4 diciembre, 2024

Luces y sombras de El Charro: la crueldad del guerrillero español que aterrorizó a Napoleón

Una escena del levantamientos contra los franceses en Madrid, pintada por Eugenio Álvarez Dumont en 1887
Una escena del levantamientos contra los franceses en Madrid, pintada por Eugenio Álvarez Dumont en 1887

Cuando estalló la Guerra de Independencia en 1808, Julián Sánchez se enroló como voluntario en las milicias y comenzó a construir su leyenda por la forma diferente y personal con la que se enfrentó al invasor francés

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Un año antes de comenzar la invasión de España, Napoleón Bonaparte lo tenía claro: «Es un juego de niños, esa gente no sabe lo que es un ejército francés. Créame, será rápido», aseguró el emperador francés a sus generales, en el otoño de 1807, embriagado por los triunfos que había obtenido en Europa. A continuación engañó al primer ministro español, Manuel Godoy, para que firmara el Tratado de Fontainebleau. A través de él obtuvo el permiso del Rey para atravesar la península con más de 110.000 soldados con el objetivo de conquistar Portugal… o eso le hizo creer a Fernando VII.

A su paso por la península, los franceses intentaron conquistar las ciudades españolas que encontraban a su paso. En los años anteriores, Napoleón había protagonizado una serie de deslumbrantes hazañas militares en Italia, Francia y Egipto, había sido coronado en Notre Dame y continuado su asombrosa cadena de victorias en Austerlitz, Jena y Friedland. ¿Qué podía salir mal en España? ¿Quién le podría impedir al dueño del continente hacerse con el último país antes de encontrarse con África? La respuesta: el pueblo.

La resistencia de los españoles de a pie ante el invasor francés quedó clara poco después del 24 de marzo de 1808, cuando Fernando VII hacía su entrada en la capital por la Puerta de Atocha. Las calles de Madrid, con las tropas de Napoleón recluidas en la gran ciudad que construyeron en el parque de El Retiro, se mantuvieron relativamente tranquilas en las próximas semanas. Durante ese tiempo, los soldados galos pudieron pasearse a sus anchas por la capital sin muchos problemas.

«Nos cuesta mucho trabajo creer que los propósitos de los franceses no fueran evidentes ante los ojos de nuestros conciudadanos. Los testigos de aquella situación nos hablan insistentemente del malestar creciente de la población madrileña. ¿Qué hacer?», se preguntaba el historiador José Manuel Guerrero en su artículo ‘El ejército francés en Madrid’, publicado en la ‘Revista de Historia Militar’ en 2004. El 2 de mayo, la capital saltó finalmente por los aires y comenzó la Guerra de Independencia.

«¡Armas!»

«No se oían más voces que ¡armas, armas, armas! Los que no vociferaban en las calles, vociferaban en los balcones. Y si un momento antes la mitad de los madrileños eran simplemente curiosos, después de la aparición de la artillería todos fueron actores», contaba Benito Pérez Galdós en sus ‘Episodios Nacionales’. El Gobierno llamó a filas a sus ciudadanos y consiguieron reunir a 30.000 hombres, la gran mayoría de ellos milicianos sin ninguna experiencia en combate, pero convencidos de que podían echar al invasor.

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Uno de ellos fue Julián Sánchez, un guerrillero atípico por su vinculación al Ejército Regular desde el principio de la guerra que siempre combatió de un modo muy personal y peculiar. Perteneciente a una familia de labradores acomodados de la localidad salmantina de Muñoz, donde nació en 1774, El Charro, como se le conocía por su procedencia, pronto se convirtió en uno de los combatientes más famosos y temidos de España. Además, a diferencia de ‘El Empecinado’, no era un iletrado, sino un mozo instruido en el latín por un párroco.

Trabajó con sus padres en las faenas de labranza hasta que, con 17 años, se incorporó al Regimiento de Infantería ‘Mallorca’ y luchó en la Guerra del Rosellón de 1793, donde resultó herido por siete trozos de metralla durante el asedio de Tolón y fue hecho prisionero durante un año y medio. Después tomó parte en la defensa de Cádiz (1797), combatió contra los ingleses del almirante Nelson y cayó herido una vez más, esta vez por la explosión de un proyectil. Tras reponerse, se incorporó de nuevo al Regimiento ‘Mallorca’ en Mérida y participó en la guerra de las Naranjas en 1801. Ese mismo año, con solo 27 años, se licenció, regresó a Salamanca y se casó con Cecilia Muriel.

Retrato de Julián Sánchez, en un grabado realizado por Mariano Brandi BNE

«Odio y venganza»

Parecía que ya nunca más tendría que empuñar un arma, pero entonces llegaron los franceses y cambió de opinión. Según el historiador Antonio Molines, autor del artículo ‘Rebeldes, combatientes y guerrilleros’ (2008): «No tiene ninguna verosimilitud atribuir a Sánchez la idea de que se lanzó a la guerrilla como consecuencia de la muerte de sus padres y el ultraje de su hermana a manos de los franceses. Como en el caso de El Empecinado, fue su vivencia como soldado y la huella psicológica que le dejó donde se deben buscar sus motivos. La lucha contra el francés tenía un componente religioso, en defensa de las monarquías europeas y contra las ideas de la Revolución francesa. Matar a un francés por odio y venganza porque había ocupado el territorio donde uno vivía y, además, había secuestrado al monarca, estaba plenamente justificado».

El 15 de agosto de 1808, con 34 años, Julián Sánchez no ingresó en su antiguo Regimiento Mallorca, sino en el batallón de voluntarios de Ciudad Rodrigo, en Salamanca. Era algo lógico, pues lo que le importaba, como a todos los que empuñaron las armas y organizaron la resistencia, era la defensa de lo más próximo: su tierra, su hacienda, su familia y su iglesia, como acto de rebeldía frente a la injusta ocupación extranjera. Y sus primeras acciones tuvieron un carácter más de requisa de caballos y pertrechos que de acciones de combate.

Desde el primer momento Sánchez se empeñó en hacer las cosas a su manera, adoptando el traje y la silla de montar a caballo propia del campo charro en lugar del uniforme de ordenanza. Aquello ya le dio cierta fama entre los demás voluntarios. Como soldado experimentado que era, además, a los cinco días de alistarse fue nombrado cabo, y al mes sargento y, poco después, capitán. En poco tiempo fue ascendiendo hasta constituir la Brigada de Don Julián, denominación que le otorgó el propio Ejército español en 1810. Fue ahí donde su fama crece entre los generales franceses y comienza a construir su leyenda.

La crueldad de ‘El Charro’ había quedado patente unos meses antes, cuando informó a Vicente de Cañas, el duque del Parque, que tras los excesos cometidos por los franceses en Rodasviejas, en septiembre de 1809, siguió a 70 de ellos y pasó a cuchillo a 54, pues no quiso dar cuartel a ninguno. Cinco meses antes había sido aprobada la ‘Instrucción para el Corso Terrestre’, según la cual el Rey de España justificaba el uso de todos los medios posibles, incluidas armas prohibidas, para «corresponder a la conducta bárbara e inicua de los satélites de Bonaparte». Y Sánchez, sin duda, le sacó el máximo provecho.

La legítima defensa ante el invasor francés llevó a muchos guerrilleros, especialmente El Charro, a una espiral de las represalias sin límite y a un nivel de violencia insospechada. Aquello, sin embargo, le granjeó las simpatías de sus vecinos, hartos de los excesos de los franceses. En Zamora, por ejemplo, los propios regidores de la ciudad mantenían una estrecha relación con Sánchez. Le informaban de las operaciones del enemigo y le facilitaban armas y municiones. En una ocasión le dieron quinientos fusiles, a lo que Julián respondió que necesitaba un cañón y los zamoranos, con gran riesgo, consiguieron sacar uno del castillo burlando a la gendarmería francesa y a los centinelas que custodiaban los alrededores.

Una canción de la época decía: «Cuando Don Julián Sánchez monta a caballo/ se dicen los franceses: ‘¡Viene el diablo!’ / Cuando Don Julián Sánchez monta a caballo/ dicen los españoles: ‘¡Vienen los Charros!’». Así lo demostró el famoso guerrillero en batallas como la de Tamames o en la que libró en Ciudad Rodrigo, sitiada por el general André Massena, donde consiguió romper una línea de más de 20.000 franceses con 202 caballos. Igualmente hizo prisionero al gobernador francés Reynad y aprovisionó de víveres al Ejército de Wellington, aliado de España, por no hablar de sus victoria en Fuentes de Oñoro y, sobre todo, en Los Arapiles al final de la guerra, un combate que según algunos expertos cambió el rumbo de Europa.

‘Napoleón abdicando en Fontainebleau’, cuadro de Paul Delaroche de 1846

La fama de El Charro

Wellington, que no tenía demasiado aprecio por los guerrilleros, no dudó en ‘fichar’ a Julián Sánchez para que combatiera en sus filas. Así lo explicó el inglés en una carta dirigida a su hermano. La fama de El Charro llegó, incluso, a las Américas. La infanta Carlota, hermana de Fernando VII, le envió una felicitación desde Río de Janeiro a principios de 1812, para resaltar su «celo infatigable» y su «fiel conducta» junto a la de todos los guerrilleros que combatían bajo sus órdenes. Los oficiales franceses se referían a él como el jefe de una banda que masacraba a sus soldados.

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Molines, sin embargo, advierte en su artículo: «No se puede negar que hay muchos testimonios críticos con la guerrilla de El Charro, certificados por las autoridades, sobre sus actuaciones irregulares como robos de ganado, el secuestro de un hacendado o exigencias de raciones y provisiones desorbitadas a los pueblos. Se llega a precisar, incluso, la fortuna que Julián Sánchez amasó en la guerra y que, al parecer, le convirtió en uno de los salmantinos más acaudalados. ¿Fueron acusaciones fruto de la envidia? Son aspectos que se desconocen y que habrá que dilucidar a través de investigaciones precisas en este sentido».

El historiador recuerda también que, a diferencia de lo que ocurrió en otros países de Europa que se sometieron a los dictámenes de Napoleón tras ser derrotados sin apenas ofrecer resistencia, en España, aun en los peores momentos de la Guerra de Independencia, El Charro y los otros guerrilleros jamás se rindieron. Siempre encontraban un terreno propicio para empezar de nuevo la resistencia cuando perdían una batalla. Una forma de patriotismo que se mezclaba con intereses más personales, como la defensa de sus propias tierras, sus casas y sus familias, que acabó con éxito.

Seis años después de iniciar la invasión, 110.000 soldados franceses habían encontrado la muerte en España o en Portugal, en una retirada humillante que Napoleón todavía recordaba durante su destierro en la isla de Santa Elena: «Todas las circunstancias de mis desastres vienen a vincularse con este nudo fatal; la guerra de España destruyó mi reputación en Europa, enmarañó mis dificultades y abrió una escuela para los soldados ingleses. Fui yo quien formó al ejército británico en la Península».

Origen: Luces y sombras de El Charro: la crueldad del guerrillero español que aterrorizó a Napoleón

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