El fraile español al que mataron en Filipinas con la tortura china del Ling Chi, la muerte por mil cortes
Vecinos de Peraleda de la Mata quieren convertir la casa donde nació Fray León de San José en un museo y la parroquia iniciará los trámites para solicitar su canonización
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A Fray León de San José muy pocos le recuerdan. A su muerte, el obispo de Plasencia ordenó pintar un cuadro con su martirio para que su memoria nunca se perdiera, pero con el tiempo se fue diluyendo su figura hasta el olvido. En Peraleda de la Mata, su pueblo natal, aún conservan el cáliz de plata que los agustinos de Filipinas regalaron a su parroquia en agradecimiento de la sangre cacereña vertida por sus pobres. Y también aquella pintura encargada en el siglo XVIII, poco o nada afortunada, en la que un haz de luz ilumina al fraile español antes de ser decapitado.
Con las muñecas ensangrentadas y las manos cortadas a sus pies, su autor intentó representar la horrible tortura a la que fue sometido este joven religioso en 1740. Fray León de San José había llegado a Filipinas en 1737, con 30 años, y por su valor, su entrega y su conocimiento del tagalo, el idioma nativo, había sido enviado al convento de Calavite, en la peligrosa isla de Mindoro.
«Mindoro era el corazón del infierno, la isla más azotada por los bárbaros piratas», describe el peraleo Ángel Castaño, que junto con su padre ha investigado la historia del mártir. Nombrado visitador, Fray León recorría las aldeas de la costa ayudando a los nativos y predicando el evangelio, precisamente en la zona más azotada por las incursiones piratas. Hasta que aquel fatídico 23 de octubre de 1739 uno de tantos ataques piratas le sorprendió en Ililin. «Tal vez tuvo ocasión de huir, como sus dos compañeros frailes y muchos otros, cuando el vigía dio la voz de alarma, pero Fray León decidió intentar poner a salvo los vasos sagrados de la capilla para evitar la profanación de las sagradas formas», relata Castaño.
No lo consiguió. El fraile cacereño fue capturado y llevado a la isla de Lío, donde quedó en manos de los tirones, los más crueles de entre los piratas de aquellos parajes.
«Los frailes eran un botín muy codiciado porque se aseguraban luego un buen rescate por ellos», según explica el investigador peraleo, presidente de la asociación cultural Raíces de Peraleda. Pero no estaba en el temperamento de Fray León esperar su rescate manteniéndose sumiso y obediente mientras era sometido a trabajos forzados en la isla-prisión. El joven agustino ayudaba a los cristianos cautivos y desafiaba la prohibición de evangelizar a los musulmanes, intentando convertirlos. Ante su insistencia, los tirones decidieron acabar con su vida de la forma más cruel.
«Después de tenerlo mucho tiempo desnudo en un monte ocupado en la dura faena de descascarillar palay (arroz con cáscara), le quitaron la vida en medio de los más atroces tormentos», se cuenta en el Catálogo de Agustinos Recoletos. En esta crónica, basada en el testimonio de varios indios que lograron escapar del cautiverio, se describe cómo «amarrándolo a un poste de madera y juntándose muchos moros con sus armas, le iba cada uno hiriendo poco a poco para que su muerte fuese más sentida y penosa, hasta que, habiendo pasado todos hiriéndole en diversas partes de su cuerpo, le cortaron brazos, piernas, narices y orejas, arrojando al mar su cuerpo».
A este tipo de muerte se le conoce como el Ling Chi o «la muerte por mil cortes». Es una tortura que estuvo en vigor en China como máxima pena capital hasta 1905, aunque pocas veces fue usada ya que se reservaba para los casos de extrema gravedad. Durante la dinastía Ming, según la saña de los ejecutores y la lentitud del proceso, los cortes podían llegar hasta los 3.000 y la agonía del ejecutado podía prolongarse durante horas.
Castaño explica que «los detalles de esta ejecución van más allá de la breve descripción esquemática que nos dan las crónicas sobre nuestro mártir y la versión más espeluznante se queda corta, pues omiten por decoro y horror que también se cortaban los genitales, que habitualmente se sacaban los ojos y finalmente se iba rebanando la piel hasta dejar a la vista el hueso en la zona de los pechos y algunos otros».
«Para aliviar el sufrimiento del reo a menudo le daban opio, o un familiar pagaba al verdugo para que le provocara la muerte con mayor rapidez, pero en el caso de Fray León, cuyos verdugos eran sus propios enemigos y no había nadie en condiciones de interceder por él, debemos suponer que nadie ni nada pudo ahorrarle los terribles sufrimientos de esta inhumana ejecución», añade el investigador.
Al ajusticiado se le cortaba al final la cabeza, tal como algunas crónicas cuentan que se hizo con Fray León. Tan solo se conoce otro caso de un religioso occidental que padeciera este tormento. Fue el francés Joseph Marchand, que murió ejecutado del mismo modo a los 32 años en 1835 en Vietnam y que fue canonizado por Juan Pablo II. «Un precedente para la justa canonización de nuestro mártir», apunta Castaño.
Un rescate que no llegó
La noticia del ataque a Ililin y la captura de Fray León tardó meses en llegar a Manila. Cuando por fin los agustinos se enteraron de la desgracia , suplicaron al gobernador Gaspar de la Torre que enviase un barco en su rescate, pero éste respondió a los religiosos «que habían ido a Filipinas a sufrir el martirio».
Ante la actitud del gobernador, el provincial de la orden elevó una queja al Rey de España pero aún antes de que llegara su respuesta, el gobernador, temeroso de las consecuencias que podría tener la carta, envió un barco a negociar el rescate del fraile a la isla de Joló, centro del mercado de esclavos. Llegó demasiado tarde. Fray León había sido ya asesinado.
La notificación oficial de su muerte llegó en 1741 al concejo de la Mata -que englobaba los actuales pueblos de Peraleda, Navalmoral, Millares y otros- y se archivó en la iglesia de Santa María de la Mata (hoy conocida como ruinas de San Gregorio). Actualmente se custodia en Navalmoral de la Mata.
En Peraleda se encuentra la casa natal del fraile, actualmente en venta, que conserva su estructura y aspecto originales. A un año de que se cumpla el 280 aniversario de su muerte, Raíces de Peraleda está impulsando su compra por parte del pueblo para convertirla en un museo. «Contaría con una parte para exposición de todos los objetos y documentos relacionados con el mártir, otra sección filipina dedicada a la cultura mangyar de las tribus de Mindoro en las que misionaba y el resto mantendría el aspecto original de la casa antigua, funcionando como museo etnográfico y centro de interpretación», describen desde esta asociación que ha sumado esta iniciativa a su lucha por el rescate del dolmen de Guadalperal y por la restauración del retablo esgrafiado del pueblo.
La parroquia de Peraleda también está interesada en iniciar los trámites para solicitar la canonización de Fray León de San José, con la esperanza de que se unan a su empeño otras parroquias cacereñas y filipinas, así como la diócesis de Plasencia y el vicariato de San José en Mindoro.