24 noviembre, 2024

El mercenario republicano y la vedete: el romance que enfureció a Franco durante la Guerra Civil

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La nueva novela de Pedro Corral recrea la historia real de amor que vivió un piloto estadounidense que vino a combatir por dinero a España y acabó siendo derribado y condenado a muerte. La novia llegó a escribir al dictador pidiéndole clemencia y dicen que hasta adjuntó una foto suya en bañador

Miércoles, 21 de julio de 1937. «Mi amada querida: por fin tengo la oportunidad de escribirte. Lo he intentado varias veces, pero no me lo han concedido hasta hoy. Dios mío, ojalá sepas por ahora dónde me encuentro y que estoy vivo». La carta que así comienza, y otra fechada cuatro días después, se halla guardada en un cajón del Archivo Militar del Ejército del Aire, en el castillo de Villaviciosa de Odón, desde hace más de 80 años. Permanecía olvidada entre los documentos de un consejo de guerra contra varios pilotos republicanos capturados por los franquistas en la Guerra Civil.

Harold Dahl, de prisionero
Harold Dahl, de prisionero – ABC

Ambas están escritas desde la prisión provincial de Salamanca por Harold E. Dahl, un piloto estadounidense que había llegado a España, a finales de 1936, para servir como mercenario de la aviación de la República.

Solo hacía nueve días que su avión Chato había sido derribado en el frente de Brunete y ahora, a sus 27 años, esperaba el juicio en el que podría acabar fusilado. «Estoy hundido por el giro que han dado las cosas para nosotros. Solo Dios sabe que estábamos empezando a vivir, pero no debíamos haber arriesgado tanto. Quiero decir que yo no debería haber hecho esto. Dios te bendiga. Sé que procuraste sacarme de estos jaleos, pero yo deseaba empezar una nueva vida de una manera económicamente decente. Te quiero tanto, querida, que si salgo vivo de esto con mi pelliza, terminaré de darte preocupaciones», prometía en la segunda misiva.

El 12 de julio de 1937, Dahl había intentado zafarse de sus perseguidores en el frente de Brunete, en Madrid, cayendo en picado a 450 millas por hora, mientras su avión era destrozado por el fuego de las ametralladoras enemigas. Al intentar remontar el vuelo, perdió el control del aparato, porque las balas habían arrancado la mayor parte del entelado de las alas. Fue entonces cuando tuvo que saltar en paracaídas desde los mil pies de altura, apenas unos segundos antes de ver cómo su nave se estrellaba contra el suelo. Era la segunda vez que era derribado. De las dos salió indemne, pero en la segunda fue apresado por los franquistas.

Billy Wilder

Ninguna de las dos cartas que pudo escribir llegó jamás a manos de su destinataria, Edith Rodgers, una cantante de vodevil de Seattle con la que se había casado en México pocos días antes de embarcar hacia España. «Fue un hallazgo inesperado e impresionante. En el expediente había un primer interrogatorio a Harold, luego otro ante el juez, después distintas indagaciones y, entre las páginas 41 y 45, las dos cartas manuscritas en inglés y requisadas por los sublevados, con una traducción jurada, por si aportaban alguna información al juicio», explica Pedro Corral, autor de «Con plomo en las alas» (Almuzara, 2019), una novela en la que ha recreado la correspondencia del matrimonio que protagonizó la gran historia de amor de la Guerra Civil. Un romance que les convirtió en la pareja de moda en la época previa a la Segunda Guerra Mundial, que cautivó al gran Billy Wilder para escribir el guion de «Adelante mi amor» (1940) y que Franco «convirtió en una campaña de publicidad a favor de su régimen, dirigida al Gobierno y la opinión pública estadounidenses».

Edith Rodgers, en 1937
Edith Rodgers, en 1937 – ABC

«Cuando empecé a curiosear, descubrí que Dahl formó parte de una patrulla americana de las fuerzas aéreas de la República compuesta por mercenarios. Es decir, pilotos contratados de diferentes países por 1.500 dólares al mes, más otros 1.000 dólares de recompensa por cada avión derribado», cuenta el autor, para quien Dahl es uno de esos personajes «outsiders» que te dan otra perspectiva de la guerra. «En España, durante 80 años, hemos puesto etiquetas muy simples y maniqueas a todos los combatientes, como si todo fuera blanco o negro. No podemos desechar los miles de tonos grises que había, como Harold, que aporta una perspectiva insólitas y más interesante del conflicto», añade.

Efectivamente, Dahl no fue un piloto comprometido con la causa republicana. Corral lo califica de «antiépico, nada heroico. Un personaje curioso que vino a ganar todo el dinero que pudo derribando aviones italianos y alemanes, sin saber realmente por qué luchaban unos y otros. Pero se jugó la vida y eso no es nada fácil», advierte el autor, que no se olvida del pasado moralmente reprobable de nuestro protagonista.

Un estafador

Harold E. Dahl había huido a México porque en Estados Unidos estaba en busca y captura por pagar deudas de juego con cheques sin fondo. En el país vecino fue donde negoció su contrato con el Gobierno de Francisco Largo Caballero y donde conoció a su «amada» Rodgers, que estaba de gira. Desde allí viajaron juntos a Valencia, pero ella pronto se horrorizó de los bombardeos y se marchó a Cannes a esperarle. Por eso él, solo en su celda, con la vida pendiente de un hilo y sin un centavo en el bolsillo, insistía en lo que la República le debía por los servicios prestados. «Si puedes cobrarlo todo, son 6.500 dólares en total. Una razón para apresurarte es porque creo que la guerra va a terminar pronto y deberíamos tener el dinero cuanto antes», podía leerse en la segunda carta.

Película sobre Harold Dahl de Billy Wilder – ABC

Pero se equivocaba. La guerra no acabó hasta la entrada de Franco en Madrid el 28 de marzo y la conquista, en los tres días siguientes, de Cuenca, Albacete, Ciudad Real, Jaén, Almería, Murcia, Valencia, Alicante y Cartagena. Dahl estuvo preso todavía un año más, hasta el 22 de febrero de 1940, después de haber pasado tres en la cárcel de Salamanca y haberse librado de la ejecución por deseo del dictador. «El juicio fue un espectáculo. Franco juntó a siete pilotos de diferentes nacionalidades e, inmediatamente después de condenarlos a muerte, indultó a los tres rusos y a Harold haciendo mucha propaganda sobre su magnanimidad, diciendo que había perdonado la vida a unos pilotos que habían venido aquí a matar españoles», comenta Pedro Corral.

Durante cuatro años, la historia de amor de Harold y Edith llenó las páginas de las revistas y periódicos norteamericanos y europeos. Durante la estancia en prisión de su marido, la vedete realizó una incansable gira para pedir su liberación, reclamando a las autoridades estadounidenses que no le abandonaran a su suerte. En algún periódico se la presentó como la «esposa heroína del año». Y en los anuncios de sus actuaciones la calificaban como «la valiente y adorable rubia que desafió al fascismo en defensa de la democracia». En parte, por la carta que le envió a Franco, en septiembre de 1937, pidiendo clemencia para Dahl y adjuntando una atractiva fotografía suya con vestido de noche. «Ahora que la victoria está a su alcance, la vida de un piloto norteamericano no puede significar mucho para usted», le decía, entre otras cosas.

Algún diario de la España republicana aseguró que, en la fotografía, Rodgers aparecía en bikini, lo que habría conmocionado al futuro dictador y a todos los jerarcas del régimen en Salamanca. La vedete confirmó el envió, pero no que fuera en bañador. Y la revista «Life» publicó después la susodicha imagen de la cantante con un vestido de noche. Aquello le reportó más fama y numerosos contratos, mientras los medios extranjeros destacaban la supuesta respuesta de Franco con una despedida nada protocolaria: «Su seguro servidor que besa sus pies». Juan Eslava Galán asegura en «Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie» (Planeta, 2005) que quien contestó fue el general Millán Astray, pero un cable de Associated Press defendía lo contrario.

Origen: El mercenario republicano y la vedete: el romance que enfureció a Franco durante la Guerra Civil

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