El soldado que revolucionó la comprensión de la Tierra en plena Primera Guerra Mundial y fue ignorado
Cuando Alfred Wegener fue herido en el frente de Bélgica en 1914 y enviado al servicio meteorológico militar, aprovechó para protagonizar uno de los mayores hitos de la ciencia contemporánea, por el que fue ridiculizado y criticado hasta 30 años después de muerte durante una expedición a Groenlandia
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
Alfred Wegener murió durante su cuarto viaje a Groenlandia, sin saber que su teoría iba a revolucionar para siempre la compresión de la Tierra. Un día después de cumplir 50 años, le sorprendió un ataque al corazón mientras transportaba víveres para sus colegas en una dificilísima misión entre los dos campamentos en que había quedado dividida su expedición. El cuerpo del meteorólogo, científico y soldado alemán fue enterrado por un compañero en el mismo sitio donde cayó fulminado, y allí continúa, bajo los más de 100 metros de nieve que se han acumulado desde entonces.
Wegener nunca pudo disfrutar en vida del éxito de su gran idea, que de sobra podría haber sido merecedora del premio Nobel si no hubiera sido descartada y vilipendiada por el mundo, no solo durante los 15 años que transcurrieron desde que la publicó hasta su muerte, en 1930, sino durante las tres décadas siguientes. Un caso similar al de Galileo, que tuvo que esperar más de 350 años a que la Iglesia le absolviera de su condena por afirmar que la Tierra y los planetas giraban alrededor del Sol.
Su teoría fue formulada en plena Primera Guerra Mundial, poco después de haber sido herido en el frente de Bélgica, mientras participaba como soldado alemán en la ocupación del país en agosto de 1914. Wegener fue transferido al servicio meteorológico militar y allí, lejos de las bombas, pudo compilar las pruebas que había ido reuniendo en los años anteriores y publicar, en 1915, «El origen de los continentes y los océanos». Un ensayo en el que planteaba la «loca» idea de que, hace 300 millones de años, todos los continentes estaban unidos en un supercontinente al que llamó Pangea, que se fue fragmentando en varios pedazos hasta configurar el mundo en los que vivimos hoy.
La gran revolución
Su hipótesis fue denostada y ridiculizada por la práctica totalidad de la comunidad científica, hasta que fue rescatada del baúl de los recuerdos 30 años después de la muerte de nuestro explorador. Fue entonces cuando el mundo comprendió al fin las profundas implicaciones que tenía para la historia de la geografía, la geología, la geofísica y la oceanografía. La deriva continental, como se la conoció, fue una auténtica revolución comparable al átomo de Bohr en la física o al código genético en la biología.
Wegener, nacido el 1 de noviembre de 1880 en Berlín, había sido acreedor de otros logros (sí reconocidos) antes de la publicación de su famoso libro y de que expusiera su teoría de Pangea. Tras estudiar física, meteorología y astronomía, se doctoró en esta última disciplina por la hoy llamada Universidad Humboldt, en la capital alemana, en 1905. Sus primeros empleos, sin embargo, fueron como meteorólogo, realizando junto a su hermano Kurt trabajos pioneros que usaban sondas en globo.
En abril de 1906, ambos batieron un récord al permanecer durante 52 horas y media suspendidos en uno de estos globos. Una hazaña que, incluso, fue recogida por periódicos españoles como «El Heraldo de Madrid», al igual que otros de sus descubrimientos, como el que le llevó a establecer la «extensión completa de la atmósfera en dirección vertical», publicados por revistas como «Por Esos Mundos» o «Madrid Científico».
Expediciones a Groenlandia
Fue ese mismo año cuando Wegener viajó por primera vez a Groenlandia, dentro de una expedición danesa para tomar diversas medidas del clima ártico. Allí construyó la primera estación meteorológica del gigantesco territorio helado: Danmarkshavn. Y a su regreso, con solo 26 años, fue contratado como profesor en la Universidad de Marburgo, donde permaneció hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial dando clases de meteorología, astronomía y física cósmica. Allí publicó «Termodinámica de la atmósfera», un libro de texto clásico de meteorología, y empezó a exponer públicamente sus primeras ideas sobre la deriva continental.
La bombilla se le encendió mientras observaba un mapamundi como los que cuelgan de cualquier pared de un colegio. ¿Cómo podían parecerse tanto las líneas de costa de Sudamérica y África? Wegener también quedó intrigado por las similitudes entre fósiles, tanto de animales como de plantas, hallados a ambos lados del Atlántico, lo que le impulsó a comenzar un estudio detallado sobre las coincidencias entre organismos de los distintos continentes.
«¿Han oído ustedes hablar del listrosaurio? Este reptil de 1,20 metros de largo vivió hace 200 millones de años en los climas cálidos, en la orilla de lagos y ríos poco profundos. Se han encontrado frecuentemente restos de este animal en África del sur e India. Ahora bien, el 4 de diciembre de 1969, se descubrió el cráneo de un listrosaurio en plena Antártida. ¿Cómo pudo llegar ese reptil, aficionado al fuerte sol y al agua dulce, a un continente desértico y helado, y separado de toda tierra acogedora por anchos océanos?», explicaba ABC en 1971, cuando la deriva continental hacía poco que había sido aceptada.
Pangea
La ciencia ortodoxa de la época de Wegener explicaba este caso con la suposición de que los continentes habían estado conectados por puentes de tierra que, con el tiempo, se hundieron. Una teoría que el alemán no aceptó, en contra de la opinión de sus colegas, por el hecho de que el perímetro de la plataforma continental del oeste de África y el del este de Sudamérica parecían encajar como dos piezas de puzzle. Como él mismo señaló en su libro, si juntásemos los dos continentes, todas las estructuras «casarían como las líneas de texto en un periódico roto». Y lo mismo ocurría con las costas de la Antártida, Australia, India, Madagascar y Sudáfrica. Fue entonces cuando empezó a hablar de Pangea.
La hipótesis de la coincidencia de las plataformas continentales ya había sido apuntada someramente, en 1620, por el filósofo británico Francis Bacon en su «Novum Organum» y, en el siglo XVIII, por los naturalistas Georges Louis Leclerc y Alexander von Humboldt. Pero fue en 1915 cuando la rompedora teoría formulada por Wegener en la Gran Guerra desató la polémica en el mundo de la geología y la mayoría de sus colegas quisieron quemarle cual hereje, por muy bien que estuviera fundamentada.
«La hipótesis de la deriva era tan iconoclasta que se ganó el ridículo y el desprecio de los especialistas, cuyos propios trabajos publicados partían de la premisa de una corteza terrestre horizontalmente inmóvil», escribían Marco Romano y Richard L. Cifelli en un artículo para la revista «Nature». Los críticos, sin embargo, lo tuvieron fácil, porque Wegener no supo explicar de manera convincente cómo se habían movido los continentes. Tan solo apuntó un par de teorías incorrectas basadas en la rotación de la Tierra y algún otro fenómeno. Al final, su hipótesis fue desechada y olvidada.
30 años en el olvido
Tuvieron que pasar tres décadas desde la muerte del meteorólogo para que se reivindicara de nuevo la deriva continental, gracias a nuevos datos sobre el paleomagnetismo y los sedimentos marinos, así como a la observación de las cordilleras suboceánicas, que es por donde emerge el nuevo suelo que va desplazando a los continentes actuales. A Wegener no le dio tiempo a llegar hasta ahí, a pesar de haber revisado su libro hasta en tres ocasiones (1920, 1922 y 1929), desarrollando nuevos argumentos para tratar de vencer la resistencia que mostraban sus opositores.
«El profesor Alfred Wegener, el conocidísimo explorador alemán que capitaneó el año pasada la expedición a la costa occidental de Groenlandia, está terminando sus preparativos para una nueva expedición que saldrá de Copenhague el próximo abril con rumbo al golfo Disco, en el Ártico. El objeto de la expedición es colocar una estación permanente de observación en medio de los hielos interiores. Por primera vez en las exploraciones árticas se utilizarán caballos en vez de perros para la conducción de los instrumentos y el combustible», informaba la revista española «Alrededor del Mundo», en abril de 1930. Pocos meses después, el 2 de noviembre, el hombre que protagonizó una de las mayores revoluciones de la ciencia contemporánea, murió de un ataque al corazón durante esta expedición.