El héroe español del Lusitania
Vicente Egaña Aguirre salvó a cuantos pudo antes de arrojarse al mar y aún intentó socorrer a más náufragos de la tragedia antes de ser recogido en un bote
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Era un bello día aquel 7 de mayo de 1915. El RMS Lusitania navegaba apaciblemente a unas veinte millas de Irlanda con mar en calma, suave temperatura y música a bordo. Se estaba acabando de servir la comida cuando, hacia las dos y media de la tarde, el colosal trasatlántico que había zarpado de Nueva York con destino a Liverpool se estremeció violentamente. Acababa de ser alcanzado por un torpedo alemán.
Las vidas de los dos mil pasajeros del Lusitania estaban en juego. También la de Vicente Egaña Aguirre, un joven bilbaíno «simpático, de rostro apacible y con unos ojos claros, grandes, de muñeca», que paseaba por el pasillo del comedor cuando sintió el impacto. Llevaba de la mano a Della, una niña inglesa con la que jugaba a ratos. No sabía inglés, pero la niña y su madre le habían cogido cariño y le enseñaban algunas palabras durante su viaje al Reino Unido. La música de la orquesta cesó, el barco se detuvo y lentamente comenzó a inclinarse a un lado. El capitán William Thomas Turner apareció en cubierta, dando órdenes de evacuar el barco.
Así lo contó el propio Egaña con voz entrecortada al periodista Eduardo Haro a su llegada a Londres, apenas unos días después de la tragedia. En medio de la confusión, los gritos y la enormidad de la catástrofe, el joven bilbaíno se negó a tomar sitio en uno de los botes, cediendo su sitio a una señora y se lanzó en busca de sus amigas inglesas. «Madre e hija, abrazadas, lloraban aterradas. A viva fuerza las fue empujando escalera arriba, hasta llegar a cubierta, y las metió en un bote que las poleas, con un chirrido angustioso, dejó sobre las olas», escribió después el redactor del diario «La mañana».
Un despacho de «Le Figaro» publicado por ABC describía cómo «se lanzó en busca de mujeres y niños; recorrió el buque de popa a proa muchas veces y sacando en brazos a los niños de los camarotes iba a depositarlos en las canoas; alentando a las mujeres, que corrían alocadas por el buque, e infundiéndoles valor, las llevaba del brazo hasta los botes y volvía a meterse por los pasillos, animando y tranquilizando a todo el mundo».
De su valor dieron cuenta un buen número de periódicos. «The New York Times», que reseñó el 10 de mayo de 1915 la heroicidad de «Vincente Egana», «… a young Spaniard who saved many women before he too went down with the ship and was in the water several hours before being rescued». Ese mismo día «The Daily News» describió que «había lágrimas en sus ojos y su única preocupación era salvar a cuantos podía, antes de pensar en su propia vida». Según este diario londinense, «él y el capitán Turner fueron los últimos vistos en el Lusitania».
Aún señala que el joven español se arrojó al mar y «nadó alrededor del barco con la esperanza de salvar más náufragos».
Cuando nadaba para alcanzar un bote, oyó cerca un grito: «¡Auxilio! ¡Soy Vanderbilt!» Era el millonario Alfred G. Vanderbilt, que se estaba ahogando. «Quiso el bilbaíno salvarle, ofrecerle una mano, pero fue inútil; el mar se apoderó en aquel momento de otra víctima», señaló el Haro en su crónica.
Al poco él fue recogido por un bote y vio cómo una ola gigantesca se levantaba al hundirse por completo el trasatlántico, tragándose varias embarcaciones con personas que ya se creían salvadas. En total, 1.198 personas fallecieron en este naufragio que pudo haber influido en la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial.
Al día siguiente, mientras descansaba en su habitación de hotel, Egaña sintió que llamaban a la puerta. Era Della, la niña inglesa, y su madre, agradecidas por haberles salvado la vida.
Emprendedor en México
A su llegada a Londres días después, el náufrago del Lusitania sonreía y trataba de quitar importancia a lo que había hecho. Durante su conversación con Eduardo Haro le contó brevemente que había marchado a Puebla (México) a trabajar, donde había hecho fortuna antes de embarcar primero en el «Monterrey» hasta Nueva York y tomar después un pasaje en el Lusitania.
J. Bengoechea amplió la biografía de este héroe vizcaíno en la Revista Vascongada. Vicente Egaña Aguirre había nacido en Bilbao, en la calle de San Nicolás del barrio de Olaveaga. Allí residían en 1915 sus padres. Fue alumno del colegio de Santiago Apóstol y estudió contabilidad en la academia que dirigía Félix Alegría para dedicarse al comercio. A los 16 años se fue a México, donde ya se hallaban empleados sus hermanos Ricardo y Ramón y con ellos trabajó antes de emprender sus propios negocios, como la «Compañía cerillera de Puebla» que impulsó junto con un asturiano.
Además de esta fábrica, Egaña Aguirre exportaba productos, como el añil, a Inglaterra. Por ello se dirigía en el Lusitania al Reino Unido, «a arreglar sus negocios mercantiles», según Bengoechea.
Aficionado a la pelota y al teatro («ha solido representar en funciones dispuestas a beneficio del Hospital y del Centro Español»), la publicación vasca destacaba que este joven de 28 años era «queridísimo en toda la colonia española de Méjico (sic), y su carácter franco, noble y atrayente le granjea generales simpatías».
A Vicente Egaña se le concedió la cruz de Beneficiencia por su ejemplar conducta en la tragedia del Lusitania.
El 14 de noviembre de 1926, ABC informaba de su boda, por poder, en la Basílica de Begoña de Bilbao. Su rastro se pierde a partir de entonces. Una lápida en Idaho a nombre de «Vicente Egana» ha llevado a algunos a pensar que podría ser suya, pese a que las fechas no concuerdan.
A Elisa Yacoma su madre le contaba que Vicente Egaña, amigo de su abuelo Jesús Díaz Halkin, «había sido honrado en el mundo como el héroe del Lusitania y solía visitarlos en su piso de Bilbao cuando venía de México», dónde tenía fábricas en Puebla.
«Era muy amigo de mi abuelo y sus hermanos, hasta el punto de ofrecerle refugio en su empresa en México cuando mi abuelo tuvo que exiliarse en Francia y luego en Argentina a raíz de la guerra civil», relata agradecida. «Era muy deportista, por eso pudo salvar tantas vidas», añade.
Para Eduardo Haro, fue «un honor» estrechar la mano de este valiente español que pudo morir por salvar otras vidas, dio ejemplo de humanidad y «fue el último que abandonó el Lusitania».
Origen: El héroe español del Lusitania