Guerra Civil Española «El síndrome del silencio» la vida de Jesús Martínez Tessier
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por Virginia Hernández
Como a muchos de los que combatieron en la Guerra Civil, a Jesús Martínez Tessier (1914-1995), padre de los escritores Jorge y Javier Reverte, los fusiles y las trincheras le provocaron un síndrome que le duró toda la vida: el del silencio. Mejor no hablar de algo que no debería haber ocurrido. Jesús luchó en el bando republicano durante la contienda y en la División Azul que Serrano Suñer, con la frase «Rusia es culpable», envió a la Unión Soviética para acabar con eso que llamaban judeobolcheviquismo. Aquella aventura en la que miles de españoles vistieron el uniforme del Ejército alemán y estuvieron a las órdenes de Adolf Hitler. El Führer había previsto que Rusia cayera en pocos meses, pero la Historia le guardaba un fin bien distinto.
«Era una guerra mucho más fuerte que la que habían tenido antes los españoles. Ellos juran lealtad al Fürher, era una división alemana, no española, porque si hubiera sido así, hubiese sido un ‘casus belli’ de Franco contra los Aliados», explica Jorge M. Reverte, hijo de Jesús y que recientemente rescató las vivencias de estos soldados en su libro ‘La División Azul (1941-1944)’ (RBA). «La acción de estos hombres estaba dentro de las órdenes que diera Hitler y entre ellas estaba la de matar a los prisioneros que se consideraran mínimamente sospechosos de ser guerrilleros. Allí no había Convención de La Haya. Y ellos tenían esos mismos mandatos, algo que los jefes de la División Azul quisieron borrar». Silencio y dejar pasar, de nuevo el síndrome.
Jorge recuerda que a su padre no le hacía ninguna gracia ver a sus hijos vestidos de uniforme en los campamentos del Régimen ni soportaba el frío. Rusia quedó clavada en el corazón, pero prefería que no saliera de ahí. «Cuando era muy mayor le obligué a escribir sus memorias para distraerse. Sólo fui capaz de leerlas cinco años después de que muriera. Era una carta que me dirigía y a la que me costaba mucho enfrentarme. Pero un día me decidí y me pareció buenísima [las memorias, ‘Soldado de poca fortuna’, acaban de ser republicadas’]».
Ahí su padre contaba vivencias diarias mezcladas con su camino al frente. Había hechos propios de crónica bélica mezclados con visicitudes personales: «Leyéndolo me di cuenta de que la Guerra Civil estaba contada de una manera en la que no se explicaba del todo qué había pasado». La de Jesús Martínez empezaba en el 37, en Madrid, territorio republicano. Luchó con la división del Campesino y participó en la Batalla del Ebro. Terminó la contienda en Cataluña y la victoria de los nacionales le llevó al campo de concentración de Miranda de Ebro. Luego, como muchos de sus compañeros, tuvo que hacer la mili en África con unos colores distintos.
Año 41. Jesús es taquígrafo de ‘Arriba’, el periódico de la Falange, y sus directores decidieron que toda la redacción tenía que apuntarse a la División Azul: «Al final fueron cuatro: dos que habían luchado en el bando republicano, otro sospechoso que estaba sometido a un expediente de depuración y un cuarto, fundador de Falange, que fue el único que insistió en ir de verdad». Una guerra a nada menos que 6.000 kilómetros de distancia: «Era un disparate. Fueron allí sin ser soldados de verdad, descamisados, y se encontraron con que no iban a llegar a Moscú subidos a un tanque alemán. Tenían que caminar 1.000 kilómetros para llegar a un frente terrorífico; ejércitos enormes con grandes despliegues de artillería y batallas mucho más fuertes que las que conocían. Y un frío que a veces alcanzaba los 50 grados bajo cero. Estaban completamente superados. Estas noticias llegaban a España y, milagrosamente, comenzó a decrecer el número de falangistas revolucionarios».
Además, la ruta de 1.000 kilómetros había dejado visiones insoportables: «Se encontraron a hombres colgando en las calles con cartelones que decían ‘judío partisano’. Ellos llevaban la retórica del judeobolcheviquismo, pero una cosa es la retórica y otra es la realidad. Vieron columnas de prisioneros rusos a los que, cuando caían desmayados por el hambre o por la fatiga, los alemanes les remataban en el suelo. Todo aquello quebró muchas cabezas, pero no lo contaban». En el juego también estaban metidos los intereses políticos en España. El general al mando era Muñoz Grandes y enseguida pensó que podría volver y obligar a Franco a entrar en la Segunda Guerra Mundial. Incluso acarició la idea de quitar al Caudillo de en medio, recuperar Gibraltar y hacerse con las posesiones francesas en África. «Franco además estaba encantado, porque le habían quitado a los falangistas revolucionarios, que eran un incordio. Los militares los detestaban y los rusos le hicieron un favor enorme a Franco, porque mataron a la mitad, y los que volvieron lo hicieron con muchas menos ganas».
Los primeros divisionarios volvieron en el 42. Eran los amigos de Serrano Suñer que se habían cansado de la aventura y que querían hacerse valer en Madrid. Poco después se produce el primer relevo oficial en el que todavía son recibidos con flores y discursos. Los siguientes, con el avance Aliado, procuraron que pasaran más desapercibidos. Jesús retorna con la mente llena de recuerdos que hubiera preferido olvidar. Con el tiempo llega a ser uno de los responsables de la agencia Efe, pero sin significarse demasiado políticamente. Y con Yuri en la cabeza, un prisionero ruso con el que trabó amistad y al que con su marcha le esperaba un final desgraciado. Jorge se llama así por aquel Yuri. También se trajo odio, uno incansable contra la guerra: «Detestaba la violencia, decía que la guerra no era más que sangre, frío y hambre, que en ella no había nada hermoso. A mí eso me parece una enseñanza estupenda».
Arriba, Jesús Martínez en la División Azul; en el centro, uno de sus hijos, Jorge M. Reverte; y abajo redacción de ‘Arriba’ (Jesús es el tercero por la izquierda en la imagen superior; el primero sentado por la derecha es Vicente Cebrián, padre de Juan Luis Cebrián). | Fotos: Sergio Enriquez-Nistal/Archivo familiar