23 noviembre, 2024

El proceso secreto de «momificación» al que se somete a los Reyes de España a su muerte

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Si bien no existe un tiempo estipulado para que culmine el proceso biológico de reducción natural del cuerpo, se calcula que son necesarios entre 25 y 40 años para que sea eliminada «la humedad» y el mal olor del cuerpo en el pudridero de El Escorial

La mayoría de tradiciones y rituales que consideramos medievales o inmemoriables (palabra lo suficiente ambigua) son, en verdad, invenciones decimonónicas en el mejor de los casos. Ni siquiera se libra la Monarquía, que se presenta como la gran garante de la tradición y de lo férreo frente a modas pasajeras, pero no siempre ha vigilado bastante estas cuestiones. De tal manera que la ceremonia de proclamación del Rey Felipe II, de la dinastía de los Austrias, comparte pocas similitudes con la que celebró Alfonso XIII, por poner un ejemplo; o la abdicación de Carlos I de España con las posteriores de Felipe V, el primer Borbón, o la de Juan Carlos I en 2014.

De los Austrias a los Borbones

Con los funerales y enterramientos ocurren más de lo mismo. Se conoce la descripción de algunos de los rituales mortuorios aplicados a lo largo de la historia, pero no consta que se repitiera la misma fórmula con distintos reyes. Sin ir más lejos, se conoce al detalle la ceremonia que tuvo lugar con Felipe II:

El cronista Sepúlveda cuenta que el Rey dejó escrito que se fabricara un ataúd con los restos de la quilla de un barco desguazado, cuya madera era incorrupta, y pidió que le enterrasen en una caja de cinc que «se construyera bien apretada para evitar todo mal olor». Según las estrictas instrucciones del Rey, el cuerpo fue envuelto en una sábana sobre camisa limpia que le pusieron a solas dos de sus más fieles ayudantes y ataron a su cuello un cordel del que colgaba una vulgar cruz de palo, que fue la única joya que se llevó a la tumba. Una multitud de caballeros sacó el ataúd de la minúscula alcoba real y se formó una comitiva enlutada que recorrió los pasillos de El Escorialde camino a su funeral.

«Pues el rey viva. Guardia doble a los príncipes nuestros soberanos»

Otros reyes no fueron sometidos al mismo ritual e incluso, con el cambio de dinastía, se interrumpió la tendencia histórica inaugurada por Felipe II de emplear El Escorial como última morada. Felipe V de Borbón se hizo enterrar en su querido Palacio de San Ildefonso, en la Granja, mientras que su hijo Fernando VI lo hizo en el Convento de las Salesas Reales, junto a su esposa Bárbara de Braganza. Sería Carlos III quien recuperó la tradición del panteón real de El Escorial queriendo dar testimonio de la profundidad histórica de la monarquía como institución. Sobre su enterramiento cuenta el historiador Roberto Fernández en «Carlos III: Un monarca reformista»(Espasa):

«Al dar público testimonio del fallecimiento del monarca al sumillers de corps, este salió de la alcoba y anunció al capitán de guardia que el soberano había muerto, a lo que el militar replicó: “Pues el rey viva. Guardia doble a los príncipes nuestros soberanos”. A continuación rompió el bastón de mando en dos partes y la situó sobre el rey muerto».

El ceremonial se inició con el amortajamiento del Rey que, vestido con sus mejores galas y sus principales condecoraciones, se le expuso en el gran salón de embajadores del Palacio Real (actual Salón del Rey), donde el pueblo de Madrid pudo despedirse de él durante tres días. Pasado este plazo, los restos mortales fueron desprovistos de toda galanura y envuelto su féretro en un sábana de oro para ser trasladados en carroza cerrada hasta El Escorial.

El panteón común

Cualquier parecido entre el ritual de Felipe II, el de Carlos III o los que estaban por venir resulta, literalmente, una coincidencia. No en vano, el resto de reyes que siguieron a «El Sabio» continuaron la tradición de confluir en el panteón del Real Monasterio de El Escorial, palacio que nació en su origen con el objetivo, más allá de conmemorar la victoria de San Quintín sobre los franceses, de servir de sepulcro para los reyes y familiares de la dinastía Habsburgo. En 1573, Felipe II hizo trasladar así al templo los restos de su padre, Carlos I, y de otros Habsburgo para ser reunidos en un primitivo sepulcro que, casi un siglo después, Felipe IV sustituiría por la actual y vistosa Cripta Real. No en vano, el Panteón Real tiene una estancia previa siempre envuelta de misterio: el pudridero, donde los cuerpos deben esperar aproximadamente 30 años a su momificación.

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Cámara sepulcral y altar del Panteón de Reyes
Cámara sepulcral y altar del Panteón de Reyes

El proceso de «momificación» se debe realizar a los Reyes y a los Infantes antes de descansar definitivamente en paz en El Escorial. Con este fin existe una sala contigua al Panteón de los Reyes, con suelo de granito y techo abovedado, que hace las veces de pudridero y que en la actualidad permanece ocupado por los restos mortales de varios Infantes y de los Condes de Barcelona.

El pudridero de El Escorial, con dos estancias diferencias, uno de ellos para Reyes y otro para Infantes, se encuentra en el subsuelo de la basílica, a pocos metros del lugar de los sepulcros reales. Los monjes agustinos, que sustituyen a la Orden de los Jerónimos del periodo de Felipe II desde 1885, se encargan de custodiar tres pequeñas salas sin luz cuyo paso está limitado solamente a ellos. Si bien no existe un tiempo estipulado para que culmine el proceso biológico de reducción natural del cuerpo, se calcula que son necesarios entre 25 y 40 años para que sea eliminada «la humedad» y el mal olor del cuerpo. La función final del pudridero, en cualquier caso, es reducir el tamaño de los cuerpos para que se adapten a los minúsculos cofres de plomo que, en el caso de los Reyes, ocupan apenas un metro de largo y 40 centímetros de ancho.

¿Cómo es el pudridero por dentro?

Pese al limitado número de personas que tiene permiso para acceder a estas estancias, distintos cronistas del templo han descrito al detalle el lugar con la intención de romper el misterio:

«Las puertas que están en el segundo descanso de la escalera conducen a los pudrideros, cuyo uso explicaré para desvanecer las muchas patrañas que sobre ellos se cuentan. Son tres cuartos a manera de alcobas, sin luz ni ventilación ninguna. Luego que se concluyen los Oficios y formalidades de entrega del Real cadáver que ha de quedar en uno de los panteones,el prior, acompañado de algunos monjes ancianos, baja al panteón donde ha quedado el cadáver llevando consigo los albañiles y algunos otros criados. Estos sacan de la detisú o terciopelo que la cubre la caja de plomo sellada que contiene el cadáver, y la conducen junto al pudridero. Mientras los albañiles derriban el tabique, los otros abren cuatro o más agujeros en la caja de plomo, la colocan dentro del cuarto o alcoba sobre cuatro cuñas de madera que la sostienen como dos o tres pulgadas levantadas del suelo, y en el momento los albañiles vuelven a formar el tabique doble que derribaron. Allí permanecen los cadáveres 30 o 40 o más años hasta que consumida la humedad y cuando ya no despiden mal olor son trasladados al respectivo panteón», relata con precisión quirúrgica fray José de Quevedo, bibliotecario del monasterio, en el libro «Historia del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial».

Pintura de la época de la construcción del Monasterio de El Escorial, desde su fachada principal
Pintura de la época de la construcción del Monasterio de El Escorial, desde su fachada principal

En los últimos tiempos, el Pudridero de los Infantes ha guardado los cuerpos de Don Jaime de Borbón (el segundo de los hijos del Rey Alfonso XIII) y Doña Isabel Alfonsa de Borbón y Borbón(también nieta de Alfonso XII). No están ya los de Don Luis Alfonso de Baviera y Borbón (nieto de Alfonso XII), los del Infante Alfonso de Borbón-Dos Sicilias y los del Infante Alfonso de Borbón y Borbón (hermano de Don Juan Carlos), que han sido los últimos en abandonar el Pudridero de los Infantes para ocupar su tumba permanente entre los mármoles blancos del Panteón de los Infantes, el lugar destinado a Príncipes, Infantes y Reinas que no fueron madres de Reyes. Allí todavía quedan 24 tumbas vacías.

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El traslado de los Infantes y de los Reyes del pudridero al Panteón se celebra en la intimidad y bajo un protocolo muy estricto. Asisten un miembro de la comunidad agustiniana, otro de Patrimonio Nacional, un arquitecto –que se encarga de dirigir el desmontaje del murete del Panteón Real–, dos operarios y un médico, que se limita a testimoniar que el proceso de descomposición ha finalizado.

El traslado de los Infantes y de los Reyes del pudridero al Panteón se celebra en la intimidad y bajo un protocolo muy estricto

Por su parte, el Pudridero Real se encuentra hoy ocupado por los padres de Don Juan Carlos: Don Juan de Borbón y Doña María de las Mercedes, que descansan en el Monasterio desde abril de 1993 y enero del 2000, respectivamente. El último entierro permanente en este caso fue el de la Reina Victoria Eugenia que, aunque falleció en 1969 en Lausana (Suiza), sus restos fueron repatriados en 1985.

Una vez que los cuerpos de los Condes de Barcelona sean trasladados a sus sepulcros, el Panteón de Reyes estará completo, a menos que se realice una ampliación.

¿Un error de Felipe II o de Felipe IV?

La fecha en la que se habilitó el pudridero es complicada de precisar, pero desde luego no fue en el reinado de Felipe II, sino con la creación del Panteón Real, inaugurado en 1654, estando Felipe IV en el trono. De esta forma, la Octava Maravilla del Mundo construida por Felipe II, habría fallado con estrépito en su cometido principal como tumba de Reyes, puesto que el conocido como «los infiernos» (el sepulcro donde quedaban enterrados los cuerpos al principio) era estrecho y sombrio. O al menos eso es lo que pensó su nieto, Felipe IV. En una carta enviada por Felipe IV al prior Fray Nicolás de Madrid, disponiendo el traslado de los cuerpos al nuevo panteón, el Rey explica por qué creía que su abuelo había cometió un error así:

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«Siendo la intención del Rey mi señor, y mi abuelo, cuando edificó esta Real Casa, quiso que fuese allí su Sepultura, la de sus gloriosos Antecessores, y la de sus Sucessores; pero no dejó señalado competente sitio para este».

Retrato de Felipe IV, por Velázquez.
Retrato de Felipe IV, por Velázquez.

La Cripta Real levantada para solucionar el aparente descuido de Felipe II fue construida por Juan Gómez de Mora, el arquitecto de la Plaza Mayor de Madrid, y consta de 26 sepulcros de mármol dispuestos en siete columnatas a ambos lados del altar, que fueron ocupados por los antepasados de Felipe IV. Sin embargo, ahora que es necesaria más que nunca una ampliación del Panteón, algunos autores han cuestionado que la decisión de Felipe IV de trasladar los cuerpos fuera la más correcta.

El principal cronista de la época, el padre Sigüenza, cuenta comoFelipe II sí precisó el lugar, pues quiso «hacer un cementerio de los antiguos donde estuviesen los cuerpos reales sepultados y donde se les hiciesen los oficios y misas y vigilias, como en la primitiva Iglesia se solían hacer con los mártires». El arquitecto Juan Rafael de la Cuadra Blanco, que abordó ampliamente el tema en una Tribuna Abierta de ABC del 29 de octubre de 1998, defiende que «Carlos I dejó claro en su testamento que quería estar medio cuerpo debajo del altar y medio debajo de los pies del sacerdote. Y su hijo, Felipe II, cumplió su deseo».

Si se devolviera a Felipe II, a Carlos I y a sus esposas, las Reinas Ana de Austria e Isabel de Portugal, a su primitivo enterramiento se corregiría, según los defensores de esta teoría, «un error histórico, y quedarían cuatro tumbas libres para enterrar a dos generaciones más».

Ese lugar original donde Felipe II quiso enterrar a sus padres, a sus tías, a tres de sus mujeres y a su hijo Don Carlos fue una pequeña bóveda bajo el altar y bajo las estatuas orantes del presbiterio, y ligeramente encima del Panteón de Reyes, los «Infiernos» mencionados.

Origen: El proceso secreto de «momificación» al que se somete a los Reyes de España a su muerte

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