27 abril, 2024

El pacto secreto entre la Monarquía inglesa y los piratas para robar las riquezas al Imperio español

La Reina Isabel I de Inglaterra, nombrando caballero a Francis Drake en 1581
La Reina Isabel I de Inglaterra, nombrando caballero a Francis Drake en 1581

Poco después de ascender al trono de Inglaterra en 1558, Isabel I comenzó a amparar las campañas de célebres corsarios como Francis Drake, John Hawkins y Thomas Cavendish contra la flota de Indias que había convertido a España en el país más rico del mundo

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Recientemente les contábamos en ABC la historia del Plan Maitland, un documento secreto escrito en 1799, en el que se detallaban los pasos que el Ejército británico debía seguir para lograr la independencia de la América española. Su autor, Thomas Maitland, era un general de brigada que conocía bien los asuntos de Indias, pues había participado en la invasión de la isla de La Española, Haití en la actualidad. Fue a él a quien el Gobierno inglés le encargó diseñar esta estrategia, cuyo objetivo último no era otro que arrebatarle a España el control del continente, cuyo monopolio comercial, territorial y político poseía desde hacía dos siglos.

Según contaba a ABC Cesáreo Jarabo Jordán, autor de ‘El fin del Imperio de España en América’ (Sekotia, 2023), este plan era «el último episodio de las conspiraciones promovidas por Inglaterra contra España en los siglos anteriores». Posiblemente, la más importante, aunque el origen del conflicto se encuentra mucho antes. De hecho, el investigador español lo definía como el «plan de perfeccionamiento» de la ‘Propuesta para humillar a España‘, un panfleto de autor desconocido, y escrito en 1711, en el que se exponía la ambiciosa operación de ocupar militarmente la región de Buenos Aires y extraer los metales preciosos de las minas de Potosí.

De nuevo, el mismo objetivo de fondo. El Gobierno de Londres quería abrir una nueva ruta comercial para introducir esclavos y manufacturas propias en Sudamérica y, de esa forma, arrebatarle el monopolio a la Monarquía española y acabar con su imperio. En realidad, siempre fue lo mismo. Estos documentos son los últimos episodios de la guerra que Inglaterra mantuvo contra España desde tiempo atrás. Casi desde que Colón descubrió América y los Reyes Católicos expandieron sus dominios allende los mares.

Para el investigador español, el germen de este odio viene de lejos: «Se manifestó por primera vez cuando Felipe II dejó de ser Rey de Inglaterra e Irlanda en 1558 [donde estuvo cuatro años reinando por su matrimonio con María I]. Fue en ese momento cuando empezó a actuar contra España, volcando toda su piratería sobre nuestro país. Una actividad que nos la han vendido como un éxito, pero que en realidad fue un auténtico fracaso, pues no sacaron ventaja en ninguna ocasión, ni tan siquiera cuando consiguieron, después de muchos esfuerzos, el Galeón de Manila. La mayoría de sus acciones acabaron en fracaso, aunque asaltaran las costas españolas e hicieran algún daño».

La sucesora de Felipe II en Inglaterra fue Isabel I, que ascendió al trono en 1558. En un principio, la política exterior de la Reina se caracterizó por su cautelosa relación con España, pero luego cambió. En concreto, desde que fue despachada la primera Flota de Indias en abril de 1564 y todas las potencias europeas intentaron robarle a España los tesoros que la estaban convirtiendo en el país más rico del mundo. Plata, oro, gemas, cacao, especias, azúcar, tabaco… No existía recompensa más atractiva para los corsarios, sobre todo los ingleses, que esas riquezas transportadas por los galeones españoles desde América del Sur y Filipinas.

«Antes ocupábamos el fin del mundo y ahora estamos en el medio, con una mudanza de fortuna como nunca se ha visto antes, y que traerá a nuestras casas una gran prosperidad», advirtió el humanista cordobés Hernán Pérez de Oliva unos años antes. Esa misma prosperidad fue la que intentaron socavar los piratas de Isabel I, a los que amparaba mediante un pacto secreto con el objetivo de que debilitaran a su eterno enemigo. Hablamos de figuras legendarias como Francis Drake (1540-1596), John Hawkins (1532-1595) o Thomas Cavendish (1560-1592), entre otras, a los que la Reina, incluso, nombró caballeros por sus ataques contra los buques españoles.

Lo curioso es que, a finales del siglo XV, todo Occidente consideraba legítima la posesión de las tierras a favor de quienes las descubriera, conquistara e incorporara a la cristiandad. Por lo tanto, nadie discutió –salvo el Rey Francisco I de Francia–, las razones políticas, administrativas y religiosas que fundamentaban esta exclusividad de España. Eso no significó que la respetaran y que no atentaran contra ella en secreto. Los ataques de los corsarios se mantuvieron durante 200 años, incluso, en los periodos de paz. La mayoría de las veces fueron camuflados como campañas independientes de estos salvajes, aunque en realidad detrás estaban los gobiernos.

La Reina Isabel I de Inglaterra, nombrando caballero a Francis Drake en 1581

Sir Drake

La antipatía que en España generaba Isabel I, por ejemplo, aumentó notablemente en 1585 cuando llegó la noticia de que su corsario favorito, Drake, elevado a la categoría de ‘sir’ cuatro años antes, había desembarcado en Galicia, destrozado imágenes religiosas, maltratado a los clérigos y capturado a numerosos rehenes. De hecho, un mes después, un ministro español lamentaba en Madrid que «la reina de Inglaterra nos haga la guerra de forma tan descarada y deshonesta, y que nosotros no podamos vengarnos».

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El corso afectaba de manera directa a las Indias gobernadas por la monarquía hispánica. En el Archivo General de Indias, en Sevilla, se custodia una unidad documental con informes fechados entre 1575 y 1587 sobre la Real Armada, en los que se dejó constancia de todas las invasiones y los robos protagonizados por Drake en las costas del Mar del Sur.

Para protegerse de los primeros ataques, Felipe II prohibió que se enviaran navíos sueltos a América mediante la Real Cédula del 16 de julio de 1561. A través de ella ordenaba también que «se formasen en el río de la ciudad de Sevilla [el Guadalquivir], y en los puertos de Cádiz y Sanlúcar de Barrameda, dos flotas y una armada real que vayan a las Indias: una en enero y la otra en agosto». El monarca era consciente de la presencia en el Caribe de numerosos barcos de diferentes banderas con intenciones no precisamente buenas.

Desde hacía un año, los ataques estuvieron protagonizados por los piratas ingleses, que se convirtieron en el principal peligro de la Flota de Indias hasta bien entrado el siglo XVIII. «Los ingleses estuvieron atacándonos durante todo ese siglo y la verdad es que no salieron muy bien parados. España les dio bastante, como cuando se acabaron retirando en el sitio de Cartagena de Indias, en 1741, o cuando el almirante Luis de Córdova les destruyó toda la flota en la batalla del cabo de Santa María, en 1780, y Gran Bretaña perdió su poderío naval», aseguraba en ABC Jarabo Jordán.

Retrato de Francis Drake y John Hawkins, realizado en el siglo XVII por un autor desconocido

Francisco de Luján

Mucho antes, Hawkins y Drake se hicieron famosos por sus amenazas, robos, secuestros, extorsiones y ataques en los puntos neurálgicos de la travesía española. Para evitarlo, en la primera travesía de 1564 la Flota fue acompañada ya por ocho galeones armados, embrión de la futura Armada de la Mar Océano. A partir de entonces, Felipe II ordenó que las naves más importantes de la escolta contaran con ocho cañones de bronce, cuatro de hierro y veinticuatro piezas menores.

Uno de los primeros enfrentamientos se produjo la noche del 22 de septiembre de 1568, cuando la flota de Indias comandada por el capitán general Francisco de Luján se enfrentó a Hawkins y Drake, que en aquel momento ya realizaban sus ataques amparados en secreto por la Reina Isabel. La ofensiva española fue tan sorprendente que cuatro de sus naves piratas fueron enviadas al fondo del mar y, además, mataron a 500 enemigos y capturaron todas las ganancias que los corsarios habían acumulado con el contrabando de esclavos.

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Toda esta escolta la sufragaba la monarquía española con el dinero que sacaba del famoso impuesto de la «avería», el cual daba para poner al servicio de la flota de Indias un buen número de galeones de alto bordo y armamento militar. Tenían que proteger dos rutas: la de la Nueva España, que iba principalmente a Veracruz (México) y Las Antillas, y la de Tierra Firme, que se dirigía a Nombre de Dios (Panamá), Cartagena de Indias (Colombia) y otras poblaciones de la costa caribeña de América del Sur. A esta última ruta, por ejemplo, se destinaban entre seis y ocho galeones de guerra.

Fracasos

En cada uno de estos puertos, la llegada de los españoles significaba la celebración de una feria de varias semanas en la que se realizaba todo el intercambio mercantil, mientras las naves se reparaban y pertrechaban para el viaje de regreso. Después estas se reunían en La Habana, pasaban por las Bermudas y volvían a exponerse a los ataques de los piratas ingleses. El peligro al que se exponían era tan grande que, en los periodos más violentos, se enviaban buques de guerra de refuerzo.

Lo cierto es que el pacto secreto entre la Monarquía inglesa y los piratas ingleses no fue, durante la mayor parte del tiempo, muy fructífero. La defensa de la flota de Indias consiguió truncar los asaltos por parte de franceses y holandeses, pero, sobre todo, de los ingleses, que fueron abundantes durante dos siglos. En realidad, solo lograron capturar una flota anual al completo en muy pocas ocasiones. La primera fue en 1657, en Tenerife; la segunda, en 1702, en Vigo, y la última, en 1804, frente al cabo Santa María.

Algunas veces más apresaron galeones sueltos, como Wager en Barú, en 1708; Anson con la Nao de Acapulco, en 1743, y un largo etcétera protagonizado por Drake, que pocas veces se atrevió con el grueso de la escuadra e iba a por los barcos más pequeños y sueltos. No obstante, la mayoría de los intentos acabaron en una derrota apabullante. «Era el dramático resultado de la caza y el cazador, que cuenta por decenas los intentos, pero tan solo con los dedos de una mano los aciertos. Sin embargo, la propaganda, la literatura, Hollywood y los historiadores adictos, pero embusteros, echaron una manita para resaltar los últimos y sepultar los primeros sin dejar rastro», opina Víctor San Juan en ‘Veintidós derrotas navales de los británicos’ (Renacimiento, 2019).

Origen: El pacto secreto entre la Monarquía inglesa y los piratas para robar las riquezas al Imperio español

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