28 abril, 2024

Las misteriosas islas fantasma que el hombre buscó durante miles de años

Montaje del Atlas de Andrea Benincasa de 1476, sobre una barco de la época ABC
Montaje del Atlas de Andrea Benincasa de 1476, sobre una barco de la época ABC

Los exploradores aseguraban haberlas visto, reyes poderosos enviaron centenares de barcos a buscarlas y hasta fueron incluidas en tratados internacionales hasta épocas muy recientes, pero nunca aparecieron

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En agosto de 1966, el poeta y periodista José María Castroviejo escribía en ABC: «Otra vez entre la calígine y sobre las olas verdes de la primavera, los oteadores del Hierro han visto surgir en el Atlántico otra isla fantasma: San Borondón. Parece ser que los testigos son ahora varios, lo que nos alegra mucho, ya que siempre hemos puesto gran atención en esta isla, una de las más bellas de la cristiandad en el mar. Una que aparece y se sumerge y que figura en las antiguas crónicas y relatos».

Ocho años antes, incluso, se podía leer el siguiente titular: ‘San Borondón ha sido fotografiada por primera vez’. El artículo aseguraba: «Hace cinco años, esta isla levantó su perfil fabuloso al occidente de las Canarias. No había vuelto a aparecer hasta hace unos días. Su anterior aparición fue servida como noticia fresca en todas las agencias de comunicación, pero esta última ha sido conocida por muy pocos».

¿Cómo era posible que alguien hubiera fotografiado un pedazo de tierra en medio del Atlántico que, en realidad, no existía? A lo largo de la historia, el ser humano ha inventado islas por todo el mundo. «Cuando miramos al cielo, imaginamos dioses. Cuando miramos al océano, imaginamos islas, según apunta Malachy Tallack en ‘Islas desconocidas’ (Geoplaneta, 2017). A veces, incluso, continentes, como la Atlántida y Lemuria.

Para los primeros marinos, el océano era un lugar de brumas y desembarcos azarosos repleto de misterios. Los exploradores europeos se lanzaban al mar en busca de nuevas tierras sin saber qué se iban a encontrar. En el mapa del cartógrafo otomano Piri Reis de 1513, por ejemplo, las costas de España, Portugal y África estaban perfectamente delimitadas, pero las de América y la Antártida, que todavía no habían sido descubiertas por los europeos, aparecían muy inexactas. Además, incluían tierras imaginarias que los exploradores aseguraron haber visto durante siglos, a las que reyes enviaron centenares de barcos a buscarlas y que fueron incluidas en tratados internacionales.

Tierra de Crocker

Isla Buss

Tule

Isla Brasil

Fusang

(Hipótesis 1)

San Brandán

Antillia

Fusang

(Hipótesis 2)

Hufaidh

San Borondón

Isla Bermeja

Los Jardines

Antartida

Onaseuse

Lemuria

Sarah Ann

Isla Sandy

Tierra

de Davis

Islas Aurora

Fuente: Elaboración propia / CG. Simón / ABC

Platón

«Desde que la gente empezó a crear historias, ha estado inventando islas», insiste Tallack. La Atlántida es la más grande de todas. Fue inventada por Platón hace 2.400 años en sus diálogos ‘Timeo’ y ‘Critias’. La ubicó en algún lugar del océano Atlántico, asegurando que estuvo gobernada por una dinastía de reyes descendientes de Poseidón, el dios del mar. Sus descripciones llevaron a muchos geógrafos y cartógrafos a situarla más allá de los Pilares de Hércules, en el Estrecho de Gibraltar. A pesar del acuerdo casi universal que existe hoy sobre su inexistencia, las obras eran lo suficientemente ambiguas como para alimentar más de dos mil años de especulaciones y pseudociencia.

Lemuria, en cambio, fue creado por Philip Sclater en 1864, un zoólogo británico muy respetado que localizó este continente «desaparecido» en el fondo del oceánico Índico. Llegó a esa conclusión tras mostrar interés por la fauna de Madagascar y descubrir allí al lemur, un primate endémico que tenía parientes en la India y en el resto de África. Su presencia en este continente podía explicarla fácilmente, ya que estaba separado de la isla por solo 400 kilómetros, pero, ¿cómo pudo llegar a la India?

«Con anterioridad a la existencia de África en su forma actual, existió un gran continente que cubría parte de los océanos Atlántico e Índico, llegando hasta la actual América por el oeste y a la India y sus islas por el este. En Madagascar se conservan reliquias vivientes de aquel gran continente, para el cual propongo el nombre de Lemuria», explicaba Sclater aquel año. Esta idea influyó en otros científicos respetados, que defendieron que aquella región podía ser la cuna de la humanidad. La cofundadora de la Sociedad Teosófica, Helena Blavatsky, fue más allá con su libro ‘La doctrina secreta’, donde afirmó que los lemurianos fueron hermafroditas de cuatro brazos y ponían huevos. Aunque la teoría fue desechada a mediados del siglo XX, la cultura india tamil la enseñó en sus escuelas hasta 1980.

Expediciones perdidas

La Antillia, otro ejemplo, aparecía en los mapas de los siglos XV y XVI. «La encontraron los portugueses, pero ahora no se encuentra», explicaba el cartógrafo Johann Ruysch en un planisferio publicado en Roma en 1507. Los diferentes relatos animaron a Alfonso V y Juan II de Portugal a organizar expediciones para colonizarla. Por supuesto, fracasaron todas.

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En los alrededores del continente americano encontramos ejemplos como la Tierra de Crocker, al norte de Canadá; la Tierra de Davis, en algún lugar junto a la costa de Chile; las islas Aurora, al sur de Argentina, cerca de las Malvinas, y la isla Bermeja, en el Caribe. El caso de esta última es realmente único, pues apareció por primera vez en el mapa de Gaspar Viegas de 1535, pero los Gobiernos de México y Estados Unidos seguían discutiendo sobre ubicación, en 1997, durante las polémicas negociaciones sobre los límites de ambos países en el golfo de México.

De acuerdo con los antiguos mapas, se encontraba a unos 180 kilómetros de la costa de la península de Yucatán, pero cuando enviaron un barco de la Armada mexicana en busca de la isla, no apareció. Por consiguiente, el límite reclamado por México debía desplazarse hacia el sur. En realidad, nadie la había visto jamás. En 1885, la Agencia Hidrográfica de Estados Unidos, puso en duda su existencia: «Esta isla figura en todas las cartas antiguas, pero los oficiales de la marina española no llegaron a verla, ni tampoco otro oficial que la buscó expresamente en 1804. El capitán E. Barnett, de la Marina Real Británica, rastreó la zona en 1844 sin hallar nada». Aún así, la cuestión de los límites resurgió de nuevo en 2009 y se mandaron tres expediciones para localizarla… pero nada.

Teorías de la conspiración

En pleno intercambio de acusaciones entre los políticos mexicanos, por permitir que aquel pedazo de tierra hubiera desaparecido, empezaron a circular teorías de la conspiración, como que Bermeja se hundió en una acción de la CIA encargada por el Gobierno de Estados Unidos para ganar territorio en el reparto.

Para los viajes de los últimos siglos a. C. y del primer milenio d. C., los límites del conocimiento geográfico eran estrechos. Sabían muy poco de lo que había más allá. El mapamundi era poco más que un bosquejo, con los bordes atestados de especulaciones. Reis, por ejemplo, pintó criaturas fantásticas como reptiles antropomorfos, hombres sin cabeza o la frase «hic sunt dracones» («aquí hay dragones»), una fórmula muy usada para advertir de peligros desconocidos. «El océano era un lugar maravilloso y aterrador, donde hechos y leyendas se entremezclaban y cualquier cosa era posible», apunta Tallack.

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En los mapas antiguos del norte de Europa descubrimos islas que ningún ser humano ha visto jamás. Por ejemplo, la isla BrasilSan Brandán y Fusang. Los soberanos chinos no dejaron de enviar expediciones a esta última, que ubicaban a veces cerca de Japón y otras en Islandia. Viajaron a pesar de que, según la tradición, «cualquier barco que se acercara a ella acabaría desviado por el viento». Las más famosas las encabezó el astrólogo Xu Fu. La última, en el 210 a. C., no viajó precisamente ligera de equipaje. Llevó consigo 3.000 niños en 60 barcos, pero ni él ni los pequeños regresaron.

La isla de los nazis

Muy cerca de Islandia debería estar la isla Buss, que un tal Thomas Shepar declaró haber explorado y cartografiado en 1671 y que apareció en los documentos históricos hasta bien entrado el siglo XIX. Tule, al sur de dicho país, fue mencionada por primera vez por el geógrafo griego Piteas en el siglo IV a. C. y buscada en todo el mundo, durante la Segunda Guerra Mundial, por un grupo de místicos nazis que creían que era la patria primigenia de la raza aria.

En los mares que rodean a Australia están Onaseuse y Sandy. El caso más llamativo en esta esquina del mundo son, sin embargo, Los Jardines, que nunca debieron sobrevivir tanto tiempo como islas fantasma. Figuran entre las más inexplicablemente tenaces, porque permanecieron en los mapas durante 400 años en continua transformación. «Cuando no se las localizaba en un punto, se trasladaban a otro; y cuando seguían sin aparecer, su tamaño se reducía. Durante siglos, marinos y cartógrafos les concedieron el beneficio de la duda. Mientras otros fantasmas del Pacífico caían uno tras otro», explica Tallack. En 1973, la Agencia Hidrográfica Internacional permitió, finalmente, su eliminación de los mapas.

Un último caso llamativo es el de Husaidh, que durante siglos el pueblo de los madan aseguró que se encontraba en las marismas del sur de Irak que Sadam Husein secó al acabar la primera guerra del Golfo, en 1991. Según estos indígenas, «era una isla que contenía palacios, palmeras y jardines de granados, con búfalos más grandes que los nuestros, pero nadie sabe exactamente dónde está». Algunos exploradores británicos la buscaron a mediados del siglo XX, pero nunca apareció.

Origen: Las misteriosas islas fantasma que el hombre buscó durante miles de años

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