El misterio sobre los Templarios que el Archivo Secreto Vaticano ha escondido mil años
Los 85 kilómetros de estanterías del registro papal albergan millones de documentos; uno de ellos, el Pergamino de Chinon, ha servido para exonerar a los ‘Pobres soldados de Cristo’ de herejía
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La solemnidad de la Santa Sede llega hasta sus rincones más recónditos; incluso hasta el subsuelo que se esconde bajo la Plaza de la Piña, epicentro cultural de la ciudad. Allí, a los pies de los turistas que pasean camino de la Capilla Sixtina, descansa el antiguo Archivo Secreto Vaticano, hoy renombrado como Archivo Apostólico Vaticano: 85 kilómetros de estanterías y 650 fondos documentales diferentes sobre los que reposa la historia del Papado. Sus salas emanan ese perfume característico a sabiduría e intrigas palaciegas. Aunque no por lo que ocultan, pues hace más de medio siglo que se abrieron al gran público, sino por las toneladas de informes que permanecen vírgenes de estudio, en espera de que un investigador desvele sus enigmas.
La paleógrafa e historiadora italiana Barbara Frale conoce bien los entresijos de esta institución. Ha tardado un poco en responder a ABC, y se disculpa por ello: «Hemos tenido unos días ajetreados con la muerte de Benedicto XVI». Perdonada. Desde el Vaticano, evoca los tiempos en los que halló, entre los 150.000 documentos del Archivo Secreto, el Pergamino de Chinon; la confirmación de que el papa Clemente V, visto tradicionalmente como un demonio con cuernos y rabo que había disuelto el Temple a principios del siglo XIV, absolvió en secreto a la Orden de sus pecados. «El escrito demuestra que fue un juicio político fomentado por el rey francés Felipe IV el Hermoso para hacerse con las riquezas de los Templarios. No eran herejes, y la Iglesia lo sabía, pero no le quedó más remedio que condenarles», sentencia.
Secretos… o no
El proceso para hallar el Pergamino de Chinon fue el resultado de meses de trabajo en las catacumbas bajo la Plaza de la Piña. La experta hace memoria y recuerda los años en que era una joven investigadora de tan solo 25 primaveras. «En 1995 inicié mi tesis doctoral sobre el juicio a los Templarios. En esos momentos asistía a la Escuela Vaticana de Paleografía, Diplomática y Archivística, por lo que estaba familiarizada con la existencia del registro papal». Sabía, como la mayoría de los historiadores, que Felipe IV codiciaba las riquezas del Temple y que el Sumo Pontífice no había sido más que un títere en sus manos, pero necesitaba hallar una prueba definitiva. Y la única forma de encontrarla era zambullirse de lleno en los fondos.
Aunque, cuando Frale accedió a la sala de investigación a través de la entrada ubicada en el Patio del Belvedere, poco tenían ya de secretos. Así lo explica a ABC el académico y catedrático en Historia Ricardo García Cárcel. A golpe de visitar los archivos para estudiar varios procesos de santificación, este español se conoce sus pasillos y su historia al dedillo. «En principio sí tenían ese componente de privacidad», afirma. El pasado del Papado, a veces turbio, hacía que se guardasen de forma celosa los documentos, todos ellos informes protocolarios de los Sumos Pontífices. Pero el siglo XIX trajo aires nuevos. «Hubo un primer paso hacia la apertura de los fondos con León XIII en 1881. Casi un siglo después, en 1965, el papa Pablo VI quiso oxigenar la institución y los abrió de forma definitiva», completa.
Lo que todavía no se había dado cuando la paleógrafa italiana arrancó sus pesquisas es el cambio de nombre de la institución. Este no llegaría hasta dos décadas después, con el papa Francisco. «En 2019, el Pontífice decidió llamarlo Archivo Apostólico Vaticano para quitarle ese toque morboso», explica a ABC Nicolás Álvarez de las Asturias. Al otro lado del teléfono, este profesor de Historia del Derecho Canónico de la Universidad San Dámaso deja escapar una risa traviesa cuando se le pregunta por largometrajes como ‘El Código da Vinci’: «La realidad no es la de una novela histórica épica. El nombre original hacía referencia a que era privado, y nunca han albergado más que los documentos particulares que están al servicio de la gestión de cualquier gobernante». Que nos perdone Tom Hanks.
Puestos a derribar mitos, la triada de expertos insiste en que las instalaciones tienen poco de búnker de la Guerra Fría. «La entrada es suntuosa, pero la sala es normal. Quizá algo más grande que la del Archivo Histórico Nacional ubicado en Madrid, pero poco», explica Cárcel. Lo que sí puede sorprender al investigador bisoño es cruzarse con algún miembro de la Curia. «Oriol Junqueras se jacta de su encuentro con el cardenal Ratzinger allí», completa. Tampoco albergan mucha más seguridad que la típica de este tipo de instituciones, según explica Javier Martínez-Brocal, corresponsal de ABC en la ciudad: «Se prohíben los rotuladores, llevar comida o bebida… Se busca preservar los documentos de cualquier peligro. Lo más pintoresco es que, para acceder, hay que vestirse de un modo ‘decoroso y sobrio’».
Mal datado
Frale pasó más de un lustro inmersa hasta las rodillas en los fondos documentales. Su Santo Grial era un índice fechado en 1628 con documentos del proceso a los Templarios; uno que le generaba un cóctel de incertidumbre y desconfianza. «No me parecía convincente, había algo extraño en él», insiste. Estudió uno por uno los informes a los que hacía referencia. Lo hizo en la sala y sin sacarlos de los muros de los todavía Archivos Secretos Vaticanos, algo prohibidísimo. Y, al final, obtuvo su premio el 13 de septiembre de 2001: «Revisé los datos de ese inventario y me di cuenta de que había un error. Un documento que parecía corresponder a una de las muchas investigaciones locales que tuvieron lugar en las diferentes diócesis galas era, en realidad, el Pergamino de Chinon», añade.
Pero no me bajen del altar al registro papal, porque la mala clasificación de los fondos es tan normal como la salida del sol. «El principal problema de los archivos, tanto del Vaticano como los del resto del mundo, es que cuentan con mucho material que no está catalogado», afirma Álvarez. Las montañas de informes y la falta de personal suponen una mezcla letal. Además, el profesor sostiene que «los criterios de catalogación antiguos son distintos a los actuales, lo que dificulta todavía más el proceso y hace que los documentos estén ordenados muchas veces de formas que desconocemos». Para colmo, y en el caso que nos ocupa, los saqueos que se han producido en Roma a lo largo de la historia han derivado en la pérdida de algunos tesoros. Visto lo visto, Frale tuvo suerte.
Revelaciones sorprendentes
Una vez hallado, tocaba corroborar su veracidad y verificar su contenido. De lo primero se encargó una comisión en vísperas de la Semana Santa de 2002. Lo segundo se lo trabajó la paleógrafa, gran interesada en el Temple. Frale afirma que esta Orden había obtenido un poder inconmensurable desde que fuera fundada por Hugo de Payens en 1118. Su riqueza fue su tumba. El 13 de octubre de 1307, falto de dinero y de vergüenza, Felipe IV ordenó capturar a todos los miembros de los ‘Pobres soldados de Cristo’ en Francia; entre ellos, a su Gran Maestre, Jacques de Molay. Les acusó de herejía, de adorar falsos ídolos, de escupir sobre la Cruz y de decenas de tropelías más. La Inquisición les sacó las confesiones que querían a golpes.
El papel de Clemente V durante aquel proceso ha pasado de forma difusa a la historia. Para unos fue un cómplice; para otros, una marioneta. Y es ahí donde entra el Pergamino de Chinon. El documento demuestra que, aunque tenía las manos atadas a nivel político, pues había sido aupado a la poltrona por Felipe IV, sí quiso desvelar la verdad. «Hizo todo lo que pudo por interrogar a los Templarios, pero, como eran prisioneros del rey, le fue casi imposible. Solo consiguió reunirse con unos setenta miembros, y lo hizo bloqueando los poderes de la Inquisición y retrasando el juicio para ganar tiempo», incide. Los caballeros le informaron de la verdad. «El problema fue que el monarca utilizó el bajo rango de aquellos testigos para socavar la investigación».
Desesperado, Clemente V movió ficha para no perpetrar una injusticia. Frale responde emocionada: «El documento demuestra que actuó con astucia. Para empezar, envió a tres cardenales al castillo de Chinon, dónde se hallaban recluidos los más altos representantes de la Orden, entre ellos, el Gran Maestre. Los enviados tenían plenos poderes e interrogaron a los testigos durante varias horas». Las conclusiones las dejaron sobre blanco en el documento, que fecharon en 1308. «Determinaron que no eran herejes, aunque sí admitieron que usaban tradiciones militares que no eran nada apropiadas para hombres con sus votos religiosos», desvela. Antes de irse, les concedieron la absolución sacramental y quedaron en paz con Dios y en comunión con la Iglesia. «El pergamino es el registro de toda esa investigación y confirma que no fueron excomulgados», finaliza.
Pero los Templarios no fueron felices ni comieron perdices. Aunque el Papa se esforzó por mantener viva la Orden y propuso reformar su cúpula, las presiones de Felipe IV fueron demasiadas y Clemente V claudicó. El 12 de marzo de 1312, el concilio de Vienne decretó la disolución oficial de los ‘Pobres soldados de Cristo‘ y repartió sus muchas riquezas. «A pesar de todo, el Sumo Pontífice declaró en el juicio que no había sacado a la luz ninguna evidencia de herejía», añade la paleógrafa.
Casi siete siglos después, la verdad volvió a ver la luz gracias a Frale, cuyo destino quedó ligado para siempre al Archivo Apostólico Vaticano y a estos frailes. La italiana ha elaborado desde entonces un libro para coleccionistas con una reproducción del pergamino, ha creado obras como ‘Los Templarios’ o ‘La conspiración Médici’ y hoy está inmersa en la escritura de una serie de quince novelas históricas sobre el Temple.
Origen: El misterio sobre los Templarios que el Archivo Secreto Vaticano ha escondido mil años