El borbón más efímero: Luis i, rey durante 8 meses
Luisa Isabel de Orleans, breve reina de España, resultó algo exhibicionista. Se lucía en palacio con un negligé que dejaba poco a la imaginación, pero, por si algún cortesano no se daba por enterado,
Luisa Isabel de Orleans, breve reina de España, resultó algo exhibicionista. Se lucía en palacio con un negligé que dejaba poco a la imaginación, pero, por si algún cortesano no se daba por enterado, alguna vez se despojó del camisón para que le sirviera de bayeta con la que limpiaba las ventanas. Con el ‘potorro’ al aire. ¿Quién era el afortunado marido? Se cumple el tricentésimo aniversario de la proclamación de nuestro rey más desconocido, Luis I el Bien Amado, que reinó ocho meses, el breve lapso de tiempo en que su padre, Felipe V, dejó la corona y se retiró en calidad de rey emérito.
Luis nació en 1724, recién terminada la guerra de Sucesión por el trono español entre borbones y austracistas. Su nacimiento fue especialmente jaleado porque venía a consolidar la nueva dinastía borbónica. Felipe V, fiel seguidor de las normas y costumbres españolas, lo presentó a la Virgen de Atocha, como había sido costumbre con todos los príncipes reales durante la dinastía Austria.
El proyecto real no se cumplió. María Luisa falleció cuando Luis contaba 6 años y el viudo Felipe V, un hombre depresivo cuyo único consuelo era copular varias veces al día, necesitaba una nueva esposa, que cubriera el vacío que la extinta dejaba en su corazón y, sobre todo, en su lecho. Su virtual primera ministra, la astuta princesa de los Ursinos, dio el patinazo de su vida al buscarle una esposa manipulable. Mal informada por el cardenal Alberoni, escogió a la inteligente princesa parmesana Isabel de Farnesio, que la envió al exilio y tomó en sus manos el gobierno del Estado y el de la familia.
El adolescente Luis pasaba por ser el príncipe más agraciado de Europa. «Parece una pintura –escribe el diplomático Saint Simon–: alto, delgado, rubio y sano». Solo descomponía su hermosura la narizota borbónica. Su madrastra, Isabel de Farnesio, no puso interés en procurarle una buena esposa y lo casó con la mentada Luisa Isabel de Orleans, una nieta de Luis XIV que padecía trastorno límite de la personalidad (TLP), definido como «emociones turbulentas o inestables que estimulan acciones impulsivas y relaciones caóticas con otras personas».
La mujer más desagradable del mundo
O sea, que la chica estaba como una ‘regadera’, una alhaja de esposa de la que su propia abuela opinaba: «Es la persona más desagradable que te puedes imaginar; en todas sus acciones, ya hable, coma o beba, te saca de quicio». El embajador inglés Stanhope informa: «A sus extravagancias, como jugar desnuda en los jardines de palacio; a su pereza, desaseo y afición al mosto; a sus demostraciones de ignorar al joven monarca, responde el alejamiento cada vez más patente de Luis hacia ella».
El embajador francés cuenta que un día «estaba subida en una escalera de mano que encontró apoyada en un manzano y nos mostraba su trasero, por no decir otra cosa. Creyó caerse y pidió ayuda; el mayordomo Magny la ayudó a bajar, pero, si no estaba ciego, vio lo que no buscaba ver y que ella tiene por costumbre enseñar libremente».
El 9 de enero de 1724, el joven Luis sucedió a su padre. El rey emérito Felipe V le traspasaba el trono por no poder atenderlo. Su carácter depresivo había degenerado en un trastorno bipolar que lo imposibilitaba para gobernar. Los médicos de la Corte le diagnosticaban «frenesí, melancolía, morbo, manía y melancolía hipocondriaca», males que se curaban con mucho reposo y dejación de los deberes del Estado. Cabe otra explicación si consideramos que la taimada Farnesio anda por medio: a la muerte de Luis XV de Francia existía la posibilidad de que Felipe heredara aquel trono siempre que no fuera rey de España, porque juntar los dos países bajo la misma corona era impensable.
En cualquier caso, ante la perspectiva de un rey incapacitado para reinar, pero manejado por una esposa taimada y entrometida, la Corte acogió con alivio la decisión real de ceder el trono a su hijo y heredero.
Los reyes eméritos se retiraron al palacio de la Granja de San Ildefonso a ver si la vida plácida y los paseos por los jardines obraban un efecto balsámico sobre Felipe y le devolvían el juicio.
Algunos historiadores creen que Luis I concibió grandes planes para consolidar el maltrecho Imperio español, y que se rodeó de consejeros alejados de la influencia de la manipuladora madrastra, lo que se tradujo en más medios para América y el Atlántico y menos esfuerzos para la recuperación de las posesiones italianas perdidas en la Guerra de Sucesión.
Se notó un descenso en la influencia francesa en la Corte y el renacimiento de una especie de ‘partido español’, pero tales políticas quedaron inéditas. El brevísimo reinado de Luis estuvo marcado por la locura de su esposa y por los remedios que él se buscaba para escapar de su desventurada situación familiar. «En cuanto almuerza, se va a jugar a la pelota; el resto del día, bajo un gran calor, se va de caza y camina como un montero; por la noche, sin trabajar eficazmente, creemos que se excede y, sin embargo, no le gusta su mujer ni a su mujer él», escribe el embajador de Francia.
«La reina mostraba su trasero desde una escalera. Fingió caer y el mayordomo vio de todo», contó el embajador francés
Quizá las calenturas de viruelas no hubieran sido tan letales con él si los médicos de la corte no las hubieran ayudado con las contraproducentes sangrías que eran entonces el remedio de casi cualquier dolencia. El médico de la Real Cámara, doctor Juan Higgins (irlandés) se excusó: «Hemos hecho todos los esfuerzos imaginables para corregir este vicio de la sangre». Cuando comprendieron que la ciencia médica no bastaba, metieron en el lecho del enfermo las momias de san Isidro y de san Diego de Alcalá, una a cada lado, quizá con la esperanza de asquear a la parca y alejarla del lecho del moribundo, pero como no mejoraba ni por esas las reforzaron con las imágenes de la Virgen de la Soledad y la de Atocha.
En vano. El desventurado adolescente falleció a los nueve días de contraer la enfermedad, después del reinado más breve de la historia de España. Casi no le dio tiempo a enterarse del oficio porque en ese tiempo siempre anduvo vigilado por la Farnesio, que seguía informada de la corte desde su retiro de la Granja de San Ildefonso.
Dado que Felipe V, el rey emérito, había abdicado, según las leyes sucesorias impulsadas por él mismo, la Corona recaía en su segundo hijo, el príncipe Fernando, de 10 años, pero la manipuladora Farnesio forzó el regreso de su marido al trono en vista de que el rey francés al que soñaba con heredar no terminaba de morirse (de hecho, se aferró a la vida y su deceso no se produjo hasta 1774).
Luisa Isabel había sorprendido portándose como una esposa abnegada durante la enfermedad de Luis, cuando atendió al enfermo sin miedo a contraer la viruela. No obstante, Isabel de Farnesio la puso de patitas en la calle y la devolvió a Francia con una modesta pensión y la amenaza de retirársela si no se comportaba debidamente. Allí falleció esta breve reina de España a los 32 años, después de protagonizar algunos escándalos.
EL SUEÑO DE PODER DE LOS BORBONES
Luis aparece, todavía niño, en el óleo Felipe V defensor de la Fe frente a la Herejía, que pintó Felipe de Silva hacia 1712 para conmemorar la victoria real en la batalla de Villaviciosa durante la guerra de Sucesión (1701-1713), que determinó el triunfo del pretendiente borbón frente al archiduque Carlos de Austria.
El lienzo encierra una lección de historia por lo que tiene de desiderátum de la monarquía borbónica recién implantada en España. En el centro: el monasterio-palacio de El Escorial, que subraya la continuidad de los Borbones como sucesores legítimos de los Austrias. A la izquierda: el rey Felipe V acomete con su estoque a un dragón que representa la herejía protestante profesada por las potencias que apoyaban la candidatura austriaca, Inglaterra y las Provincias Unidas. A la derecha: la reina María Luisa anima a su hijito Luis, de 5 años, para que también hiera al dragón imitando a su augusto padre. Como sucesor del trono, el niño Luis aparece ataviado con los símbolos de la monarquía católica, collar del toisón de oro, bengala de mando en la mano y manto de armiño.