11 noviembre, 2024

El momento en que Estados Unidos le arrebató la hegemonía mundial a España: la deuda ignorada

Póster de la campaña de William McKinley para la presidencia de Estados Unidos, en 1890
Póster de la campaña de William McKinley para la presidencia de Estados Unidos, en 1890

Joe Biden y todos los presidentes estadounidense desde hace más de un siglo tienden a olvidar en sus discursos que le deben a los españoles el hecho de haberse convertido en la primera potencia del mundo

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Hace ya tiempo que los politólogos advierten que la hegemonía mundial de Estados Unidos se va a agotar. En 2012, de hecho, lo reconocía el mismo Consejo Nacional de Inteligencia estadounidense en el informe ‘Tendencias Globales 2030’. Daba de plazo quince o veinte años para que la previsión se cumpliera, asegurando que antes de llegar a ese año, China le habría sobrepasado como primera potencia económica del planeta. Sin embargo, nada de eso ha ocurrido todavía.

Tres años después, Estados Unidos seguía teniendo la percepción de que nadie mandaba más que ella en el mundo, un lugar que venía ocupando desde la caída de la Unión Soviética, pero que no dejaba de ser una anomalía histórica. Lo normal, según aseguraban los ‘think tanks’ de Washington en 2015, es que el planeta se dirija de nuevo hacía la bipolaridad, compartiendo esa hegemonía con China, aunque más abierta que la de la Guerra Fría. Eso quiere decir que la Casa Blanca seguirá en lo alto del podio, aunque el ‘sorpasso’ anunciado hace ya tiempo todavía no se haya producido.

Tenemos muy asumido hoy en día que Estados Unidos es la mayor potencia del mundo, pero por mucho que se empeñe Joe Biden, no siempre fue así. Al actual presidente no se le cayeron los anillos en noviembre cuando aseguró que su país podía ocuparse, tranquilamente, de las guerras de Gaza y Ucrania. «Somos Estados Unidos de América, por el amor de Dios, la nación más poderosa de la historia… No del mundo, de la historia del mundo. Podemos ocuparnos de ambos conflictos y seguir manteniendo nuestra defensa internacional», aseguró el mandatario durante una entrevista en CBS News.

Es muy extraño y atrevido que Biden insista en encabezar la clasificación de la historia de la humanidad, como si el Imperio romano, la dinastía Ming, el Imperio mongol o el mismo Imperio español no hubieran existido y dominado gran parte del planeta durante siglos. Y también extraño que ni este presidente ni los anteriores hayan citado jamás, hablando de su hegemonía, que esta se debe en gran parte a España. En primer lugar, por los más de 9.000 soldados que Madrid envió y murieron luchando para que los estadounidenses lograran su independencia a finales del siglo XVIII. Pero, sobre todo, por lo acontecido en la Guerra de Cuba.

Efectivamente, el surgimiento de Estados Unidos como potencia mundial tiene el año 1898 como fecha clave y España como su principal detonante. No lo señala el que suscribe este reportaje, sino la misma National Portrait Gallery de Washington hace poco más de un año, durante la exposición que organizó para conmemorar el 125 aniversario de su victoria en la Guerra de Cuba y la importante adquisición de los territorios de ultramar que perdimos en aquel conocido «desastre».

La citada exposición, ‘1898: Visiones y revisiones imperiales de Estados Unidos’ se adentraba en tres conflictos que contribuyeron a configurar su actual esfera de poder. La primera de ellas y la más importante fue la Guerra de 1898, conocida oficialmente como Guerra Hispano-estadounidense, a la que se sumaron después la resolución del Congreso para la anexión de Hawái en julio de ese año y la Guerra Filipino-Estadounidense que se produjo entre 1899 y 1913. Un periodo geopolítico convulso y contradictorio en el que los tentáculos de la Casa Blanca se expandieron más allá del continente con la ocupación de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, además de la anexión de Hawái.

«En ese momento surgieron preguntas muy importantes sobre la contradicción de ser un país fundado a partir de una lucha anticolonial y convertirse después en uno que pasó a poseer territorios ultramarinos. El arte juega un papel muy importante para personalizar esta historia», explicó a EFE Taína Caragol, comisaria de una muestra que examinaba estos conflictos a través de más de noventa obras y objetos. Todos ellos retrataban tanto a quienes impulsaron esa visión imperialista, como el expresidente estadounidense James Monroe (1817-1825), o a quienes se oponían a la misma, como el escritor Mark Twain.

«Un rol clave»

«España tiene un rol clave. Sin la Guerra de Cuba no se habría dado la guerra contra Estados Unidos en 1898. Con esto quiero decir que el conflicto que supuso la adquisición de todos estos territorios por parte de Estados Unidos es una guerra contra España. En ese momento exacto hubo un cambio, una transición en el orden geopolítico mundial, con el que se anuncia también el ocaso del Imperio español», añadió la comisaria e historiadora puertorriqueña.

La confirmación de este cambio se produjo el 10 de diciembre de 1898, cuando los comisionados españoles y estadounidenses estampaban sus firmas en el llamado ‘Tratado de Paz entre España y Estados Unidos de América’, más conocido como Tratado de París. Con este acuerdo se ponía fin a la guerra y concluía un largo proceso de gestiones diplomáticas que habían comenzado mucho antes de que los negociadores se reunieran por primera vez, en un salón del Ministerio francés de Negocios Extranjeros, el 1 de octubre de ese año.

Poco antes, el 12 de agosto, se había firmado también en Washington un protocolo de armisticio. Los encargados fueron el secretario de Estado de Estados Unidos, William R. Day y el embajador de la República francesa, Jules Cambon, investido de plenos poderes por el Gobierno español para que lo representara. El documento establecía que cada una de las partes beligerantes –España y Estados Unidos– debía nombrar cinco comisionados para llevar a cabo conversaciones de paz en la capital francesa.

Ni cubanos, ni filipinos ni puertorriqueños fueron invitados, a pesar de que allí se iba a decidir sobre su futuro. La exclusión puesta en práctica por el general Shafter en Santiago de Cuba y por el almirante Dewey y el general Merrit en Manila tuvo su continuidad, por lo tanto, en la capital francesa, puesto que Estados Unidos sabía que para convertirse en la superpotencia que pretendía ser, las naciones liberadas no entraban en sus planes. El gobierno de Washington no estaba dispuesto a permitir interferencias en sus planes imperialistas de expansión a costa de España. Felipe Agoncillo, representante de la recién constituida República Filipina, no fue admitido en la conferencia.

Otra prueba de los planes de Estados Unidos fue su actitud en la ocupación de Santiago de Cuba y Manila, lo que hacía presagiar que las negociaciones de una paz definitiva no darían a España otra opción que no fuese la de liquidar, en favor de Estados Unidos, los restos de su imperio colonial. Washington, como nación vencedora de la Guerra de Cuba, tenía las riendas de la situación y estaba convencida de que podía obtener lo que quisiera, por eso, desde la primera reunión de la Conferencia de Paz, la Casa Blanca dio a conocer su posición inflexible respecto a la ocupación de Cuba y la cesión de Puerto Rico.

La representación española dirigió entonces sus esfuerzos en traspasar a Estados Unidos, junto a la soberanía sobre Cuba, la denominada «deuda cubana», es decir, las obligaciones financieras suscritas por España con particulares para que estos financiaran los gastos de la guerra y los de la administración colonial de la isla. Todo ello ascendía a 456 millones de dólares, pero Washington se negó en rotundo. Bajo ningún concepto iba a asumir esa deuda.

El siguiente problema que se trató fue el del futuro de Filipinas. El citado protocolo de armisticio firmado el 12 de agosto había aplazado el destino del archipiélago hasta la firma del Tratado de Paz de París, pero el 31 de octubre, la delegación estadounidense exigió la totalidad del conjunto insular. A cambio, ofrecían una compensación de veinte millones de dólares, una cantidad que España aceptó y que Washington consideraba buena a cambio de convertirse en esa deseada superpotencia, en la sucesora del Imperio español.

El primer artículo del Tratado de París deja muy claro que España renunciaba a todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba, que pasaría a ser ocupada por Estados Unidos. En el segundo cede asimismo Puerto Rico y los demás territorios bajo su soberanía en las Antillas, así como la isla de Guam. En el tercero traspasaba finalmente Filipinas a cambio de ese dinero. El presidente estadounidense, William McKinley, lo tenía tan claro que ya había escrito la siguiente nota durante el conflicto: «Mientras estemos librando la guerra y hasta su conclusión, debemos mantener todo lo que hayamos obtenido; cuando la guerra haya terminado, debemos conservar todo lo que queramos».

El Tratado de París, por lo tanto, encarnaba los preceptos de esta política expansionista y hacía que Estados Unidos emergiera como la gran superpotencia que sigue siendo hoy. William R. Day, jefe de la delegación en las negociaciones, le comunicaba al presidente su alegría por lo conseguido, en un cable en el que decía que su equipo había conseguido «un considerable patrimonio» para los estadounidenses, que desde ese momento gobernarían el mundo.

Origen: El momento en que Estados Unidos le arrebató la hegemonía mundial a España: la deuda ignorada

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