«Esconda su bici y rompa sus mapas»: así instruyó Churchill a los británicos contra la invasión nazi
Ante los constantes bombardeos de la Luftwaffe y la amenaza de ser conquistados, el Ministerio de Información recomendaba inutilizar vehículos particulares y esconder mapas que pudieran facilitar la movilidad de los alemanes.
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Enfrentarse a la Alemania nazi requería de un líder atrevido y carismático dispuesto a no perder la moral. En el Reino Unido, fue Winston Churchill el elegido para defender la Commonwealth de los ataques del Tercer Reich. El resultado no pudo ser más esperanzador. El inglés fue todo un símbolo de victoria junto a Franklin Delano Roosevelt y su lucha contra Adolf Hitler. Sin embargo, el desenlace precedió a años de baja moral y resistencia del pueblo británico.
Desde un primer momento, el rey Jorge VI receló de su nombramiento como Primer Ministro en mayo de 1940. «Yo, por descontado, sugerí a Halifax«, llegó a escribir el monarca, que con el paso de los meses estrecharía relaciones con el nuevo líder británico. El escritor y periodista Erik Larson ha publicado recientemente Esplendor y vileza (Ariel), un extenso libro que analiza la figura de Churchill en los primeros años de su mandato. Lejos de profundizar en su pasado y símbolo de victoria posterior, esta investigación muestra al Churchill más humano y preocupado por un país al borde de la invasión.
«Desde el principio, Churchill comprendió una verdad fundamental sobre la guerra: que no podía ganarla sin la participación, tarde o temprano, de Estados Unidos», inicia Larson en su nuevo libro. Los norteamericanos en aquel momento no estaban por la labor de volver a inmiscuirse en los asuntos europeos. Simpatizaban con su antigua metrópoli, pero no sabían hasta qué punto podía el Imperio británico aguantar el avance alemán.
Ataques aéreos
Tras la caída inminente de Francia, los ingleses esperaban una ofensiva aérea sin precedentes; un «banquete» de 14.000 aviones oscureciendo los cielos, tal y como decía el Primer Ministro: «Churchill habló de paracaidistas, aterrizajes de tropas aerotransportadas y bombardeos «que sin duda se abatirán sobre nosotros muy pronto»».
El Ministerio del Interior, en mitad de las especulaciones sobre la contienda, calculó que si siguieran los protocolos de entierro estándar, los carpinteros de féretros necesitarían veinte millones de metros cuadrados de madera de ataúd, una cantidad imposible de suministrar.
El miércoles 5 de junio de 1940 fue la primera vez que la aviación alemana bombardeó objetivos en las islas británicas, causando pocos daños en en pastos y bosques de las cercanías de Devon, Cornualles o Gloucestershire. Hitler se oponía en estas primeras incursiones a sembrar el caos en Londres, puesto que confiaba en poder llegar a un acuerdo con los británicos. No obstante, sabía que con Churchill en el poder, esa opción era casi utópica.
El führer dio un paso más allá y ordenó que se coordinara un ataque efectivo para neutralizar la Real Fuerza Aérea. Alemania tenía más bombarderos que Gran Bretaña, y el gobierno británico preparó a sus habitantes para la resistencia. El Ministerio de Información emitió un folleto especial, Beating the Invader (Venciendo al invasor), que se envió a millones de hogares. Este no buscaba tranquilizar a la población, sino hacerles partícipe de la Batalla de Inglaterra.
«Allá donde desembarque el enemigo», avisaba el texto, «… se librará una lucha de gran violencia». «Cuando empiece el ataque, será demasiado tardo para irse… AGUANTEN FIRMES«, añadía. En estos meses de guerra se silenciaron las campanas de las iglesias. Tan solo sonarían para advertir la llegada de paracaidistas. En ese caso, el panfleto instruía, «inutilice y esconda su bicicleta y destruya sus mapas«. Si tenía un coche, «Quite la cabeza del distribuidor y los cables, y vacíe el depósito o quite el carburador. Si no sabe cómo hacerlo, infórmese ahora en el garaje más cercano».
Numerosos pueblos retiraron los rótulos de las calles y limitaron la venta de mapas a gente que presentaba permisos emitidos por la policía; los buzones londinenses fueron repintados con una capa especial de pintura amarilla que cambiaba de color ante la presencia de gas venenoso y los soldados apilaron sacos de arena y construyeron nidos de ametralladoras cerca del palacio de Westminster, además de cavar trincheras en Hyde Park. Advertían a su gente que no salieran de casa: si intentaban huir serían ametrallados desde el aire, «como les ocurrió a los civiles en Holanda y Bélgica».
De pronto, todo el mundo comenzó a prestar atención a las fases lunares. La luz de la luna prolongaba la amenaza de las bombas en suelo británico. A menudo, los encontronazos aéreos entre vehículos ingleses y alemanes eran observados por los testigos que miraban al cielo para contemplar el enfrentamiento. Resultó que la RAF estaba mejor preparada que lo que se pensaba. La potencia de los aviones nazis podría haber servido en el continente, pero su contrincante ahora era el Imperio británico: «En España y Polonia, esas velocidades bastaban para evitar una interceptación efectiva, pero ahora ya no, contra los más modernos cazas británicos».
Derrota de Göring
Hitler no podía esperar más. Si quería derrotar a Gran Bretaña en 1940 debía iniciar una operación a gran escala y no únicamente una ofensiva basada en misiones concretas. El planteamiento de este bombardeo estratégico recayó sobre Hermann Göring, que asignó el nombre en código de la fecha de lanzamiento como Adlertag, o Día del Águila.
«Göring concebía un ataque masivo nunca visto en la historia, destinado a dar un golpe que aniquilara las defensas aéreas británicas», relata Larson. Pero se esperaba poca resistencia. Había reunido una fuerza que sumaba 2.300 aviones, entre ellos 949 bombarderos, 336 bombarderos en picado y 1.002 cazas. Pretendía ennegrecer el cielo con la aviación, en una exhibición de poder aéreo que dejaría pasmado al mundo, y terminó suspendiendo el ataque por el mal tiempo.
Según el escritor de Esplendor y vileza, el propio Göring estaba demostrando ser un problema. «Se distraía fácilmente y era incapaz de fijar un único y bien definido objetivo. Se convenció de que, atacando una multitud de blancos a lo largo de un frente muy extenso, no sólo podría destruir el Mando de Caza de la RAF, sino también causar un caos tan generalizado como para obligar a Churchill a rendirse», argumenta.
El fracaso de la Luftwaffe llevó, esta vez sí, a sembrar el terror en la población civil londinense. La estrategia de Churchill, empero, había calado y entre la población inglesa aumentó el afán por resistir. Inglaterra jamás claudicaría y la RAF se reforzaba cada día que pasaba.
Alemania terminó por cancelar la operación en la primavera de 1941. Necesitaba a sus hombres en Grecia, Yugoslavia, o el frente soviético. Churchill fue paciente para salir victorioso de la batalla aérea. Inglaterra había prevalecido y a Estados Unidos le quedaban pocos meses para entrar en la guerra a favor de los Aliados.
Origen: «Esconda su bici y rompa sus mapas»: así instruyó Churchill a los británicos contra la invasión nazi