales corriendo alrededor de la cerca los mataba con sus dardos desde arriba. Y nadie vio que hiciera un segundo disparo ni otra herida que no fuese la mortal».
En lo que se refiere a su puntería, Herodiano se deshace en elogios hacia Cómodo. En el mismo capítulo de su obra explica que, cuando las fieras más salvajes le atacaban desde la cerca, les asestaba un disparo mortal en la cabeza o en el corazón. De entre todas sus exhibiciones, la que más impresión le causó fue una en la que consiguió cazar, con flechas de media luna, a unos veloces avestruces de Mauritania. Aunque se «movían rapidísimamente», aquella jornada las decapitó de tal forma que «con las cabezas cortadas por el impacto, todavía seguían corriendo como si no les hubiese pasado nada». También desvela que, en una ocasión, mató a cien leones con un número similar de flechas…
Dión Casio fue mucho más amargo en sus crónicas que Herodiano. El que fuera su contemporáneo escribe que «descendía a la arena desde su sitio» y que daba muerte a animales, sí, pero que una parte de estos estaban «domesticados» y que el resto «eran dirigidos a él mediante redes». Por descontado, añade que la cerca que se construía para Cómodo solo buscaba que las bestias «fuesen alcanzadas más fácilmente» y «a corta distancia» por sus flechas. «Y que nadie considere que estoy manchando la dignidad de la Historia al registrar tales hechos […], pero yo tomé parte en todo lo visto», desvela.
Locura romana
Pero los años pasaron y el pueblo empezó a entender que había algo oscuro en el emperador gladiador y que sus excentricidades rozaban la psicopatía. La jornada que se presentó en la arena desnudo para enfrentarse a su contrincante fue, para Herodiano, un punto de inflexión. «A tal grado de locura llegó que ya no quiso habitar en el palacio imperial, sino que quiso trasladarse a la escuela de gladiadores», añade el autor. Fue la primera de una infinidad de extravagancias.
Poco después ordenó cortar la cabeza al gigantesco coloso que se hallaba en las afueras del Coliseo y poner en su lugar una representación de la suya en piedra. Para terminar, añadió a sus pies la leyenda de «Campeón de los secutores; el único combatiente zurdo en vencer a 12.000 hombres».
Y ese solo fue el comienzo. Dión Casio, quien recopiló de forma pormenorizada sus extravagancias, explica que, en una ocasión, reunió a todos los hombres de la ciudad que habían perdido el uso de sus pies por enfermedad o accidente, les ató figuras de serpientes y los mató a golpes como si fueran gigantes. Pronto, tanto el pueblo como los mismos senadores empezaron a temer por sus vidas. Y no era para menos, pues Cómodo llegó a barruntar un plan para aniquilar a todo su públicoal estar convencido de que le aplaudían de forma irónica.
A cambio, y para paliar aquel complejo de inferioridad, de cuando en cuando ordenaba a sus seguidores repetir la misma letanía: «Tú eres el Señor y tú eres el primero, de todos los hombres el más afortunado. Eres el victorioso y lo serás; por toda la eternidad. Amazónico, tú eres el victorioso».
Sus excentricidades, el miedo de los senadores a morir a manos de su espada y la locura que emanaba llevaron a sus enemigos a orquestar una conjura contra su persona. El último día del 192 d. C., su amante quiso envenenar su comida, pero no funcionó. Al final fur un esclavo liberado, Narciso, el que lo estranguló hasta la muerte en la bañera. «Tal fue el fin de Cómodo, tras haber gobernado doce años, nueve meses y catorce días. Había vivido treinta y un años y cuatro meses; y con él dejó de gobernar el linaje de los genuinos Aurelios», añade Dión Casio.
Origen: Cómodo: el misterio del loco emperador que se convirtió en el gladiador más letal de la Antigua Roma