El soldado transexual de Felipe II que admitió haberse mutilado los genitales: «No quedó nada»
Elena de Céspedes fue un personaje controvertido; tras ser detenida por el Santo Oficio, defendió que había nacido hermafrodita y que se había cortado el pene después de padecer una severa infección
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Eleno para unos, Elena de Céspedes para los que más. Este personaje navega entre el inconformismo y el obscurantismo de las fuentes del siglo XVI; el amargo resultado de haberse considerado hombre hace quinientos años. Hoy, los historiadores han llegado al consenso de que esta granadina, nacida mujer, era en realidad transexual. Una que, al ser procesada por el Tribunal de Santo Oficio en Toledo por lesbianismo, afirmó que era hermafrodita y que se había mutilado los genitales: «Yo, como cirujano que he sido, fui cortando poco a poco hasta que no quedó nada de él». Realidad o no, fue la teoría que defendió hasta su muerte.
Y no crean que lo del obscurantismo es una frase hecha; más bien es una amarga realidad similar a la de otros tantos personajes históricos obviados por los libros. Porque poca información existe de sus primeros años de vida, vaya. En los últimos tiempos, ha sido el Catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos Ignacio Ruiz Rodríguez quien ha recopilado los pocos documentos que existen sobre la buena de Céspedes para elaborar un artículo biográfico para la Real Academia de la Historia. Entre las pocas certezas que existen a su alrededor es que fue alumbrada en Granada allá por 1545, cuando la vieja tierra hispana ya había sido ‘reconquistada’, en términos que hoy escuecen a más de uno.
Misteriosa juventud
A partir de aquí, que viva la incertidumbre. «Nacida en cuerpo de mujer, esclava, en casa de Benito Medina, su padre biológico fue a la vez amo», desvela el experto en sus escritos. Se desconoce el nombre con el que vino al mundo. Tan solo se sabe que, cuando sumaba unas ocho primaveras, fue liberada y bautizada como Elena de Céspedes «en homenaje a la difunta esposa de su progenitor». También quedó constancia, a golpe de documentos, de que contrajo matrimonio con Cristóbal Lombardo, un albañil jienense con el que tuvo un hijo; testimonio suficiente para confirmar su feminidad. Aunque jamás se volvería a tener noticia del pequeño.
Empezó entonces nuestra Elena su peregrinación por las tierras de Andalucía como sastre y calcetera. Las localidades por las que pasó se cuentan por decenas. Entre ellas, Arcos de la Frontera, donde «se enroló en las tropas que el duque de la localidad ofreció a Felipe II para apaciguar el levantamiento morisco en las Alpujarras». La lógica lleva a pensar que fue en ese momento cuando empezó a vestirse como un varón –¿cómo diantres podría haber accedido al ejército en caso contrario?– y se cambió el nombre por el de Eleno. Si fue por convicción o interés, es imposible de saber en la actualidad.
De su etapa con las armas tampoco se sabe demasiado, y no extraña. Sin que medie documentos alguno se trasladó a la capital y trabó amistad con un cirujano valenciano que la dejó vivir en su casa y le mostró los secretos de su oficio. Elena, o Eleno, transitó el pedregoso camino hacia una profesión tan compleja como la medicina de campo. «Pronto vino a convertirse en una excelente profesional, desempeñando su nuevo oficio en el hospital de la Corte durante unos tres años, desde donde pasó a ejercer su oficio por la Sierra de Madrid», añade el historiador. Aunque, una vez más, la fortuna le fue esquiva.
Sus éxitos iniciales generaron envidias a los unos y los otros, así que terminó denunciada por trabajar sin título. Pero la desesperación no medró su ánimo; más bien le dio el empujó que necesitaba para pasar por la facultad. Elena regresó de las montañas en las semanas siguientes, se sacó dos títulos –el de sangradora y el de purgadora– y, ya en paz con la legalidad, volvió a ejercer su profesión. Mientras, en lo personal, andaba a la busca y captura de una buena dama que hiciera sus delicias en el corazón y en la alcoba. Y vaya si lo conseguía.
Cazada por el Santo Oficio
Si su vida había sido controvertida en lo profesional, no fue más tranquila en el ámbito marital. Elena mantuvo relaciones sexuales con una infinidad de mujeres; poco le importaba que fueran solteras, casadas o viudas. Aunque fue durante su regreso a Madrid cuando brotó el germen del amor. En la capital conoció a una joven llamada María del Caño, la que se convertiría en su luz y en su guía. «La idea que expresó Céspedes en más de una ocasión fue la de apartarse de una pretérita vida licenciosa», sentencia el experto. En la mente de aquella soltera alocada se formó entonces la idea del matrimonio; sentar la cabeza por mediación de la Iglesia.
La boda se planeó en la localidad de Yepes en 1585, y no fue sencilla de organizar. Si era descubierta, Elena podía ser juzgada por las autoridades acusada de mil males; entre ellos, el lesbianismo. «Superó las amonestaciones, ordenadas por el párroco del lugar, debido a su tez carente de barbas, puesto que de lo contrario no podría celebrarse un matrimonio cuya finalidad no era otra que la procreación, al ser acusado de ‘lampiño o capón’», completa Ruiz Rodríguez en su artículo para la Real Academia de la Historia. La pantomima fue bien durante las primeras semanas, pero fue desvelada por sus antiguos compañeros de armas. Vaya usted a saber el porqué.
La justicia no tuvo piedad. Elena fue capturada y trasladada a la cárcel inquisitorial de Toledo mientras esperaba juicio. Y hete aquí que arribó el jaleo que, años después todavía calienta el debate histórico. En su defensa, elaborada entre 1587 y 1589 ante el Tribunal del Santo Oficio de Toledo, la ‘granaína’ argumentó que en realidad era hermafrodita y que había nacido con órganos sexuales masculinos. Una curiosa forma de esquivar a la justicia para unos; una realidad plausible pero improbable para otros. Su declaración ante el juez la recoge Nicolás Bersihand en la obra ‘Cartas eróticas. Las joyas epistolares más íntimas y pasionales de las grandes figuras de la historia’:
«Yo, con pacto expreso y tácito del demonio, nunca me fingí hombre para casarme con mujer, como se me pretende imputar; e lo que pasa es que, como en este mundo muchas veces se han visto personas que son andróginos, que por otro nombre se llaman hermafroditos, que tienen ambos sexos, yo también he sido uno de estos. Al tiempo que me pretendí casar incalecía e prevalescencia más en el sexo masculino, e naturalmente era hombre e tengo todo lo necesario de hombre para poderme casar. Y de lo que era hice información e probanza ocular de médicos e cirujanos en él ante los cuales me vieron e tentaron e testificaron con juramento que era tal hombre y me podía casar con mujer. Y con la dicha probanza hecha judicialmente me casé por hombre e con licencia del juez competente».
Elena defendió su condición de hermafrodita durante todo el proceso, del que sí existen páginas y páginas en los archivos. No dio un paso atrás. Incluso arguyó que, cuando contrajo matrimonio «como mujer» con su primer esposo, lo hizo porque primaba en su cuerpo el sexo femenino. Pero también sentenció que, una vez fallecido su marido, afloraron en ella los órganos reproductores masculinos. La última parte de su argumentario lo dedicó a explicar el porqué carecía de pene; así de claro:
«Si ahora no aparece mi sexo masculino y mi miembro viril es porque me dio una enfermedad en él de la cual me vino a consumir, e yo, como cirujano que he sido, me lo curé e fui cortando poco a poco hasta que no quedó nada de él. Y, cuando me trajeron a este Santo Oficio, traje unas llagas en las cuales vieron los médicos que me entraron a ver y dijeron que salidas las costras quedaba cicatrizado todo aquello. […] Es esta la razón por la que he quedado solo con el sexo femenino».
A Elena de Céspedes no le valió de nada todo aquel argumentario. En 1589, tras dos años de idas y vueltas jurídicas, fue condenada a recibir dos centenares de latigazos y a trabajar en un hospital durante una década sin percibir ni una moneda. Narra el catedrático español que la granadina escogió el Hospital Real de Toledo, pero que, con el paso de los meses, no quedó más remedio que trasladarla porque el lugar se llenaba de curiosos que anhelaban conocer a esta mujer. Después, su pista se pierde en las crónicas. «Resulta curioso indicar que Eleno de Céspedes vino a convertirse en un personaje cervantino, al ser incluido por el inmortal autor en su obra Los trabajos de Persiles y Sigismunda, en donde encarnaría a la bruja Cenotia», añade el autor.
Origen: El soldado transexual de Felipe II que admitió haberse mutilado los genitales: «No quedó nada»