26 abril, 2024

Desvelan al fin cómo eran los soldados de los Tercios españoles: «Había también piqueros negros»

Soldado de los Tercios, pintado por Augusto Ferrer-Dalmau
Soldado de los Tercios, pintado por Augusto Ferrer-Dalmau

Diego de Ibarra y Azpiri Vargas, veedor general de los Ejércitos de Flandes a las órdenes de Alejandro de Farnesio, trabajó duro aquellos días de finales del siglo XVI. Ni su participación en la batalla de Lepanto le había dado tantos quebraderos de cabeza. Durante horas, y como supervisor militar que era, se vio obligado a apuntar los 540 nombres de los soldados que se habían amotinado en Cambrai y Calais por no recibir sus pagas. Nada menos que doce compañías de los Tercios españoles. Y, por si no fuera ya bastante molesto, al lado de cada combatiente tuvo que incluir una descripción, por pequeña que fuese: «Juan de Rincón. Rubio. Natural de Anguita».

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Menudencias de la férrea administración de la Monarquía Hispánica. Aquel informe quedó relegado poco después a un cajón; algo que sucedía en un millar de ocasiones más. Con lo que no contaba el veedor era con la importancia histórica que ese legajo tendría para desmitificar, de una vez por todas, la imagen que tenemos de los soldados de los Tercios españoles. «Esta y otras tantas relaciones similares que he hallado en el Archivo General de Simancas demuestran cómo eran de verdad, a nivel físico, los combatientes», explica a ABC el historiador Juan Víctor Carboneras, presidente de la asociación ’31 de Enero Tercios’ y autor de ‘España mi natura: Vida, honor y gloria en los Tercios’ (Edaf).

Carboneras, joven pero versado investigador, casi se emociona al hacer referencia a los diferentes datos encontrados. «Hasta ahora tan solo existía un estudio de I. A. A. Thompson que hacía una aproximación al soldado a nivel social», determina. El problema es que se centraba en los combatientes que se ‘enganchaban’ con los capitanes que paseaban por los pueblos en busca de nuevos hombres. Los legajos con los que él se ha topado, por el contrario, desvelan cómo eran los soldados que ya llevaban años enrolados. «El perfil es diferente en algunos puntos. Se pueden ver las características de hombres que habían participado en muchas batallas. La imagen se ha mitificado en parte y nos hemos olvidado de que también había negros, mancos, pelirrojos o calvos».

Jóvenes y veteranos

En lo que menos varía la imagen arquetípica que tenemos del soldado de los Tercios españoles es en la edad. Allá por 2003, y tras haber analizado a 3.500 combatientes bisoños, Thompson ya desveló en su concienzudo estudio que la mayoría eran muy jóvenes. De los 2.146 voluntarios que se alistaron en 1587, el 74% tenía menos de 25 años; el 26,8% contaba 20 primaveras y el 14,3% sumaba menos de 20. «Solamente el 2,6% eran ‘viejos’, es decir, de más de 35», expresaba el experto. En sus palabras, la edad media rondaba los 22 inviernos; cifra baja incluso para los ejércitos de la época.

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Carboneras está de acuerdo, aunque insiste en que también había veteranos que aportaban esa dosis de experiencia extra cuando empezaba el baile de los aceros. «En los documentos podemos ver a combatientes muy mayores, de hasta sesenta años. Lo llamativo es que continuaban siendo meros soldados rasos», sentencia. Sí tenían era ciertas ‘ventajas’: una pequeña paga extra por sus méritos militares. Mosqueteros, arcabuceros, piqueros… Los ‘viejos’, como se les llamaba, podían estar en cualquier línea del Tercio. En la relación de amotinados hay varios combatientes con esta edad. Uno de ellos, un tal Juan Flores, de ‘alrededor de sesenta años’. Casi nada.

A cambio, y como ya desveló Thompson en su estudio, había también adolescentes que mentían sobre su edad para formar parte de las legiones romanas de la Monarquía Hispánica. «Ha quedado constancia de chicos con 14 y 15 años. Se pasaba por alto porque faltaban hombres y, normalmente, parecían más mayores de lo que en realidad eran», completa el experto. Uno de los últimos datos curiosos sobre este tema –que se corrobora, una vez más, en los estudios de Thompson– es que los soldados desconocían en muchas ocasiones su verdadera edad. «Tampoco es habitual encontrar en los informes oficiales a combatientes con 19, 29, 39, 49 o 59 años. La razón es que, cuando se acercaban a estas cifras, simplemente decían que tenían ‘alrededor de 20, 30, 40, 50 o 60’», completa Carboneras.

Lo que más ha sorprendido a Carboneras es saber que aquellos soldados de Cambrai y Calais portaban una larga lista de marcas de guerra; algo que, lógicamente, no aparecía en las hojas de reclutamiento: «De los 540 que participaron en el motín, más del 80% tenían algún tipo de señal. Al final, la experiencia en las batallas se apreciaba en sus rostros en forma de heridas, cicatrices, magulladuras y raspones». Los ejemplos son infinitos. Desde un «piquete en el ojo derecho», hasta «restos de pólvora» en los globos oculares. El veedor apuntó que un tal Alonso de Millán lucía «una cuchillada grande» que le ocupaba casi toda la cara. Gajes de la guerra.

Diego de Ibarra describió también las cicatrices provocadas por las enfermedades que los soldados habían sufrido a lo largo de su vida («hoyuelos de viruela», por ejemplo) o las típicas marcas de nacimiento. Uno de los que lucían estas últimas fue Tomás López. «Hijo de Mateo y natural de Torrejón de Velasco, con un pequeño lunar bajo la ceja derecha. 23 años. Dos escudos de ventaja». Aunque Carboneras recuerda que estas sí eran apuntadas en los hojas de reclutamiento y que ya han sido recogidas por historiadores como el propio Thompson. Con lo que no contaban los soldados de los Tercios era con tatuajes. «No he hallado ninguna inscripción en la que se especifique que los tenían», completa.

El capitán jinete, el alférez y el sargento con su alabarda, los pilares de los tercios, la revolución de la infantería española en el siglo XVII ABC

Mención aparte merecen los conocidos como ‘soldados estropeados’. El historiador ha hallado una larga lista de combatientes a los que les faltaba una pierna, un ojo o un brazo, pero que seguían en activo. «Son hombres que deberían estar licenciados porque no eran aptos para el combate, pero les mantenían en los Tercios españoles porque no había hombres suficientes», desvela. No le falta razón. El historiador Enrique García Hernán afirma en ‘Guerra y sociedad en la monarquía hispánica’ que los destinos de estos militares solían ser castillos u «otros lugares apacibles para pasar sus últimos años». Pero parece que no fue el caso de los amotinados en Cambrai y Calais. No obstante, Carboneras recuerda que es probable que «se mantuvieran en retaguardia si estaban muy magullados».

‘Negro de color’

Carboneras pasa hojas y señala datos. Uno sorprende. «Negro de color». Aunque él no muestra asombro. «Era habitual. Aquí hay uno, Marcos de Paz, natural de Granada. Eran soldados negros», sentencia. Es partidario de que cuesta rastrear su origen, aunque poco importaba en la época. «Es posible que procedieran de familias de moriscos o de antiguos esclavos, pero eran tratados igual que el resto». Y es que, una de las pocas premisas para enrolarse en un Tercio español era la religión. «Se daba por descontado que el recluta era católico. Cuando se hacía un reclutamiento se especificaba que esta era ‘la verdadera fe del Rey’», completa.

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En lo que sí quiere incidir es en la multiculturalidad de los Tercios españoles. Una característica en la que se han zambullido otros tantos autores, pero que conviene recordar. «Queda patente que, cuando se reformaban las compañías, se hacía con hombres de toda la península. Catalanes, valencianos, madrileños…». No había distinción. «Todos se sentían españoles, y así lo hacían saber fuera de las fronteras». También desvela que había muchos combatientes que viajaban desde el extranjero para unirse a las legiones romanas de la Monarquía Hispánica. «Hay chicos nacidos en las Azores, en Cerdeña y en los virreinatos». Ellos conformaban un verdadero ejército europeo.

Cuadro «El milagro de Empel», de Augusto Ferrer-Dalmau (2015) ABC

Y por último, los retales que quedan sin atar. Características físicas básicas apuntadas en esta hoja de amotinamiento que nos permiten hacer un retrato robot del soldado de los Tercios españoles. «El 60% de las veces era moreno, tenía ojos de color marrón, contaba con un ‘buen cuerpo’, rondaba una altura promedio de 1,68 y no era noble», finaliza Carboneras. Aunque, como buen historiador que es, no quiere marcharse sin dejar constancia de que no deberíamos hacer un dibujo genérico. «Siempre se obvia que también había combatientes calvos, pelirrojos, rubios, con ojos azules o verdes, pero corto, con y sin barba…». La conclusión es que los estereotipos están para acabar con ellos.

Tan solo nos queda una última duda…. ¿Qué sucedió con estos hombres que se amotinaron en Cambrai y Calais? La respuesta no parece sencilla. «Se nombró un ‘electo’ que no sale en la documentación. Era el que dirigía el motín. Los hombres reclamaron las pagas en varias ocasiones. Después, la documentación es diversa. En algunos escritos se especifica que las compañías fueron reformadas y los hombres internados en otras unidades. Otros afirman que a algunos hombres se les licenció», completa el autor. Es cauteloso, no se quiere ‘mojar’, como repite en varias ocasiones. Lo que sí se atreve a confirmar es que «todo se sucedió por falta de pagas» y que «se amotinaron cuando el territorio estaba consolidado, ni un segundo antes». La tradicional disciplina de los Tercios españoles.

Origen: Desvelan al fin cómo eran los soldados de los Tercios españoles: «Había también piqueros negros»

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