El ‘Juego del calamar’ de Stalin: terror y asesinatos en la ‘isla de la muerte’ comunista
En 1933, la URSS deportó a seis millares de hombres, mujeres y niños hasta el inhóspito paraje de Nazino; el resultado fue una suerte de ‘battle royale’ en el que el premio era la comida
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Se podrá acusar a Iósif Stalin de muchas cosas, pero no de estar poco informado. En el verano de 1933, una década después de que fuera nombrado Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, el Camarada Supremo recibió un estremecedor informe en su despacho. Una ojeada rápida le confirmó que hablaba de unos cinco mil enemigos del comunismo que habían sido trasladados por la fuerza hasta la isla de Nazino, en la región de Siberia: «Hambrientos, depauperados, sin techo, sin útiles… los deportados se encontraron en una situación sin salida. […] Muy pronto se produjeron casos de canibalismo».
El autor del informe, el instructor del partido de Narym en Siberia occidental, se ahorró algunos detalles escabrosos.
Quizá por no soliviantar a Stalin, porque escandalizarle a golpe de barbaridades era una tarea imposible. Entre los datos que evitó dejar sobre blanco se hallan algunas minucias –nótese la ironía– como la batalla campal que se inició por los alimentos. Una suerte de ‘ Juegos del Calamar’ en los que el premio era poder merendarse el cadáver inerte del enemigo. O algunas partes, al menos. «No es cierto que comiera carne humana. Solo hígados y corazones», explicó un superviviente que prefirió permanecer en el anonimato en una entrevista recogida por los periodistas Andrei Filimonov y Robert Coalson.
Cazar al disidente
Aunque el viaje hacia Nazino comenzó antes, en 1917. A pesar de la imagen que perdura, la realidad es que el respaldo popular a los bolcheviques no era todo lo férreo que debería. La solución que planteó Lenin primero, y Stalin después, fue la persecución indiscriminada del «enemigo de clase». A saber: cualquiera que estuviera a la derecha del gobierno y que, en sus palabras, trabajara de forma abierta o secreta para destruir la revolución. El problema fue que ese abanico incluía a demasiada gente. Desde campesinos burgueses o kulaks, apelativo que podía ser aplicado a discreción por la Cheka, hasta una persona que viajara sin billete en el tranvía.
Las consecuencias no tardaron en dejarse notar. Las cárceles se llenaron de reos –muchos, considerados enemigos del estado– y los diarios señalaron que la Guardia Roja «arrestaba a cientos de personas todos los días y después no sabían qué hacer con ellas». La falta de espacio físico obligó a reconvertir sótanos y viejos edificios en prisiones, aunque eso no palió la falta de medicinas, comida e higiene. Por si fuera poco, la política del Terror Rojo (las detenciones masivas orquestadas entre septiembre y octubre de 1918) acabó de saturar el sistema penitenciario. ¿Qué hacer para acabar con estos problemas de un solo golpe?
La solución consistió en crear, allá por la década de los veinte, diferentes campos de concentración apartados de la civilización, para evitar miradas indiscretas. El primero, fundado en 1923 por la sucesora de la Cheka (la OGPU, o Dirección Política Estatal Unificada), se ubicó en el archipiélago de Slovki, en el mar Báltico. Un triste preludio de otros tantos centros de muerte que, en 1930, ya con Stalin en el poder, pasaron a integrar la Dirección Principal de Campos de Trabajo Correccional y Asentamientos Laborales o GUITLTP. Una institución que, por motivos de practicidad, fue renombrada con el acrónimo Gulag: Dirección General de Campos de Trabajo.
Terror en Nazino
Y de aquí, al ‘Juego del calamar’. Durante los años treinta, en el marco de la campaña de ‘deskulakización’ –como la denominan los autores de ‘El libro negro del comunismo’–, Stalin decidió deportar a miles de colonos a la isla de Nazino. Así lo especifica el informe enviado al Camarada Supremo en 1933: «Los días 29 y 30 de abril de 1933, dos convoyes de elementos desclasados nos fueron enviados por tren desde Moscú y Leningrado. Llegados a Tomsk, estos elementos fueron introducidos en gabarras y desembarcados, unos el 18 de mayo y otros el 26 de mayo, en la isla de Nazino, situada en la confluencia del Ob y de la Nazina».
El primer convoy de barcazas de madera dejó en el enclave a 5.070 personas y, el segundo, a 1.044. «Las condiciones de transporte eran terribles: alimentación insuficiente y execrable; falta de aire y de sitio; vejaciones padecidas por los más débiles. Resultado: una mortalidad cotidiana de 35-40 personas», añade el informe. Un juego de niños si se tiene en cuenta lo que se encontraron en la isla… Y es que Nazino era una verdadera pesadilla virgen de comida y de población en la que plantar algún alimento era una tarea imposible. «No había nada. Ni útiles, ni semillas», desvela el documento. Lo peor es que la idea original consistía en que los presos formaran una colonia autosuficiente que no generara gastos al estado.
Tan solo una jornada después de llegar a aquel paraje perdido comenzaron los problemas. Los ‘colonos’, si es que se les puede llamar así, sufrieron las inclemencias de la meteorología y de la falta de alimentos. «Hambrientos, depauperados, sin techo, sin útiles, los deportados se encontraron en una situación sin salida… Solo pudieron encender algunos fuegos para intentar escapar del frio», explica el informe. Tras la primera noche fallecieron 295 personas. Al quinto, la situación era tan desesperada que el gobierno stalinista se apiadó de ellos y envió vituallas: unos escasos sacos de harina que arrojaron desde las gabarras. Pero no había horno en el que cocerla, así que muchos se ahogaron al comérsela y otros tantos contrajeron diferentes enfermedades al mezclara con agua del rio.
Aunque lo peor estaba todavía por llegar. La escasez de alimentos fue todavía más acuciante cuando las autoridades stalinistas desembarcaron en la isla a otros seis millares de refugiados. Aquello despertó los instintos más bajos de los colonos y empezó una suerte de ‘battle royale’ en la que primaban los asesinatos y los casos de canibalismo. Investigaciones como las llevadas a cabo por Filimonov y Coalson demuestran que los deportados se organizaron en pequeñas bandas para defenderse de sus compañeros y atacar al enemigo. El único objetivo era sobrevivir un día más en aquella isla.
En su reportaje, los periodistas recogen el esclarecedor testimonio de Feofila Bylina, residente en las cercanías de Nazino. La anciana les explicó que, en una ocasión, escondió en su casa a una superviviente de la ‘isla de la muerte’, como la conocían: «Escapó mientras la llevaban a otro campamento. Pregunté qué le había pasado y me dijo que le habían cortado trozos de carne de las pantorrillas. Podía moverse sola, pero con dificultad. Parecía una anciana, pero no tendría más de cuarenta años». Los testimonios de los supervivientes que atesora el Museo GULAG de Tomsk son todavía más escalofriantes:
–¿Comió carne humana?
–No es cierto que comiera carne humana. Solo hígados y corazones.
–¿Podría darnos más detalles?
–Fue muy simple. Hicimos brochetas con ramas de sauce, les cortamos en trozos, pusimos estos en las brochetas y los asamos al fuego. Escogí a los que no estaban del todo muertos, pero que se iban a ir.
La locura que se vivió en Nazino se cobró unas cuatro mil vidas. Aunque los datos varían según las fuentes. La situación era tan precaria que Stalin evacuó la isla en varias oleadas hacia las denominadas «aldeas de colonización». En la práctica: ciudades más pequeñas y mejor ubicadas. El informe de 1933 también se refirió a ellas: «Las aldeas en cuestión eran de naturaleza virgen. No obstante, en algunas se consiguió instalar un horno primitivo, lo que permitió fabricar una especie de pan». La idea de Stalin fue un desastre como experimento colonizador, nada extraño en un dictador obsesionado con deportar a todo aquel que estuviera en su contra.
Origen: El ‘Juego del calamar’ de Stalin: terror y asesinatos en la ‘isla de la muerte’ comunista