28 abril, 2024

El discurso que empujó a la República al suicidio en la Guerra Civil: «Este sitio es una tumba»

Juan Negrín, en la Sociedad de Naciones en 1937 ABC
Juan Negrín, en la Sociedad de Naciones en 1937 ABC

Tres días antes de que los diputados republicanos se escondieran en un establo del castillo de Figueras para celebrar su última sesión de las cortes, el presidente Juan Negrín se dirigió a los españoles, por última vez, para animarles a seguir luchando contra Franco cuando todo estaba perdido

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El 28 de enero de 1939, cuando el presidente del Consejo de Ministros Juan Negrín se dirigió a los españoles por radio, la República poco podía hacer ya para darle la vuelta a la guerra y ganar a Franco. Todo había quedado sentenciado con la estrepitosa derrota en la batalla del Ebro. El día 26, además, el general Yagüe entraba en Barcelona sin realizar un solo disparo y los republicanos se marchaban de la ciudad hacía el exilio, mientras la aviación italiana bombardeaba las carreteras que conducían a la frontera de Francia.

A esas alturas, nadie podía albergar la más mínima esperanza de que se le pudiera dar la vuelta a la Guerra Civil. Nadie, salvo Negrín, que parecía no ser consciente de la situación desesperada en la que se encontraba la República, con las calles de Barcelona vacías y cientos de miles de españoles dirigiéndose hacia los pueblos más cercanos a la frontera, que en esos momentos estaba cerrada por decisión del Gobierno galo.

En esta situación desesperada, Negrín dio un discurso por la radio en el que informaba a los españoles de los últimos reveses y aseguraba que, a pesar de ello, no todo estaba perdido: «Españoles, ha sucedido lo inevitable, hemos perdido Barcelona. Busca el enemigo que esa pérdida signifique el derrumbamiento de nuestros frentes, el desplome de nuestra retaguardia, para conseguir rápidamente nuestro aplastamiento definitivo, pero no lo logrará. En nuestras manos está evitarlo y lo evitaremos. Los momentos presentes son los más duros y graves de nuestra lucha. Con entereza y serenidad, los resolveremos, pero precisa que todos, absolutamente todos, conserven su sangre fría y el ánimo, y que dupliquen sus esfuerzos y se pongan a las órdenes del Gobierno con disciplina y abnegación».

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Esa opinión, sin embargo, no era compartida por un sector muy amplio del bando republicano. En especial, por el presidente de la República, Manuel Azaña, los partidos Izquierda Republicana y Unión Republicana y un sector importante del PSOE y los nacionalistas catalanes y vascos. Todos ellos estaban convencidos de que Negrín ya no estaba capacitado para dirigir los designios del país durante aquella agonía.

«Los desanimados»

Prueba de ello es lo que decía a continuación en el discurso: «Los vacilantes, los desanimados y los decaídos son los mejores colaboradores del enemigo. De ellos se valen los agentes rebeldes e invasores para sembrar el desconcierto, engendrar el pánico y producir un caos que sería la ruina de todos. Que cada ciudadano español se sienta responsable de la garantía del orden, un instrumento de la voluntad del pueblo para elevar el entusiasmo por la lucha. El Gobierno necesita de la ayuda de todos y la exige».

La noticia fue recogida por la edición republicana de ABC, cuya redacción estaba en Madrid, en un amplio artículo titulado: ‘El doctor Negrín explica al país el momento actual’. Sin embargo, el presidente del Consejo de Ministros no explicaba nada, no informaba de cómo transcurría la guerra, sino que transmitía una visión totalmente parcial para animar a los suyos a seguir en la lucha, con la esperanza de que estallara la Segunda Guerra Mundial y los aliados vinieran a España en su auxilio. La espera resultó en vano, porque ni Gran Bretaña ni Francia vinieron en su auxilio y los muertos no dejaban de aumentar.

Negrín continuaba su alocución desesperado «No os he engañado nunca, y la lealtad de mi conducta me da derecho a reclamar vuestra confianza. Si no queréis sucumbir como un rebaño de corderos y perecer en la extenuación y en la miseria, habréis de prestar oído a mis palabras y obediencia a los mandatos del Gobierno. Tenéis que hacerlo, pues en otro caso vosotros mismos caváis vuestras tumbas. Aprovechando las dificultades de información y los escasos medios para las relaciones del Gobierno con el pueblo, el enemigo esparce bulos y patrañas, que el miedo de muchos agranda para justificar la propia cobardía».

En ese momento, el presidente del Consejo solo contaba con el apoyo de los comunistas y una otra parte de los socialistas. Se estaba quedando solo, pero resistía mientras a sus espaldas se iba gestando la conjura del general Segismundo Casado para echarle del poder y empezar a negociar con Franco una rendición digna en la que no falleciera más gente. Así se lo habían pedido en varias ocasiones antes, pero Negrín no estaba dispuesto a entregar su Gobierno a los fascistas. Se lo tendrían que arrebatar, según advertía:

«Apelo a la sensatez y a la cordura de mis conciudadanos, a fin de que se evite todo atolondramiento funesto y se ataje la ola de desmoralización que los agentes provocadores ponen en movimiento. Córtese toda indisciplina y fuércense a recuperar la serenidad quienes la hayan perdido. Confío en que mi llamamiento será atendido. Si así no sucediera, el interés de todos y las razones supremas de la salud pública forzarán al Gobierno a aplicar con todo rigor las más severas medidas, sin contemplaciones ni debilidades. Va en ello la convivencia general y la existencia de nuestra patria. Tened fe en mis afirmaciones y confiad en que el apuro momentáneo quedará salvado. Yo os lo garantizo, si me prestáis el debido apoyo».

Dos días después, Negrín insistía en la misma idea durante su discurso en la última sesión de las Cortes republicanas celebradas, en secreto, en las cuadras subterráneas del Castillo de San Fernando de Figueras. Mientras el presidente se dirigía al resto de los diputados supervivientes, fuera se escuchaban las bombas franquistas cayendo sobre las poblaciones de alrededor. Estaban presentes varios corresponsales importantes, como Herbert L. Matthews, de ‘The New York Times’; Keith Scott-Watson, del ‘Daily Herald’, y Henry Buckley, del ‘Times’. Cuentan algunas crónicas que este último susurró al oído de su colega ruso Ilya Ehrenburg, enviado del diario ‘Izvestia’, la siguiente premonición: «Este sitio es como una tumba». A lo que este le replicaba: «Amigo mío, ésta no es solo la tumba de la República española, sino también de la democracia europea».

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Lo veía todo el mundo menos Juan Negrín, que seguía dando falsas esperanzas a quienes le escuchaban. Cuando disolvió las Cortes, los diputados sabían que aquella sería la última vez que se reunirían. Solo pensaban ya en salvar la vida. Como la frontera de Francia estaba a menos de veinte kilómetros, varios coches con los faros encendidos aparecieron para llevárselos lejos.

Origen: El discurso que empujó a la República al suicidio en la Guerra Civil: «Este sitio es una tumba»

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