El maqui ‘La Pastora’, una vida de resistencia
El maqui más popular y de quien más se ha hablado en el norte valenciano ha sido, sin duda, Florencio Pla Meseguer, La Pastora . Y no lo ha sido por su significación en la olvidada resistencia armada antifranquista, sino más por la fascinación generada por aspectos de su trayectoria y del uso que de él se hizo: escapado y perseguido durante años, vida en solitario en las montañas y, especialmente, la supuesta ambigüedad o indefinición sexual. La criminalización y el consiguiente sensacionalismo mediático esparcieron una imagen muy diferente a lo que realmente fue. Incluso, apelar a La Pastora llegó a ser como citar al monstruo que da miedo, al hombre del saco o al coco que asusta a los niños y niñas que no quieren dormir.
Los mitos suelen tener, por definición, un largo recorrido; y el esparcido sobre la Pastora así lo corrobora. La misma atracción generada por un personaje cuyos atributos no encajaban en los parámetros considerados normales ha generado interés, rumores y una amplia imaginación. Por eso, el objetivo de estas líneas es presentar a Florencio en carne y hueso, despojándolo de ciertas concepciones ligadas a la criminalidad o a la morbosidad que se fueron difundiendo por estos lugares.
Florencio vivió una vida llena de adversidades desde el mismo nacimiento, el 1 de febrero de 1917 en la masía de La Pallissa de Vallibona (Els Ports). Las dudas sobre su sexo, así como la voluntad de los padres al evitar el molesto servicio militar, hizo que le bautizaran como Teresa; esto, en el cerrado mundo rural del primer tercio del siglo XX, le abocó al analfabetismo, a espacios de género binarios y excluyentes, ya los roles y la vestimenta determinados por el sexo femenino. Siendo el menor de siete hermanos, se crió sin padre, que murió a los tres años. El apego al trabajo y la austeridad, tanto en la forma de vivir, como también en la comunicación, condicionaron su vida y sus relaciones personales; sin embargo, como reconoció en una entrevista que le hizo Miquel Alberola en El Temps , no le explicaron nunca por qué le bautizaron como mujer.
Según su testimonio, sólo fue a la escuela unos días, en tiempos de tomar la comunión, y siempre se sintió hombre. En sus palabras, en el interrogatorio realizado en 1960 por el inspector Tomás Cossías, “masculinos son sus sentimientos y cree que hasta su aspecto físico”. De hecho, según confesó, quiso, infructuosamente, presentarse voluntario en la Guerra Civil para hacerse con documentación de hombre. Sin embargo, la «anomalía» sexual (con el diagnóstico de «pseudohermafroditismo masculino») que tenía Florencio y, especialmente, las confusiones al respecto en un mundo que no miraba más allá de los roles binarios de género y de los otorgados desde el nacimiento , le llevaron a dificultades en la vida social, a ciertas muestras de incomprensión ya burlas.
Por si fuera poco, las adversidades vividas aumentaron durante la Guerra del 36 (donde perdió un hermano) y especialmente desde finales de los cuarenta. En 1943, después de trabajar, desde muy pequeño, de pastor y jornalero agrario en diferentes masías, fue contratado en la masía La Pastora, del término de La Pobla de Benifassà. Estando allí fue cuando, desde finales de 1944, se empezaron a ver hombres armados por las comarcas del interior castellonense. Llegaron después de la operación militar Reconquista de España (que intentó ocupar el Valle de Arán) y de las infiltraciones posteriores desde el Estado francés impulsadas por el Partido Comunista de España (PCE) y por la Unión Nacional Española (UNE ), con el objetivo de derrocar la dictadura de Franco. La confluencia de éstos con grupos de huidos o escapados de las prisiones (caso de la partida de Cinctorrà , de la comarca de Els Ports) y de hombres provenientes de la guerrilla urbana de Valencia sirvió, en la primavera de 1946, para formalizar la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA), con el objetivo de poner en marcha una resistencia armada para acabar con la dictadura.
Tanto el proyecto político, que buscaba ampliar simpatías, como la necesidad de aprovisionarse, convirtieron a la población civil en el cordón umbilical de la agrupación. La colaboración, ya fuera en forma de proporcionar refugio, adquirir y suministrar víveres, ropa o alpargatas, esconder armamento o informar de los movimientos de la Guardia civil fue vital para la supervivencia guerrillera. Parece que Florencio no tuvo contacto con ellos hasta el año 1948, fecha en la que uno de los sectores de la agrupación (el 23) se desplazó hasta la Tenencia de Benifassà. Desde octubre, las visitas de guerrilleros a la masía de La Pastora fueron progresivamente asiduas; era una partida liderada por Carlos el Catalán , jefe del sector más díscolo de la agrupación y que se encontraba en franca bajada debido a la intensidad represiva y de la ola de deserciones que se había producido desde la primavera de aquel año.
Florencio, junto al marido de una de las propietarias de la masía, Francesc Gisbert, empezó a suministrar de forma regular a los maquis hasta el 4 de febrero de 1949. Aquel día se inició un asalto de la Guardia Civil a la próxima masía del Cabanil, donde se habían refugiado cuatro guerrilleros. La muerte de tres y la detención de uno de ellos ( Tio Pito , posteriormente ejecutado en Paterna), así como el arresto de Gisbert (torturado y asesinado bajo el pretexto de la Ley de Fugas), forzó a Florencio Pla a escapar de la Guardia civil —con quien ya había tenido un encuentro humillante cuando el teniente Mangas le forzó para descubrir sus genitales— ya unirse a la partida y hacerse guerrillero del AGLA.
Una vida clandestina y guerrillera
La entrada en la agrupación le supuso un cambio trascendental no sólo para iniciar una vida clandestina, guerrillera y de persecución: fue reconocido como un hombre más, participó –sin distinción– en tareas o acciones y superó el rol femenino asumido en el entorno rural. Como guerrillero, tomó el mote de Durruti , se inició en el aprendizaje del uso de las armas, en la politización (precaria) y comenzó una alfabetización completada posteriormente en prisión. Eso sí, su estancia en la Agrupación se caracterizó por la discreción y por adquirir un papel totalmente secundario en un momento donde la situación de la Agrupación era, especialmente en el sector 23, dramática.
La intensa represión, la desmoralización, el progresivo declive de las redes de colaboración y las fricciones internas (con abundantes deserciones e incluso ajusticiamientos) impedieron a Durruti a abandonar la Agrupación tras la propuesta de Francisco Serrano , jefe de batallón del 17 sector, en octubre de 1950. Desde ese momento, la partida independiente que ambos formaron tuvo el objetivo básico de sobrevivir, con pequeños “golpes económicos” (liderados por Francisco), aprovechando su conocimiento del territorio (Montsià, Els Ports, Maestrat, Baix Ebre, Matarranya, Baix Aragó). Después de estar en Andorra entre mayo y octubre de 1952 dedicándose a trabajos agrarios, volvieron y se asentaron, la mayor parte del tiempo, en el campamento de la sierra de Espadella de Xert. Sin embargo, el 2 de agosto de 1954, el intento de asalto al chalé de la acomodada familia de los Numen, en Reguers (Tortosa), culminó con la muerte, por uno de los hijos, de Francisco.
Desde entonces, La Pastora permaneció a solas, entre la sierra de la Espadella y el barranco de Vallibona, sobreviviendo de la recolección y de pequeños y dispersos robos de huertas, bancales y bodegas. Dos años más tarde, decidió, de nuevo, buscarse la vida por Andorra; en la masía de Les Pardines, de Sant Julià de Lloria, donde ya se presentó con el nombre de Florencio. Se ganó la vida como pastor y con la compraventa de tabaco, hasta que el 5 de mayo de 1960 fue detenido. Fue conducido de la Seu d’Urgell a Lleida, Tarragona y, finalmente, a Valencia, donde tuvieron que trasladarlo de la cárcel celular de mujeres a la masculina.
Sometido a dos consejos de guerra, el 12 de diciembre de 1960 fue condenado por el juzgado militar de Tarragona por dos atracos a mano armada a veinticinco años por cada delito; y en el otro consejo de guerra, celebrado en Valencia el 21 de febrero de 1961, acusado del delito de bandidaje y terrorismo por actos cometidos en Castellón y Teruel (imputándole asesinatos que no había cometido), fue sentenciado a muerte hasta en su conmutación, el 29 de abril, por treinta años de reclusión. Tras estar en Valencia, en 1968 fue trasladado a El Dueso (penal de Santoña, Santander), donde su buena conducta y su trabajo le permitieron redimir penas. Por último, solicitó el indulto el 31 de marzo de 1977 e salió en libertad a julio de 1977, tras recibir la ayuda de Marino Vinuesa, funcionario de prisiones con quien había hecho gran amistad. Vivió el resto de su vida en casa de este hombre, situada en Olocau (Camp de Turia), hasta su muerte en 2004.
Florencio Pla, con una vida llena de adversidades, fue un gran superviviente, tanto en las condiciones vividas como en el tergiversado e intencionado relato que se hizo de él. Y es que el icono de La Pastora representó, para la postdictadura, las esencias de la antiEspaña : tanto para escapar de la norma (franquista) uniéndose a lo que llamaban “bandolerismo comunista”, como por la supuesta ambigüedad “contranatura” ” que divergía del considerado “orden natural” del mismo nacimiento (binarismo de género). Pastora fue el otro, el diferente, el culpable, el odiado y el temido. El incomprendido y el perseguido. Vivió más afuera que dentro de la sociedad y dentro de su discreción desafió y resistió al orden establecido, sobreviviendo a unas enormes adversidades. Una víctima y un superviviente de la dictadura y de una España negra no tan pasada.