El puñetazo de Primo de Rivera en el Congreso que anunció la Guerra Civil: «¡No pegas ni con engrudo!»
Tras las cachetadas que el edil socialista Daniel Viondi le propinó al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, en el pleno municipal, recordamos el violento episodio protagonizado en el Parlamento por el fundador de Falange en la Segunda República
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Este jueves, el edil del PSOE Daniel Viondi propinó tres cachetadas en la cara al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, en mitad del pleno municipal. Nadie lo podía creer. Según los medios de comunicación, la agresión «no tiene precedentes» en la política española, pero por desgracia se equivocan, puesto que en el Congreso de los Diputados se han producido varios episodios con niveles de violencia bastante vergonzosos que la historia ha enterrado, a pesar de que algunos de ellos anticiparon guerras.
Sin ir más lejos, el mismo Viondi ya hizo gala de su agresividad hace cinco años cuando era diputado en la Asamblea de Madrid y portavoz en la Comisión de Transportes, Vivienda e Infraestructuras. En aquella ocasión, amenazó al parlamentario de Podemos Alberto Oliver, tras reprocharle que acudiera a la comisión a «defender» la postura del Ayuntamiento de Madrid en lugar de a «recabar información». «Como vuelvas a hacer una intervención así, te arranco la cabeza», fueron sus palabras. Nadie dio crédito.
En aquella ocasión no hubo represalias, a diferencia de lo ocurrido este jueves con los tres manotazos, cuando Viondi defendía la iniciativa socialista de bautizar el polideportivo del Antiguo Canódromo del distrito de Carabanchel con el nombre de la futbolista Jenni Hermoso. Una propuesta que no apoyaba el PP y que se ha transformado en un acalorado debate sobre feminismo. Tras la agresión, el alcalde le espetó: «¡Es usted un violento en los plenos y no se lo voy a permitir! ¡No me vuelva a tocar jamás la cara, jamás!». Menos de dos horas después, el PSOE fulminó de inmediato al violento edil.
Retrocedamos ahora noventa años, hasta la Segunda República. En concreto, hasta la sesión parlamentaria del 5 de noviembre de 1934, pocos días después de la represión militar que se produjo durante la Revolución de Octubre. En aquel momento gobernaba la derecha, cuando estalló en el Congreso una trifulca verbal que escaló hasta el punto de que el entonces diputado falangista José Antonio Primo de Rivera llegó a las manos con el centrista José María Álvarez Mendizábal.
El gran tumulto
Según recoge el Diario de Sesiones, el ministro de Estado Ricardo Samper, del Partido Republicano Radical, criticó al diputado de centro derecha Dionisio Cano López por una intervención subida de tono que este había realizado. El aludido se lo tomó como una ofensa enorme y le respondió: «El señor Samper ha dicho que no tengo solvencia moral». El lío ya estaba formado, hasta el punto de que este último corrió enfurecido hacia su colega con la intención de agredirle. Un grupo de colegas salió a su encuentro para impedirlo y se formó un gran tumulto.
«iOrden, orden! Invito a los señores diputados a que se sienten. Piensen en la grave responsabilidad que contraen. El país espera del Parlamento la resolución de graves problemas. Este espectáculo es bochornoso», gritó el presidente del Congreso, Santiago Alba. Primo de Rivera echó más leña al fuego, al realizar el siguiente comentario: «Lo que tiene que hacer el señor presidente es dejar que nos peguemos alguna vez». Tal y como queda recogido en el Diario de Sesiones, «ambos tratan de agredirse, siendo separados en el hemiciclo por varios señores diputados».
Ante esta ocurrencia, Mendizábal le contestó: «¡Tú no pegas ni con engrudo!». En ese momento, Primo de Rivera se dirigió a él, le dio un puñetazo y le lanzó al banco de los ministros. Y, a continuación, le comentó con mucho sarcasmo que tenía que darle las gracias porque, por una vez, había llegado al banco azul. Sin embargo, aquella agresión le salió muy cara al fundador de la Falange, pues precisamente el político agredido fue de los que más maniobró para declarar ilegales las segundas elecciones del 36 en Cuenca, consiguiendo que el agresor no saliera elegido diputado. Un hecho que, según algunos historiadores, le costó la vida.
La violencia del Congreso
Eran semanas terribles y, muy poco después, el 16 de marzo de 1936, se produjo otro incidente violento en el Congreso, durante la sesión de apertura tras las elecciones generales de febrero. Tanto este episodio como el de Primo de Rivera reflejaban la división en el hemiciclo entre republicanos y conservadores que anticipó el golpe de Estado de Franco el 18 de julio y la consiguiente Guerra Civil. En este caso, como consecuencia de un «¡Viva la República!» que algunos parlamentarios se negaron a pronunciar.
Fue protagonizado por el diputado socialista y presidente del Congreso Ramón de Carranza. Fue tal la tensión que, cuarenta años después, el escritor y periodista de ABC Wenceslao Fernández Flórez todavía los recordaba. También el Conde de Romanones, que aquel mismo día dijo: «En mi larga vida parlamentaria jamás vi una sesión preparatoria a la que asistieran más de 300 diputados. ¡Y con qué ímpetu! Estas sesiones siempre fueron de mero trámite, pero aquí no hay nada que hacer».
Al comienzo de la sesión parlamentaria, los diputados del Frente Popular entonaron ‘La Internacional’ puestos en pie y con el puño en alto. Según ABC , muchos corrillos formados después en el hemiciclo calificaron el canto de «insólito», pues aquel no era el himno oficial de la República. Cuando Carranza anunció que levantaba la sesión y se puso en pie para marcharse, un diputado socialista le gritó: «Diga usted viva la República». El presidente del Congreso le respondió en voz alta: «No me da la gana».
«Viva España»
En ese momento se formó otro gran tumulto tremendo y el mismo hombre que había exigido la proclama se lanzó corriendo para intentar agredir al presidente. Carranza tuvo que ser protegido por el diputado de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), Dimas de Madariaga . El mismo que fue ejecutado en la localidad abulense de Piedralaves poco después, en la zona republicana, nada más comenzar la guerra. Así recordaba el presidente del Congreso lo ocurrido en una carta enviada a este periódico:
«Si ese señor se hubiese dirigido a mí recordándome que la práctica era poner fin a la sesión con un ‘viva la República’, le habría respondido que ignoraba la costumbre. Pero si hubiera sido consciente del ritual, no habría utilizado mi derecho a presidir la sesión [como diputado de mayor edad]. Y si con la debida cortesía me hubiese expresado su deseo de que diese el ‘viva’ que le agradaba, le habría respondido de igual manera que no lo daría a ese régimen, pero sí un ‘¡viva España!’ que nos uniría a todos los que estamos en el salón».
Tras el suceso, Fernández Flórez se dirigió a la redacción de ABC impresionado por lo que acababa de presenciar, pero sin nada apuntado en su cuaderno ni la intención de escribir su crónica. Al verle, el director, le preguntó por su artículo, dando por hecho que este tendría gran interés por los rumores que le habían llegado. Sin embargo, el periodista le dijo: «No hay artículo». «Pero, hombre, Wenceslao, ¿cómo va a salir mañana ABC sin tus ‘Acotaciones’?», le preguntó su jefe. Y este respondió: «Allí tiene usted que mandar a un redactor de sucesos, no a mí».