11 noviembre, 2024

El enemigo en casa: la amenaza para Franco de un carlismo de izquierdas

Romería de Montejurra
Romería de Montejurra

Que el carlismo siempre fue un problema para Franco no es ningún secreto. Desde la Guerra Civil, cuando el Estado Mayor sublevado convirtió a varios tercios de

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Que el carlismo siempre fue un problema para Franco no es ningún secreto. Desde la Guerra Civil, cuando el Estado Mayor sublevado convirtió a varios tercios de requetés en carne de cañón –el de Montserrat catalán fue dejado a su suerte en la batalla del Ebro sin unidades de artillería ni transporte–, hasta su obligada absorción como fuerza política en Falange Española Tradicionalista (FET), perdiendo incluso su referencia al archiduque Carlos, y la expulsión del España de Javier de Borbón Parma tras ser proclamado rey de España en Barcelona durante la celebración del Congreso Eucarístico de 1952 e incluso de su hijo Carlos Hugo tras intervenir en el Vía Crucis de Montejurra de 1957, considerado por diversos historiadores como el primer gran acto antifranquista de la dictadura.

En este contexto, a nadie le extrañaba que el carlismo mostrase a menudo su beligerancia al régimen, en particular desde que el propio Francisco Franco negocio con Juan de Borbón en 1948 el retorno de su hijo Juan Carlos a España para reconducir la herencia dinástica de lo desde la ley de Sucesión aprobada un año antes era un Reino sin rey. Una tendencia que fue a más a lo largo de las décadas de los 50 y los 60, por más que el régimen la conseguía gestionar gracias a los líderes carlistas más comprometidos con el Movimiento y a gestos del propio Franco, que no dudaba en enfundarse su boina roja de capitán general –un complemento que también adoptó Falange, aunque con el yugo y las flechas–, como había hecho sin reparos en diversos desfiles de la victoria. El icónico retrato de Ignacio Zuloaga, pintado en 1940 y que pasa por ser su primer cuadro oficial como jefe de Estado, lo representa así: no de general, sino con una peculiar combinación de fajín y boina rojos y camisa azul falangista.

Por otra parte, el régimen siempre aprovechó las debilidades y la división del carlismo desde la muerte del pretendiente Alfonso Carlos en 1936 sin descendencia, su escaso o nulo arraigo en diversas regiones españolas y su clara posición de inferioridad respecto a otros sectores del régimen. De esta forma, las reivindicaciones y proclamas del movimiento en sus principales actos públicos, como las romerías de Montejurra o el Aplec de Montserrat, no tuvieron más alcance que la propia reafirmación. Ni siquiera el juramento por parte de don Javier de los fueros vascos en el árbol de Gernika y los catalanes en Montserrat en 1950 y 1951, respectivamente, tuvieron mayor trascendencia.

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Sin embargo, el carlismo fue marcando su idiosincrasia en los espacios que le permitía el franquismo, y más allá de sus concentraciones, la universidad y el mundo laboral fueron ámbitos propios de expresión. En el primer caso a través de la Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas, alternativa al Sindicato Español Universitario de Falange. En el segundo, mediante el Movimiento Obrero Tradicionalista, que acabaría integrándose en la clandestinidad en Comisiones Obreras. En los medios de comunicación, el movimiento también tuvo importantes mecanismos de difusión a través de cabeceras como El Correo Catalán en Barcelona, la revista Montejurra, editada en Navarra y distribuida por toda España hasta sus suspensión en 1971, o emisoras como Radio Requeté en Pamplona.

Pintadas en euskera y castellano a favor de don Carlos y don Javier

Pintadas en euskera y castellano en Beasain a favor de don Carlos y don Javier

El problema para el franquismo llegó a finales de los 60 y primeros albores de los 70, cuando en su propia búsqueda de identidad afloró un carlismo socialista que llegó a adoptar en algunas de sus declaraciones desde el extranjero el propio Carlos Hugo. Esta corriente tuvo su propia organización armada, los Grupos de Acción Carlista, que entre otras acciones saboteó un repetidor de televisión para que no se pudiese seguir el mensaje de fin de año de Franco de 1970 en buena parte de las provincias de Vitoria y Burgos, la colocación de una bomba en la imprenta del diario tradicionalista El Pensamiento Navarro, el asalto a Radio Requeté y la lectura a través de su antena de un comunicado que clamaba en nombre del Partido Carlista por una “monarquía socialista” en 1971 o, ese mismo año, el frustrado robo a las oficinas de la empresa La Pamplonica por parte de un comando catalán.

También en 1971, en Estella-Lizarra, una manifestación de estudiantes carlistas clamó abiertamente por una España federal y democrática y en la gran cita del carlismo en Montejurra, presidida por las infantas María Teresa y María de las Nieves, hermanas de Carlos Hugo, que no tenían prohibida la entrada a España, la Junta de Gobierno del Carlismo, en nombre del partido Carlista, lanzó una dura declaración. Reclamaba la “libertad política”, con la legalización de todos los partidos; la retirada del proyecto de reforma de la ley de Orden Público, al considerarla represora; la anulación de la designación del sucesor a la Jefatura de Estado –es decir, el príncipe Juan Carlos–, y el reconocimiento del derecho de los pueblos de España a constituirse en una “Federación de Repúblicas Sociales”, que no socialistas.

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Un rotundo 57,8% de los entrevistados aseguraba que no existían cauces adecuados de expresión en España

Que el carlismo se echase así al monte sí supuso una amenaza para el régimen, que reaccionó encargando un estudio demoscópico de urgencia al Centro de Investigaciones Sociológicas que se realizó apenas un mes después de la cita de Montejurra, celebrada el primer domingo de mayo. Se trataba de evaluar qué grado de complicidad tenía la población navarra con los hechos y qué postulados de ese nuevo carlismo compartía.

Para ello se entrevistaron a 618 personas mayores de 18 años, de diferente sexo y origen social, de 42 municipios de Navarra. El estudio tenía cuatro objetivos claros, y en función de ellos de elaboraron los cuestionarios: Actitudes y opiniones sobre el movimiento carlista, conocimiento de los sucesos ocurridos en los primeros días del mes de mayo en Montejurra, conocimiento de la ocupación de Radio Requeté y conocimiento de los hechos acaecidos en Estella-Lizarra.

Más de la mitad de los encuestados (54,0%) señalaba no conocer ningún “acontecimiento reciente de importancia en Navarra”, que es como el estudio presentaba los hechos. Los que respondían que sí (45,5%) claramente señalaban, sin respuesta inducida, a “la reunión carlista en Montejurra” y “Montejurra y la fiesta del trabajo”, que incluía la manifestación de Estella-Lizarra. Ya en respuesta inducida, una parte (34,8%) de los que no habían considerado nada relevante aseguraba que sí conocían los hechos. En definitiva, que existía un amplio conocimiento de lo que había pasado.

Aplec carlista de Montserrat de 1968

Aplec carlista de Montserrat de 1968

Lo que había sucedido en Radio Requeté era aún más conocido, ya que aseguraba saberlo un 52,9%. De nuevo sin respuesta inducida, un 57,8% señalaba que se había tratado de un asalto en el que las locutoras habían sido amordazadas. Eso, a pesar de que sólo un 2,5% afirmaba que estaba escuchando la radio en ese momento. Sobre a qué grupo se atribuía la acción sí existía más confusión. Un 40,4% decía no saberlo y un 33,3% se limitaba a decir que habían sido carlistas o requetés.

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La amplia mayoría (76,1%) se mostraba en contra de los métodos empleados por los asaltantes al tratarse de un hecho violento, si bien a la hora de responder sobre los cauces de expresión, un rotundo 57,8% de los entrevistados aseguraba que no existían cauces adecuados de expresión en España, si bien eso no justificaba por sí mismo el asalto.

Sobre la reunión de Montejurra, las opiniones eran claramente favorables, y sólo a un 7,1% le parecía mal que se celebrase, un 5,5% consideraba que no tenía sentido y un 14,1% lo veía con indiferencia. Respecto al significado de la cita, para un amplio 75,9% tenía un marcado carácter político, que un mayoritario 40,1% aprobaba. Y sobre Estella-Lizarra, era el hecho menos conocido y apenas un 7,8% daba alguna referencia. En cualquier caso, cuando se les refería, un 24,0% respondía que existían motivos, aunque para algunos de los encuestados no fuesen suficientes, para esta actuación de los jóvenes carlistas.

En cuando a la “simpatía” por el movimiento, un 36,9% declaraba sentir bastante o mucha

Interrogados sobre el carlismo, la mayoría (51,3%) refería que existían diversas tendencias, aunque los más (58,0%) decía que no conocía las diferencias entre ellas. De los que decían conocerlas, un 28% dividía a sus seguidores entre “tradicionalistas y socialistas”, haciendo gala de una buena información y seguimiento de la actualidad del movimiento.

Finalmente, sobre la figura que mejor representaba el carlismo, un 20,7% señalaba claramente a Carlos Hugo sin respuesta inducida, frente a un 58,6% que decía no saberlo y otras respuestas residuales. Y en cuando a la “simpatía” por el movimiento, un 36,9% declaraba sentir bastante o mucha. Los que decían no tener ninguna eran un 17,6% y los indiferentes, un 14,4%.

Apenas cinco años después se produjeron los conocidos como Sucesos de Montejurra, en los que dos pistoleros de la Comunión Tradicionalista que lideraba Sixto de Borbón Parma, hermano de Carlos Hugo, en lo que se acabó demostrando como un complot del Estado en plena transición, mataron a dos carlistas del sector progresista. En concreto, se trataba de dos carlistas que militaban en la Hermandad Obrera de Acción Católica y en el Movimiento Comunista de España, respectivamente.

Origen: El enemigo en casa: la amenaza para Franco de un carlismo de izquierdas

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