El refugio español del hombre que entregó el poder a Hitler: así fue la negociación secreta que condenó al mundo
Tras ser elegido canciller en 1932, Franz Von Papen negoció en secreto con el líder nazi su ascenso al Gobierno alemán. Una decisión de la que luego se arrepintió el resto de su vida
Un «error enorme». Así calificó Franz Von Papen la negociación secreta que llevó a cabo con Hitler, en los meses previos a las elecciones generales de 1933, para entregarle el poder en Alemania. Lo hizo convencido de que era lo mejor para su país y para su propia posición política, y cuando se dio cuenta del error que había cometido, ya era demasiado tarde. Cabe preguntarse si este antiguo canciller del último periodo de la República de Weimar tuvo en su mano haber evitado el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto que acabó con la vida de millones de personas en los campos de concentración que el dictador germano construyó en el centro de Europa.
En 1954, ABC contó la intrahistoria de estas negociaciones, al publicar en exclusiva pasajes de las memorias inéditas en España de Joachim von Ribbentrop. En ellas, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores del Tercer Reich recordó antes de morir, en Núremberg, el comienzo de su relación con Hitler, donde uno de los principales implicados fue nuestro protagonista.
Lo relataba así: «Lo vi por primera vez a mediados de agosto de 1932. Fue algo después de sus negociaciones con el Gobierno de Berlín, que habían de terminar en un rotundo fracasó. Existía el propósito de ofrecerle la Cancillería del Imperio, pero, en realidad, solo le ofrecieron el puesto de vicecanciller, que rechazó. Unos amigos del partido nacionalsocialista me rogaron que me entrevistara con Hitler e intentara servir de mediador entre él y Franz von Papen, al que yo conocía. Me encontré a Adolf en Berchtesgaden. Estaba muy enfadado con Von Papen y todo el Gobierno de Berlín».
Hitler, por parte, recordó así el mismo momento: «Ribbentrop vino a verme en el verano de 1932 con la proposición de que formara un Gobierno de coalición con Von Papen. Yo le hice saber con claridad que no me fiaba del canciller y que mi deseo era formar Gobierno con el general Kurt von Schleicher. Ribbentrop, por el contrario, era de la opinión de que no era posible una colaboración leal con Von Schleicher. Durante dos horas estuve discutiendo y tratando de hacerle comprender que Schleicher, como un buen general prusiano, no faltaría a su palabra de honor, pero no pude convencerle de ello y afirmó que no estaba dispuesto a servir de intermediario entre el general Von Schleicher y yo, ya que aquel no le merecía confianza En su opinión, Von Papen era un verdadero hombre de honor».
Un desconocido clave
Al asumir la cancillería, Von Papen llegó finalmente a un acuerdo con Hitler y levantó todas las limitaciones a las actividades paramilitares que estaba perpetrando el Partido Nazi, accediendo después a disolver el Parlamento y a adelantar las elecciones de 1932. Nuestro protagonista pensó que podría mantener la cancillería en un gobierno de coalición, pero cuando los nazis se alzaron como la primera fuerza política de Alemania, nada salió como esperaba..
Aunque desconocido para la inmensa mayoría, Von Papen es una figura clave para entender el siglo XX, a pesar de que su devenir posterior fue bastante desafortunado. En cuanto Hitler asumió el cargo en enero de 1933, fue marginado rápidamente junto a otros políticos de derechas que, sin pertenecer al Partido Nazi, le habían ayudado en su ascenso. Para justificar su maniobra, Von Papen llegó a manifestar: «Dentro de dos meses tendremos a Hitler acogotado en un rincón». Como es obvio, se equivocó, puesto que, incluso, le apartó de la vicecancillería que desempeñó brevemente como el segundo del ‘Führer’ entre enero de 1933 y agosto de 1934.
Sin ser expulsado del Gobierno totalmente, Von Papen se le mandó a una especie de exilio en un puesto menor, el de embajador en Austria. Desempeñó el cargo entre 1934 y 1938 y favoreció las intrigas y la política de presión que Hitler mantenía sobre la República de Austria previa a la anexión de los territorios a la Gran Alemania: el conocido ‘Anschluss’. A continuación fue destinado a otro punto diplomático caliente, Turquía, donde trabajó para lograr la neutralidad del Gobierno turco frente a las maniobras de los aliados.
En 1944, sin embargo, Alemania se precipitó al abismo y, con la guerra ya prácticamente perdida, Von Papen jugó sus cartas. Según la versión contada por la revista ‘Blanco y Negro’ mucho tiempo después, fueron estas decisiones las que le trajeron por primera vez a España: «Permaneció en Turquía hasta finales de 1944, cuando Ankara rompió sus relaciones con Berlín. Derrotada Alemania , Von Papen trató de ser un negociador de la paz y, en febrero de 1945, se trasladó a Madrid y a Lisboa en una serie de viajes secretos. Dos meses más tarde, sin embargo, las tropas norteamericanas lo detuvieron en sus posesiones de Westfalia. Juzgado en Núremberg, fue absuelto en un primer momento y luego condenado a ocho años de trabajos forzados. Interpuesto un recurso por sus abogados, logró la libertad, pero tuvo que abonar una multa por sus actividades bajo el régimen nazi».
En el mismo artículo se contaba que, desde 1957, Von Papen intentó percibir una pensión en concepto de los años de actividad como militar, pero el Tribunal de Karlsruhe denegó su solicitud. El argumento se basaba en que los antiguos miembros de las fuerzas armadas de Alemania, así como «aquellos que hayan atentado a los derechos del hombre durante el Tercer Reich», no podían beneficiarse de los mismos derechos que los funcionarios que tuvieron que abandonar sus puestos. «Von Papen, a sus 89 años, es un hombre jubilado que no tiene pensión de Estado», añadía este diario.
En su vejez, Franz von Papen visitó España por segunda vez, en 1954, en una época en la que algunos líderes nazis de la época encontraron también cobijo en nuestro país. Él, sin cargos pendientes con la justicia, no tenía nada de qué huir. Ni siquiera hay constancia de que se llegara a reunir con algunos de los antiguos mandatarios del Tercer Reich. El suyo era un viaje de cortesía. De hecho, viajó en compañía de su hija Isabella.
Torremolinos
Estuvo primero en Granada. El 10 de marzo de 1954 llegó al Hotel La Roca de Torremolinos, propiedad de la familia de Luis Antonio Bolín, prestigioso abogado y procurador en Cortes durante las cuatro primeras legislaturas del régimen franquista. En las fotos de los periódicos de la época aparece aquel distinguido anciano, aparentemente feliz y relajado, en la terraza del majestuoso hotel con vistas a la bahía de Málaga, según cuenta Rafael de la Fuente en ‘La Opinión de Málaga’.
También pasó por Valencia y visitó la redacción de ‘Las Provincias’. Saludo cordialmente a todos los periodistas, pues aún mantenía el aura de poder que había tenido en Alemania. Allí departió un rato largo con el director, Martín Domínguez, en su despacho.
Su vanidad y su soberbia, su incapacidad para admitir errores y para ver y sentir la línea que separa la civilización del crimen, le pesaron el resto de su vida. A pesar de haber salido indemne, se sabía responsable de lo ocurrido. Hasta el final de sus días tuvo que vivir con el recuerdo de los crímenes de Hitler y de su responsabilidad en que este subiera al poder.
La destrucción del nazismo
El balance más desolador del poder de destrucción nazi fue hecho público en 2011 por el Holocausto Memorial Museum de Washington, a través del proyecto ‘Enciclopedia de Campos y Guetos’. El resultado fue un mapa de 42.500 campos de concentración, guetos y factorías de trabajos forzados que provocaron entre 15 y 20 millones de muertos o internados. En su mayoría fueron judíos, pero también integrantes de otros grupos perseguidos por el nazismo, como los gitanos y los homosexuales. «Las cifras son más altas de lo que originalmente pensamos», aseguró el director del German Historical Institute de Washington, Hartmut Berghoff.
Sin embargo, el cómputo de la mayoría de estudios hechos desde 1945 era de seis millones. Ese mismo año, el Instituto de Asuntos Judíos de Nueva York ya situó los muertos entre 5.659.600 y 5.673.100. Una cifra similar a la que fue revelada antes por William Höttl, antiguo miembro de las SS, que declaró que fue usada por Adolf Eichmann, el arquitecto de la solución final, en 1944.