22 noviembre, 2024

El genocidio de Tasmania que exterminó a los aborígenes y del que nadie habla – Cultura Colectiva

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Hambre de gloria, ansias de expansionismo, necesidad de control y una terrible intolerancia hacia personas o grupos étnicos a los cuales considera diferentes e inferiores, han llevado al ser humano de todas las épocas a perpetrar crímenes en masa de manera despiadada, sin distinción de género o edad. Los historiadores concuerdan en que imperios como el romano o el mongol (bajo el mando del terrible Genghis Khan) tenían la costumbre de arrasar con cuantos pueblos se interpusieran en su camino.

Entre los genocidios más famosos que han marcado la historia de la humanidad se cuentan el que Hitler llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial para exterminar al pueblo judío, el ejecutado por los turcos entre 1915 y 1923 en el que murieron un millón y medio de personas para expulsar al pueblo armenio de sus fronteras, el genocidio ucraniano provocado por la URSS o el genocidio de Bengala que los ingleses provocaron y del que nadie habla.

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La historia es rica en este tipo de lamentables acontecimientos que se han efectuado en muchas más partes del mundo de lo que nos gustaría saber. Por desgracia, a este lista debemos agregar uno más y del que pocos saben: aquél que los ingleses llevaron a cabo en Tasmania para arrasar con la población aborigen de la isla.

Tasmania se encuentra a 240 km al sureste de Australia, territorio al cual pertenece. Ambos territorios están separados por el estrecho de Bass. Hace 13 mil años estuvieron unidos geográficamente, sin embargo, la subida de las aguas propició la separación de las tierras y así fue como Tasmania terminó convertida en isla.

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Tasmania era habitada por los Palawa, una sociedad nómada de aborígenes que se caracterizaban por su piel tostada, rasgos faciales toscos, baja estatura y una tecnología sencilla comparada con la que otras sociedades primitivas dominaban. Su medio de subsistencia era la recolección y la caza, sobre todo, de canguros. Los primeros datos respecto a ellos provienen de los colonizadores europeos que llegaron a Tasmania. Específicamente, en 1642, el navegante holandés Abel Tasman arribó a la isla, haciéndose de esa manera su descubrimiento oficial para las culturas occidentales. Tasman bautizó a la isla como Tierra de Anthoonij Van Diemen.

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Sin embargo, no fue sino hasta 1803 que los colonizadores ingleses llegaron a este territorio para crear en él el primer asentamiento europeo en Tasmania. Su intención era establecer una colonia penal que tuviera lejos de Inglaterra a los criminales más peligrosos de aquel tiempo, además de expandir su territorio. Pero Tasmania ya tenía dueño: los Palawa, quienes habían habitado desde hacía 35 mil años este lugar y lo consideraban con, toda justicia, su hogar. La colonia de Palawa era de entre 5 mil y 10 mil miembros.

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Los colonos europeos pronto comenzaron la construcción de casas, la excavación de pozos, la práctica de la agricultura y a expandirse por territorios donde los Palawa solían pasar y buscar su sustento. Los asentamientos de los ingleses eran numerosos, lo que comenzó a causar molestias entre los aborígenes, quienes veían cómo los invasores les impedían el paso a las zonas de caza. Pronto, los habitantes originales de Tasmania comenzaron a padecer de hambre, sed y sus provisiones menguaron de manera considerable. Esta situación duró cerca de un año.

Fue en 1804 cuando los aborígenes, desesperados por no conseguir alimento, organizaron un ataque en contra de la colonia inglesa de Risdon Cove. Eran cerca de 300 Palawa los que llegaron de manera violenta con la intención de recuperar las tierras sagradas que les daban de comer a ellos y sus familias. El combate fue desigual: los ingleses únicamente tuvieron que hacer uso de sus armas de fuego para ahuyentar a los valientes aborígenes que contaban tan sólo con lanzas y piedras para pelear, una batalla fácilmente ganada por los nuevos habitantes.

La expansión de las colonias inglesas en Tasmania crecía con rapidez conforme el paso de los años. Los campos de cultivo se expandían por miles de hectáreas, así como el ganado. Para los aborígenes era abrumador ver cómo su territorio era devorado por hombres blancos con armas de fuego ante ellos, que podían hacer muy poco. Para 1824, los colonos sumaban una población de más de 12 mil miembros. A lo largo de toda Tasmania, los casos de crímenes contra aborígenes eran escandalosos. Los ingleses arrasaban con todo aquel Palawa que quisiera encararlos. Para las tribus era una situación alarmante y triste, ya que perdían miembros y oportunidades de sobrevivir.

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Otra situación vino a hacer más grande la ola de violencia en contra de los Palawa. Tasmania era una colonia dominada por hombres que no había dejado de servir a su principal propósito de penitenciaría. Eran cerca de seis hombres por una mujer, mientras que en las prisiones la cifra aumentaba: ahí eran cerca de 10 hombres por una mujer. Así, los aborígenes comenzaron no sólo a ser asesinados sino a sufrir ataques para raptar mujeres que sirvieran como esclavas sexuales.

Para 1828 se impuso una Ley Marcial que buscaba dar una solución final a la situación con los aborígenes, quienes ya eran considerados como un problema para los colonos. Con el fin de dar por terminado el conflicto de una vez por todas, las autoridades decidieron exterminar totalmente a los Palawa. Pronto comenzaron a pagar recompensas por cada hombre o niño que fuera entregado vivo o muerto.

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Para 1833, quedaban tan sólo 220 aborígenes vivos, quienes se rindieron ante la imposibilidad de frenar la violencia inglesa en su contra. Ya en 1834, el conflicto –o mejor dicho, el genocidio– se dio por terminado. Los ingleses, como siempre se ha hecho con las poblaciones disminuidas, decidieron otorgarles un lugar ínfimo a los Palawa para su sobrevivencia: la pequeña isla Flinders.

Los dueños ahora eran los intrusos a quienes se les hacía el favor de contar con un pequeño pedazo de tierra para vivir sus últimos días. Al no saber ni pescar ni cosechar, la población de aborígenes comenzó a morir hasta quedar unos 150 miembros vivos. En 1847 tan sólo quedaban 47 Palawa vivos. Las enfermedades que los ingleses habían traído desde Europa cobraban factura entre los auténticos dueños de Tasmania, quienes no tenían modo de protegerse ante ellas.

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La última aborigen de pura sangre que quedaba viva tenía el nombre de Truganini, hija de Mangerne, uno de los tantos líderes de las múltiples tribus de aborígenes de Tasmania. Ella nació en pleno conflicto entre su raza y los ingleses (en la llamada Guerra Negra) y sirvió como intérprete para el misionero cristiano George Augustus Robinson en sus diversos viajes a lo largo y ancho de la isla. Truganini lo hizo porque creyó que así podría librarse de la violencia de los ingleses. Después de convertirse al cristianismo, cambiar su nombre e irse a vivir a Melbourne, Truganini siempre fue perseguida y rechazada por su origen racial.

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En 1876 Truganini murió y con ella la sangre Palawa en su totalidad. Su destino tras su muerte siguió siendo triste. Pese a que pidió ser cremada y que sus cenizas fueran arrojadas al mar, su cuerpo fue enterrado en una penitenciaría para mujeres. Dos años después, sus restos fueron exhumados para estudiarlos y exhibirlos en un museo. En el centenario de su muerte, 1976, sus deseos se cumplieron. Ahora Truganini descansa en las olas del mar que azotan las playas de Tasmania, el territorio que siempre llevará sangre aborigen en su fondo muy a pesar de que la raza blanca sea la que domine en él.

Hemos visto que las matanzas y la intolerancia forman parte de la historia. Por ello es que las historias sobre ello abundan en el mundo entero, tal es el caso del sangriento genocidio japonés del que nadie habla y las crueles y desgarradoras historias de los genocidios que marcaron el siglo XX.

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Referencias

Muy Historia
The Guardian

Origen: El genocidio de Tasmania que exterminó a los aborígenes y del que nadie habla – Cultura Colectiva

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