20 abril, 2024

El soldado raso que engañó a Napoleón fingiendo ser de la familia Borbón

Montaje con el retrato del cardenal Luis de Borbón realizado por Goya, con un paisano armado de la milicia de Ciudad Rodrigo, grabado por el reverendo William Bradford, sobre la entrada de los franceses por la brecha abierta, (de Phillipoteaux) y la primera edición de las aventuras del sargento Mayoral, de 1844
Montaje con el retrato del cardenal Luis de Borbón realizado por Goya, con un paisano armado de la milicia de Ciudad Rodrigo, grabado por el reverendo William Bradford, sobre la entrada de los franceses por la brecha abierta, (de Phillipoteaux) y la primera edición de las aventuras del sargento Mayoral, de 1844

Cuando fue capturado en el sitio de Ciudad Rodrigo, durante la Guerra de Independencia, el sargento Mayoral se hizo pasar por un importante cardenal de la Monarquía española para recibir un mejor trato que el resto de prisioneros

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En los poco más de dos meses que duró el sitio de Ciudad Rodrigo , en 1810, murieron 461 españoles y 994 resultaron heridos. El intrépido sargento Francisco Mayoral, nacido en Salamanca en 1781, no estuvo entre ellos. Logró librarse de la muerte y de un despiadado cautiverio fingiendo ser una de las figuras más importantes de la época. Nada menos que Luis María de Borbón y Vallabriga, un destacado miembro de la Familia Real española , presidente de la Regencia en Cádiz, arzobispo de Toledo y Sevilla y pariente de la misma emperatriz de Francia. Y coló.

¿Cómo fue posible que un aguerrido militar, acostumbrado a vivir en el campo de batalla sin apenas comodidades, pudiera hacerse pasar por uno de los más destacados y refinados miembros de la nobleza y la Iglesia española, durante la Guerra de la Independencia contra Napoleón ? Pues todo comenzó cuando, en octubre de 1809, el mariscal Jean-de-Dieu Soult obligó al mariscal Michel Ney a sitiar Ciudad Rodrigo como requisito previo para la proyectada invasión de Portugal. Cuando este último llegó a las puertas de la localidad salmantina, en febrero, el general español Andrés Pérez de Herrasti respondió a su ultimátum con estas palabras: «He jurado defender esta plaza para el soberano legítimo Fernando VII hasta la última gota de mi sangre».

Y así fue. El 26 de abril comenzó el asedio, que permaneció inalterable hasta que Ney se instaló en el grandioso convento-monasterio de Nuestra Señora de la Caridad, a tres millas de Ciudad Rodrigo, con 42.000 soldados y 60 cañones. Los batallones y la guardia ciudadana de los regimientos de Ávila, Segovia y Mallorca acudieron en en ayuda de los españoles. En total, 6.000 hombres, que se sumaban a los 10.000 de la localidad y 240 lanceros del guerrillero Julián Sánche z. El mariscal francés creía que la parte más propicia para el asalto final era la comprendida entre la Torre del Rey y la Catedral, pero el temporal de los primeros días de junio le obligó a retrasar su plan.

En la madrugada del 23 de junio, Sánchez intentó forzar una salida que le costó cuatro muertos y veinte heridos. Al día siguiente, los galos desplazaron a Ney a un barracón construido en una de las cima pegadas a la ciudad, desde donde comenzó a abrir fuego sobre la plaza con 46 cañones. La intimidación, sin embargo, fracasa, y los salmantinos resisten a pesar de haber perdido el convento de Santa Cruz, la catedral y un buen número de casas. Lo galos estaban convencidos de que Pérez de Herrasti, junto a nuestro protagonista y el resto de vecinos, estaban a punto de capitular, pero se equivocaban.

«Mi objetivo es continuar así tanto tiempo como sea posible. Lamento que me sea imposible liberar a la brava guarnición de Ciudad Rodrigo , pero la ciudad estaba en llamas antes de ayer, cuando me encontraba en los puestos avanzados desde donde pude verla», comentó el general Wellington, que vio desde la distancia como, en los primeros días de julio, los españoles perdían también el convento de San Francisco. Los franceses continuaban penetrando poco a poco en la plaza hasta los arrabales y el convento de Santa Clara.

El día 10 de junio, los dos muros y la base de las fortificaciones de la Puerta del Conde fueron destruidos. La guarnición española había perdido ya más de 1.400 hombres para el combate si sumamos los muertos y los heridos. Es el trágico momento en que el gobernador Herrasti, vestido de paisano, bajó por la ladera y, con la bandera blanca en una mano, se rindió a las tropas de Napoleón. Tras 16 días de bombardeos y 13 de lucha con la brecha abierta, finalizó el asedio. En total, 28.286 proyectiles y 11.859 bombas lanzados, según los datos ofrecidos por Miguel Alonso Baquer en su artículo sobre asedio publicado en la revista ‘Militaria’ en 1995.

Primera edición de ‘Historia verdadera del sargento Mayoral escrita por él mismo’, de 1844

La mentira creciente

En ese momento, Ney ordenó que tres columnas de 1.200 prisioneros cada una fueran evacuadas a Francia. Entre ellos se encontraba nuestro protagonista, cuya hazaña fue rescatada en 2009 por la editorial Espuela de Plata: ‘Historia verdadera del sargento Mayoral escrita por él mismo’ . Una obra que no se publicaba en España desde había más de medio siglo, cuando conoció una última edición en la Colección Austral con el larguísimo título de ‘Historia verdadera del sargento Francisco Mayoral, natural de Salamanca, fingido cardenal de Borbón en Francia, escrita por él mismo y dada a luz por D.J.V.’, cuya primer edición data de 1844.

La peripecia de Mayoral fue tan inaudita que, durante más de un siglo, los lectores de están obras estaban convencidos de que no era real, pero lo contado en ellas no tenía nada de ficción. Es cierto que el sargento, al percatarse de que los clérigos cautivos recibían mejor trato por parte de los franceses, fingió en primer lugar ser un simple fraile. Aquella interpretación no se le dio nada mal, hasta el punto de que se animó a seguir con su farsa cuando comprobó que, cuanto más alto estabas en la jerarquía eclesiástica, mejor le trataban las huestes de Napoleón. La mentira, por lo tanto, fue creciendo.

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«Al final urdió la astucia de hacerse pasar por el cardenal Luis de Borbón para mejorar su suerte», subrayaba Fernando Durán López, especialista en ese periodo y autor de la introducción añadida hace una década, quien explicaba también que «consiguió engañar a unos cuantos con su audaz desfachatez y enamorar a alguna que otra dama una vez llegado a Francia, pues se suponía que se había convertido en nada menos que un miembro de la Familia Real española». Posteriormente, continuaba, «se vio empujado a caminar por la insegura cuerda floja de una farsa imposible de sostener, pero también de frenar, por lo que al final fue descubierto en 1814. Cuatro años fue capaz de mantener aquella mentira, mientras le trataban a cuerpo de Rey en Francia».

Luis de Borbón

Algo increíble, porque Luis de Borbón no era un miembro cualquiera de la monarquía. Cuando en 1808 las tropas de Napoleón invadieron España, este fue el único miembro de la Familia Real que permaneció en el país. Huyó a Andalucía y participó en las Cortes de Cádiz, donde firmó el decreto que suprimió el tribunal de la Inquisición española. En la retirada de los franceses en 1813, además, el cardenal presidió el consejo de Regencia que gobernó el Estado hasta la llegada de su sobrino segundo, Fernando VII. Fue a él a quien Goya le pidió ayuda para «perpetuar, por medio del pincel, las más notables y heroicas hazañas contra el tirano de Europa», las mismas que dieron lugar a ‘La carga de los mamelucos’ y a ‘El tres de mayo de 1808 en Madrid’, que adornaron la puerta de Alcalá a la llegada del monarca en 1814.

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Mayoral, sin embargo, pasó sus últimos meses de vida arrastrándose, enfermo, por hospitales y cárceles, hasta que finalmente murió con su identidad perdida entre las brumas de su curiosa leyenda. No se sabe la fecha exacta, aunque se baraja que fue en el año 1822. De lo que pocos dudan actualmente es de que su historia es real, a diferencia de otras leyendas aparecidas en la antigua tradición literaria de falsos clérigos o de aventureros que se hicieron pasar por jerarcas de la Iglesia. Durán López remite a una obra de referencia, ‘Los españoles en Francia 1808-1814. La deportación bajo el primer imperio’ (Siglo XXI de España, 1987), de Jean-René Aymes, quien comprobó en archivos franceses la veracidad de toda la peripecia del sargento español.

En 1815, la Auditoría General de Guerra de Cataluña lo procesó por la jurisdicción militar y lo acusó de impostor. Un año después fechó el manuscrito autobiográfico de esta historia, tras lo cual el Santo Oficio lo procesó también por blasfemo, al haber suplantado la identidad de un cardenal, y lo condenó en 1818 a cuatro años más de destierro en Ceuta . No queda muy claro tampoco si después logró regresar a su Salamanca natal, pero si lo consiguió, allí no encontró ni a su esposa ni a su padre, que habían muerto durante sus años de cautiverio.

Origen: El soldado raso que engañó a Napoleón fingiendo ser de la familia Borbón

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