El derrumbe de Bobby Fischer, el héroe nacional de EE.UU que celebró con crueldad el 11 de septiembre
El que la hace la paga, incluso EE.UU. Quiero ver el país borrado del mapa», afirmó tras los ataques terroristas en Nueva York. Nacido un 9 de marzo de 1943 en Chicago, el mejor ajedrecista de la historia de Norteamérica y héroe de la Guerra Fría sufría el síndrome de Asperger y una peligrosa verborrea
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No es casualidad que, coincidiendo con el dominio español del mundo, Felipe II organizara el primer torneo internacional de ajedrez de la historia; como no lo es que durante la Revolución francesa el mejor ajedrecista del periodo, François-André Danican, fuera francés. El ajedrez es una escenificación perfecta de la situación política y también lo fue durante la Guerra Fría. En 1972, Bobby Fischer, un joven neoyorquino, se enfrentó al soviético Borís Spassky, campeón del mundo de ajedrez entre 1969 y 1972. Tras superar la interminable lista de extravagancias y problemas generados por el norteamericano, que reclamó repetidas veces que se apagaran todas las cámaras para acabar con el imperceptible estruendo que provocaban las máquinas, la partida terminó con la victoria de Bobby Fischer, el cual se convirtió en un héroe nacional y un icono mediático.
Pocos de los que entonces celebraron su genialidad, incluidas sus rarezas, podían imaginar que el gran maestro del ajedrez fuera acabar sus días viviendo en el ostracismo y odiado profundamente por EE.UU.
Hijo de la enfermera judía de origen ruso Regina Wender y el físico de origen alemán Hans-Gerhardt Fischer (aunque posiblemente su padre biológico era un físico húngaro), Bobby Fischer se crió en un pequeño apartamento en Brooklyn, Nueva York, junto a su madre y su hermana. Su increíble memoria –llegó a aprender cinco idiomas– le permitió moverse con facilidad desde muy pequeño en el ajedrez, que se convirtió en una obsesión para el joven desde que su madre le regalara un tablero de este juego, a medio camino entre el arte y el deporte. Pero ni siquiera la influencia del psicólogo al que acudió su madre al advertir que su hijo se había obsesionado con el ajedrez, pudo evitar que Bobby Fischer se inscribiera en un prestigioso club de Manhattan y avanzara en su aprendizaje. A los 12 años ya se enfrentaba a los mejores jugadores de EE.UU.
«Ha sido el jugador que más cerca ha estado de la perfección. Dicen que Fischer no tenía estilo, que simplemente elegía la mejor jugada», afirmó Magnus Carlsen poco después de proclamarse campeón del mundo de ajedrez a los 22 años. Fischer, como Carlsen, empezó a competir al más alto nivel desde la más temprana adolescencia. A los 13 años, el americano ya era capaz de anticiparse 6 o 7 movimientos a sus oponentes, como pudieron comprobar sus maestros de Manhattan, y se alzó como ganador del Campeonato Junior de Estados Unidos. Su vida académica, no obstante, iba en declive, puesto que, como otros chicos superdotados, se aburría en las clases y abandonó los estudios a los 16 años para dedicarse completamente al ajedrez.
Al precio de colocar el ajedrez por encima de su vida académica y sus relaciones sociales, Fischer se hizo con el campeonato de EE.UU. tres veces y con el título de Gran Maestro antes de llegar a la mayoría de edad. Fue entonces cuando empezaron a aparecer las primeras extravagancias y salidas de tono que harían célebre a Fischer, quien en 1960 amenazó con abandonar el campeonato nacional de su país alegando una infinidad de quejas. Quería la luz apropiada, que no le fotografiaran, que no hubiera el mínimo sonido… y si no se daban las circunstancias adecuadas abandonaba la competición. Estas exigencias impidieron que pudiera alcanzar mejores resultados en los siguientes años de su carrera. Hoy, muchos médicos psiquiatras han apreciado en el ajedrecista rasgos del síndrome de Asperger, un tipo de autismo que lleva a los afectados a obsesionarse con un campo concreto y a tener problemas para relacionarse socialmente.
La partida del siglo: el patriota
Cuando la comunidad ajedrecista empezaba a poner en cuestión el talento de Fischer, que en 1968 hizo la primera de sus sorprendentes desapariciones y se fue a vivir tres años a la costa oeste para escribir un libro sobre ajedrez, el neoyorquino regresó por sorpresa y anunció sus intenciones de disputar el título mundial. Tras vencer por aplastamiento a tres de los mejores jugadores del mundo, Fischer desafió al soviético Borís Spassky, que mantenía un balance a su favor de 3 victorias sobre el americano y 2 tablas. Pero no solo se enfrentaba a un rival estadísticamente superior a él, el estadounidense aspiraba a derribar el mito de la invencibilidad de la escuela de la Unión Soviética, dirigida por el Comité de Educación Física y Deportes, que había producido a todos los campeones y subcampeones mundiales desde 1948. En medio de la Guerra Fría entre la URSS y EE.UU, la partida trascendió a nivel político.
El campeonato del mundo de 1972 se celebró en Reikiavik, capital de Islandia. Allí se desplazó Fischer, declarado anticomunista, no sin antes exigir a la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) que elevara el premio en metálico y no sin que el propio Henry Kissinger, el secretario de Estado, le suplicara ir por el honor de su patria. «Este es el peor jugador del mundo llamando al mejor jugador del mundo», anunció al descolgar el teléfono Kissinger. Una vez en Islandia, se quejó de absolutamente cada detalle, incluso de las vistas de la habitación del hotel.
Todavía absorto en sus exigencias –entre ellas que hubiera alguien dispuesto a jugar con él al tenis y a los bolos las 24 horas del día– Fischer perdió la primera partida. Y en la segunda partida, el neoyorquino no se presentó porque el sonido de las cámaras grabando, casi imperceptible para el oído humano, no le dejaba pensar. Fue declarado perdedor por no presentarse.
La condición de héroe de Fischer duró muy poco tiempo. No quiso defender su corona ante la joven estrella rusa Anatoly Karpov y, además, el estadounidense perdió una demanda del productor Chester Fox, por dos millones de dólares, por negarse a que se grabasen imágenes del encuentro de Islandia. Fischer, que se había vuelto todavía más retraído tras su victoria, desapareció por completo de la vida pública y dejó de competir para siempre. Sin estudios ni experiencia más allá del juego de los cuadrados blancos y negros, el gran maestro apareció muchos años después, en 1981, en Pasadena (California), involucrado en un incidente con la policía. El ajedrecista se negó a mostrar su identidad cuando un policía se lo pidió al encontrarle cierto parecido con un atracador en busca y captura. Las autoridades le tuvieron 48 horas detenido, donde afirmó haber sido maltratado y humillado, dando origen al celebrado texto «Fui torturado en Pasadena», firmado por Robert James.
Hacia el abismo
El incidente con la policía sacó a la luz que un desmejorado Fischer dedicaba su tiempo a pegar carteles antisemitas por los coches. Criado en una familia judía, el ajedrecista había desarrollado un violento y público antisemitismo –años después su guardaespaldas afirmó que siempre acompañaba la palabra judío de un insulto–, que posiblemente procedía de la mala relación con su madre o bien del proceso de aislamiento social derivado del trastorno de Asperger.
En 1992, Fischer aceptó jugar un encuentro amistoso de exhibición contra su antiguo adversario Spassky, de entonces 55 años de edad, por una gran cifra económica. El match comenzaría en Sveti Stefan, a orillas del Adriático, y acabaría en Belgrado, enclaves ambos de la República Federal de Yugoslavia, nación procedente del desmembramiento de la antigua Yugoslavia. Sin embargo, Estados Unidos prohibió a Fischer involucrarse en la partida a causa de las restricciones en el comercio impuestas a la República Federal de Yugoslavia por su intervención en la reciente guerra de Bosnia.
El encuentro se celebró igualmente y acabó con la victoria del estadounidense, que había convocado a los medios para escupir frente a las cámaras la orden enviada por EE.UU, aunque la calidad de las partidas y el desarrollo general del acontecimiento despertaron escaso interés en el mundo del ajedrez. Después de la competición, las autoridades de Estados Unidos dictaron orden de búsqueda y captura contra el genio, lo cual podía llegar a costarle hasta 10 años de cárcel.
En julio de 2004, fue detenido en el aeropuerto de Narita, en Tokio (Japón), por utilizar un pasaporte no válido, pues Estados Unidos lo había anulado. Con un aspecto de vagabundo, el que había sido genial ajedrecista permaneció ocho meses detenido hasta que en marzo de 2005 Islandia le concedió la ciudadanía islandesa, con lo que las autoridades japonesas le autorizaron a que viajase a ese país. Con graves problemas renales, su esposa Miyoko Watai se acercó desde Japón para pasar las Navidades de 2007 con él. Volvió a Japón el 10 de enero, justamente antes del fallecimiento de Fischer. Miyoko, al llegar a Japón, prácticamente tuvo que coger el siguiente vuelo de vuelta para acudir al funeral.
A los 64 años, el genio del ajedrez falleció en Reikiavik (Islandia) –la ciudad donde se había proclamado vencedor de la partida del siglo– y fue enterrado en una tumba sencilla en un cementerio cercano a Selfoss, pequeña localidad costera al sudoeste del país. Fischer vivió sus últimos días en un apartamento en el mismo edificio que su mejor amigo y portavoz, Gardar Sverrisson.