21 noviembre, 2024

Historia: Las hermanas españolas que salvaron a cientos de judíos del infierno

Julia, Lola y Amparo Touza lograron dar cobijo y poner a salvo de los campos de concentración a los prisioneros que llegaban a la estación de Ribadavia

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Las hermanas Touza eran tres mujeres sencillas, orondas y rollizas, con el colorete en sus mejillas natural de las campesinas curtidas; pero sobre todo, eran bondadosas y generosas. No podían ver la pobreza ni la desgracia ajena sin atenderla (la sentían como una ofensa a sí mismas) ni la injusticia infligida por otros antropoides a seres humanos desvalidos. Desde su pequeño otero, a una veintena de kilómetros del río Miño y de Portugal, habían creado una especie de peculiares vasos comunicantes. Muchos judíos que venían huyendo del horror y las atrocidades del régimen nazi una vez cruzados los bajos pirineos por sus zonas oeste en el País Vasco, se encontraban con el amparo en estas tres criaturas celestes.

A veces la humanidad es bendecida por personas luminosas que dan sentido al vacío que tiene el adjetivo del mismo nombre y que actúan de manera ejemplar señalándonos el camino. Estas criaturas no eran de este mundo. Profundamente gallegas hasta el punto de que en ese dulce y casi sinfónico idioma-dialecto (cuando lo hablan las mujeres y los niños es muy tierno) un castellano hablante puede ser candidato a una ingesta de biodramina. A veces el gallego es como un verbo suave parecido a un reconfortante gel tópico y otras es para salir corriendo y llamar a un traductor.

Tres hermanas valientes

La historia de Julia, Lola y Amparo Touza Domínguez, habitantes de Ribadavia -pueblo encastrado entre árboles y huertas roturadas con tiro animal y en ocasiones, hasta humano- albergaron y transmitieron uno de esos escasos gestos que el altísimo tiene para con la condición humana. Tres hermanas habían tejido una red de fuga para todos aquellos judíos que escapaban de una de las mayores tragedias que los terrestres habían padecido en siglos.

De todo es sabido que en la Alemania posterior a las elecciones del año 1933 (no hay que olvidar que fueron ganadas democráticamente, ojo al dato, en alianza con el partido Zentrum del aristócrata Von Papen al que Hitler le dio al día siguiente de la victoria una patada y lo envió de embajador a Ankara) nadie que no estuviera afiliado al partido nazi podía trabajar en aquel fabril y febril engranaje militar endemoniadamente productivo enfocado a vengar el hoy reconocido como oneroso tratado de Versalles –Compiegne tras la Primera Gran Guerra. El dictador del mostacho simétrico lo vio claro e ideologizó con un fanatismo extremo lo que solo pretendía ser en principio una expropiación– o robo dicho en Román Paladino de los activos del pueblo judío en Alemania, que ciertamente eran unos cuantos y suponían casi un 30% de la economía alemana manejada por un colectivo porcentualmente poco significativo en el conjunto de la población. El del mostacho remilgado vio que era un buen negocio y rápidamente satanizó a todo el colectivo semita apropiándose de sus ahorros, patrimonio y todo lo que su largo brazo depredador alcanzaba. Aquello fue sencillamente un atraco con todas las de la ley disimulado por una coartada ideologizada. Las consecuencias son por todos conocidas.

Las hermanas Touza.

Las hermanas Touza.

Al igual que las hermanas Touza, existieron nobles gentes como Ángel Sanz-Briz, el ángel de Budapest, un embajador español que se la jugó durante la Segunda Guerra Mundial y que probablemente haya sido el sujeto individual que más judíos haya salvado jamás en aquel terrible holocausto. No hay que olvidar la historia de Oskar Schindler, aquel empresario alemán también miembro del Partido Nazi que salvó a un millar de judíos empleándolos en sus fábricas.

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El ángel de Budapest u Oskar Schindler también se la jugaron para ayudar a otras personas a escapar de la muerte

Mientras los dos hombres mencionados anteriormente tienen un espacio para sus almas y legado de nobleza en el trágico, silencioso e imponente cementerio de los Justos entre las Naciones en el bosque del Monte Herzl, aledaño a Jerusalén; el trío de hermanas gallegas nunca fue distinguido por Israel ni siquiera con unas escuetas gracias. En Yad Vashem, el Monte del recuerdo, el estado israelí tiene fuerza de ley para premiar a los no judíos con este el título de “Justo entre las Naciones”, pero parece ser que a estas hermanas gallegas no les alcanzó su obra los suficiente como para ser distinguidas con tan alto reconocimiento.

En el año del señor de 1941, una pequeña tienda regentada por las tres hermanas cerca estación de tren de Ribadavia, era el epicentro de una actividad manifiestamente clandestina en una España más silenciosa que un cementerio. Todo comenzó un buen día en que las hermanas se encontraron con un solitario y desconcertado hombre que aterido, intentaba dormir sentado en un banco de la estación de tren. Al parecer, una de las hermanas se acercó al forastero para inquirirle sobre lo que le acontecía y ofrecerle ayuda y este desde su extremo agotamiento vital le dijo que era judío y que huía de la guerra de exterminio declarada en toda la Europa ocupada por los nazis contra las gentes de su condición.

Una ‘araña clandestina’

La cosa no quedó ahí. La cantina de las hermanas Touza era el destino final de una auténtica telaraña clandestina. Acababa una pesadilla en los Pirineos y arrancaba otra alternativa de esperanza para aquella miríada de fugitivos que venían huyendo de los zarpazos de un régimen diabólico que no reparaba en usar formas de aniquilación desconocidas por su crueldad hasta ese momento de la historia. Esa esperanza tenía una parada obligatoria en Ribadavia al lado de la frontera lusa, un lugar que centrifugaba a todos aquellos fugitivos que huían de aquella miserable turba de alucinados que habían asaltado Alemania a través de la doctrina del terror. Viana de Castelo y Oporto, pasando por las pequeñas poblaciones fronterizas de Vila y Cristoval en la linde noreste de nuestro país hermano, eran un trajín de refugiados.

La línea Irún-Vigo se encontraban ‘petada’ de judíos cruzando la frontera francesa hacia España, con la idea posterior de centrifugarse hacia Sudamérica de forma general y hacia México y Estados Unidos como alternativas secundarias, muchos de ellos pasaban a Tánger como jugada intermedia y se camuflaban entre los comerciantes locales pagándoles un arriendo por permitirles trabajar gratis entre los bulliciosos zocos donde era prácticamente imposible localizarles.

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La Guardia Civil tenía conocimiento de aquellas actividades ‘ilegales’ pero hacía la vista gorda, pues Galicia era la gran olvidada dentro de España

La voz de que existía una mujer llamada ‘La Madre’, fue un faro en aquella oscura noche de la ominosa guerra. ‘La Madre’ no era otra que el nombre en clave de Lola Touza, una de las tres hermanas que obviamente no actuaba de manera independiente. La Guardia Civil tenía conocimiento de aquellas actividades ‘ilegales’ pero hacía la vista gorda pues Galicia tiene la peculiaridad de ser un exilio dentro de la península; Galicia era la gran olvidada dentro de España, y los gallegos, taciturnos y melancólicos se iban a otras latitudes pues sabían que no podían enfrentarse a los titanes caciquiles de aquellos pagos.

La cantina de las hermanas estaba disimulada bajo un falso suelo un zulo de unos 20 metros cuadrados excavado bajo tierra y acomodado debidamente para que las penalidades se mitigaran con los productos de contrabando o los condumios locales que alegraban el tracto entre el píloro y el esófago con un lacón con grelos un día y el otro con un pulpo a la gallega que hacia las delicias de aquellos famélicos desgraciados. Tras la ingesta, les arreaban ‘agua de fuego’ (léase orujo), y todos tan contentos.

Se prohibió contar la historia hasta que las hermanas hubieran muerto. Más de 500 judíos fueron liberados por estas valientes mujeres

Pero el tinglado de acogida no acababa ahí. Otros colaboradores ayudarían a llevar este proyecto humano a buen puerto. Varios taxistas, tales como José Rocha y Javier Mínguez, emigrante retornado de Argentina, y Ricardo Pérez que chapurreaba cuatro idiomas entre ellos el peculiar inglés irlandés, hacía la labor de intérprete, y luego estaba el barquero que a palo seco y puro remo, les ayudaba a cruzar el Miño, era un tal Ramón Estévez corpulento, de barriga prominente y de ruidoso andar.

La ‘omertá’

En Galicia hay una ‘omertá’ muy peculiar. Todo el mundo sabe de qué van las cosas pero ante cualquier sospechoso interés foráneo les ataca una amnesia muy peculiar. Toda esa ‘movida’ permaneció oculta hasta 1964 cuando un viejo judío de Nueva York comenzó a indagar sobre aquellos que le habían conducido hacia la libertad. Aquella mujer que una noche vacía de luna les había ayudado a él y otros de su misma condición a cruzar la frontera era un enigma que deseaba resolver para agradecerlas aquel gesto tan íntimamente humano y liberador en tiempos de terror. La investigación no llegó muy lejos pues el miedo al régimen que tenía a España a su merced, no permitió al escritor Antón Patiño, sabedor de los entresijos de la historia y republicano mimetizado entre el silencio de aquella sórdida España, contar la historia hasta que las tres hermanas hubieran muerto.

Según estimaciones, más de 500 judíos fueron liberados de las garras del nazismo por esta terna de valientes mujeres. La Gestapo llegó a visitar hasta en cuatro ocasiones Ribadavia para hurgar en el silencio, pero cuando los gallegos callan, no es precisamente porque no sepan hablar, sino porque son sabios. Entre 1941 y 1945 estos hombres de negros se dieron de bruces con todo un pueblo que funcionaba como una piña, incluso hasta la Guardia Civil a la que no se le escapa nada, nada sabía de actividad ilícita alguna. El secreto se fue cuando el halo de estas tres mujeres dejó de hollar con su paso firme esas tierras húmedas y mágicas.

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La frontera de Galicia con Portugal, siempre fue un secreto con el que la policía política alemana tropezó una y otra vez, y a los resultados me remito, jamás se pudo desentrañar aquel ovillo imposible.

Un septiembre del año 2008, 42 años después del fallecimiento de Lola por derrame cerebral, el Concello de Ribadavia instaló una placa en la casa natal en recuerdo de aquellas enormes mujeres que rezaba así: «A las tres hermanas Lola, Amparo y Julia Touza. Luchadoras por la Libertad».

El Centro Peres por la Paz ese mismo año plantó en el bosque Herzl de Jerusalén, en el sobrecogedor cementerio patrimonio de la humanidad, Yad Vashem, un árbol, con el nombre de Lola Touza (para ser francos, poca cosa para tanta grandeza) un pequeño detalle pues más del 98% de los allí homenajeados, no llegaron a salvar de la zarpa nazi ni la décima parte de fugitivos que estas hermanas pusieron a buen recaudo. Quizás ese árbol sea el resultado de una amnesia imperdonable y no el homenaje que estas tres mujeres se merecían, pero para el caso, algo es algo y menos da una piedra.

Hay una placa en la casa natal en recuerdo de aquellas enormes mujeres que reza así: «A las tres hermanas. Luchadoras por la Libertad»

Desde estas líneas, este escribano eleva una respetuosa queja al gobierno de Israel al que propongo reciba una colecta por suscripción pública (pues se les ve escasos de dinero para estas contingencias) para poner una placa en condiciones a tan ilustres mujeres y de paso, regar con un poco más de énfasis el árbol donde yace la memoria de Lola Touza, pues hasta donde sé, se está comenzando a pudrir. Para ello, sugiero a las autoridades locales, menos boatos y conmemoraciones y más realismo y agradecimiento para con aquellos/as que lo dieron todo a riesgo de sus vidas. Desde estas líneas, este juntaletras se ofrece para enviar un saco de cemento para adecentar la zona próxima al árbol donde reside la memoria de aquella enorme mujer que en el silencio atroz de aquellos terribles años puso la dignidad humana en valor.

En 1966, la última hermana viva, Lola Touza, con su enorme corazón castigado por no se sabe qué extraña fatalidad (los caminos del Señor son inescrutables) moría en su casa de Rivadavia a causa de un derrame cerebral.

Origen: Historia: Las hermanas españolas que salvaron a cientos de judíos del infierno

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