Historia: El último secreto de los templarios: historia definitiva de la Orden del Temple
Ni todas los mitos y conspiraciones juntos superan la verdadera historia que logra ahora al fin su versión definitiva en el nuevo libro del historiador inglés Dan Jones
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Ninguna teoría conspirativa que se precie puede convencer a nadie si no incluye a los templarios. Palabra de Umberto Eco en ‘El péndulo de Foucault’, su extraordinaria -y exigente- novela sobre un grupo de hombres de letras que, para no aburrirse, se inventan una conspiración templaria enloquecida… que acaba convirtiéndose en realidad. Y es que pocas aventuras han alcanzado un eco semejante en la imaginación popular como la de aquellos sacerdotes soldados que vivieron su bautismo de fuego tras la conmoción de la Primera Cruzada en el siglo XII: un pequeño grupo de caballeros que se convertiría en la orden religiosa más poderosa de la Cristiandad para acabar siendo disuelta dos siglos después entre espectaculares acusaciones de herejía, blasfemias y orgías. Pero ni todas los mitos y conspiraciones juntos superan la verdadera historia que logra ahora al fin su versión definitiva en el nuevo libro del historiador inglés Dan Jones: ‘Los templarios. Auge y caída de los guerreros de Dios’. (Ático de los Libros, 2018)
«Este es un libro», explica Jones, «sobre una guerra aparentemente interminable en Palestina, Siria y Egipto, en la que las facciones de musulmanes, chiíes y suníes se enfrentaron a cristianos militantes invasores procedentes de Occidente; es un libro sobre una organización ‘globalizada’ y exenta de impuestos que acumuló tantas riquezas que devino más poderosa que algunos gobiernos; sobre la relación entre las finanzas internacionales y la geopolítica; sobre el poder de la propaganda y de la creación de mitos; sobre la violencia, la deslealtad, la traición y la codicia«.
La historia que narra Jones con tanta fuerza narrativa como fidelidad a los hechos históricos se divide en cuatro partes decisivas. En la primera, ‘Peregrinos’, relata el nacimiento de los templarios cómo un pequeño grupo de apoyo y protección a los peregrinos en Tierra Santa tras la conquista cristiana de Jerusalén en 1119. La segunda parte, ‘Soldados’, describe de qué manera se forjó la unidad militar de élite que a partir de entonces ocuparía siempre la primera línea de combate en las sucesivas Cruzadas. En la tercera, ‘Banqueros’, asistimos a la mutación de la Orden del Temple de soldados a poderoso grupo financiado con innumerables donaciones de Occidente. Y en la cuarta, ‘Herejes’, vivimos la aniquilación de los templarios y su sorprendente desencadenante en mitad de una doble batalla contra los mongoles y los mamelucos.
Adelantamos a continuación algunos de los pasajes más trepidantes del libro.
La defensa de Jerusalén
«La Orden del temple fue fundada en Jerusalén en 119 y reconocida oficialmente en algún momento entre el 14 de enero y el 13 de septiembre del año 1120. La verdad es que casi nadie advirtió su nacimiento. Los templarios no llegaron como respuesta a una masiva demanda popular ni su creación fue producto de una planificación a largo plazo tejida entre los nacientes estados cruzados y las autoridades religiosas de la cristiandad occidental. Ninguna de las crónicas que han sobrevivido de la época, cristianas o musulmanas, prestó atención a los primeros momentos de la orden; de hecho, la historia de los orígenes primitivos de los templarios no se escribió hasta años más tarde y, para entonces, la narración se vio adornada por la importancia que la orden había adquirido. Nada de esto resulta sorprendente. Al igual que los gobernantes y los habitantes de Jerusalén, los historiadores y los coleccionistas de chismes de Tierra Santa tenían en el año 1120 cosas más importantes de qué preocuparse«.
«Los cruzados que se quedaron para gobernar en Tierra Santa eran invasores extranjeros que trataron de establecer su dominio sobre una población mixta de musulmanes, suníes y chiís, judíos, griegos y sirios cristianos ortodoxos, samaritanos y colonos pobres de toda Europa. Era una sociedad intrínsecamente dividida por el idioma, la religión, la cultura y las diversas lealtades en la cual todos intentaban sobrevivir en un entorno que a veces parecía naturalmente hostil a la colonización. En 1113 y 1114, Siria y Palestina fueron sacudidas por fuertes terremotos que arrasaron ciudades enteras y dejaron incontables víctimas que murieron asfixiadas bajo los edificios derrumbados. Prácticamente todas las primaveras traían plagas de ratones y langostas, que pululaban sobre viñedos y campos, arruinaban cosechas y arrancaban las corteza de los árboles. De vez en cuando, extraños eclipses teñían la luna y el cielo de rojo sangre. Todas estas cosas pesaban mucho en las supersticiosas mentes de los colonos. Era como si la tierra quisiera expulsar a los cruzados y los cielos quisieran castigarlos por su conquista«.
Fortuna y venganza
«Lo mismo sucedía en todo el Occidente cristiano. En Italia, la presencia templaria se había extendido rápidamente por toda la península hasta el sur de Sicilia, donde había importantes preceptorías en Mesina y en el resto de la isla. En Aragón, donde la larga historia de los templarios se remontaba a los tiempos de Alfonso el Batallador, la orden poseía señoríos palaciegos, viñedos y olivares, así como una cartera de propiedades residenciales y comerciales. El registro de propiedades de la casa de los templarios en Huesca, en el norte de Aragón, detallaba transacciones por las cuales los hermanos templarios habían comprado huertos, bodegas, tiendas y casas. Habían recibido donaciones piadosas que a veces consistían en todas las posesiones de los cristianos penitentes que declaraban que las donaban ‘por temor a los dolores del infierno y porque deseaban disfrutar de los gozos del paraíso’. Los hermanos oraban regularmente por las almas de quienes los nombraban sus herederos: cuanto mayor era la herencia, más frecuentes eran las oraciones«.
Los hermanos oraban regularmente por las almas de quienes los nombraban herederos: a mayor era la herencia, más frecuentes eran las oraciones
«Las cartas, escritas en nombre del rey, ardían con una furia justiciera avivada por los despreciables crímenes de los templarios. Estaban dirigidas a los alguaciles y a los senescales -hombres con rango de caballero que tenían el poder de realizar detenciones en nombre de la corona- y hablaban de hechos oscuros y extraños rituales realizados cuando se recibían a nuevos hermanos en la orden. La inspiración para los cargos fue el beso de paz que se daba a cada nuevo hermano al entrar en la orden, que, al pasarlo a través de la máquina de propaganda real dirigida por Guillermo de Nogaret, se había convertido en una ceremonia de depravación orgiástica diseñada para conmocionar a todos los cristianos devotos».
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